Sábado

15ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Miqueas 2,1-5

1 ¡Ay de aquellos que planean maldad,
que traman el mal en sus lechos
y en cuanto es de día lo ejecutan
porque tienen poder para ello!
2
Codician campos y los roban;
casas, y se apoderan de ellas;
oprimen al cabeza de familia
y a todos los suyos,
al dueño y a su heredad.
3 Por eso, así dice el Señor:
También yo planeo un mal
contra esa gente despreciable,
un mal del que no podréis
apartar vuestro cuello;
no podréis ir más con la cabeza erguida,
porque serán tiempos de desgracia.
4 Ese día os dedicarán este proverbio
y os entonarán esta elegía:
«Estamos totalmente arruinados:
se reparten la heredad de mi pueblo,
¿cómo es que se me quita?
Los que nos han conquistado
han sorteado nuestros campos».
5 Así que no tendrás a nadie
que sortee los lotes
en la asamblea del Señor.


La actividad del profeta Miqueas se sitúa en el contexto social y religioso del Reino de Judá, en la segunda mitad del siglo VIII a. de C. Miqueas, casi contemporáneo del primer Isaías, denuncia la idolatría y las injusticias sociales cometidas por los jefes del pueblo (corte real, sacerdotes, profetas), a las que se ha visto sometida toda la población. El justo juicio de Dios no tardará y el castigo será inevitable, puesto que han abandonado la fidelidad a la alianza. Con todo, al castigo le seguirá la rehabilitación, y a la destrucción la promesa de una nueva fecundidad a partir del pequeño grupo de aquellos que, en medio de tanta iniquidad, han conservado íntegra la fe en YHWH.

El oráculo que constituye el presente texto litúrgico es una invectiva contra aquellos que, ya ricos, recurren a todo para acaparar cada vez más, usurpando casas y terrenos a sus legítimos propietarios y reduciendo a esclavitud a estos últimos. Se presenta a los acaparadores enteramente ocupados en sus lechos en tramar proyectos perversos que ejecutan en cuanto amanece el día, gracias a su poder económico (v. 1). En este estado de cosas, en el que unos pocos ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres son cada vez más numerosos e indigentes, se levanta la voz del profeta, que proclama el juicio de Dios: del mismo modo que los poderosos traman sus acciones inicuas (v la), así también trama el Señor el castigo (v 3b), del que no podrán huir y que será justo sobre la base de la ley del talión (cf. Dt 19,21). Aquellos que, privando a los otros de sus legítimas posesiones y reduciéndolos a esclavitud, los excluyen de hecho de la participación en la promesa de la tierra dada por Dios para siempre, serán hechos esclavos y dejarán de tener tierra. Miqueas expresa ese grave castigo con la metáfora del yugo: del mismo modo que el yugo impide a los hombres esclavos o prisioneros y a los animales levantar la cabeza, así también el grave castigo de Dios sólo permitirá caminar a los malvados con la cabeza inclinada.

En el v. 4 el profeta pone en boca de los acaparadores castigados un canto que explica su destino: despojados de los bienes por los enemigos, que en este contexto son casi seguro los asirios, ven repartidas entre los invasores aquellas tierras cuya propiedad ya no pueden volver a adquirir. Ironías del destino: a ellos, que tramaban todos los modos posibles para enriquecerse, no les tocará ni siquiera un pedazo de la Tierra prometida.


Evangelio: Mateo 12,14-21

En aquel tiempo, 14 los fariseos, al salir, se pusieron a planear el modo de acabar con él. 15 Jesús lo supo y se alejó de allí. Le siguieron muchos y los curó a todos, 16 advirtiéndoles que no dijeran que había sido él. 17Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías:

18 Éste es mi siervo, a quien elegí;
mi amado, en quien me complazco;
derramaré mi espíritu sobre él
y anunciará el derecho a las naciones.

19
No disputará, ni gritará;
no se oirá en las plazas su voz.

20
No romperá la caña cascada
ni apagará la mecha que apenas arde,
hasta que haga triunfar la justicia.
21 En él pondrán las naciones su esperanza.


El hecho de haber contravenido la ley sobre el reposo sabático acarrea a Jesús el complot de los fariseos. Estos formulan el propósito (por vez primera, según la narración de Mateo) de matarlo. Jesús reacciona continuando en otro lugar su actividad taumatúrgica y cura a todos los que le siguen, sin excepción. Estas curaciones, en el contexto del milagro que acaba de realizar (cf. Mt 12,10-13), dan razón del amor misericordioso de Dios, que Jesús ha venido a anunciar y que constituye el centro y el sentido de su ministerio. Mateo ve realizada aquí la profecía de Is 42,1-4, en la que se presenta la figura del Siervo de YHWH. Este, elegido y enviado por Dios, que lo ha colmado de su Espíritu, llevará a cabo la misión de hacer conocer a todos los pueblos la verdadera relación entre Dios y los hombres. El estilo del Siervo, sencillo y discreto, ajeno al conflicto y al clamor, atento a valorar toda posibilidad de vida, ha sido plenamente realizado por Jesús, que se acaba de declarar «sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29) y pide que se guarde silencio sobre su obrar (cf. Mt 12,16).

Una vez más, el evangelista Mateo, comentando los acontecimientos de la vida de Jesús a la luz del Antiguo Testamento, recuerda que éste representa el cumplimiento de la revelación veterotestamentaria; ayuda a interpretar el acontecimiento-Jesús y a comprender su significado; presenta en Jesús el modelo de obediencia a la Palabra del Padre.


MEDITATIO

Quien más tiene, más quisiera tener. Se trata de un viejo dicho acuñado por la constatación de lo insaciable que se muestra el instinto de posesión. Es de una trágica actualidad el imperio de la ley de la prepotencia de los que son más fuertes desde el punto de vista económico. Los estragos que la codicia de unos pocos realiza a expensas de muchos se perpetran cada día, en todos los puntos del globo. El dinero se muestra como un arma aún más letal que los mecanismos explosivos, cuando se usa exclusivamente en provecho nuestro. Hiere al hombre en su existencia física, aunque también en la psíquica y espiritual. Por dinero la gente está dispuesta a todo, y pisotea afectos y valores éticos. Y es que el dinero, si se convierte en el fin de la vida, no admite rivales. Quien le dedica su misma persona no puede conocer ningún tú, sólo el yo. Por eso dijo Jesús que o escogemos a Dios o escogemos la lógica del dinero, no hay posibilidad de compromiso. Jesús, como vemos, se decidió por el primer miembro de la alternativa y está en relación constante con el del Padre y con el de los hermanos. Lo demuestra mostrando su preferencia sólo por los abandonados, a los que socorre con una atención especial. Sin estrépito ni clamores en la plaza, sin campañas publicitarias ni sofisticados medios de persuasión; más aún, con tono distendido, aunque seguro, y con palabras verdaderas y coherentes, se va difundiendo el anuncio evangélico del amor de Dios gracias a cualquiera que renuncie a la lógica del atropello, por poco o muy explícita que sea. La esperanza abre en quien la acoge unos horizontes luminosos.


ORATIO

Oh Dios, que has otorgado privilegio a los medios humildes, perdóname cuando sonrío de manera irónica a quien intenta seguirte en tu misma opción y cuando, por mi parte, no desdeño la violencia. Oh Dios, que te hiciste pobre, perdóname cuando pienso y digo que, de todos modos, es preciso arreglárselas y cualquier medio es bueno. Oh Dios, que te has inclinado sobre todo germen de vida y le has dado valor, perdóname cuando, sin remordimiento, pisoteo los derechos de mi hermano, de quien sé que no he de temer reacciones de venganza. Oh Dios, que te has mostrado atento a todos, perdóname cuando busco sólo lo que me conviene, sin preocuparme de los otros.


CONTEMPLATIO

Dice el avaro: «¿A quién hago mal reteniendo los bienes que me pertenecen?».

Mas ¿qué bienes son los que te pertenecen? ¿De dónde te han venido?

Te pareces a un hombre que entró en un teatro y quería impedir la entrada a los otros para gozar él solo del espectáculo al que todos tienen derecho.

Así son los ricos: acaparan los bienes de la sociedad y después sostienen que son ellos los dueños de los mismos por el simple motivo de haber sido los primeros en cogerlos.

Si cada uno retuviera únicamente lo que le sirve para las necesidades normales y dejase lo restante a los indigentes, desaparecerían la riqueza y la pobreza.

¿No saliste desnudo del vientre de tu madre? ¿No estarás de nuevo desnudo cuando vuelvas al polvo? ¿De dónde crees que te han venido estos bienes?

Quizás me respondas: «Del azar». Entonces careces de fe, porque no piensas en tu Creador, y te muestras ingrato con aquel que ha llenado tus manos de dinero.

O bien admitas que son dones de Dios. Entonces explícame por qué ha sido cautivada tanta riqueza precisamente por ti.

¿Se la debes acaso a la «injusticia» de un Dios que reparte de manera desigual los bienes de la vida? ¿Por qué eres tú rico mientras otro es pobre? En lo que a ti respecta, eres rico sólo para que con amor y desinterés administres esos bienes para los otros.

Resulta inconcebible que tú tengas el dinero bajo la campana de vidrio de una insaciable avaricia y pienses que no haces daño a nadie excluyendo de él a una multitud de desdichados.

¿Quién es el avaro? El que no se contenta con lo necesario.

¿Y quién es el ladrón? El que priva a los demás de sus bienes.

¿No eres tú un avaro? ¿No eres tú un ladrón?

Aquellos bienes, cuya administración únicamente te había sido confiada, los has cogido para ti.

A quien asalta a un hombre en el camino y le quita los vestidos le llaman salteador. Y quien no cubre la desnudez del pordiosero, siendo que podía hacerlo, no merece un nombre diferente.

Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido.

Por eso, en vez de ayudar a la gente, eres un explotador.

(Basilio de Cesarea, «Cuando el rico es un ladrón», citado en El buen uso del dinero, DDB, Bilbao 1995, pp. 57-59).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Tú eres justo, Señor» (cf. Miq 2,3).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Iglesia no es un organismo político. Ahora bien, el rechazo de una función específicamente política no puede hacer olvidar el ansia de justicia y de fraternidad el estímulo encaminado a actuar de manera concreta: no podemos invocar a Dios como Padre si no intentamos construir de modo eficaz la fraternidad en medio de los hombres.

El discurso religioso se hace inevitablemente social. Y fue precisamente esta experiencia eclesial la que puso en marcha en mí la reflexión crítica sobre la situación social que reina en el mundo y, de modo particular, en nuestro sistema democrático occidental, por lo menos tal como se ha venido realizando hasta ahora. Las enormes ciudades del Tercer Mundo, donde, en torno a una zona central de riqueza y dinamismo, crecen cinturones de miseria y de subdesarrollo, la situación de colonialismo económico (no menos grave quizás que el colonialismo político de otros tiempos) en el que son mantenidos los países en vías de desarrollo, hacen dudar de la sinceridad del interés y de la contribución que los pueblos más desarrollados desde el punto de vista industrial ofrecen a los otros pueblos. Y por encima de todo esto, las naciones de las grandes democracias que se sostienen sobre la explotación de otros pueblos son cristianas. Aparece así la paradoja de un cristianismo que parece alimentar la discriminación y la explotación de los pueblos, mientras que el anticristianismo se convierte en la bandera de las legítimas aspiraciones a la igualdad y a la participación. La realidad del mundo pobre, subdesarrollado, explotado, es una crítica viviente a la parcialidad y al egoísmo de nuestros proyectos de desarrollo y se convierte en una contestación dramática de nuestro cristianismo abstracto e individualista (L. Bettazzi, Farsi uomo. Confessioni di un vescovo, Turín 1977).