Miércoles

18ª semana del
Tiempo ordinario


LECTIO

Primera lectura: Jeremías 31,1-7

1 En aquel tiempo, oráculo del Señor, yo seré el Dios de todas las familias de Israel y ellas serán mi pueblo.

2 Así dice el Señor:
Me apiado en el desierto
de los que escaparon de la espada;
Israel marcha hacia su reposo.

3 El Señor se manifiesta de lejos.
Con amor eterno te amo,
por eso te mantengo mi favor;
4 te edificaré de nuevo
y serás reedificada, doncella de Israel;
de nuevo tomarás tus panderos
y saldrás a bailar alegremente.

5 De nuevo plantarás viñas
en los montes de Samaría,
y quienes las planten las vendimiarán.

6 Llegará un día en que los centinelas
gritarán en la montaña de Efraín:
«¡Venid, subamos a Sión,
hacia el Señor, nuestro Dios!».

7 Así dice el Señor:
¡Gritad de alegría por Jacob!
¡Ensalzad a la capitana de las naciones!
¡Que se escuche vuestra alabanza!
Decid: «El Señor ha salvado a su pueblo,
al resto de Israel»!


El oráculo que constituye el fragmento litúrgico de hoy describe el retorno de los exiliados a la patria. Se trata de un anuncio dirigido a todo Israel, que, sin estar dividido ya en dos reinos, vivirá de la única soberanía de YHWH (v. 1). La iniciativa del retorno corresponde al amor gratuito y fiel de Dios, que sale al encuentro del pueblo manifestándole la superabundancia de su ternura (vv 2ss). Como en tiempos del Éxodo de Egipto, aunque ahora de un modo todavía más glorioso, YHWH forma la identidad del pueblo, le da la ciudad donde habitar, la tierra para cultivar y conseguir su propio sustento (vv. 4a.5; cf. Jos 24,13; Sal 107,35-37). El efecto que produce un don tan grande es la alegría, expresada aquí con el sonido de los instrumentos y las danzas (v 4bc).

La alegría rebosante de Israel contagiará a las naciones vecinas, las cuales, convergiendo hacia Jerusalén, restablecida como centro del culto yahvista, alabarán a Dios por haber llevado a cabo de modo admirable la salvación -inesperada- del pequeño grupo de los supervivientes de la deportación (w. 6ss; cf. Sal 105,12-15.43-45; Is 52,7-10).

 

Evangelio: Mateo 15,21-28

En aquel tiempo, 21 Jesús se marchó de Genesaret y se retiró a la región de Tiro y Sidón. 22 En esto, una mujer cananea venida de aquellos contornos se puso a gritar:

—Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija vive maltratada por un demonio.

23 Jesús no le respondió nada. Pero sus discípulos se acercaron y le decían:

—Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros.

24 Él respondió:

25 Pero ella fue, se postró ante Jesús y le suplicó:

—¡Señor, socórreme!

26 Él respondió:

Ella replicó:

27 —Eso es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.

28 Entonces Jesús le dijo:

—¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides. Y desde aquel momento quedó curada su hija.


Jesús había dispensado una enseñanza religiosa que parecía revolucionaria a sus contemporáneos. Afirmaba que el origen de toda impureza se encuentra en el corazón del hombre y es consecuencia del uso equivocado de la libertad (cf. Mt 15,10-20). Esto desquiciaba la instalación legalista del judaísmo fariseo, introduciendo como criterio de religiosidad auténtica la actitud interior del hombre; una actitud que se condensa en la fe, esto es, en la confianza en Dios y en su amor preveniente.

Precisamente, eso es lo que la mujer extranjera y pagana vive (v. 28) invocando con perseverancia a Jesús, al que reconoce como Mesías y Salvador (w 22.23b.25). El encuentro entre Jesús y la mujer cananea anuncia y realiza ya el encuentro entre la salvación y el paganismo. Sin negar la elección preferencial de Israel, «hijo primogénito» (v 24; cf. Os 11,1; Mt 10,5ss), la misión salvífica de Jesús se dirige a todo el mundo. Ésa será asimismo la característica de la acción de la Iglesia, por mandato específico de su Señor y Maestro (cf. Mt 28,18-20).


MEDITATIO

La relación del creyente con Dios no es una relación económica, una relación que pueda medirse en términos de dar y recibir. Es, más bien, la respuesta a una sorpresa: Dios me ama, y lo hace con un amor «excesivo», un amor que se sitúa fuera de las medidas del espacio y del tiempo. Eterno, por todas partes, para todos, por libre iniciativa, suya no condicionada por mi respuesta. Dios se muestra incansablemente oferente.

En algunas ocasiones, cierto lenguaje parece sub-entender que soy yo quien complace a Dios prestando atención a sus palabras. Pero no es así: Dios me precede siempre y de manera superabundante; al mismo tiempo, me deja la alegría de pedir, preludio del estupor que produce recibir. Puedo entrar en este dinamismo vital del amor si me fío de él, que me habla de la historia que quiere escribir conmigo. Quienquiera que yo sea, puedo suscitar en mi corazón el deseo de que muestre su amor en mí. No existe el menor impedimento para nadie: la vía de la relación vital y fecunda con Dios está abierta de par en par para todos.


ORATIO

Estaba lejos de ti
y tú viniste a buscarme.

Estaba en peligro de muerte
y tú viniste a salvarme.

Estaba sin esperanza
y viniste a serenar mi vida.

Estaba cansado de tanto gritar
y tú me respondiste
y me escuchaste...

Ahora sé que me amas desde siempre,
y por siempre, Dios mío, cantaré tu amor.


CONTEMPLATIO

Jesús es médico de las almas y de los cuerpos: si tienes una herida, te llevaré a él y le suplicaré que te cure, si tú lo quieres también; puesto que es él quien da todos los dones buenos, te concederá no sólo lo que le pidas, sino infinitamente más de lo que pidas. Me acercaré a él con mucha audacia en favor tuyo, pero, si no te acercas tú también, será una gran vergüenza. Jesús no rechaza a nadie. Nuestro Dios y salvador quiere que nos salvemos, pero nos corresponde a nosotros gritar incesantemente: «¡Sálvame, Señor!». Y él te salva (Barsanufio y Juan de Gaza, Epistolario, Roma 1991, pp. 240ss).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Con amor eterno te amo» (Jr 31,3b).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Toda la naturaleza es caridad, pero sólo el místico vive este amor de una manera experimental. El amor de Dios nos rodea por todas partes. Su amor es el agua que bebemos, el aire que respiramos y la luz que vemos. Todos los fenómenos naturales no son más que formas materiales diferentes del amor de Dios. Nos movemos dentro de su amor como el pez en el agua. Y estamos tan cerca de él, tan embebidos de su amor y de sus dones (nosotros mismos somos don suyo), que no nos damos cuenta de ello por falta de perspectiva. Su amor nos rodea por todas partes y no lo sentimos, como tampoco sentimos la presión atmosférica.

Dios ha provisto a la tierra durante cuatro mil millones de años y se ha preocupado de los pájaros y de los insectos durante cientos de millones de años; pero tú te sientes sólo y abandonado en el universo y caminas preocupado por tus asuntos como si nadie se preocupara de ti. Olvidas que alguien se preocupa a cada instante de todos tus trabajos, regula el movimiento de tu sangre y el funcionamiento de todas tus glándulas. Y crees que los pequeños problemas de tu vida práctica sólo tú, en todo el universo, puedes resolverlos.

El escucha el grito del ciervo en el arroyo que le pide una compañera y se la da. Se preocupa del cuclillo que pide su comida. Guía a las cigüeñas en su emigración. Vela sobre la comadreja y el tejón cuando duermen en sus madrigueras. La rana, el escarabajo y el cuervo encuentran el alimento cada día a la hora debida. «Todos, Señor, están pendientes de ti, y esperan que les des la comida a su tiempo. Tú se la das y ellos la toman, abres tu mano y quedan saciados» (Sal 103) (E. Cardenal, Canto all'amore, Asís 1982, pp. 53ss).