Miércoles

21a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Tesalonicenses 3,6-10.16-18

6 Finalmente, hermanos, en nombre de Jesucristo, el Señor, os mandamos que os apartéis de todo aquel que viva ociosamente y no se porte según la enseñanza que de nosotros recibió. 7 Conocéis perfectamente el ejemplo que os hemos dado, porque no hemos vivido ociosamente entre vosotros 8 ni hemos comido de balde el pan de nadie; al contrario, hemos trabajado con esfuerzo y fatiga día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros. 9 ¡Y no es que no tuviéramos derecho a ello! Pero quisimos daros un ejemplo que imitar. 10 Porque ya cuando estábamos entre vosotros os dábamos esta norma: el que no quiera trabajar que no coma.

16 Que el Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todas sus formas. El Señor esté con todos vosotros. 17 El saludo es de mi puño y letra. Así firmo yo, Pablo, en todas mis cartas; ésta es mi letra. 18 La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros.


La carta llega ahora al final. Pablo realiza aún una última recomendación a partir de la actitud indisciplinada de un hermano de la comunidad. Después, más adelante, hablará de la ociosidad parasitaria de algunos.

No se trata de herejías doctrinales o de casos de inmoralidad grave como en el caso de la comunidad de Corinto (cf. 1 Cor 5 y 6); sin embargo, la intervención de Pablo es dura. Ordena «en nombre de Jesucristo, el Señor» (v. 6), que esas personas sean mantenidas alejadas. La vida disoluta y la pereza son contagiosas, especialmente en un ambiente ya turbulento como el de la iglesia de Tesalónica. La segregación debería tener un valor medicinal. Pablo trae una vez más a colación la tradición. Pero no como normas frías, sino como tradición a la que el testimonio de vida hace más creíble. Recuerda que ha vivido de lo que ganó con sus propias manos, trabajando duramente para no ser una carga para nadie (cf. 1 Cor 9,4-6; 1 Tes 2,9). Tras el ejemplo personal, enuncia el principio de que para comer hay que trabajar. Es el testigo quien habla, no el legislador.

La carta está sellada con un postscriptum. Emplea también esta ocasión para desear la paz y la gracia, un bien que está presente desde el comienzo de la carta y es considerado como el don más grande que un hombre pueda desear a las personas amadas.

 

Evangelio: Mateo 23,27-32

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: 27 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados: por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y podredumbre! 28 Lo mismo pasa con vosotros: por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de maldad.

29 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y adornáis los mausoleos de los justos! 30 Decís: «Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros antepasados, no habríamos colaborado en la muerte de los profetas». 31 Pero lo que atestiguáis es que sois hijos de quienes mataron a los profetas. 32 ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros antepasados!


He aquí los últimos de los siete «ayes» dirigidos a los maestros de la Ley y a los fariseos hipócritas. El primero acentúa de una manera drástica el tema de la contraposición exterior/interior desarrollada en los versículos precedentes. Jesús compara a los hipócritas con «sepulcros blanqueados» (v 27). El exterior está cuidado y resulta hermoso de ver, pero lo que hay por dentro es descomposición y muerte. En el sermón de la montaña, Jesús ya puso en guardia a sus discípulos contra el hacer el bien para que los vean los hombres (Mt 6,1). Lo que cuenta es lo que somos ante Dios, y no lo que aparentamos ante los hombres. En el último «ay» de la serie, Jesús denuncia la falsedad de los hipócritas no sólo respecto a Dios y a los hombres, sino también respecto a la historia (vv. 29-32). Sus padres rechazaron y mataron a los profetas; ellos creen poder tranquilizar su propia conciencia honrando los sepulcros y construyendo monumentos, piensan que pueden purificar la memoria del pasado olvidando o buscando justificaciones racionales y emotivas, y se sienten inocentes por el hecho de que son capaces de acusar a los otros. Se separan de sus padres y casi se avergüenzan de ellos, pero no se dan cuenta de que, si no hacen suya la herencia espiritual de los profetas, siguen matando y su culpa se vuelve más grave que la de sus padres.


MEDITATIO

Jesús habla con frecuencia en el evangelio de los profetas rechazados, perseguidos, matados (cf. Mt 13,57; Lc 6,23; 11,50; 13,34). El mismo es considerado como un profeta y se introduce en muchas ocasiones en la categoría de los profetas, es decir, entre las personas elegidas y enviadas por Dios para ser sus portavoces y para sacudir la conciencia turbia de su pueblo. También Jesús participará del destino de los profetas, también él será rechazado por los suyos y, finalmente, morirá. Frente a su muerte, habrá quien se lave las manos, quien huya, quien reniegue de él diciendo que no le conoce; habrá espectadores indiferentes; y los que se consideran inocentes echan las culpas a los otros. Siglos después, muchos lo lamentarán y construirán gran cantidad de edificios y monumentos en su honor.

¿Quién mató a Jesús? La Iglesia, desde sus comienzos, anuncia con valor en los Hechos de los Apóstoles: «Vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis» (Hch 2,23). En este «vosotros» no están incluidos sólo los judíos y las autoridades romanas de aquel tiempo, y tampoco están incluidos sólo nuestros antepasados, sino todos nosotros. Todos, cada uno a su modo, hemos pecado, y cada pecado contribuye al sufrimiento de aquel que «llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos. Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban» (Is 53,4-5).


ORATIO

Señor Jesús, te pedimos perdón. También nosotros somos sepulcros blanqueados, con tanta maldad por dentro que ni siquiera nosotros mismos tenemos plena conciencia de ella. También nosotros somos responsables del sufrimiento y de la muerte de muchos hermanos y hermanas nuestros, y creemos poder saldar las cuentas construyendo tumbas y poniendo fáciles remedios. Como hiciste con los hipócritas de tu tiempo, dirígenos también a nosotros tu Palabra cortante. Sabes que tenemos necesidad de estos golpes, de estos shock que nos sacuden del torpor, de la pereza, de la indiferencia, de la ilusión de estar en nuestro sitio, del cómodo mantenerse a distancia, del observar sin ser observados, del criticar sin implicamos; de la conciencia, también irreflexiva, de no tener pecado.

Envía a nosotros tu Espíritu, que «pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado» (Jn 16,8), para que cada uno pueda confesar con sinceridad en tu presencia: «Yo te he matado». Todos tenemos necesidad de sentirnos alguna vez dignos de condena, para poder comprender lo inmenso que es tu amor por nosotros.


CONTEMPLATIO

¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados...! Luego les echa nuevamente en cara su vanagloria, llamándolos sepulcros blanqueados y ,añadiendo siempre la imprecación de «hipócritas». Esa era la causa de todos sus males, ése el motivo de su perdición. Y no los llamó simplemente sepulcros blanqueados, sino que afirmó que estaban rebosantes de inmundicia y de hipocresía. Al decir esto, señalábales el Señor la causa por que no habían creído, es decir, porque estaban llenos de hipocresía y de iniquidad. Mas no fue sólo Cristo; también los profetas les increpan continuamente de que sus príncipes se entregan a la rapiña y no juzgan conforme a razón de justicia. Y dondequiera puede verse cómo son rechazados los sacrificios y se busca pureza y justicia. De suerte que nada hay de sorprendente, nada de nuevo, ni en lo que el Señor manda, ni en lo que acusa, ni en la imagen misma del sepulcro. De ella, en efecto, se vale el profeta, y tampoco éste los llama simplemente sepulcros, sino que dice ser su garganta como un sepulcro abierto. Tales son también ahora muchos, muy bien adornados por defuera, pero llenos por dentro de iniquidad. A la verdad, también ahora se pone mucho empeño, mucho cuidado, en la limpieza exterior; en la del alma, ninguno. Mas, si abriéramos la conciencia de cada uno, ¡cuántos gusanos, cuánta podredumbre, no hallaríamos dentro! ¡Qué hedor tan indescriptible! Los deseos torpes y perversos, quiero decir, más asquerosos que los mismos gusanos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 73, 2 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«¡Escucha, Señor, ten compasión de mí. Señor, ven en mi ayuda!» (Sal 29,11).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El que quiere tener éxito en los negocios difícilmente evita estimular la avidez de los clientes, incentivar su ansia de posesión, convencerles de que deben conseguir a toda costa los bienes en cuestión, si quieren ser alguien en la sociedad y pertenecer a la clase superior, ir vestidos a la moda, disponer de los hallazgos más recientes de la técnica. La llamada se dirige por eso casi exclusivamente a los instintos humanos; por ejemplo, a la vanidad y al deseo de sobresalir, a la necesidad de conformismo o al impulso de distinguirse; por consiguiente, a aspiraciones que, desde el punto de vista ético, no acostumbramos a considerar de un nivel particularmente alto. A esto hemos de añadir que el fuego constante de los anuncios a los que estamos expuestos a diario está adaptado para driblar los criterios de valor que tenemos en nosotros. Estos anuncios, en efecto, nos convencen de que nuestra felicidad y nuestro bienestar dependen de la posesión de esos bienes tan ensalzados, de los que no es posible prescindir en nuestros días.

Si queremos ser honestos, debemos admitir que la moderna economía de mercado no se muestra neutral con respecto al idealismo y al materialismo, sino que favorece en los temas económicos una visión del mundo en la que se atribuye a las cosas materiales y terrenas una importancia muy superior a las otras. Es cierto que, desde un punto de vista puramente formal, es posible pensar que los interesados tienen una total libertad de elección. Ahora bien, esta alusión olvida por completo el hecho de que las personas, en su vida cotidiana marcada por la economía, están expuestas de una manera casi exclusiva a la constante seducción de consumir cada vez más bienes del mercado para llegar a ser así «felices» (E. Küng, «Okonomie und Moral», en Christlicher Glaube in moderner Gesellschaft, Friburgo 1981, vol. XVII, p. 138).