Salmo 150

Aleluya, alabad al Señor

«De él, por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por siempre. Amén» (Rom 11,36).

 

Presentación

El Sal 150 concluye el salterio como el final grandioso de una sinfonía. Aquí se despliega la sonoridad de todos los instrumentos musicales empleados en la liturgia, y en la alabanza pura concluye el canto de todas las voces orantes de la colección bíblica. El gemido de la angustia, el grito del sufrimiento, el canto de la confianza y de la gratitud, el ritmo vehemente del lamento, el anhelo del deseo de Dios, las canciones del peregrino y otras muchas melodías se diluyen en esta potente armonía. Se eleva así, en el templo que asoma en el firmamento, la última palabra del salterio: «Aleluya, alabad al Señor».

1Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.

2Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.

3Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
4alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,

5alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.

Todo ser que alienta alabe al Señor.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El aleluya que abre y cierra este último salmo se repite diez veces en esta composición: hallelú, «¡alabadle!». Y una vez más en el versículo final, fulcro del salmo: rhallel, «¡da alabanza!». Resuena, por tanto, doce veces más una: es una plenitud desbordante, expresada asimismo por el número de los instrumentos invitados a participar en la alabanza (7 + 1). Esta se dirige a Dios, a quien se invoca en el v. 1 como El y en el v. 6 como YHWH: el salmo tiene, en consecuencia, un valor ecuménico, en cuanto que Él (= Dios) es el nombre que los pueblos semitas de la antigüedad daban al jefe de sus respectivos pantheon. El salmista quiere acoger así en la alabanza las justas intuiciones sobre Dios que otros han podido tener, pero las orienta hacia el único Dios verdadero, YHWH, que se ha revelado a Israel y al que todos los hombres están invitados a dar gloria (v 6).

El templo es el lugar de esta sinfonía de fiesta; sin embargo, el espacio litúrgico se extiende hasta el firmamento (v 1): la creación entera vibra en la alabanza. También se exhorta a la historia a que levante su voz: es en ella, en efecto, donde se manifiestan los prodigios y la inmensa grandeza de Dios (v 2). Los vv. 3-5 convocan a todos los instrumentos musicales admitidos en el templo. El progresivo crescendo sonoro de los vv 3-5 encuentra su punto culminante en el v. 6: aquí se invita a cada hombre a que se convierta con su propia vida en instrumento de alabanza a YHWH. En efecto, el término empleado (neshamah, «respiración») se aplica sólo a Dios y al hombre en la Biblia: éste subraya, respecto al «aliento vital» (rú°h) que caracteriza también a los animales, la inescindible conexión entre Dios y el hombre. En este versículo conclusivo del salterio judío se llama, por tanto, a cada hombre a convertirse en sacerdote del cosmos (v. 1) y de la historia (v. 2), para tributar alabanza al Dios vivo.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

El Sal 150 conviene bien a la celebración del domingo. En efecto, en él se encuentra la pluralidad de temas del «día del Señor», ligados todos ellos por el hilo rojo de la alabanza; y viceversa, es precisamente el recuerdo de la resurrección lo que confiere a la alabanza esa «plenitud desbordante» reconocible en la estructura literaria del salmo.

Toda la Iglesia está convocada a glorificar al Señor en su lugar santo, o sea, en el templo vivo y espiritual que es la comunión de los creyentes, a través de los cuales sube a Dios el anhelo de toda la humanidad. El templo se abre, a continuación, a todo el universo y da voz a la alabanza de toda la creación, mientras que la liturgia nos introduce ya en el reposo del Creador al final de su obra y nos hace pregustar la alegría eterna de los «cielos nuevos y la tierra nueva».

Alabanza del cosmos y alabanza de la historia; contemplamos por doquier la inmensa grandeza de Dios, mientras obtenemos gracia del prodigio más maravilloso: la vida resucitada de Cristo, nuestra primicia. Elevemos, pues, la alabanza a Dios con todo lo más espléndido que tengamos para ofrecerle, con el canto, la música y la danza: respuesta de la belleza a la Belleza infinita, que se despojó en la cruz de toda apariencia para revestimos a nosotros de la gloria divina.

Alabemos a Dios con todas las fuerzas, porque todo nos proviene de él y en él encuentra su consumación.

Que toda la respiración de nuestra vida sea alabanza a Dios, por Cristo, que vive para siempre. En su Espíritu podemos cantar a plena voz: ¡Aleluya!

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

En este día, que es suyo más que cualquier otro, el Señor nos invita a permanecer más cerca de él, con total gratuidad: de esta comunión brota la alabanza. La Iglesia reunida en oración es al mismo tiempo esposa de Cristo y su cuerpo místico; en él puede elevar al Padre un canto de acción de gracias perfecto. Cristo ha asumido plenamente nuestra humanidad, esto es, las angustias, los sufrimientos y las heridas de cada uno de nosotros: él presenta a Dios, por nosotros, estas llagas, ahora gloriosas para siempre. Y reverbera sobre todos nosotros la luz de su amor de compasión. En él, nuestra primicia, todo trabajo desemboca ya en un mar de alegría, en un océano de paz inmutable. ¡Prorrumpa, pues, la alabanza, resuene vibrante del corazón de cada hombre y de su historia!

La liturgia del Sal 150 nos enseña a recoger y expresar en una armonía grandiosa y, al mismo tiempo, serena estas voces maravillosas que llegan de lejos -en el tiempo y en el espacio- para cantar la acción de gracias a Dios. En el «lugar santo», que es el alma de quien ora, la humanidad entera y unida... Al rezar el salmo invitamos, pues, a todos, precisamente a todos, a la fiesta. Sí, porque es la fiesta del Dios de los vivos a los que Jesús ha glorificado y nos llama también a nosotros a la gloria. El canto de la alegría se expresa en un aleluya sin fin. El universo es todo él una gozosa sinfonía de alabanza. Cada criatura responde a la llamada de su Creador y alcanza su fin dando alabanza a su gloria, sonriendo a su luz, haciendo resonar el aleluya pascual.

b) Para la oración

Alabad a Dios en todas las catedrales, en las parroquias de la periferia y en las pequeñas iglesias del campo; alabadle en el silencio de vuestro corazón, alabadle en la vastedad ilimitada del universo. Alabad a Dios, porque nos ama y ha hecho todo para la salvación del hombre; alabadle en Cristo, resucitado de entre los muertos. Alabadle en comunión de amor, alabadle en la estupenda armonía de todas las voces y al son de todo instrumento; alabadle con danzas de fiesta. Alabad al Padre, Fuente de la vida, por Cristo, el Viviente, en el Espíritu vivificante: alabemos a Dios con nuestra vida, que de él nos proviene y en él subsiste para siempre.

c) Para la contemplación

Los que anhelan la salvación y tienen puesta incesantemente la mirada del corazón en el cielo, unen sus voces a las de los coros angélicos cantando un cántico de alabanza para el rey y la reina que brota de la plenitud de su amor, cumpliendo perfectamente la orden del profeta: «Alabadlo tocando trompetas...» (v 3). No se trata de un sonido que sea audible desde el exterior; los instrumentos que tocan son interiores. El sonido del canto que sale de la boca, compuesto y ejecutado siguiendo las notas escritas en un libro, no es acogido ni resulta agradable si la devoción y el fuego del amor no revelan el afecto interior del alma. Esa es la razón por la que muchos deben temer estas palabras: «Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí» (Is 29,13). Nuestro Creador no tiene necesidad de un concierto vocal; lo que quiere es que los hombres espirituales pisoteen los vicios con la casta caridad [...].

Debemos señalar que el salmo enumera ocho tipos de melodías: trompeta, arpa y cítara, tambores y danzas, cuerdas, flautas y platillos. Se subraya de este modo la

analogía entre la vida presente, en la que el alma, bajo el régimen de la gracia, se renueva por las ocho bienaventuranzas, y la vida futura, en la que gozaremos sin fin en la gloria. En consecuencia, es preciso tener un corazón puro para cantar al Misericordioso y para descubrir algo de los misterios celestiales (R. Rolle, I1 canto d'amore, nn. 44s, passim).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del cántico:

«Todo ser que alienta alabe al Señor» (v 6).

e) Para la lectura espiritual

Para que los salmos sean verdaderamente nuestra oración es preciso que sean nuestra palabra, a saber: la expresión de una vida íntima. Debemos ser esos pobres que imploran y no parecen tener respuesta. La palabra de los salmos, si debe ser nuestra oración, debe ser tanto expresión de nuestra vida profunda como de la historia de los hombres.

Sigue siendo verdad que la vida espiritual, cuya dimensión real expresan los salmos, si bien implica el sentido de la pobreza humana, del sufrimiento, tiene su término en la alabanza a Dios: el camino va, por tanto, desde el abismo de la condenación humana a la gloria luminosa de una alabanza divina en la que la vida espiritual encuentra su plena realización. Es en la alabanza donde Dios se hace presente en el universo y vive en nosotros su vida. No es Dios el que recibe algo del hombre; es el hombre el que, en la alabanza divina, participa de la vida del Hijo de Dios, que es la alabanza del Padre. Cuando todo el universo viva la alabanza a Dios, entonces el universo vivirá la vida del Hijo.

La alabanza a Dios es la misma vida divina. Se alaba a Dios por lo que somos: así el Verbo alaba a Dios por lo que es, infinito, como el Padre es infinito. Por eso, la alabanza conveniente, la alabanza que responde perfectamente a la perfección del Padre, es sólo el Hijo unigénito. El Hijo es pura alabanza, porque el Padre se contempla totalmente y reposa en su Hijo. En la alabanza de los hombres y del universo, éste y los hombres viven ante el Padre para ser, en cierto modo, asociados a la vida del Hijo. Reciben la luz y la remiten a su propia fuente. Viven la vida divina y son como el ostensorio de Dios. El hombre debe serlo ya desde ahora, pero lo será perfectamente en el cielo. La alabanza divina, tal como se expresa en el último salmo, es, de hecho, la revelación de la vida eterna, de la vida de Dios que se ha desbordado en el universo, y no sólo se ha difundido, sino que ha llenado, ha colmado todos los abismos, de suerte que al Final ya no hay más que luz. El hombre subsiste, pero no dice más que Dios. Esta vida es tan bella que hasta da miedo; no queda más que Dios, pero un Dios que vive en todos: «Y Dios será todo en todas las cosas» (1 Cor 15,28). Todos subsistiremos, mas para no decir más que él, su vida; y su vida es una y es inmensa. No es más que luz, una luz infinita (D. Barsotti, Introduzione al salmi, Brescia 1972, 86s).