Miércoles

7ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 4,11-19

11 La sabiduría adoctrina a sus hijos
y se cuida de los que la buscan.

12 El que la ama, ama la vida,
se llenarán de gozo los que madrugan para buscarla.

13 El que la adquiere heredará la gloria;
vaya donde vaya, lo bendecirá el Señor.

14 Los que la sirven rinden culto al Santo,
los que la aman son amados del Señor.

15 El que la escucha juzga con equidad,
el que se aplica a ella vivirá seguro.

16 Quien confía en ella la recibirá en herencia,
sus descendientes la poseerán por siempre.

17 Porque al comienzo lo lleva por caminos sinuosos;
le infunde miedo y temblor, lo purifica con su disciplina
hasta que pueda confiar en él
y lo pone a prueba con sus exigencias.

18 Pero en seguida volverá a él por el camino recto,
lo colma de alegría y le descubre sus secretos.

19 Pero si él se desvía, lo abandona y lo entrega a su propia ruina.


El fragmento presenta a la sabiduría en forma personificada, como en otros pasajes análogos de la literatura bíblica (cf. Prov 8,12-21; 9,1-6). Desarrolla una actividad educadora indispensable, sellada así en el v 11: «La sabiduría adoctrina a sus hijos y se cuida de los que la buscan». Antes de enumerar sus intervenciones, es necesario el movimiento de búsqueda, es decir, la voluntad de encontrarla. Es como abrir la mente y el corazón al benéfico influjo de la sabiduría. Sólo después de este primer paso emprende ella su intervención, confiada en unos términos fuertemente evocadores: vida, gozo, gloria, equidad en el juicio, seguridad.

El muestrario de bienes está en la base de las aspiraciones secretas de todos los hombres. Podemos inferir que garantiza el máximo éxito en el plano humano. Sin embargo, es en el plano religioso donde manifiesta la sabiduría sus más altas potencialidades, como se dice en el v 14, una cumbre teológica: «Los que la sirven rinden culto al Santo, los que la aman son amados del Señor». La interdependencia que aparece aquí entre el Señor y la sabiduría es muy fuerte y ambas realidades acaban casi por identificarse. El lector no se sentirá sorprendido porque ha aprendido ya que la sabiduría es una cualidad de Dios, una de sus expresiones.

La sabiduría, con una fina sensibilidad psicológica, ha indicado los bienes, ha mostrado el objetivo. No se llega a la meta sin esfuerzo ni sin empeño personal. Esto aparece aún con mayor claridad a partir del v 17, donde el sujeto se ve sometido a una serie de pruebas que pretenden verificar su capacidad de fiarse de la sabiduría. En resumidas cuentas, debe dejarse guiar, «construir» de una manera progresiva por la sabiduría. Sólo entonces podrá entrar en intimidad con ella, hasta conocer sus secretos. La expresión sirve para indicar que el discípulo ha superado la fase de aprendizaje, ya no es un novicio.

El. v 19, conclusivo, queda como aviso: existe la posibilidad de fracasar, que consiste en ser abandonado por la sabiduría para seguir un destino de perdición. Leído en sentido positivo, se trata de una invitación a tomar en serio la acción pedagógica -y vital- de la sabiduría.

 

Evangelio: Marcos 9,38-40

En aquel tiempo, 38 Juan le dijo a Jesús:

-Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.

39 Jesús replicó:

-No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. 40 Pues el que no está contra nosotros está a favor de nosotros.


El fragmento de hoy es limitado en su extensión, pero ilimitado en su aplicación. Se trata de un puñado de palabras, distribuidas en tres versículos, que refieren el alarmismo de Juan y la sosegada respuesta de Jesús. Este se presenta también como un educador que señala nuevos caminos, originales, diversos de los caminos de los hombres.

Estamos en la segunda parte del evangelio de Marcos, después de la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo. Ahora Jesús se encuentra más concentrado en la formación de los Doce, aunque no se olvida de instruir a las muchedumbres. Los discípulos, haciendo valer este privilegio, pueden haber sacado conclusiones indebidas o al menos apresuradas. Juan se erige en portavoz. Está preocupado porque alguien, que no pertenecía al círculo restringido de los discípulos, realiza exorcismos «en nombre de Jesús» (es decir, con su autoridad). Se vuelve a plantear un caso conocido ya en el Antiguo Testamento (cf. Nm 11,26-29). Dos hombres que habían sido convocados para ir a la tienda del encuentro y recibir el espíritu de profecía por medio de Moisés, no asistieron de hecho. A pesar de ello, el espíritu descendió también sobre ellos y empezaron a profetizar. Esto alarmó a alguno, que se apresuró a informar a Moisés. Josué le pidió expresamente a este último que impidiera esta profecía, aparentemente no legal. La respuesta de Moisés manifiesta su amplitud de miras: «¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!».

Del mismo modo, Juan quería prohibir a uno que ejerciera de exorcista «porque no es de nuestro grupo» (v 38; literalmente, «porque no nos seguía»). Juan concebía el seguimiento como un privilegio antes que como un servicio, lo pensaba en términos de «clase» antes que en términos de universalidad. Le faltaba la «anchura de miras» suficiente para superar la estrechez de su experiencia. Le faltaba sobre todo una apertura misionera, una sensibilidad altruista, porque estaba empeñado en defender más que en difundir lo que era y lo que tenía. Jesús no le reprende, sino que le corrige amablemente usando un argumento de sentido común. Realizar un exorcismo significa poseer la fuerza de Cristo («en su nombre») para vencer a Satanás. Quien usa esa fuerza está, necesariamente, en comunión con Cristo. Por consiguiente, no puede ser enemigo («hablar mal») suyo. Así pues, que siga actuando. El v 40 refiere un dicho sapiencial: si alguien no es enemigo tuyo, es amigo tuyo. Jesús se revela así como un maestro del buen sentido, abierto a la diversidad, que no es oposición, sino expresión de un sano pluralismo.

 

MEDITATIO

Todos estamos en continua formación, cual colegiales en perenne aprendizaje en la escuela de la vida, guiados por el más sabio de los maestros; más aún, el único:«Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías» (Mt 23,10). Y en el caso de que, por profesión, estuviéramos más allá de la cátedra, no olvidemos esta actitud fundamental, recordando el movimiento que guía al sabio: Paratus sempre doceri (dispuesto siempre a aprender).

Las lecturas nos proponen dos guías excepcionales para el camino de la vida: la sabiduría y Jesús mismo. Dos guías que terminan identificándose. Hay una educación que responde a principios pedagógicos, teorizados y experimentados y, por consiguiente, propuestos. Nacen los distintos métodos o escuelas. Estemos agradecidos a los hombres y a las mujeres que se comprometen en este noble sector. Con todo, queremos recordar que, si carecemos de la sabiduría del corazón y de la capacidad de integrar en una visión armónica el dato exterior, experimental, y el interior, que afecta a las raíces secretas del ser, ningún esfuerzo tendrá gran éxito.

La sabiduría ha prometido en la primera lectura a aquellos que la buscan llevarlos a las fuentes del gozo y del verdadero éxito. Con un sano realismo ha recordado también el esfuerzo que cada uno debe poner en esta búsqueda. Es una nota interesante contra la moda imperante del «todo enseguida» y «todo con facilidad». También la experiencia cotidiana nos enseña que la meta se alcanza con empeño y fatiga: el deportista tiene que entrenarse mucho antes de alcanzar niveles satisfactorios, el estudiante tiene que estudiar mucho tiempo para aprobar los exámenes... En compensación, la sabiduría nos garantiza la realización de nuestra propia vida, y lo expresa teológicamente con esta frase: «los que la aman [a la sabiduría] son amados del Señor». La sintonía con el Señor es la máxima realización de la existencia.

El evangelio también nos habla de una actividad educativa. Jesús reconviene a Juan, que padece «miopía», su intemperancia: ve bien de cerca (sus cosas) y poco o mal de lejos (las otras). Quisiera estandarizar a todos con sus medidas. Jesús le abre de par en par las ventanas del corazón para que acoja otra posibilidad, para que acoja a alguien diferente, en el sentido de que no pertenece oficialmente a los seguidores de Jesús, aunque, de hecho, con su comportamiento manifiesta que está en sintonía con él. Juan y, por extensión, toda la comunidad cristiana necesitan ir más allá de las apariencias y verificar el carácter genuino del corazón de las personas más que su carnet de adscripción.


ORATIO

Padre santo, guía mis pasos por el camino del bien. Hazme encontrar maestros que enseñen con la palabra y con la vida, que estén en contacto con las fuentes genuinas de tu Palabra. El mundo rebosa de pretendidos maestros que no rara vez tienen la desfachatez de declararse o hacerse llamar maftre á penser, como si fueran nuevos Aristóteles. Son pregoneros, insustanciales capaces de alborotar, pensadores de temporada o vendedores de ideas rancias. Sin embargo, tienen muchos seguidores. Ayúdame, Señor, a distinguir el grano de la paja, la verdad de la ilusión, la sustancia del brillo seductor. Te pido el don de la sabiduría, usando las palabras del rey Salomón, prototipo de todos los sabios, que, con agudeza, te pidió poder participar de una cualidad que, siendo principalmente tuya, te place infundir en quien te la pide en la oración y en quien la custodia en la vida:

«Contigo está la sabiduría, que conoce tus obras;
estaba presente cuando hacías el mundo
y sabe lo que es agradable a tus ojos
y lo que es conforme a tus mandamientos.
Envíala desde el santo cielo,
desde el trono de tu gloria mándala,
para que me asista en mi tarea
y sepa yo lo que te es agradable.
Porque ella, que todo lo sabe y lo comprende,
me guiará con acierto en mis empresas
y con su gloria me protegerá.
Así, mis obras te agradarán,
gobernaré a tu pueblo con justicia
y seré digno del trono de mis antepasados»
(Sab 9,9-12).


CONTEMPLATIO

Nadie ignora la gran dignidad y mérito que tiene el ministerio de instruir a los niños, principalmente a los pobres, ayudándoles a conseguir la vida eterna. En efecto, la solicitud por instruirlos, principalmente en la piedad y en la doctrina cristiana, redunda en bien de sus cuerpos y de sus almas, y, por esto, los que a ello se dedican ejercen una función muy parecida a la de sus ángeles custodios.

Además, es una gran ayuda para que los adolescentes, de cualquier género o condición, se aparten del mal y se sientan suavemente atraídos e impulsados a la práctica del bien. La experiencia demuestra que, con esta ayuda, los adolescentes llegan a mejorar de tal modo su conducta que ya no parecen los mismos de antes. Mientras son adolescentes, son como retoños de plantas que su educador puede inclinar en la dirección que le plazca, mientras que, si se espera a que endurezcan, ya sabemos la gran dificultad o, a veces, la total imposibilidad que supone el doblegarlos.

La adecuada educación de los niños, principalmente de los pobres, no sólo contribuye al aumento de su dignidad humana, sino que es algo que merece la aprobación de todos los miembros de la sociedad civil y cristiana: de los padres, que son los primeros en alegrarse de que sus hijos sean conducidos por el buen camino; de los gobernantes, que obtienen así unos súbditos honrados y muy buenos ciudadanos, y, sobre todo, de la Iglesia, ya que son introducidos de un modo más eficaz en su multiforme manera de vivir y de obrar, como seguidores de Cristo y testigos del Evangelio.

Los que se comprometen a ejercer con la máxima solicitud esta misión educadora han de estar dotados de una gran caridad, de una paciencia sin límites y, sobre todo, de una profunda humildad, para que así sean hallados dignos de que el Señor, si se lo piden con humilde afecto, les haga idóneos cooperadores de la verdad, les fortalezca en el cumplimiento de este nobilísimo oficio y les dé finalmente el premio celestial, según estas palabras de la Escritura: «Los que enseñaron a muchos la justicia brillarán como las estrellas, por toda la eternidad».

Todo esto conseguirán más fácilmente si, fieles a su compromiso perpetuo de servicio, procuran vivir unidos a Cristo y agradarle sólo a él, ya que él dijo: «Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (J. de Calasanz, Memorial al cardenal M. A. Tonti, 1621).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

« Que yo pueda vivir y alabarte» (cf. Sal 118,165.175).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirles al cumplimiento de sus obligaciones, conviene, ante todo, que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo, sino toda la congregación salesiana.

¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.

Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia le llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.

Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.

Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.

Este era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.

Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.

Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.

En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables (Juan Bosco, Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203).