Domingo de Ramos

Año A

 

LECTIO


Lectura del Profeta Isaías 50,4-7.

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido
una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los iniciados.

El Señor Dios me ha abierto el oído;
y yo no me he rebelado
ni me he echado atrás.

Ofrecí la espalda. a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.

No oculté el rostro a insultos y salivazos.

Mi Señor me ayudaba,
por eso no quedaba confundido;
por eso ofrecí el rostro como pedernal,
y sé que no quedaré avergonzado.


La fidelidad a Dios y a los hombres -a la misión recibida en su favor- hace que el Siervo de YHWH permanezca firme en el sufrimiento, en la ignominia, en el aparente fracaso. Atento discípulo de la Palabra de Dios, profeta y maestro de sabiduría con el pueblo, con su suerte prefigura la de Cristo, el humilde que no opuso resistencia a la voluntad del Padre ni se sustrajo a la maldad de los hombres, seguro -hasta la hora suprema del abandono en la cruz- de que el designio de Dios es don de salvación que se ofrece a todos (v 7; cf. Mc 15,34 y Lc 23,43.46).


Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,6-11.

Hermanos:

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo,
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
-en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-,
y toda lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!»,
para gloria de Dios Padre.


Se trata de un magnífico himno cristológico prepaulino. Complejo en cada una de las expresiones que lo constituyen, puede entenderse a partir de la expresión "tesoro celoso" (en castellano `alarde"), en griego harpagmós (v. 6), que literalmente significa "objeto de rapiña". ¿Qué significado puede tener la afirmación: Cristo, que es de condición (morphé) divina, no considera su igualdad a Dios un objeto de rapiña?

Se sobreentiende aquí el parangón con Adán, quien no siendo de tal condición quiso robarla. Pablo propone a la comunidad de Filipos el ejemplo del nuevo Adán, Cristo. Este aceptó reparar, mediante la humildad y la obediencia hasta la muerte más ignominiosa, la soberbia desobediencia del primer Adán, que precipitó a todo el género humano en el pecado y la muerte (cf. Rom 5,18s).

Cristo se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo, que es la nuestra (v 7), hasta las últimas consecuencias. A su voluntario anonadamiento responde la acción de Dios (vv 9-11), que no sólo "lo ha exaltado", sino "superexaltado". Ahora todo el universo está llamado a proclamar que Jesucristo es Kyrios, Señor, es decir, Dios, y esta confesión es para gloria del Padre.


Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 26,14-27,66.

C. En aquel tiempo [uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:

S. -¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?

C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

S. + -¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?

C. El contestó:

+ -Id a casa de Fulano y decidle: «El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu ''casa con mis discípulos.»

C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo:

+ -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

S. -¿Soy yo acaso, Señor?

C. El respondió:

+ -El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido.

C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

S. -¿Soy yo acaso, Maestro?

C. El respondió:

+ -Así es.

C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo:

+ -Tomad, comed: esto es mi cuerpo.

C. Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo:

+ -Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.

C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo:

+ -Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.

C. Pedro replicó:

S. -Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.

C. Jesús le dijo:

+ -Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás.

C. Pedro le replicó:

S. -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.

C. Y lo mismo decían los demás discípulos.

Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Get'semaní, y les dijo:

+ -Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.

C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse

Entonces dijo:

+ -Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.

C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:

+ -Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.

C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.

Dijo a Pedro:

+-¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.

C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:

+ -Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.

C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras.

Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:

+ -Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.

C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:

S. -Al que yo bese, ése es: detenedlo.

C. Después se acercó a Jesús y le dijo:

S. -¡Salve, Maestro!

C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

+ -Amigo, ¿a qué vienes?

C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.

Jesús le dijo:

+ -Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.

C. Entonces dijo Jesús a la gente:

+ -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.

C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.

Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:

S. -Este ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.»

C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:

S. -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?

C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:

S. -Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

C. Jesús le respondió:

+ -Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.

C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:

S. -Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?

C. Y ellos contestaron:

S. -Es reo de muerte.

C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros; lo golpearon diciendo:

S. -Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado.

C. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:

S. -También tú andabas con Jesús el Galileo.

C. El lo negó delante de todos diciendo:

S. -No sé qué quieres decir.

C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:

S. -Este andaba con Jesús el Nazareno.

C. Otra vez negó él con juramento:

S. -No conozco a ese hombre.

C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron:

S. -Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento.

C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:

S. -No conozco a ese hombre.

C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces.» Y saliendo afuera, lloró amargamente.

Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.

Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo:

S. -He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.

C. Pero ellos dijeron:

S. -¿A nosotros qué? ¡Allá tú!

C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas dijeron:

S. -No es licitó echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre.

C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»]

Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

S. -¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Jesús respondió:

+ -Tú lo dices.

C. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

S. -¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?

C: Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:

S. -¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?

C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

S. -No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.

C. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.

El gobernador preguntó:

S.-¿A cuál de los dos queréis que os suelte?   

C.-Ellos dijeron:

S.-A Barrabás.

C.Pilato les preguntó:

S. -¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?

C. Contestaron todos:

S. -Que lo crucifiquen.

C. Pilato insistió:

S. -Pues, ¿qué mal ha hecho?

C. Pero ellos gritaban más fuerte:

S. -¡Que lo crucifiquen!

C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:

S. -Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!

C. Y el pueblo entero contestó:

S. -¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!

C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una. corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: 

S.-¡Salve, rey de los judíosl

C.-Luego lo escupían, le quitaban la caña y, le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: ÉSTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Los que pasaban; lo injuriaban y decían meneando la cabeza:

S. -Tú que, destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.

C. -Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:

S. -A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?

C. -Hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban.

Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

+ -Elí, Elí, lamá sabaktaní.

C. (Es decir:

+ -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?).

C. Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron:

S. -A Elías llama éste.

C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:

S. -Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.

C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.

El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:

S. -Realmente éste era Hijo de Dios.

[C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.

Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia; lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.

María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.

A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:

S. -Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura sería peor que la primera.

Pilato contestó:

S. -Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.

C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.]


La pasión de Jesús es paradójicamente -en la narración de Mateo- la pasión del Hijo del hombre, del Señor de la gloria, del Juez universal destinado a dar cumplimiento a la historia de la humanidad. El evangelista refleja esta contradicción en una narración de intensa, aunque siempre comedida, dramaticidad, manifestada en los detalles propios de su evangelio (por ejemplo, la desesperación y el suicidio de Judas: 27,3-16) y en la tensión continua entre poder y mansedumbre. El que podría haber recurrido a más de doce legiones de ángeles para librarse de las manos de los hombres se deja capturar inerme (26,50b-54); calla ante los "grandes" sin utilizar manifestaciones sobrenaturales (27,14.19). Su muerte rubrica el paso a una condición totalmente nueva desde el punto de vista religioso, humano y cósmico (27,50-54); sin embargo, Jesús no es un super-hombre.

Mateo subraya particularmente su soledad en Getsemaní (triple separación, triple vuelta a los suyos...), la humildad de su oración al Padre ("Si es posible... ") y su confesión a los discípulos, a los que confía no sólo su tristeza mortal, sino también la debilidad de su carne (26,41b). De acuerdo con la perspectiva de su evangelio, Mateo, más que los otros evangelistas, insiste en el cumplimiento de las Escrituras -explícitamente o por medio de citas- para indicar que la pasión entra de lleno en el plan salvífico de Dios.

A pesar de todo, el pueblo elegido no lo ha comprendido y se hace culpable de la sangre del Inocente (27,4.25), esa sangre que sanciona "la nueva y eterna alianza" (26,28), la única que puede redimir de todo pecado.


MEDITATIO

La pasión del Señor nos pone en silencio. Un silencio más profundo que las múltiples voces que nos rodean y que habitualmente nos invaden. De lo hondo del corazón brota una pregunta que no podemos evitar: ¿por qué?

La respuesta nos la da el mismo Jesús, que dice: "Esta es mi sangre derramada por todos, para el perdón de los pecados"(Mt 26,28). Contemplemos al Hijo del hombre, al Señor glorioso, humillado por nosotros, injuriado, perseguido. Miremos al Hijo de Dios, que no baja de la cruz para salvarse a sí mismo, sino que se queda crucificado para salvarnos a todos nosotros. Fiel al designio del Padre, fiel al amor al hombre, ha asumido el abandono extremo debido al pecado, para que nosotros, libres, pudiésemos gustar la alegría de la comunión con Dios.

Que se conmueva la tierra por nuestra habitual indiferencia, que se despedacen las rocas de los corazones empedernidos. Hoy se nos brinda la gracia de la pasión de Cristo. Al nombre de Jesús, también nosotros doblamos las rodillas y, en silencio, humildemente, dejamos nuestro pecado a los pies de su cruz gloriosa, de su cruz de amor.


ORATIO

Tu rostro, Señor Jesús, es el rostro del Dios humilde que nos ama hasta despojarse, hasta hacerse pobre entre nosotros. Tu rostro es el rostro de nuestro dolor, de nuestra soledad, de nuestra angustia, de nuestra muerte que has querido asumir para que ya no estuviésemos solos y desesperados.

Haz que aprendamos a reconocer esta revelación desconcertante de tu omnipotencia, la omnipotencia de quien ama hasta compartir el sufrimiento, hasta dejarse crucificar por nuestro amor. Enséñanos lo que significa amar como tú nos amas, para aceptar en silencio el participar en tu misterio de pasión y muerte y gustar contigo el gozo de la victoria plena y total sobre la división, el pecado y la muerte.


CONTEMPLATIO

Venid y, al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres. Va libremente hacia Jerusalén. Corramos, pues, a una con quien se apresura a su pasión e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de la que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene y así logremos recibir en nosotros mismos a aquel Dios que ningún lugar es capaz de contener.

Alégremonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con él.

Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues "los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo" (Gál 3,27). Así debemos ponemos a sus pies, como si fuéramos unas túnicas (Andrés de Creta, Sermón 9 sobre el domingo de Ramos, PG 97, 990-994).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Se humillaba y no abría la boca" (Is 53,7a).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando no aceptamos verdaderamente a Jesús como Hijo de Dios para justificar nuestras opciones equivocadas, renegamos de él. Y lo renegamos por no compartir su suerte, por no participar en su muerte. Siempre que no sabemos negarnos a nosotros mismos, renegamos de Jesús. Siempre que queremos salvarnos de la cruz, le miramos de lejos, y en la práctica decimos —aunque no sea de palabra- que no lo conocemos.

¿Acaso no nos sucede esto con frecuencia? Si por consiguiente tantas veces renegamos de Jesús, otras tantas deberíamos saber llorar amargamente y asumir el arrepentimiento y la conversión como compromiso de vida: éste es ciertamente el único camino hacia la santidad. La santidad no es fruto de virtud, sino un don de misericordia para quien se abre para acogerla, para quien se arrepiente de todo corazón, consciente de ser pecador. Es una gracia que el Señor nos haga ver nuestro pecado para llevarnos al arrepentimiento. Nos da la posibilidad de arrepentirnos: así es su misericordia (A. M. Cánopi, Pati per noi. Passione di Gesú secondo Matteo e "Via Crucis", Casale Monf. 1994, 23s).