26° domingo
del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 11,25-29

En aquellos días, 25 el Señor bajó en la nube y habló a Moisés; tomó parte del espíritu que había en él y se lo pasó a los setenta ancianos. Cuando el espíritu de Moisés se posó sobre ellos, comenzaron a profetizar, pero esto no volvió a repetirse.

26 Dos de ellos se habían quedado en el campamento, uno se llamaba Eldad y otro Medad. Aunque estaban entre los elegidos, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu vino también sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento.

27 Un muchacho corrió a decir a Moisés:

28 Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino diciendo:

29 Moisés replicó:


El relato del libro de los Números presenta la organización del pueblo de Israel en su viaje hacia la tierra prometida. Israel, presentado como una comunidad santa -cuyos errores, debilidades y rebeldías no se callan, a pesar de todo-, es guiado por YHWH, que habita en medio del pueblo y, acompañándolo, lo engendra con su poder y manifiesta su señorío incluso sobre los pueblos limítrofes. Nuestro fragmento pone de relieve la estructuración del gobierno de la comunidad.

Moisés es el mediador por excelencia entre Dios y el pueblo. El Señor le habla directamente y ha recibido en plenitud el espíritu (v 25a). Junto a él aparecen setenta ancianos (v 25b) que participan de la autoridad carismática de Moisés.

El texto prosigue comunicando una verdad que marca un avance importante en el camino del hombre religioso: el don de Dios no está ligado rígidamente a un lugar, sino que alcanza a la persona allí donde se encuentre. Este es el caso de los dos hombres que, aun habiendo sido convocados entre los setenta ancianos, no habían ido al lugar fijado. También sobre ellos vino el espíritu (v 26), suscitando la contrariedad de Josué (v 28). La afirmación de la libertad soberana de Dios en su obrar (v 29) es el elevadísimo mensaje que interpela al creyente de todos los tiempos, siempre acechado por la tentación de encerrar a Dios en los angostos espacios de una «justicia» que se arroga la tarea de salvaguardar los presuntos derechos de Dios pisoteando los de las personas humanas.

 

Segunda lectura: Santiago 5,1-6

1 Y vosotros los ricos gemid y llorad ante las desgracias que se os avecinan. 2 Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos son pasto de la polilla. 3 Vuestro oro y vuestra plata están oxidados y este óxido será un testimonio contra vosotros y corroerá vuestras carnes como fuego. ¿Para qué amontonar riquezas si estamos en los últimos días? 4 Mirad, el jornal de los obreros que segaron vuestros campos y ha sido retenido por vosotros está clamando y los gritos de los segadores están llegando a oídos del Señor todopoderoso. 5 En la tierra habéis vivido lujosamente y os habéis entregado al placer; con ello habéis engordado para el día de la matanza. 6 Habéis condenado, habéis asesinado al inocente y ya no os ofrece resistencia.


El fragmento se presenta como un duro apóstrofe contra los ricos. Estos, sintiéndose fuertes por los bienes de los que disponen, limitan su horizonte existencial a la tierra y se encierran en él constituyéndose a sí mismos centro de su propio mundo (cf. Lc 12,16-19). Parecen vivir en una condición envidiable; sin embargo, Santiago saca a la luz el drama del que son protagonistas. La cantidad de bienes que tienen acumulados es tan grande que se deterioran: mientras que muchedumbres de pobres están privadas del mínimo que se les debe, una ingente cantidad de riqueza está malgastada, no sirve para nada (v 3a); sin embargo, puesto que se trata de bienes que los ricos han acaparado de una manera inicua, pisoteando los justos derechos de los obreros (v. 4) y cometiendo abusos, hasta el punto de no dudar en matar a quienes hubieran sido un obstáculo para sus intereses (v 6), los mismos ricos serán víctimas de sus ingentes capitales (v 3b). En efecto, el día del juicio de Dios los bienes constituirán la prueba acusatoria de su conducta perversa. La vida frívola y disoluta que llevan los ricos no sirve para otra cosa más que para hacerles llegar gordos, del mismo modo que los animales para el día de la matanza (v 5).

Frente a la situación grotesca y paradójica de los ricos egoístas y carentes de escrúpulos, está la de los justos, defraudados en lo que les corresponde por derecho (v 4a), víctimas silenciosas de vejaciones a las que no pueden oponerse (v.,6), pero cuyo grito llega a los oídos del Señor (v. 4b). El se encargará de su defensa y cambiará su suerte. En la figura del «justo» del v 6 podemos entrever la del «Siervo de YHWH», cuya confianza está puesta enteramente en el Señor, que vela sobre su condición humillada y oprimida, «escucha su grito y lo salva» (cf. Sal 37,39ss; Is 50,6ss).

 

Evangelio: Marcos 9,38-43.45.47ss

En aquel tiempo, 38 Juan le dijo a Jesús:

39 Jesús replicó:

42 Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y le echaran al mar. 43 Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. 45 Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. 47 Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, 48 donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.


La intervención de Juan refiere la oposición de los discípulos a un exorcista que, aunque no pertenecía a su grupo, obraba en nombre de Jesús (v 38). Esto le permite al Maestro proporcionar una enseñanza importante para la vida de la comunidad cristiana. No están en comunión con Jesús sólo los que son, oficialmente, de los suyos (v 39); el que invoca su nombre obrando el bien es, a buen seguro, un simpatizante suyo, puesto que es correcto pensar que no ultrajará, en un segundo momento, a aquel cuyo poder había invocado antes.

Jesús, que ha venido para salvar a todos (cf. Jn 12,32; Hch 10,34ss), no es propiedad de nadie y, con mayor razón aún, no puede pretender poseerlo en exclusiva su comunidad, que, más bien, está llamada a continuar su misión universal. Hay personas que, aunque no se consideran discípulos de Jesús, no son, de hecho, contrarias a él y llevan a cabo gestos de atención respecto a los cristianos: estos tienen asegurada su recompensa (w. 40ss).

Enlazando con los precedentes dichos de Jesús dirigidos a los pequeños (cf vv. 37.41), refiere el evangelista algunas sentencias contra los que son motivo de escándalo o de tropiezo y, por consiguiente, de caída. Es preferible morir antes que atentar con nuestro propio comportamiento contra la debilidad del hermano, en particular si se sobreentiende la debilidad en la fe (v 42). Esta idea aparece articulada en los versículos siguientes con tres afirmaciones extremas: es mejor amputarse un miembro del propio cuerpo que sea ocasión de caída que conservar la integridad del cuerpo y perder la comunión con Dios. El carácter trágico de esta última condición está reforzada con la cita del Is 66,24, que evoca la destrucción provocada por la putrefacción y por la combustión: un tormento sin tregua (v. 48).


MEDITATIO

En Dios, la libertad se conjuga con el amor infinito, ese en virtud del cual no se negó Jesús a dar la vida por nosotros. La libertad de Dios es demasiado grande para el hombre. Es algo que produce vértigo y resulta inconcebible para los espíritus ligados a la ley de la justicia distributiva. Así, siempre hay alguien dispuesto a dar consejos a Dios para enseñarle -o al menos recordarle- cómo tiene que tutelar y hacer respetar sus propios derechos.

Dios, en cambio, parece ver las cosas desde otro punto de vista. Para él, todos los hombres son hijos suyos y se pone contento cuando alguno de ellos, aunque sea de una manera no «canónicamente» correcta, acoge su don y lo vive; sin embargo, le entristece ver que sus hijos no hacen circular entre ellos el amor que reciben de él; que, en vez de ayudarse unos a otros, se obstaculizan recíprocamente; que intentan explotarse, en vez de compartir los bienes de que disponen...

Jesús pone en guardia a la comunidad de sus discípulos: no hay que volver a levantar, en nombre de una presunta pureza religiosa, las barreras que él ha venido a derribar.


ORATIO

Tú eres el Señor, el único Señor.

Eres el Señor del bien y lo difundes a manos llenas sobre todas tus criaturas, sin dejar que nadie ignore lo que es tu bondad.

Eres el Señor de la abundancia, que no te dejas encerrar en las angosturas de los partidismos y de los derechos adquiridos. Sólo conoces un derecho: el de amar, en primer lugar y siempre. Y este derecho nadie te lo puede quitar.

Eres el Señor de la riqueza, una riqueza que no quieres que sea confundida con las escaladas al control de los centros económicos ni con el acaparamiento indiscriminado. La riqueza, la verdadera, la que tiene el corazón como caja de caudales y aumenta cuanto más se comparte, es la capacidad de recibir y dar amor, atención, ternura. Es latir con tus mismos sentimientos, es respirar tu libertad soberana.

Esto es lo que nos ofreces, Señor, sumo bien.


CONTEMPLATIO

El Espíritu Santo, que con la vocación [de los gentiles] los santifica y los hace agradables a Dios, es la sustancia de los dones de Dios. Y quien lo posee plenamente realiza todas las cosas según razón: enseña rectamente, vive de manera irreprensible, confirma realmente y de modo perfecto con signos y prodigios cuanto cree. En efecto, tiene en sí mismo la fuerza del Espíritu Santo, que le da un tesoro y el motivo de la plenitud de todos los bienes.

Se ha dicho que este Espíritu ha sido derramado por Dios sobre todos los hombres para que quienes lo reciban puedan profetizar y tener visiones. La Efusión del Espíritu es la causa del profetizar y del conocer el sentido y la belleza de la verdad (Dídimo el Ciego, Lo Spirito Santo, Roma 1990, pp. 76ss [edición española: Tratado sobre el Espíritu Santo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1997]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Envía, Señor, tu Espíritu Santo sobre nosotros».


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Habla H. Cox de dos concepciones de la personalidad. Una concéntrica, la otra excéntrica. La concepción excéntrica no hemos de entenderla en el sentido de extraña o extravagante, sino como algo que tiene su centro fuera de sí. Es la persona que acoge lo nuevo, lo inesperado, lo que llega de «otra parte». Es la persona abierta al Espíritu, disponible a su «juego», capaz de aceptar los riesgos que comporta. Con la concepción concéntrica, tenemos un mundo encerrado en sí mismo, que no reserva sorpresas, que no va más allá de sus propias posibilidades, caracterizado por la rigidez y por la esclerosis. En la concepción excéntrica tenemos un mundo tocado por la gracia, caracterizado por lo imprevisible y por la llegada de lo imprevisto, con personas todas diferentes, siempre «hiera de los esquemas».

El error más trágico y más común. Todo lo que no está recogido en los códigos queda descalificado. Todo lo que no pertenece al campo de lo «ya visto» y representa una amenaza para la seguridad, para la regularidad, tiene que ser declarado ilegítimo. Todo lo que es diferente ha de ser declarado abusivo. Es una operación que, por desgracia, siempre está de moda. Todo lo que se mueve se vuelve automáticamente sospechoso. Es preciso que mantengamos presente esta terrible posibilidad, a través de la cual buscamos al Espíritu como sospechoso y peligroso y tendemos a meterlo en una jaula (A. Pronzato, Vangeli scomodi, Turín 151983 [edición española: Evangelios molestos, Ediciones Sígueme, Salamanca 1997]).