Sábado

5a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 12,26-32;13,33ss

En aquellos días, 12,26 Jeroboán pensaba para sí: «Tal como están las cosas, el reino terminará por volver a la casa de David. 27 Si la gente continúa subiendo a Jerusalén a ofrecer sacrificios en el templo del Señor, acabarán poniéndose de parte de su señor Roboán, rey de Judá, y me matarán a mí para unirse a él».

28 Después de aconsejarse, construyó dos becerros de oro y dijo al pueblo:

- ¡Se acabó el subir a Jerusalén! Israel, aquí tienes a tu Dios, el que te sacó de Egipto.

29 Y puso uno en Betel y otro en Dan. 30 Esto fue ocasión continua de pecado, porque el pueblo iba en peregrinación hasta Betel y hasta Dan para adorarlos.

31 También levantó santuarios en los altozanos y nombró sacerdotes de entre la gente del pueblo que no pertenecía a la tribu de Leví. 32 Declaró fiesta el día quince del mes octavo, a imitación de la que se celebraba en Judá, y subió a ofrecer sacrificios sobre el altar de Dan. En Betel hizo lo mismo: ofreció sacrificios a los becerros que había fabricado, trajo sacerdotes para los santuarios que había edificado en los altos. 13,33 Después de esto, Jeroboán no se apartó de su mal camino.

Siguió nombrando de entre el pueblo sacerdotes para los santuarios de los altozanos. A todo el que se lo pedía lo consagraba sacerdote de los altozanos. 34 Este fue el pecado de la dinastía de Jeroboán, por el que fue destruida y borrada de la tierra.


El reino de Salomón está ahora dividido: Jeroboán guía a 1as diez tribus del norte, mientras que las tribus de Judá y Benjamín se quedan con Roboán. Al cisma político le sigue muy pronto el religioso. Su astuto inventor fue Jeroboán, que sabe muy bien el papel fundamental que desarrolla el factor religioso en la vida de Israel. Las visitas y las peregrinaciones al templo de Jerusalén habrían vuelto a llevar seguramente el corazón del pueblo -y, por consiguiente, el reino- a la casa de David, además de reforzar desde el punto de vista económico al reino del sur. Pensando así en su corazón y temiendo por su propia vida, actuó Jeroboán con un sorprendente ingenio político: reorganizó santuarios en su reino, dando nueva vida a los que ya eran estimados en la memoria del pueblo: Betel, donde Abrahán había levantado un altar al Señor -y también Jacob después del sueño de la escalera-, y Dan, ciudad-santuario desde los tiempos de los jueces.

Por otra parte, Dan y Betel, al delimitar el reino por el norte y por el sur, recogerían, respectivamente, las tribus aisladas del norte y atraerían, desviándolos, a los peregrinos que iban hacia el sur, hacia Jerusalén. Colocó en cada santuario un becerro de oro, conectando con la antigua tradición de tiempos de Moisés que atribuía al becerro la función de pedestal de la divinidad invisible, precisamente del mismo modo que el arca constituye el trono de YHWH en el templo de Jerusalén. Incitó el orgullo del pueblo escogiendo libremente a los sacerdotes al prescindir de la descendencia de Leví. Por último, previó la posible nostalgia de la «fiesta de la Chozas», que atraía al pueblo en peregrinación al templo de Salomón, e instituyó una fiesta análoga en sus santuarios.

Todo esto llevó a cabo Jeroboán por haber escuchado las razones de su corazón: un amor ciego en sí mismo, que vicia su reino desde el nacimiento, destinándolo a la destrucción.


Evangelio: Marcos 8,1-10

1 Por aquellos días se congregó de nuevo mucha gente y, como no tenían nada que comer, llamó Jesús a los discípulos y les dijo:

2 — Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen nada que comer. 3 Si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán por el camino, pues algunos han venido de lejos.

4 Sus discípulos le replicaron:

5 Jesús les preguntó:

6 Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo. Tomó luego los siete panes, dio gracias, los partió y se los iba dando a sus discípulos para que los repartieran. Ellos los repartieron a la gente. 7 Tenían además unos pocos pececillos. Jesús los bendijo y mandó que los repartieran también.

8 Comieron hasta saciarse y llenaron siete cestos con los trozos sobrantes. 9 Eran unos cuatro mil.

Jesús los despidió, 10 subió en seguida a la barca con sus discípulos y se marchó hacia la región de Dalmanuta.


En este pasaje evangélico nos refiere Marcos una segunda multiplicación de los panes. Sigue abierta la pregunta de si se trata de una segunda versión del único episodio ya narrado (Mc 6,30-44) o, bien, se trata, efectivamente, de un nuevo milagro. Con todo, es importante subrayar la particular tonalidad teológica conferida a cada una de ambas narraciones.

Aquí da la impresión de que Marcos quiere poner de manifiesto que la multiplicación de los panes, prefiguración de la eucaristía cristiana, ha tenido lugar en favor de los paganos. Lo hace suponer, entre otros elementos que aparecen en filigrana, esta anotación: «Algunos han venido de lejos». Por otra parte, la compasión que siente aquí Jesús está suscitada por la miseria fisica de esa gente que ya lleva tres días con él. Es precisamente esta íntima y entrañable coparticipación de Jesús en la incomodidad de la gente lo que provoca la multiplicación de los panes.


MEDITATIO

La lectura en paralelo de los dos textos orienta al pensamiento a detenerse en la diferente «mirada» que figura en la base del obrar de Jeroboán y de Jesús y a remontar desde aquí a su fuente: el corazón. De aquí brota esa fuerza que es el amor, motor y timón de toda acción.

Jeroboán se mira a sí mismo, teme la precariedad de su posición y orquesta toda una serie de intervenciones orientadas a inducir al pueblo, desde «detrás de los bastidores», para que siga su juego, sin preocuparse de atraerlo así a un pecado que le conducirá a la destrucción.

Una mirada de este tipo es la que está en la base de eso que llamamos «estructuras de pecado». La mirada de Jesús, en cambio, se dirige al hombre. Se posa y se une a su necesidad actual, material y espiritual. La mirada que nace de la compasión se convierte en gesto, y el gesto en don para la vida del otro. ¿No es acaso ésta la mirada que inaugura la «nueva civilización del amor», «la ciudad de Dios»?


ORATIO

Señor, Dios de piedad, compasivo, lento a la ira y lleno de amor, Dios fiel, vuélvete a mí y posa sobre tu siervo tu mirada de misericordia (cf. Sal 86,15ss). Alcanza y toca lo profundo de mi ser. Pon al desnudo los pensamientos angostos y mezquinos de mi corazón, capaz de oír y seguir sólo la voz insistente de mi yo. Quema y purifica todo residuo de esta esclavitud mía, para que habite en mí un nuevo sentir, un auténtico compadecer -el de Jesús-. Sólo tu mirada puede encender, Señor, esta vida nueva en mí para llevarme a seguir a Jesús en su ministerio de compasión.


CONTEMPLATIO

Dos amores [...] han construido dos ciudades: el amor de Dios, impulsado hasta el desprecio de uno mismo, ha construido la ciudad celeste; el amor a uno mismo, impulsado hasta despreciar a Dios, ha construido la ciudad terrena (Agustín de Hipona, La ciudad de Dios, XIV, 28).

De estos dos amores uno es puro e impuro el otro. Uno es social, el otro privado. Uno se muestra solícito en servir al bien común en vistas a la ciudad celeste, el otro está dispuesto a subordinar incluso el bien común a su propio poder en vistas a una dominación arrogante. Uno está sometido a Dios, el otro es enemigo de Dios. Tranquilo uno, turbulento el otro; pacífico uno, litigioso el otro; amistoso uno, envidioso el otro. Uno quiere para el prójimo lo que quiere para él, el otro quiere someter al otro a sí mismo. Uno gobierna al prójimo para utilidad del prójimo; el otro, por su propio interés (Agustín de Hipona, De Genesi ad litteram, XI, 15,20).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Me da lástima esta gente» (Mc 8,2).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la ciudad se cruzan cada día hombres y mujeres que, cada vez más numerosos, piden ayuda... Lo que podemos hacer... es comportarnos de tal modo que esa mujer, ese hombre, se den cuenta de que Ios veis... Un día me dijo uno de ellos: «Lo peor en esos momentos es su mirada. No distingue entre el ser humano que mendiga y el cartel que hay en la pared detrás de él»... Todo esto explota dentro de mí con la violencia de una bomba, dado que estoy herido por la herida del parado, por la herida de la muchacha de la calle... como una madre está enferma por la enfermedad de su hijo. Eso es la caridad..., estar herido por la herida del otro. Y unir también todas mis fuerzas a las fuerzas del otro para curar juntos su mal, que se ha vuelto mío (Abbé Pierre, Testamento, Casale Monf. 1994, pp. 143, 148).