Sábado

8ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Judas 17.20-25

17 Pero vosotros, amados míos, acordaos de lo que os predijeron los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. 20 Edificad vuestra vida sobre la santidad de vuestra fe. Orád movidos por el Espíritu Santo 21 y conservaos en el amor de Dios aguardando que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os lleve a la vida eterna.

22 Tened compasión de los que vacilan; 23 a unos, salvadlos arrancándolos del fuego; a otros, compadecedlos, aunque con cautela, aborreciendo incluso el vestido contaminado por su cuerpo.

24 Al que tiene poder para manteneros sin pecado y presentaros alegres e intachables ante su gloria; 25 al Dios único que es nuestro Salvador, la gloria, la majestad, la soberanía y el poder, por medio de nuestro Señor Jesucristo, desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos. Amén.


Judas, el autor de este breve escrito recibido en el canon de las Escrituras por la mayor parte de las Iglesias y cuya conclusión vamos a meditar, se presenta como «siervo de Jesucristo, hermano de Santiago» (v 1). Desea la misericordia y la paz abundante «a los elegidos que viven en el amor de Dios Padre y han sido preservados por Jesucristo» (vv. lss). Su pretensión fundamental es salvaguardar la integridad y la belleza de «la fe que fue transmitida a los creyentes de una vez por todas» (v 3), para exhortarles a recordar «las cosas que fueron predichas por los apóstoles de Jesucristo» y a construir sobre ellas su propio edificio espiritual (vv. 17-20).

La perla preciosa de esta tradición es la exhortación sobre los dos polos de la vida recta: la santidad de la vida y la solicitud por las personas cuya fe está en peligro. La santidad va creciendo en la relación con las personas divinas, una relación cultivada con comportamientos específicos: la oración y la docilidad al Espíritu Santo, el amor a Dios Padre, la esperanza en la misericordia de Jesús para la vida eterna. Diferente es la actitud con los que se encuentran más o menos directamente en dificultades de fe. La petición de compadecer a las personas vacilantes, de comportarse con misericordia y firmeza con los que corren el riesgo de ser arrollados por el error, se empareja con la del rigor para no caer en compromisos con los que se muestran obstinados en su terquedad.

El autor, en una solemne doxología de matriz litúrgica (vv. 24ss), alaba a Dios, único Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, y concluye con esta afligida exhortación a la perseverancia: sólo Dios tiene el poder de preservamos de las caídas y de hacernos comparecer ante su gloria sin defectos y llenos de alegría. A él, en Jesucristo nuestro Señor, gloria, majestad, soberanía y poder desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos.

Evangelio: Marcos 11,27-33

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos 27 llegaron de nuevo a Jerusalén y, mientras Jesús paseaba por el templo, se le acercaron los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los ancianos 28 y le dijeron:

29 Jesús les respondió:

31 Ellos discurrían entre sí y comentaban:

Tenían miedo a la gente, porque todos consideraban a Juan como profeta. 33 Así que respondieron a Jesús:


La misericordia que había inspirado la actitud de Jesús respecto a Bartimeo muestra otro rostro frente a personas que, aunque están en conflicto entre ellas, se encuentran unidas por la arrogancia, por la animosidad contra Jesús. Esta actitud las conduce a interpelarle bruscamente y a manifestar dudas en tomo a su autoridad. Jesús pone en práctica una sagacidad que podría provocar su arrepentimiento o, por lo menos, inducirlas a reconocer que no buscan la verdad, sino sólo desembarazarse de él, poniéndolo en una situación incómoda.

La autoridad de Jesús se encuentra en la misma línea que la de Juan el Bautista y, aunque la trasciende, es tal que, si se reconoce esta última, sería menos grave la resistencia al Nazareno. Renegar de Jesús es traicionar asimismo al Bautista e ignorar la confianza del pueblo, para el que Juan era un verdadero profeta. El pueblo está más dispuesto a admitir la intervención de Dios en la historia humana y desenmascara también las resistencias de los poderosos. Éstos, para imponerse, deben recurrir a embustes y falsedades de todo tipo. El seguimiento de Jesús no es un acontecimiento emotivo, no madura en cada situación. Jesús nos invita a enriquecernos con su presencia, pero no se muestra connivente con los despotismos hipócritas.


MEDITATIO

En estos últimos tiempos se habla con bastante frecuencia del «silencio de Dios». Algunos piensan que se trata de algo tan escandaloso que autoriza nuestro silencio sobre él. En realidad, más que de silencio, tal vez se trate de preguntas no recibidas, de respuestas no dadas, de insolencias no pagadas de nuevo con la misma moneda, como en el caso del evangelio de hoy. En temas de autoridad, quienes se niegan a reconocer una que es auténtica se ponen en condiciones de no aceptar ninguna: los que, puestos para reconocer los signos de los tiempos y la presencia del Señor, omiten advertirlos porque se resisten a seguirlos, se incapacitan para percibir la verdad que se anuncia.

Dios calla cuando somos nosotros quienes debemos hablar. Nos induce a desistir en la resistencia que oponemos a su Palabra. El apóstol Judas declara que quien impugna la verdad conocida, quien busca pretextos para contrarrestar la verdad a fin de impedirle iluminar nuestro mundo de tinieblas, no sigue a Jesús, luz verdadera.

En nuestros días se ven cada vez con mayor frecuencia situaciones en las que unos someten a Dios a juicio y otros se autoproclaman autorizados a defenderlo, olvidando que es él quien nos defiende a nosotros, no nosotros a él. No podemos tener actitudes selectivas respecto al Señor y a su Palabra, no podemos escoger lo que nos acomoda y desatender lo que no está de acuerdo con nuestros puntos de vista o, peor aún, impugnar la verdad antes de conocerla.

La pedagogía de Dios, apacible y misericordiosa frente a la debilidad de la criatura, se muestra dura con las actitudes hipócritas e insolentes.


ORATIO

No mires, Señor, nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia. Concédenos construir nuestro edificio espiritual sobre el fundamento de la fe y de los apóstoles. Perdónanos cuando nos mostramos vacilantes. Pon en nuestro camino personas compasivas, que no se muestren conniventes con nuestros errores y se hagan cargo de nuestra miseria. Hoy como ayer, son muchas las veces que también nosotros nos atrevemos a preguntar con qué autoridad interviene la Iglesia a través de su magisterio en uno u otro aspecto de la vida cotidiana. A veces, el recuerdo de situaciones pasadas no del todo claras ni sencillas nos hace mostrarnos audaces a la hora de inferir, de presumir respuestas y de rechazar, insatisfechos, las que se han dado.

Concédenos tu Espíritu de consejo para discernir las situaciones y ver cuándo está bien erigirse en voz de las personas que no la tienen y cuándo, en cambio, nuestra recriminación es fruto de la impiedad y de la dureza de corazón. Existe una connivencia deletérea que vincula el rechazo del ejercicio de la autoridad con la resistencia a ejercerla. Y, de este modo, tu pueblo o bien se ve sometido al arbitrio de personas que usurpan el poder, ejercido con poderosos medios de comunicación, o bien se ve frustrado en la espera de tu Palabra, que no llega a ellos por desidia o por incompetencia y manipulación. Envía a tu cuervo que alimente el hambre de tus fieles. Dales la fuerza de Elías para que, confiados en tu Nombre, se conviertan en misioneros misericordiosos de tu Verdad.


CONTEMPLATIO

Porque, en la Iglesia, los miembros se preocupan unos por otros; y si padece uno de ellos, se compadecen todos los demás, y si uno de ellos se ve glorificado, todos los otros se congratulan. La Iglesia, en verdad, escucha y guarda estas palabras: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros». No como se aman quienes viven en la corrupción de la carne, ni como se aman los hombres simplemente porque son hombres, sino como se quieren todos los que se tienen por dioses e hijos del Altísimo y llegan a ser hermanos de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor con que él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin que les satisfaga, donde su anhelo de bienes encuentre su saciedad. Porque no dejará ningún anhelo por saciar cuando Dios lo sea todo en todos.

Este amor nos lo otorga el mismo que dijo: «Como yo os he amado, amaos también entre vosotros». Pues para esto nos amó precisamente, para que nos amemos los unos a los otros; y con su amor hizo posible que nos ligáramos estrechamente y, como miembros unidos por tan dulce vínculo, formemos el cuerpo de tan espléndida cabeza (Agustín de Hipona, Tratados sobre el evangelio de san Juan, 65, 1-3; en CCL 36, 490-492; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 672-673).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Jesús vino para servir y dar la vida por muchos».


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tú que estás por encima de nosotros,
Tú que eres uno de nosotros,
Tú que estás también en nosotros,
ojalá puedan verte todos también en mí,
ojalá pueda preparar yo el camino hacia ti,
ojalá pueda yo dar gracias por todo lo que me tocará entonces.

Ojalá no me olvide de las necesidades ajenas.
Mantenme en tu amor,
así como quieres que todos moren en el mío.
Ojalá todo lo que hay en mi ser
pueda ser dirigido a tu gloria
y ojalá no me desespere yo nunca.
Porque estoy en tu mano,
y en ti toda fuerza es bondad.

Dame unos sentidos puros, para verte;
dame unos sentidos humildes, para oírte;
dame unos sentidos de amor, para servirte;
dame unos sentidos de fe, para morar en ti.

(D. Hammarskjöld, La lineo della vita, Milán 1967, p. 70 [edición española: Marcas en el camino, Editorial Seix Barral, Barcelona 1965]).