Viernes

4a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 13,1-8

Hermanos: 1 Perseverad en el amor fraterno. 2 No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles. 3 Preocupaos de los presos, como si vosotros estuvierais encadenados con ellos; preocupaos de los que sufren, porque vosotros también tenéis un cuerpo. 4 Honrad mucho el matrimonio, y que vuestra vida conyugal sea limpia, porque Dios juzgará a los impuros y a los adúlteros. 5 No seáis avariciosos en vuestra vida; contentaos con lo que tenéis, porque Dios mismo ha dicho: No te desampararé ni te abandonaré, 6 de suerte que podemos decir con toda confianza:

El Señor es mi ayuda, no tengo miedo;
¿qué podrá hacerme el hombre?

7 Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios; tened en cuenta cómo culminaron su vida e imitad su fe.

8 Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.


«Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (v. 8).
He aquí la afirmación capital que constituye el fundamento y la garantía de esta página -una de las conclusivas- de la carta a los Hebreos, donde se proponen actuaciones concretas para la vida cristiana.

Los ámbitos afectados son varios. Van desde la perseverancia en el amor fraterno a la hospitalidad, a la preocupación por los presos y por los que sufren, que forman con nosotros un solo cuerpo, hasta llegar al matrimonio vivido santamente. También el matrimonio nos da la oportunidad de poner en práctica la caridad, mientras que la fornicación y el adulterio nos alejan del único amor verdadero que estamos llamados a recibir e intercambiarnos recíprocamente. El cristiano no puede ni debe vivir envuelto por la codicia de acumular: su verdadera riqueza es Jesús, y el Padre sabe siempre de qué tienen necesidad sus hijos.

Por eso es importante mirar a los que nos han transmitido el Evangelio, la heroicidad de su testimonio, para imitar su fe. Es precisamente la fe en Jesús, muerto y resucitado por nosotros, lo que cambia nuestra vida y nuestras relaciones, dando sentido y plenitud a toda la historia humana. En Jesús saboreamos el «hoy» en el que descansa nuestro corazón.


Evangelio: Marcos 6,14-29

En aquel tiempo, 14 la fama de Jesús se había extendido y el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían que era Juan el Bautista resucitado de entre los muertos y que por eso actuaban en él poderes milagrosos; 15 otros, por el contrario, sostenían que era Elías; y otros, que era un profeta como los antiguos profetas. 16 Herodes, al oírlo, decía:

17 Y es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado. 18 Pues Juan le decía a Herodes:

19 Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía, 20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.

21 La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus magnates, a los tribunos y a la nobleza de Galilea. 22 Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven:

23 Y le juró una y otra vez:

24 Ella salió y preguntó a su madre:

Su madre le contestó:

25 Ella entró en seguida y a toda prisa adonde estaba el rey y le hizo esta petición:

-Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales no quiso desairarla. 27 Sin más dilación envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. Este fue, le cortó la cabeza en la cárcel, 28 la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.

29 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.


Éste es el único pasaje del evangelio de Marcos cuyo protagonista directo no es Jesús. En realidad, tanto por la colocación como por el contenido, el relato del martirio de Juan -hombre «recto y santo» (v 19)- no tiene otra finalidad que ser la prefiguración puntual de la suerte de Jesús, a quien los Hechos de los apóstoles refieren los mismos atributos
(cf. 3,14; 7,52; etc.). Tanto el Bautista como el Mesías mueren por «voluntad» de poderosos perplejos e indecisos. Más aún, puede decirse que Herodes, infiel a Dios por haber tomado como esposa, contra la ley, a la mujer de su hermano, es un rey adúltero: personificación del pecado de todo el pueblo que ha traicionado a su Señor y Esposo para ir detrás de los ídolos. Así pues, Juan muere como Jesús, el justo por los injustos, pero ésta será asimismo la suerte a la que están llamados los discípulos a quienes el Maestro envía a predicar la conversión. «La oportunidad se presentó» (cf v 21a). Paradójica coincidencia la de una extraña fiesta para una vida que, en realidad, es muerte y de una muerte que es un himno a la vida verdadera, una vida que va más allá de la dimensión temporal, porque es capaz de sacrificarse a sí misma por amor a la Verdad.

También el desenlace del banquete resulta grotesco, dado que acaba ofreciendo a los invitados -campeones en riqueza, orgullo, poder, lujuria y otras cosas así- una macabra bandeja con una cabeza cortada bajo la responsabilidad de una atractiva muchacha. Esto nos hace pensar en muchas de nuestras pasiones que nos parece imposible dejar de satisfacer... «Sus discípulos fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura» (v 29); lo mismo ocurrirá con Jesús, sepultado como semilla en la tierra, de la que, no obstante, resucitará para convertirse en pan fragante ofrecido en la mesa de sus discípulos, pan para una vida que no muere.


MEDITATIO

«El Señor es mi ayuda, no tengo miedo; ¿qué podrá hacerme el hombre?» (Heb 13,6). La afirmación de la primera lectura parece ampliamente desmentida por el evangelio de hoy, en el que Marcos pone como centro de atención a Juan el Bautista y su cruel martirio. Sí, hay quien, por un capricho simple y trivial, con cualquier motivo fútil, hace callar con la violencia la voz que invita a la conversión o que anuncia el Reino. El discípulo, llamado a seguir a Jesús, a predicar a los hermanos en medio de la pobreza (cf. Mc 6,7-13), no por ello quedaexonerado de la prueba, sino al contrario. Todo el relato de Marcos nos presenta a Jesús trabajando para hacer comprender a los «suyos» el destino del Maestro, que sube a Jerusalén para padecer la pasión. Sin embargo, Jesús nos invita también a no tener miedo de los que pueden hacer mal al cuerpo. Hay algo peor que eso: vivir sin saber por qué y para quién se vive.

Todo hombre es mortal, pero tiene como destino la vida eterna; lo importante es entrar conscientemente en esa vida que es Jesús mismo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Constituye una gracia para quien es discípulo ser asimilado al Maestro hasta la entrega total de sí mismo en el martirio, y ésta es una situación que vive todavía hoy la Iglesia en muchos de sus miembros. Cada uno de nosotros está llamado a morir a sí mismo, al hombre viejo, al egoísmo, al orgullo que nos impide vivir, como el Bautista, afirmando: Es preciso que él crezca y que yo disminuya». Puesto que Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre, cuanto más nos perdamos en él, que es el Amor, tanto más saborearemos la verdadera Vida.


ORATIO

Señor Jesús, Salvador nuestro, nosotros queremos vivir contigo y en ti, dedicados por completo al designio de salvación que el Padre concibió para llevar a todos los hombres a la verdadera libertad de los hijos de Dios, no ya esclavos del pecado, sino capaces de amar. Por eso, no deseamos anteponer nada a ti; que no prevalezca ya en nuestro modo de pensar y de obrar el hombre viejo de carne, que se deja dominar por las pasiones. Sólo tú eres nuestra vida, tú nuestra santificación y nuestra inexpresable alegría, y cuando nos consideres dignos de sufrir algo por la fe, haz que, siguiendo el ejemplo de los santos, no nos echemos atrás vilmente,

sino que seamos capaces de renunciar a todo, que seamos capaces de padecer y ofrecer todo, con tal de no traicionarte, con tal de no vivir como si nunca te hubiéramos conocido y como si nunca hubiéramos experimentado lo fuerte que es tu amor por nosotros.


CONTEMPLATIO

Existencia significa que yo soy sólo yo y no otro. Habito en mí, y en esta habitación estoy yo solo, y si alguien debe entrar, es necesario que yo le abra. En horas de intensa vida espiritual siento que yo soy señor de mí mismo. En esto hay algo grande: mi dignidad y mi libertad; al mismo tiempo, sin embargo, hay también peso y soledad [...]. También en el cristiano hay todo esto, aunque se ha transformado; en su dignidad y responsabilidad hay todavía algo de otro, de Otro: Cristo. Cuando pediste la fe al recibir el bautismo, se llevó a cabo en ti algo fundamental. Al nacer, recibiste tu vida natural de la vida de tu madre. Aquí se esconde un nuevo misterio, un prodigio de la gracia: fuiste engendrado a la vida de los hijos de Dios. Con perfecta sencillez y vigor dice la carta a los Gálatas: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (2,20). La forma que hace cristiano al cristiano, esa que está destinada a penetrar en todas sus expresiones, a ser reconocida en todo, es Cristo en él.

En cada cristiano revive Cristo, por así decirlo, su vida; primero es niño, después va llegando gradualmente a la madurez, hasta que alcanza plenamente la mayoría de edad como cristiano. Crece en este sentido: crece su fe, se robustece su caridad, el cristiano se vuelve cada vez más consciente de su ser cristiano y vive su vida cristiana con una profundidad siempre creciente. Mi yo está encerrado en Cristo, y debo aprender a amarlo como a aquel en el que tengo mi propia consistencia. Espreciso que yo me busque en él a mí mismo, si quiero encontrar lo que me es propio. Si el cristiano renuncia a las solicitudes que le vienen de la fe, se envilece. Aquí hemos de buscar las tareas más importantes de la actividad espiritual cristiana: referir de nuevo la vida cristiana, tal cual es, a la conciencia, al sentimiento, a la voluntad (R. Guardini, Il Signore, Milán 1981, pp. 559-565, passim [edición española: El Señor, Rialp, Madrid 1965, 2 vols.]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Para mí vivir es Cristo» (F1p 1,21).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ésta fue la tarea de Jesús como sumo sacerdote de la nueva alianza, mediador entre el Padre y la humanidad pecadora: en primer lugar, abrió el acceso al santo de los santos y lo recorrió él mismo. Allí es donde Jesús ora ahora, en este «ahora» sin límites de la eternidad que nuestro tiempo creado no puede fijar ni hacernos alcanzar, a no ser a través de la oración. Jesús es así, para siempre, el hombre de la oración, nuestro sumo sacerdote que intercede. Tal es y tal permanece así «ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). Allí arriba, en Jesús resucitado, se encuentra también la fuente perenne de nuestra oración de aquí abajo. Gracias a la oración estamos cerca de él, rotos y sobrepasados los límites del tiempo, y respiramos en la eternidad, manteniéndonos en presencia del Padre, unidos a Jesús.

Para llegar allí es necesario recorrer aquí abajo el mismo camino que el Salvador, no hay ningún otro: el de la cruz y el de la muerte. La misma carta a los Hebreos observa que Jesús padeció la muerte fuera de las puertas de la ciudad. En consecuencia, los cristianos también deben salir «a su encuentro fuera del campamento y carguemos también nosotros con su oprobio (Heb 13,13), es decir, la vergüenza de la cruz. Todo bautizado lleva en él el deseo de este éxodo hacia Cristo. «No tenemos aquí ciudad permanente, sino que aspiramos a la ciudad futura (Heb 13,14), allí donde está presente Jesús ahora. También nosotros estamos ya allí, en la medida en que, mediante la oración, habitamos junto a él. «Así pues, ofrezcamos a Dios sin cesar por medio de él un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que bendicen su nombre» (Heb 13,15). En efecto, el cristiano, que camina tras las huellas de Jesús, ofrece como él un sacrificio de oración. Confiesa e invoca constantemente su nombre. Y después, en el amor, comparte todo con sus hermanos (A. Louf, Lo Spirito prega in noi, Magnano 1995, pp. 39ss [edición española: El espíritu ora en nosotros, Narcea, Madrid 1985]).