Jueves

11 a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 48,1-14

1 Entonces surgió el profeta Elías como un fuego,
su palabra quemaba como antorcha.

2 El hizo venir sobre ellos el hambre,
y en su celo los diezmó.

3 Por la Palabra del Señor cerró los cielos
e hizo también bajar fuego tres veces.

4 ¡Qué glorioso fuiste, Elías, con tus prodigios!
¿Quién pretenderá parecerse a ti?

5 Tú que arrancaste a un muerto de la muerte
y del abismo por la Palabra del Altísimo.

6 Tú que llevaste reyes a la ruina
y arrojaste de sus lechos a hombres ilustres;
7 que escuchaste censuras en el Sinaí,
decretos de venganza en el Horeb;
8
que ungiste reyes como vengadores
y profetas que te sucedieron;
9 que fuiste arrebatado en torbellino ardiente
en un carro con caballos de fuego.

10 De ti está escrito que en los castigos futuros
aplacarás la ira antes que estalle,
para reconciliar a los padres con los hijos
y restaurar las tribus de Jacob.

11 Felices los que te vieron
y murieron fieles al amor,
porque también nosotros viviremos.

12 Cuando Elías fue arrebatado en el torbellino,
Eliseo quedó lleno de su espíritu.
Durante su vida ningún príncipe le hizo temblar
y nadie fue capaz de subyugarlo.

13 Nada fue demasiado difícil para él,
e incluso muerto profetizó su cuerpo.

14 Durante su vida hizo prodigios
y, una vez muerto, fueron admirables sus obras.


El texto del Eclesiástico constituye algo así como el elogio fúnebre de los profetas Elías y Eliseo, que desarrollaron su ministerio en el reino del Norte (siglo IX a. de C.), en un momento crítico para el yahvismo. De Elías, el profeta de fuego, se recuerda el papel que desarrolló en la carestía y en la sequía, la llama encendida por tres veces en el Carmelo, la ayuda que prestó a la viuda de Sarepta, la oposición que ejerció respecto a Ajab, Ocacías (853-852) y Jorán (852-841), su frecuentación de la montaña santa (cf. 1 Re 19,9-14), la unción y el repudio del rey, la investidura de profetas y, por último, su ascensión al cielo. Una alusión al futuro papel mesiánico del profeta, como se recuerda también en Mal 3,23ss.

De Eliseo, cuyo nombre significa «Dios salva», se recuerda el papel político y taumatúrgico que desempeñó (con una alusión al prodigio póstumo del que se habla en 2 Re 13,20ss). Este último aspecto ha sido repetido en diferentes circunstancias, incluso por la liturgia: la sunamita y el doble nacimiento del hijo (2 Re 4,8-37); la multiplicación de los panes (2 Re 4,42-44); la curación de Naamán (2 Re 5).


Evangelio: Mateo 6,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 7 Y al orar, no os perdáis en palabras, como hacen los paganos, creyendo que  Dios les va a escuchar por hablar mucho. 8 No seáis como ellos, pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis. 9 Vosotros orad así:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre;
10
venga tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo;
11 danos hoy el pan que necesitamos;
12
perdónanos nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
13 no nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.

14 Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. 15 Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.


La referencia a la oración brinda a Mateo la oportunidad de insertar en este sitio la enseñanza del Padre nuestro. Todo guía espiritual y todo grupo de discípulos tenían sus propias modalidades de oración (cf. Lc 11,1). La oración del cristiano debe evitar la ostentación farisaica, pero también la «polilogía» de los paganos, ese multiplicar palabras que resuena en los oídos del Señor como un desagradable bla-bla-bla. «Si el pagano habla mucho en la oración -observa Jerónimo-, de ahí se sigue que el cristiano debe hablar poco». Juan Casiano señala que la succinta brevitas en la oración vence las distracciones.

Algunos podrían objetar que «si Dios conoce el objeto de nuestra oración, y si conoce, antes de que formulemos nuestra oración, aquello de lo que tenemos necesidad, es inútil que dirijamos nuestra palabra a quien ya lo sabe todo. A esos -apremia Jerónimo- se les puede responder de manera breve como sigue: nosotros no somos gente que cuenta, sino hombres que suplican. Una cosa es expresar nuestras necesidades a quien no las conoce, y otra pedir ayuda a quien las conoce. Allí se da la comunicación; aquí, el homenaje. Allí contamos de modo fiel nuestras desgracias; aquí, por lo míseros que somos, imploramos». En la Glosa se lee que «Dios quiere que le pidan, a fin de dar sus dones a quienes los desean, de suerte que no envilezcan».

La oración del Señor, que Agustín define como «regla de la oración» (orationis forma), contiene «una inmensidad de misterios» (inmensa continet sacramenta) (Landulfo de Sajonia). Está introducida con la doble puesta en guardia respecto a la oración farisaica (vv. 5ss) y a la pagana. Esta última estaba destinada a forzar la voluntad de la divinidad para que atendiera a las peticiones de sus devotos. Por eso era prolija y ruidosa. La oración enseñada por Jesús, más que intentar hacerElí nos oír por Dios, nos compromete a escuchar a Dios, es decir, a entrar en su plan de salvación.

El Padre nuestro puede ser leído como «el compendio de todo el Evangelio» (Tertuliano), y, en efecto, resulta fácil encontrar no pocas citas en el texto sagrado donde se confirma que, antes de darla a los discípulos, fue la oración del mismo Cristo.

El Padre nuestro se presenta, antes que nada, como la fórmula de alianza en la que están recogidos todos los compromisos que el hombre está llamado a asumir (santificación del nombre, edificación del Reino y cumplimiento de la voluntad divina) y los dones que recibe (pan de vida, remisión de los pecados, liberación del maligno). En segundo lugar, los modos verbales típicos, intraducibles a las lenguas modernas, indican que los designios divinos ensalzan un cumplimiento absoluto e incondicional, aunque su traducción a la vida real de los hombres a lo largo de la historia puede sufrir desmentidos y retrasos.
 

MEDITATIO

Dado que el Padre nuestro es la regla de la oración cristiana, estudiaré las posibilidades de profundizar en las modalidades con las que «recitarlo»; mejor aún, «vivirlo». En primer lugar, pensando en la triple señal de la cruz que hago sobre la frente, sobre los labios y sobre el pecho antes de la proclamación del Evangelio, intentaré activar la mente y el corazón con la boca, a fin de que las palabras del Señor puedan morar en mí. Si ninguna de ellas debe caer en el vacío, sino que todas han de cumplirse, eso vale en especial para el Padre nuestro.

Eso reviste un carácter sacramental, en la medida en que me hace hijo de Dios y constituye la renovación cotidiana de la alianza, con los compromisos que incluye (primera parte del Padre nuestro) y los beneficios que otorga (segunda parte). Así pues, tomando conciencia de que me estoy dirigiendo al Padre, me identifico con la mente y con los sentimientos de Cristo y acojo el «grito» del Espíritu de adopción. Al pronunciar las palabras «con una atención total» (Simone Weil), me detendré en cada frase hasta que «encuentre significados, comparaciones [con otros textos evangélicos], gustos y consuelos» (Ignacio de Loyola).


ORATIO

«Padre nuestro», excelso en la creación, suave en el amor, rico en la herencia, tú habitas «en el cielo» y eres espejo de eternidad, corona de júbilo, tesoro de felicidad. «Santificado sea tu nombre», de suerte que se vuelva miel en la boca, melodía en el oído, devoción en el corazón. «Venga a nosotros tu Reino», alegre sin contrariedad, tranquilo sin turbación, seguro sin pérdidas. «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», de suerte que rechacemos lo que tú abominas, que amemos lo que tú amas, de modo que cumplamos lo que te es grato. «Danos hoy nuestro pan de cada día», el pan de la doctrina, de la penitencia, de la virtud. «Perdona nuestras deudas», contraídas contigo, con el prójimo y con nosotros mismos. «Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores», que nos han ofendido con palabras o en nuestra persona o en las cosas. «No nos dejes caer en la tentación» que procede del mundo, de la carne y del demonio. «Y líbranos del mal» presente, pasado y futuro. Amén (Landulfo de Sajonia).


CONTEMPLATIO

Porque quien da a Dios el nombre de Padre, por ese solo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta por hijo, que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes [...]. Y con este solo golElí pe, mata el Señor el odio, reprime la soberbia, destierra la envidia, trae la caridad, madre de todos los bienes; elimina la desigualdad de las cosas humanas y nos muestra que el mismo honor merece el emperador que el mendigo, comoquiera que, en las cosas más grandes y necesarias, todos somos iguales (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 19,4 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
 

ACTIO

Como Palabra para repetir y vivir hoy con frecuencia, elíjase alguna de las invocaciones del Padre nuestro, la que produzca en nosotros una resonancia interior más intensa.
 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La primera parte del Padre nuestro va, de una manera atrevida, del tú al Dios que se ha revelado como amor. Se trata de una oración de agradecimiento llena de júbilo por el hecho de que podamos llamar, amar y alabar de manera confiada al Santísimo como Nuestro Padre y como nuestro tú. Expresa el compromiso de verificar nuestras aspiraciones y nuestras acciones, a fin de ver si y hasta qué punto se toman en serio y honran el nombre del Padre y nuestra vocación de hijos a hijas suyos. Y, no por último, nos pone sobre todo frente a nuestra misión de promover, para honor del único Dios y Padre, la paz y la solidaridad salvífica entre todos los hombres [...].

Recitar el Padre nuestro significa preguntarse por la seriedad con la que tomamos, intentamos comprender y confesamos con actos concretos el plan salvífico de Dios. Un rasgo fundamental e imprescindible del compromiso que hemos asumido en virtud del Espíritu Santo y con la mirada puesta en el Hijo predilecto es el de amar a Dios en todo y por encima de todo y cumplir su voluntad santa y amorosa.

La segunda parte del Padre nuestro habla del amor al prójimo en unión con Jesús. Se trata del «Nosotros», de vivir de manera radical la solidaridad salvífica de Jesús con todos los hombres y en todos los campos de la vida. La conciencia adquirida de que la recitación del Padre nuestro nos introduce, de manera semejante al bautismo de Jesús en el Jordán, en la vida trinitaria de Dios, así como nuestra opción fundamental en favor de la solidaridad salvífica en todos los campos, nos ayudarán, sin la menor duda, a conferir un perfil cada vez más claro y convincente a nuestro programa de vida (B. Häring, II Padre nostro. Lode, preghiera, programma di vita, Brescia 1995, pp. 16ss [edición española: El padrenuestro, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1996]).