Jueves

7a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Santiago 5,1-6

1 Y vosotros los ricos gemid y llorad ante las desgracias que se os avecinan. 2 Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos son pasto de la polilla. 3 Vuestro oro y vuestra plata están oxidados y este óxido será un testimonio contra vosotros y corroerá vuestras carnes como fuego. ¿Para qué amontonar riquezas si estamos en los últimos días? 4 Mirad, el jornal de los obreros que segaron vuestros campos y ha sido retenido por vosotros está clamando y los gritos de los segadores están llegando a oídos del Señor todopoderoso. 5 En la tierra habéis vivido lujosamente, os habéis entregado al placer, y con ello habéis engordado para el día de la matanza. 6 Habéis condenado, habéis asesinado al inocente, y ya no os ofrece resistencia.


Santiago retorna en este pasaje las invectivas proféticas comunes a toda la predicación bíblica (cf. Is 5,8-10; Jr 5,26-30; Am 8,4-8) para dirigir una severa advertencia a la sociedad en la que vive, una sociedad donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres se ven cada vez más defraudados.

El apóstol retorna, de modo más explícito y con tonos más duros, lo que ha indicado ya antes (Sant 2,6ss) sobre el tema pobres-ricos: invita al rico a lamentarse con verbos que expresan sollozos ruidosos, gemidos semejantes a los de las bestias heridas (v 1). El motivo de este llanto violento y lacerante es la mísera situación del rico, cuyos bienes amasados se están pudriendo, sus vestidos son pasto de las polillas, su oro y su plata se oxidan (vv. 2-3a). Ahora bien, la verdadera amenaza no consiste tanto en haber puesto su seguridad en lo que se deteriora como en el juicio de Dios que aguarda a todos (v 3b). Este pensamiento vuelve a aparecer en los versículos posteriores: la injusticia de la que son objeto los obreros defraudados grita y llega a los oídos del Señor (v 4); su frívola conducta les hace semejantes a los animales que acumulan el alimento sólo con vistas a la matanza (v. 5).

En la nota conclusiva del justo (v 6), Santiago ha querido relacionar la figura del oprimido, privado injustamente de sus derechos, con la figura bíblica del pobre de YHWH, que, a pesar de ser maltratado, no opone resistencia al mal (cf. Is 50,5; se reconocen sus rasgos: indigencia, debilidad, confianza en el Señor). Este es el pobre a quien ama Dios, del que no aparta su mirada y hacia el cual están siempre atentos sus oídos.


Evangelio: Marcos 9,41-50

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 41Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua en mi nombre porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. 42 Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. 43 Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. 45 Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. 47 Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, 48 donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue. 49 Todos van a ser salados con fuego. 50 Buena es la sal. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué le daréis sabor? Tened sal entre vosotros y convivid en paz.


Después del segundo anuncio de la pasión y de la resurrección, llega Jesús a Cafarnaún con sus discípulos (cf. Mc 9,30-33). Marcos inserta en este punto de su evangelio una serie de loghia aparentemente inconexos entre sí, aunque en realidad se reclaman recíprocamente a través de las palabras-clave. La expresión «en mi nombre» (v. 41), que figura al comienzo del fragmento de hoy, estaba ya anunciada en el v. 37; la expresión «ser ocasión de pecado» o «escándalo» (v. 42) anticipa toda la sección que viene después (vv. 43-48); la sentencia conclusiva de la «sal» (v. 50) recuerda el versículo precedente. Todos estos dichos forman una colección de instrucciones dadas a los discípulos para caminar en el seguimiento de su Maestro.

En la perícopa litúrgica, Jesús afronta diferentes temáticas. Empieza con la de la acogida: gestos pequeños y sencillos (cf. Mt 25,40) realizados en su nombre; es él, en efecto, quien llena de significado las acciones humanas, confiriéndoles un valor de eternidad (v 41).

Prosigue con la cuestión del escándalo: quien pone un obstáculo a aquellos que todavía son débiles en la fe, merece un castigo severo e infamante (v. 42). En los vv. 43-47 asume Marcos un lenguaje paradójico, típico, por el radicalismo y por la dureza del juicio, de la mentalidad semítica. Sirve para indicar que -si es necesario- es mejor sacrificar ciertos órganos vitales que adherirse al pecado e incurrir en la condena eterna simbolizada por la Gehena. Para confirmar todo esto (v 48) aparece la cita bíblica tomada del profeta Isaías (Is 66,24).

El tema del sacrificio de nosotros mismos a fin de preservarnos y purificarnos del pecado aparece también en los vv. 49ss con las imágenes de la sal y del fuego. La sabiduría de Cristo que debe buscar el discípulo para dar sabor a todas sus acciones, el fuego del amor con el que debe abrasarse para poner su propia existencia al servicio de la comunión, pasan por el camino de la paradoja cristiana: perder para encontrar (cf. Mc 8,35).


MEDITATIO

Los profetas, apoyados en la Palabra que les ha sido anunciada, tienen el valor de hacer resonar la voz de Dios en la historia. Son ellos quienes nos incitan, nos liberan de la indiferencia en el que caemos a menudo o en la que nos refugiamos. Su voz nos vuelve a llamar y nos hacen levantarnos de las cómodas poltronas de nuestro egoísmo para ponernos en movimiento. Todos los tiempos tienen necesidad de profetas que levanten la antorcha de la esperanza en medio de la oscuridad de la noche que nos rodea, que denuncien las injusticias, que ayuden a los pobres a levantar su grito hacia el cielo.

Nosotros somos los primeros que necesitamos ser importunados, despertados de nuestro entorpecimiento, para mirar, no ya con nuestros ojos, sino con los de Dios.

Los desafíos que marcan toda una época, como en la nuestra supone la globalización para los creyentes, están a la vista de todos: individuos y naciones. También el apóstol Santiago ve desigualdades entre ricos y pobres y se da cuenta del pecado de los primeros y de la grandeza de los otros. Gracias a la perspectiva divina conseguimos vislumbrar lo que permanece invisible a la lógica humana.

Dios nos entrega su Palabra en su Hijo hecho carne y nos llama a ser profetas en nuestro tiempo. Dejémonos abrasar por esta Palabra para que nuestros gestos, hasta los más pequeños, sencillos y aparentemente insignificantes, sean realizados en su nombre, dejen su sello. Sólo de este modo dejaremos de ser los falsos profetas que escandalizan a los débiles, que ponen obstáculos en el camino de la Verdad. El Señor es el principio y el fin de nuestro vivir, es la verdadera riqueza de la existencia humana: decidámonos por él. Volvámonos a él para encontrar de nuevo la dimensión justa de las cosas, para liberarnos de nosotros mismos y de nuestros protagonismos, para tener el valor de ser coherentes, aunque ello exija algunas «amputaciones», por dolorosas que sean.


ORATIO

Que tu Espíritu, Señor, ilumine nuestra historia, porque estamos confusos y ya no sabemos distinguir el bien del mal. El pecado se ha acumulado en nosotros y se ha convertido en nuestra riqueza, en el tesoro amontonado en las arcas de nuestro corazón. Que tu Espíritu, Señor, vuelva a arder en nosotros y vuelva a llevarnos a lo esencial; que nos dé unos ojos limpios, capaces de mirar lo creado y a las criaturas; que nos dé unas manos abiertas para acoger a los hermanos y compartir con ellos nuestro bienestar; que nos dé unos pies seguros para recorrer los caminos de la esperanza.

Entonces también nosotros seremos tus profetas, los anunciadores de la vida nueva que lleva la marca de la sabiduría de tu Hijo.


CONTEMPLATIO

Poseéis bienes que os garantizan la prosperidad para muchos años. No os limitéis a conservarlos. Hacedlos fructificar, para vosotros y para los demás.

¿De qué modo? Depositándolos en un lugar inaccesible a los ladrones: encerrándolos en el corazón de los pobres.

He aquí vuestros cofres: los vientres de los hambrientos.

He aquí vuestros graneros: las casas de las viudas.

He aquí vuestros almacenes: las bocas de los huérfanos.

Dios os concede la prosperidad para vencer vuestra avaricia o, dicho de otro modo, para condenarla.

Por consiguiente, no tenéis justificación cuando empleáis sólo para vosotros lo que, a través de vosotros, ha querido dispensar Dios a su pueblo.

Dice el profeta Oseas: «Sembrad semillas de justicia». Echad, pues, vuestras semillas en el corazón de los pobres.

Llegados a este punto, quizás me opongáis esa objeción que se ha convertido en un lugar común: no es justo ayudar a los que están en la miseria, puesto que es voluntad de Dios que lo estén; su miseria es signo de que Dios los maldice.

De ninguna manera. Los pobres no están malditos. Es justamente lo contrario. Exclama Jesús, en efecto: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos».

No es al pobre, sino al rico, a quien Dios maldice. Y esto es tan verdad que leemos en el libro de los Proverbios: «Maldito el que acapara el grano».

Por otra parte, no os corresponde a vosotros distinguir entre los dignos y los indignos. El amor no acostumbra a juzgar los méritos, sino a proveer a las necesidades: ayuda al pobre sin mirar si es bueno o malo.

Nos enseña el salmista: «Bienaventurado el que tiene la inteligencia del pobre y del débil».

¿Quién posee esa inteligencia?

El que sufre junto al otro, el que comprende que el justo es su hermano (Ambrosio de Milán, «La viña de Nabot», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, pp. 96-97).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«¿De qué le sirve a uno ganar todo el inundo, si pierde su vida?» (Mc 8,36).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Señor, sálvame de la indiferencia, de esta anonimia de hombre adulto. Es el mal de que sufrimos sin tener conciencia de ello. [...]

Ahora que la aparición de Cristo no conmueve a nadie, no infunde reverencia o terror, ahora pueden suceder otras cosas más monstruosas, y cada uno diría: «2Ah sí? ¿Se ha aparecido el Señor?». Ahora podemos amontonar, robar, hacer violencia, y todos continuamos diciendo: «Así es el mundo, así es la vida». Ahora somos hombres sin remordimientos y sin pecados. Sin embargo, están los llantos de mi infancia por haber dicho una mentira a mi madre, el dolor por aquellos días en los que no conseguí ser bueno, el disgusto por haberme olvidado de las oraciones de la mañana y de la noche, y la turbación por un pensamiento impuro. Entonces no podía apacentar a mi rebaño en paz en tanto no le hubiera pedido perdón, Señor; no podía mirarme en el espejo de las fuentes, no conseguía mirar a la cara a los hermanos cuando comíamos en la mesa el poco y sabroso pan. Entonces el pobre, cuando venía a pedir un puñado de harina a la puerta, me hacía llorar; ahora, en cambio, decimos que también eso es una necesidad: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mt 26,11); de ahí que los soportemos hasta en las puertas de las iglesias, los domingos, cuando, por costumbre, asistimos a tu muerte. Ahora somos todos como el Epulón, con ese bajorrelieve de Lázaro en el umbral del palacio para dar relieve a nuestra distinción (D. M. Turoldo, Pregare, Sotto il Monte 1997, pp. 164 y 166ss).