Martes

8a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 35,1-12

1 Quien observa la ley multiplica las ofrendas;
quien sigue los mandamientos ofrece sacrificio de comunión.

2 Quien devuelve un favor hace una ofrenda de flor de harina,
y quien da limosna ofrece sacrificio de alabanza.

3 Apartarse del mal agrada al Señor,
huir de la injusticia es sacrificio expiatorio.

4 No te presentes ante el Señor con las manos vacías,
pues en esto consisten los mandamientos.

5 La ofrenda del justo dignifica el altar,
su suave olor se eleva hasta el Altísimo.

6 El sacrificio del justo es aceptable,
su memoria no quedará en el olvido.

7 Glorifica al Señor con generosidad
y no escatimes las primicias que ofreces.

8 Siempre que ofrezcas algo, hazlo con semblante alegre,
y paga los diezmos de buena gana.

9 Da al Altísimo según te dio él a ti,
con generosidad, según tus posibilidades.

10 Porque el Señor sabe retribuir
y te devolverá siete veces más.

11 No trates de sobornar al Señor, pues no lo aceptaría,
ni te apoyes en sacrificio injusto,
12 porque el Señor es juez
y no hace acepción de personas.


En este fragmento manifiesta el autor que es, al mismo tiempo, ritualista y moralista, o sea, que se siente apegado tanto al culto como a la ley divina en todas sus facetas. Hace concluir aquí ambas tendencias, considerando que la misma práctica de la ley es culto. Lo captamos ya desde el principio, cuando establece un repetido paralelismo entre la observancia de la ley –o una de sus manifestaciones– y un acto de culto (observancia de la ley-ofrendas; cumplimiento de los mandamientos-sacrificio de comunión; devolver un favor-flor de harina; practicar la limosna-sacrificios de alabanza; abstenerse de la injusticia-sacrificio expiatorio). Acredita un profundo conocimiento de los diferentes actos de culto con que se honraba a Dios.

Su mensaje gira en torno a dos ideas. De ellas, la primera es más teológica, y la otra más ritual. El magno principio: «La ofrenda del justo dignifica el altar... El sacrificio del justo es aceptable» (vv. 5ss), al poner en relación el compromiso o santidad de vida («justo») con la acción de la ofrenda en el templo, anticipa y satisface la exigencia de unidad-comunión de la persona que Mateo exigirá de una manera categórica: «Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mt 5,23ss).

La otra idea recuerda la generosidad que hay que mostrar en la ofrenda al Señor. El pensamiento recoge el precepto de Ex 23,15 («Nadie se presentará ante mí con las manos vacías»), enriqueciéndola con una motivación sapiencial: «Porque el Señor sabe retribuir, y te devolverá siete veces más» (v. 10). En términos populares y simplificados, es como decir que con el Señor no se lleva nunca las de perder.

 

Evangelio: Marcos 10,28-31

En aquel tiempo, 28 Pedro le dijo a Jesús:


Se ha desarrollado una situación ante los ojos de Jesús y de sus discípulos: un explosivo deseo de seguimiento ha naufragado miserablemente entre las dificultades de una riqueza que ha enredado hasta el impulso más noble. El resultado ha sido el fracaso: caídos los ideales, han quedado los trozos de la amargura. Jesús ha aprovechado la ocasión para poner en guardia contra los peligros de una riqueza que esclaviza. Este es el antecedente del pasaje que hemos leído hoy.

Pedro, como en otros casos, toma la palabra. No plantea una verdadera pregunta, pero su consideración equivale a una pregunta dirigida a Jesús. Pedro y los demás del grupo lo han dejado todo y se han adherido a la propuesta de Jesús. Se han comportado de una manera diametralmente opuesta al rico de más arriba. De una manera implícita, aflora la pregunta: si aquél se ha ido triste, en estado de quiebra, ¿qué será de nosotros? Jesús no hace esperar la respuesta clarificadora. Habla de una recompensa que se distribuye entre el hoy del tiempo («el tiempo presente») y el mañana de la eternidad («el mundo futuro»). A quienes lo han dejado todo -explicitado con siete realidades que abarcan el mundo del bienestar, de los afectos y de la profesión (casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos)- se les promete cien veces más.

No se trata de una operación simplemente matemática ni rigurosamente bancaria. Si bien el seguimiento ha traído consigo rupturas con el programa de vida que teníamos (propiedades, familia, profesión), también es verdad que no ha creado gente inadaptada o personas sin referencias. Aquí podemos ver una alusión a la vida eclesial de la primera comunidad, donde era fuerte el sentido de pertenencia y los miembros se llamaban «hermanos» entre sí. El añadido «junto con persecuciones» (v 30) recuerda que en el tiempo presente no se puede alejar la sombra de la cruz. Se goza, se obtiene, pero de un modo condicionado. El premio definitivo es «en el mundo futuro» y consiste en la «vida eterna». Esa expresión no tiene necesidad de explicaciones o de complementos. Es la vida con Dios, una vida exuberante, que no conoce ocaso.

El v 31 es una sentencia de carácter sapiencial que prevé el vuelco de la situación. Es un aviso para que nadie se considere nunca de los que ya han llegado, y a la vigilancia, porque el seguimiento es siempre un compromiso de vida.


MEDITATIO

Una lectura apresurada y superficial de los textos de hoy podría hacer surgir la idea de que nuestra relación con el Señor es semejante a la que mantenemos con un banco: depositamos una suma de dinero y, después de cierto tiempo, la retiramos con los intereses. La diferencia sería sólo cuantitativa: la tasa del interés dadopor el Señor sería extremadamente generosa: el séptuplo para la primera lectura y hasta el céntuplo para el evangelio. Obviamente, no hemos tomado el camino adecuado.

Antes que nada, hemos de señalar que es preciso construir una relación interior, profunda y global. El libro del Eclesiástico pedía la observancia de la ley, y los apóstoles se han adherido al seguimiento de Jesús: en ambos casos se trata de entrar en comunión con Alguien. Lo que más vale es la ofrenda de nuestra vida en forma de fidelidad a la voluntad divina, de generosidad en el seguimiento de su enseñanza o sugerencias. La ofrenda de cualquier don es sólo manifestación o prolongación de la ofrenda de nuestra persona. Y también a nivel personal se sitúa la recompensa. Esto se comprende mejor en el pasaje evangélico. La perspectiva final y gloriosa de la recompensa es «la vida eterna», que -dicho con otras palabras- es la visio Dei, la comunión plena y definitiva con la Trinidad. Seguir a Cristo significa entrar, con él, en él y por él, en el misterio trinitario. Este es el verdadero céntuplo. El interés bancario tiene aquí poco que ver.


ORATIO

Perdónanos, Señor, nuestra mentalidad comercial. Estamos acostumbrados a cuantificar y a «monetizar» todo. «¿Cuánto es eso en dinero?», es una frase que aparece a menudo en nuestros labios. Esta mentalidad de contables invade y contamina asimismo nuestra relación contigo. Nosotros te damos y tú nos das..., sólo que muchas veces las cuentas no salen. Comienzan nuestras crisis. Tú nos pareces lejano, insensible a nuestros problemas... Perdónanos, Señor, si te hemos reducido a un buen «supercontable», a administrador delegado del Reino de los Cielos.

Ayúdanos a calcular en términos de gracia que es gratuidad, potencia de amor, desinterés. Ayúdanos a dar y a darnos sin calcular, alegres de gastarnos para que tú seas conocido y amado. Sabemos, ciertamente, que en materia de generosidad no hay quien te gane. Si después quieres echarnos una mano para que abramos nuestra cartera, la caja fuerte de nuestro tiempo y de nuestra disponibilidad para compartir con los otros, tanto mejor. Nos sentiremos de verdad hijos de aquel Padre que es pródigo en amor con todos.

Ayúdanos a desear ese premio que eres tú mismo, presente ya hoy en nuestra vida, con la esperanza de que nosotros podamos reposar un día, definitivamente, en la tuya.


CONTEMPLATIO

¿Acaso no prometes además un premio a los que guardan tus mandamientos, más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha prometido a los que le aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al profeta Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman.

En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás quehas sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado.

Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte, son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles (Roberto Belarmino, «Sobre la elevación de la mente hacia Dios», grado 1, en Opera omnia 6, edición de 1862, 214).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Da al Altísimo según te dio él a ti, con generosidad, según tus posibilidades» (Eclo 35,9).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Iba yo paseando por el camino. Un mendigo, un viejo harapiento, me detuvo. Tenía los ojos inflamados, llenos de lágrimas, los labios de color violeta, la ropa a jirones y mostraba unas llagas repugnantes. ¡Oh, cómo había maltratado la miseria a aquel ser infeliz! Me tendió una mano roja, hinchada, sucia. Con un gesto me pidió que le socorriera. Me hurgué en todos los bolsillos. No llevaba ni el monedero, ni el reloj, ni siquiera el pañuelo, no llevaba justamente nada encima.

El mendigo seguía allí, esperando. Tendía la mano y le sacudía un leve temblor. Turbado, confuso, cogí vigorosamente aqueIla mano sucia y temblorosa: «Tenga paciencia, hermano, no llevo nada». El mendigo me miró con sus ojos inflamados; sus labios de color violeta se entreabrieron y sonrieron, y me estrechó a su vez los helados dedos. «¡No tiene importancia, hermano!», murmuró, «gracias de todos modos. También esto es una limosna». Comprendí que también yo había recibido una limosna de aquel hermano (I. Turgheniev, Le poesie in prosa, Lanciano 1923).