Lunes

9a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Pedro 1,1-7

1 Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a cuantos por la fuerza salvadora de nuestro Dios y Salvador Jesucristo han obtenido una fe de tanto valor como la nuestra. 2 Que la gracia y la paz abunden en vosotros por el conocimiento de Dios y de Jesús, Señor nuestro.

3 Dios, con su poder y mediante el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y potencia, nos ha otorgado todo lo necesario para la vida y la religión. 4 Y también nos ha otorgado valiosas y sublimes promesas, para que, evitando la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo, os hagáis partícipes de la naturaleza divina. 5 Por eso mismo, poned todo vuestro empeño en unir a vuestra fe una vida honrada; a la vida honrada, el conocimiento; 6 al conocimiento, el dominio de sí mismo; al dominio de sí mismo, la paciencia; a la paciencia, la religiosidad sincera; 7 a la religiosidad sincera, el aprecio fraterno, y al aprecio fraterno, el amor.


La segunda Carta de Pedro refleja una situación crítica por la que pasó la Iglesia de los primeros decenios del siglo II, tensa entre la exigencia de profundización (también intelectual) en el mensaje cristiano, al amparo de falsos maestros y falsas doctrinas, y el replanteamiento de la doctrina tradicional sobre el retorno de Cristo, en una confrontación valiente con la historia.

El fragmento de hoy subraya, sobre todo, el primer aspecto. Es la comunidad la que habla a todos los creyentes en Cristo, «a cuantos por la fuerza salvadora de nuestro Dios y Salvador Jesucristo han obtenido una fe de tanto valor como la nuestra» (v. 1), y, por consiguiente, también la gracia y la paz junto con las «valiosas y sublimes promesas» (v. 4), que ahora -en Cristo resucitado- hacen a los creyentes «partícipes de la naturaleza divina» (v. 4). El cristiano es alguien que toma conciencia del don recibido con una inteligencia agradecida o un «conocimiento» pleno y agradecido (el término «conocimiento» aparece tres veces en estos pocos versículos), puesto que se siente amado por Dios con un amor de predilección y decide ser coherente con la gracia que actúa en él, una gracia más fuerte que «la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo» (v. 4).

El pasaje presenta también las etapas intermedias y finales de este recorrido que conduce de la fe a la «vida honrada», como actitud constante que proporciona ánimo en las dificultades; desde la vida honrada al «conocimiento», como apertura de la mente al esplendor de la verdad; del conocimiento al «dominio de sí mismo», fruto de la participación en la vitalidad del Resucitado; del dominio de sí mismo a la «paciencia», que no es simple resignación, sino fuerza en las pruebas y resistencia a las oposiciones externas; de la paciencia a la «religiosidad sincera», es decir, a la relación con Dios, verdadero centro y corazón de la vida del creyente; de la religiosidad sincera al «aprecio fraterno», fruto natural de la intimidad afectiva con Dios, y de este aprecio a la «caridad», al agapé, al amor pleno e iluminado, síntesis y punto de llegada de todo camino creyente.


Evangelio: Marcos 12,1-12

En aquel tiempo, Jesús les contó esta parábola:

—Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y edificó una torre. Después la arrendó a unos labradores y se ausentó. 2 A su debido tiempo envió un siervo a los labradores para que le dieran la parte correspondiente de los frutos de la viña. 3 Pero ellos le agarraron, le golpearon y le despidieron con las manos vacías. 4 Volvió a enviarles otro siervo. A éste lo descalabraron y lo ultrajaron. 5 Todavía les envió otro, y lo mataron. Y otros muchos, a Ios que golpearon o mataron. 6 Finalmente, cuando ya sólo le quedaba su hijo querido, se lo envió, pensando: «A mi hijo lo respetarán». 7 Pero aquellos labradores se dijeron: «Este es el heredero. Matémoslo y será nuestra la herencia». 8 Y echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

9 ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los labradores y dará la viña a otros.

10 ¿No habéis leído este texto de la Escritura:

La piedra que rechazaron
los constructores
se ha convertido en piedra angular;
11 esto es obra del Señor,
y es admirable ante nuestros ojos?

12 Sus adversarios estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que Jesús había dicho la parábola por ellos. Sin embargo, le dejaron y se marcharon, porque tenían miedo de la gente.


El sentido de esta parábola hemos de leerlo sobre un determinado fondo literario (el «Canto de la viña» de Is 5) e histórico (el rechazo de la salvación por parte de Israel, que mata a los profetas). También hemos de identificar a los personajes a partir del mismo doble esquema de referencia: el dueño-constructor es Dios; la viña y la torre simbolizan a Israel; los labradores representan a los jefes de los judíos a los que se quitará la viña; los siervos son los numerosos profetas y hombres de Dios enviados a lo largo de la historia del pueblo elegido; el hijo muerto, rechazado y convertido después en piedra angular, es Jesús.

La parábola une, por consiguiente, los dos extremos: el amor de Dios Padre, que llega a enviar a su Hijo, y el rechazo de los jefes de Israel, que llegan a matarlo. Su finalidad es contar no sólo el pasado, sino también la historia futura: la próxima (la muerte de Jesús) y la que continúa en el tiempo y en las opciones de cada hombre ante aquel a quien el Padre ha constituido como piedra angular, resucitándolo de la muerte.

En torno a su persona y al misterio de su muerte y resurrección es donde se decide para cada hombre la acogida o el rechazo de la salvación. Y ello sin derecho alguno de primogenitura ni de elección preferente, sino jugando hasta el final con nuestra propia libertad y responsabilidad, hasta escoger identificarnos con este mismo misterio. Dios, en su juicio, premiará el valor de esta libertad.


MEDITATIO

Vivimos porque una Voluntad buena nos ha preferido a lo no existencia. Llegamos a ser creyentes porque Dios, la suma Benevolencia, junto con la vida, nos ha dado la fe. Estamos salvados en la medida en que sepamos reconocer y aceptar, cada día de nuestra vida, la propuesta de salvación que nos llega a través de tantas -y con frecuencia inéditas- mediaciones humanas. «Todo es gracia», hasta la prueba y el martirio, aunque es preciso que aprendamos a «reconocer» el don que viene de lo alto tal como se presenta cada día a cada uno de nosotros, «disfrazado» de mil formas y semejanzas terrenas, también en el acontecimiento inesperado -y tal vez inoportuno- de la siempre misteriosa mediación de lo divino. No nos corresponde a nosotros, en efecto, dar turno a Dios, sino que es el Eterno el que viene a nuestro encuentro según los modos y tiempos, personas y circunstancias, que él mismo decide, tanto en el prójimo antipático como en el pobre exigente, tanto en la vida como en la muerte.

No hay aquí nada de automático o de mágico; se trata de un camino que nos conduce cada día desde la fe, que sabe reconocer en cualquier parte una ocasión de salvación, a la paciencia, que se deja probar tanto en las cosas pequeñas como en las grandes; desde la intimidad cordial con Dios a la caridad, que es capaz de amar a cada persona como don del Padre. Así pues, en verdad, «todo es gracia». La vida se transforma, construida sobre la piedra angular escogida por el Padre, y la muerte celebra el encuentro con Aquél a quien habíamos esperado y a quien no siempre habíamos sido capaces de reconocer.
 

ORATIO

Dios, Padre nuestro, tu amor por nosotros es grande y eterno. Desde que el hombre existe, no haces más que buscarlo, porque quieres que conozca tu amor por él. Y aun cuando el hombre te volvió la espalda, enviaste a tu Hijo, revelación perfecta de tu corazón. Perdóname, Padre, porque quién sabe cuántas veces habrá pasado junto a mí Aquél a quien Tú has enviado sin que yo me diera cuenta. Los viñadores de la parábola evangélica mataron al hijo del dueño; quizás yo haya hecho aún peor, porque no le he prestado ninguna atención, porque le he considerado insignificante, superfluo, o lo he convertido en tal en aquellos en quienes no he sabido reconocer como signo de tu presencia y del amor que no se da por vencido. Ahora comprendo que esta parábola la contaste por mí; haz que no sea en contra de mí.

Abre los ojos de mi corazón y de mi mente. Acaba con mi presunción y... oblígame a no dejar que te vayas, como hicieron después, por miedo, los jefes de los judíos, y a no dejarte pasar en vano por mi vida, sino a ser capaz de reconocerte como el Emmanuel, como Aquel que se hace carne cada día en mi vida, como la vid fecunda que ha plantado el Padre en mi viña. Para que dé fruto en ella, hasta la muerte...
 

CONTEMPLATIO

Me he propuesto demostraros que Dios nos «cultiva», y nos «cultiva» como un campo a fin de hacernos mejores. Es el Señor quien dice en el evangelio: «Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos» (Jn 15,5). «Mi Padre es el viñador» (Jn 15,1). ¿Qué hace un agricultor? Os lo pregunto a vosotros, que sois agricultores: ¿qué hace un labrador? Me parece que cultiva el campo. Por consiguiente, si el Padre es agricultor, posee un campo y cultiva su propio campo y espera obtener frutos del mismo [...].

En consecuencia, dado que Dios nos cultiva, nos hace mejores, puesto que también el agricultor mejora el campo al cultivarlo y busca en nosotros mismos el fruto a fin de que nosotros lo cultivemos. Su obra de agricultor respecto a nosotros consiste en el hecho de que no cesa de extirpar con su Palabra los gérmenes malos de nuestro corazón, de abrirlo, por así decir, con el arado de su Palabra, de plantar en él los signos de los preceptos y esperar el fruto de la vida de fe. Cuando hayamos recibido en nuestro corazón esa acción de Dios que nos cultiva de manera que le tributemos el culto justo, no nos mostraremos desagradecidos con nuestro agricultor, sino que le ofreceremos el fruto con el que estará contento. Sin embargo, nuestro fruto no le hará más rico, sino que nos hará a nosotros más felices (Agustín, Sermón 87, 2,3; 1,1, passim).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Dios, con su poder y mediante el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y potencia, nos ha otorgado todo lo necesario para la vida y la religión» (2 Pe 1,3).


PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL

La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos en favor de la gracia cara.

La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar; es el perdón malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado; es la gracia como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la cogen unas manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio, que no cuesta nada. Porque se dice que, según la naturaleza misma de la gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos Ios tiempos. Gracias a que esta factura ya ha sido pagada, podemos tenerlo todo gratis. Los gastos cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata?

La gracia barata es la gracia como doctrina, como principio, como sistema; es el perdón de los pecados considerado como una verdad universal; es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. Quien la afirma posee ya el perdón de sus pecados. La Iglesia de esta doctrina de la gracia participa ya de esta gracia por su misma doctrina. En esta Iglesia, el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse. Por esto, la gracia barata es la negación de la Palabra viva de Dios, es la negación de la encarnación del Verbo de Dios (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, p. 15).