Jueves

7a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 5,1-8

1 No pongas la confianza en tus riquezas,
ni digas: «Con esto me basta».

2 No dejes que tus instintos y tu fuerza
vayan tras las pasiones de tu corazón.

3 No digas: «¿Quién puede dominarme?»,
porque el Señor no dejará de castigarte.

4 No digas: «Pequé, y ¿qué me ha sucedido?»,
porque el Señor sabe esperar.

5 No vivas tan seguro del perdón
mientras pecas sin cesar.

6 No digas: «Grande es su misericordia,
él perdonará mis muchos pecados»,
porque tiene piedad, pero también ira,
y descarga su furor sobre los pecadores.

7 No tardes en convertirte al Señor,
no lo dejes de un día para otro,
porque la ira del Señor estalla de repente
y en el día del castigo serás aniquilado.

8 No te fíes de riquezas mal ganadas,
de nada te servirán en el día de la desgracia.


El hombre sabio, rico en experiencia, ha detectado muchas actitudes ilusorias que minan la vida y contaminan la existencia. Lanza su mensaje de peligro para ayudar a los ingenuos a no caer en trampas mortales. Alguno hasta se atreve a jactarse de decisiones que, a la larga, se convierten en una autocondena. Es mejor estar informados, seriamente avisados antes de que sea demasiado tarde. Aquí tenemos, pues, un «decálogo en forma negativa»: son diez «noes» que pretenden cerrar el paso a decisiones ruinosas. No son leyes para imponer, sino señales de peligros graves enviadas al oyente/lector. A él corresponde, a continuación, apropiarse del mensaje y orientar con él su vida. Obrando de este modo se vuelve sabio; de lo contrario, sigue siendo un estúpido.

Las prohibiciones pueden ser reagrupadas temáticamente en torno a los temas de la riqueza, la fuerza y la presunción ante Dios. El esquema se repite: la primera parte se abre con el «no» y el comportamiento errado (en forma de prohibición; por ejemplo, «no te fíes»); la segunda recuerda la intervención de Dios, que no deja sin castigo una decisión equivocada. El castigo es un modo de hacer triunfar la sabiduría, a fin de reintroducir el orden necesario.

La primera y la última prohibiciones forman una especie de marco de todo el decálogo y tratan de la riqueza. El peligro está en darle excesivo valor, como si fuera la única cosa indispensable («Con esto me basta»: v 1), o en hacerse la ilusión de que una riqueza deshonesta puede garantizar el mañana (cf v 8). Los vv 2ss tienen que ver con la fuerza o el poder del que muchas veces se jacta la gente. El ejercicio de esa fuerza, con frecuencia pura prepotencia, está bloqueado por el amenazador «el Señor no dejará de castigarte» (v. 3b). El punto álgido de la desfachatez se alcanza en los vv. 4-7, donde el hombre peca y con desvergonzada arrogancia se pregunta: «Pequé, y ¿qué me ha sucedido?», o bien se apoya de un modo desconsiderado en el perdón de Dios como si fuera un derecho, olvidándose del deber del arrepentimiento y de la conversión.

Son éstas actitudes de ruinosa presunción, contra las que el sabio hace resonar su decálogo. Urge que nos demos cuenta de la gravedad de la situación y corramos a los refugios. Las sugerencias del sabio y la misericordia de Dios son unos instrumentos preciosos para renovar la existencia.


Evangelio: Marcos 9,41-50

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 41 Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua en mi nombre porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. 42 Al que sea ocasión de escándalo para uno de estos pequeños que creen en mí más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. 43 Y si tu mano es ocasión de escándalo para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. 45 Y si tu pie es ocasión de escándalo para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida que ser arrojado con los dos pies a la Gehenna. 47 Y si tu ojo es ocasión de escándalo para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos a la Gehenna, 48 donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue. 49 Todos van a ser salados con fuego. 50 Buena es la sal. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué le daréis sabor? Tened sal entre vosotros y convivid en paz.


Se abre este fragmento, cargado de advertencias amenazadoras, con una sentencia positiva.

El v 41 refiere un gesto de bondad motivado, es decir, no simplemente instintivo o automático. Se trata de una acción modesta, como el ofrecimiento de un vaso de agua, pero se agiganta si pensamos que estamos en zonas desérticas, donde el agua es un bien precioso. Lo que cuenta sobre todo es la motivación, exquisitamente teológica: el agua se da «en mi nombre porque sois del Mesías» (v 41). Quien así obra piensa en Jesús y ve en el otro a un hermano. Con esta condición, la acción no será olvidada y obtendrá su recompensa. Con ello no se pretende excluir el valor de una bondad natural: el bien siempre es el bien. Lo que aquí se quiere sugerir es el gran valor que lleva anexo una acción rica en motivación interior.

Sigue una serie amenazadora de dichos, catalizados en torno a la expresión «ser ocasión de escándalo» (que se repite cuatro veces). El discurso se vuelve duro y sin posibilidad de apelación. Esta severidad explica la gravedad de la situación, que el lector debe percibir con toda su urgencia. El «escándalo» era, originariamente, una piedra de tropiezo que bloqueaba el normal proceder hacia la meta. Más tarde pasó a indicar un obstáculo puesto voluntariamente para impedir el camino del crecimiento y de la fe. El ámbito religioso del escándalo se comprende mediante el añadido «pequeños que creen en mí» o bien por el hecho de que la meta es «entrar en la vida» (la eterna, como es obvio). Son los miembros de la comunidad, llamados precisamente «pequeños», los afectados por el escándalo. ¿Quiénes son los pequeños? Son las personas sencillas, dotadas de un corazón libre, que han llevado a cabo una opción de fe. En consecuencia, la amenaza se dirige en particular a aquellos que bloquean la actividad espiritual de cuantos quieren ponerse a seguir a Cristo. La gravedad del escándalo se deja ver en la pena que le espera al culpable, una pena muy grave, pero que debe preferirse a pesar de todo («sería mejor»). La pena consiste en colgarle al cuello una piedra de molino (literalmente, «de asno», porque era grande y la hacía girar este animal) y ser echado al mar.

A continuación, se ponen tres ejemplos -mano, pie y ojo- simétricos, porque están construidos del mismo modo y llevan una misma idea. Se parte de la hipótesis de un miembro o de un órgano humano que causa escándalo, después se sugiere privarse de él voluntariamente con una extirpación radical. Por último, se presenta el hecho de que es mejor gozar de la vida, la eterna, privados de ese órgano que poseerlo e ir a la perdición. Esta última se concretiza en la Gehenna (vv 45.47), un pequeño valle situado al sur de Jerusalén, imagen popular del infierno a causa de las basuras que ardían allí continuamente. Era una especie de vertedero de basura de la ciudad, donde el fuego incineraba todos los desechos.

En este punto es lícito preguntarse por el significado de las palabras de Jesús. ¿Pide verdaderamente una mutilación cuando una parte del cuerpo es causa de escándalo? Para responder a la pregunta hemos de tener en cuenta tanto el género literario como el comportamiento de Jesús. Como en otros casos, las palabras son fuertes y despiadadas, a fin de indicar la gravedad de la situación. Estamos ante expresiones hiperbólicas, paradójicas, que han de ser comprendidas en su significado y no aceptadas en su sentido literal, porque llevarían a un contrasentido. La petición de Jesús está relacionada con la conversión, y ésta «infecta» toda la vida. La mano o el pie o el ojo que pecan están dirigidos por un cerebro y por una voluntad enfermos. De nada serviría privarse de un miembro sin intervenir sobre las causas. La conversión tiene que ver con todo el hombre y no con una de sus partes. Marcos recuerda que la maldad viene del interior del hombre y no del exterior (cf. 7,20-23). La conducta de Jesús durante su vida pública refuerza esta interpretación. Jesús nunca le pidió a un pecador que se privara de alguna parte del cuerpo que hubiera sido ocasión de pecado. En definitiva, nos encontramos frente a unas palabras fuertes que deben ser comprendidas y acogidas con toda su severidad, sin someterse a una interpretación literal que estaría en contradicción tanto como el texto como con el comportamiento de Jesús.


MEDITATIO

Nos quedamos un poco sorprendidos por las palabras fuertes que vibran en los pasajes de hoy. Se trata de mensajes vigorosos, sin apelación, destinados a concientizar a las personas y ponerlas ante el carácter trágico del mal. No es raro encontrar una complaciente connivencia con el mal, cubierta de una pátina de mistificantes justificaciones de este tipo: «¿Qué tiene de malo?», «Lo hacen todos»..., que rebajan el umbral de la conciencia moral, de modo que los valores quedan aguados y degradados, y el indiferentismo reina como soberano.

El sabio de la primera lectura advierte con una serie de prohibiciones que son un grito de alarma. La vida no es para jugársela: tenemos una sola y no podemos confiar en la «rueda de recambio» que tiene el automóvil. Es mejor estar avisados sobre las consecuencias de ciertos comportamientos y decir en voz alta que son caminos sin retorno. Ben Sira no se limita a gritar: «¡El lobo, el lobo!», porque desarrolla una verdadera educación preventiva: descubre el engaño de ciertas decisiones y señala, indirectamente, el camino que hemos de seguir. La riqueza, por ejemplo, no es un baluarte que nos proteja hasta el infinito; por consiguiente, es mejor no poner en ella una confianza ciega y absoluta.

No es menos severo el discurso de Jesús sobre el escándalo. Podemos practicar una rebaja en lo que corresponde a la forma (evitar una aplicación literal rigurosa, porque de lo contrario seríamos fundamentalistas), pero no en lo que se refiere al contenido. El escándalo es un bloque puesto en el sendero de quien desea caminar en fidelidad al Señor. Es obligatorio remover las causas del escándalo, aunque cueste un gran empeño. La fatiga que nos produzca quedará ampliamente recompensada con la vida. Debemos hacer resonar en nuestra conciencia y hacer rebotar después en toda lasociedad las palabras del evangelio de hoy. Y también tenemos que levantar la voz para que la vida quede libre de tantos escándalos que contaminan todos los sectores y resultan ruinosos para los pequeños que creen y para todos los seres humanos. Un remedio saludable será llevar a cabo una continua obra de conversión y la capacidad de ser portadores de una ráfaga de aire puro.


ORATIO

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor.
Que donde haya ofensa, ponga yo perdón.
Que donde haya discordia, ponga yo unión.
Que donde haya duda, ponga yo la fe.
Que donde haya error, ponga yo la verdad.
Que donde haya desesperación, ponga yo la esperanza.
Que donde haya tinieblas, ponga yo tu luz.
Que donde haya tristeza, ponga yo la alegría.
Oh Maestro, haz que no busque tanto
ser consolado como consolar,
ser comprendido como comprender,
ser amado como amar.
Porque es dando como se recibe,
es olvidándose como uno se encuentra,
es perdonando como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
(Francisco de Asís).


CONTEMPLATIO

¿Queréis que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.

El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: «Confiesa primero tus pecados, y serás justificado». Por eso dice el salmista: «Propuse: "Confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi pecado». Condena, pues, tú mismo aquello en lo que pecaste y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico y así no tendrás quién te acuse ante el tribunal de Dios.

Éste es un primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas. «Porque si perdonáis a los demás sus culpas -dice el Señor-, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.»

¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.

Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.

También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado. De ello tienes un ejemplo en aquel publicano que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.

Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; quinto, la humildad.

No te quedes, por tanto, ocioso; antes, procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar aduciendo tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías deponer tu ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes -hablo de la limosna-, pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo (Juan Crisóstomo, Sermones II, 6, en PG 49, cols. 263ss).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«El Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los malvados conduce a la perdición»
(Sal 1,6).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quién piensa aquí en el pecado? Un hombre justamente embrutecido por el pecado, rebosante de pecados y abrumado por eso [...]. Yo soy el nido mismo del mal y del pecado, y no consigo nunca liberarme de él. Ni siquiera intento salir de esta red infernal, de esta trampa venenosa. Oh pecado, qué gravemente pesas sobre el arco de mis hombros vellosos. Oh pecado, cómo doblas violentamente, hasta deformarlo, el arco, dentro de poco destrozado, de mis frágiles hombros. El peso, el peso cortante del pecado —¡el pecado!—, hace brotar una sangre negra sobre este arco sobre el que un tiempo pasaba la mano de Dios. Sacerdote, perdonas demasiado pronto. Alivias demasiado pronto la herida sangrante del pecado [...].

Quien piensa aquí en el pecado es un hombre embrutecido por el pecado y abrumado por él. Este hombre le pregunta a Dios: «Oh tú, bondad infinita, ¿qué es el pecado?». Y Dios no responde; el diablo dice: «Soy yo». ¡Tú!, repugnante príncipe de la materia inmunda. Tú, ser ridículo, eres tú el pecado. Tú, el contrario de Dios. Entonces, es contra ti, enemigo, contra quien voy constantemente; contra ti voy yo, un ser creado por Dios... ¿Soy entonces un insensato? ¡Cómo! ¿Acaso imploro la amistad de Dios por la mañana y me asocio a su adversario por la noche? ¡Ah! Dejadme llorar ante el espectáculo de mi locura o reír ante el espectáculo de irracionalidad: de blanco por la mañana, de rojo por la noche. ¡Oh! Siento vergüenza por mí y por mi brújula rota [...]. Todavía estoy a tiempo de cerrar las puertas de mi alma. Soy yo, soy yo, soy yo el vencedor de la serpiente. Dios mío, repréndeme por mi sentido de victoria sobre el mal. Restitúyeme la limpieza de los sentimientos divinos (M. Jakob, Medítazioni religiose, Brescia 1952).