Salmo 149

Exulten los fieles en la gloria

«Los hijos de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran por su Rey, Cristo, el Señor» (Hesiquio).

 

Presentación

Salmo de alabanza y canto procesional de la época helenística, compuesto con ocasión de una victoria obtenida por los fieles implicados en una lucha de liberación en favor del pueblo, oprimido por el enemigo y deseoso de servir al Señor (cf. Neh 4,11.18; 1 Mac 2,42). El salmista divide el texto en dos partes:

- vv. 1-4: invitación a la alabanza, dirigida al pueblo, para que entone himnos a su creador y rey.

- vv. 5-9: exultación por la batalla que los fieles combaten por la gloria de Dios.


1 ¡Aleluya!
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
2que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

3Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras,
4porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

5Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
6con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos,
7para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
8sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

9Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El pueblo de Israel canta con este salmo la especial protección de Dios, expresada en términos de fidelidad y de amor. En la primera parte del salmo (w 1-4), podemos imaginar un cortejo en el que participa el pueblo fiel a Dios, los cantores y los tocadores con tambores, cítaras y otros instrumentos musicales. Estos elevan al Señor una alabanza, definida como «un cántico nuevo», y se alegran en él, en su creador y rey, con cantos y dan-zas sagrados, porque él ama a su pueblo. Ha manifestado su fidelidad a Israel concediéndoles la victoria a los que se han mostrado perseverantes en la fe. Precisa-mente estos últimos son los primeros protagonistas del salmo, se les llama hasidim, es decir, «piadosos», «fieles» (vv 1.5.9), y son los que responden con fidelidad y amor al amor paternal de Dios. A éstos se añaden los humildes, que reciben en el texto el nombre de `anawim, esto es, los pobres de YHWH (v. 4), los que ponen su confianza sólo en el Señor y en su bondad.

La segunda parte del himno (w. 5-9) es una invitación a la exultación, aunque unida a la lucha por la liberación. La asamblea de los fieles debe armarse, en efecto, con la espada en las manos (cf. Neh 4,9-16) a fin de combatir contra los enemigos, colaborar con Dios en el juicio y restablecer así el dominio del Señor sobre los pueblos paganos y sobre sus reyes, reconduciéndolos a la única alabanza. La tarea de llevar la justicia divina a los pueblos está reservada, por tanto, al pueblo elegido.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Este salmo representa para la Iglesia una llamada a la alabanza matutina, a cantar al Señor, que se encuentra en medio de los suyos, el pueblo que da gracias con un corazón colmado de alegría religiosa. Los motivos de este canto de fiesta son varios: la comunidad exulta en esta jornada dominical por la creación y por su Creador; por la victoria conseguida por Cristo resucitado sobre la muerte y sobre el mal; por el amor fiel y gratuito con el que el Señor acompaña a su pueblo y exalta a los que son fieles y humildes de corazón; por la apertura escatológica que preludia la victoria pascual del día del Señor para los que sufren por su nombre (cf. Ap 22,14).

Sin embargo, esta plegaria de alabanza es, para todos los hijos de la Iglesia, estímulo para un compromiso: ir por las calles del mundo con la fuerza del Espíritu Santo para construir el Reino de Dios. Los miembros de la Iglesia, aunque sumergidos en el mal y en mil injusticias, deben creer que la única fuerza en la que pueden confiar es la del Señor, que es el verdadero rey de la historia y el vencedor con la civilización del amor. Ahora bien, el proyecto de Dios se realizará a condición de que la humildad, la pobreza y el desprendimiento de lo que es pasajero se conviertan en elemento esencial de la acción de la Iglesia en el acontecer del mundo. La Iglesia terrena, asamblea del pueblo humilde salvado por Dios, está empeñada en mostrarse «ferviente en la acción y dedicada a la contemplación» (SC 2) en el hoy, presente en la historia y peregrina en camino hacia la ciudad futura.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

Vivimos en un mundo que, en ciertos aspectos, no ha perdido la figura de Dios, aunque vive con una religiosidad superficial, sin alabanza ni alegría en su Creador. El Dios que en los decenios pasados parecía muerto y sepultado en el olvido está hoy vivo entre nosotros. Con todo, los hombres no saben con frecuencia qué fisonomía elegir, porque no están en condiciones de plantearse preguntas religiosas verdaderas y profundas sobre el sentido de la vida y de su destino, no son capaces de bajar a las raíces de su propio ser y distinguir entre la vía del bien y la del mal, o sea, no saben captar el auténtico valor de la vida humana.

Los creyentes tendremos futuro y estaremos en condiciones de llevar la luz a los que se encuentran todavía en la oscuridad de la búsqueda religiosa si hemos inscrito en lo hondo de nuestro corazón los interrogantes últimos del misterio de la vida y el ansia salutífera de guiar al hombre contemporáneo a abrirse a los hermanos y a Dios. «¿No sabéis -decía Kierkegaard- que ser cristiano es la inquietud más elevada del espíritu? Es la impaciencia de la eternidad, un continuo temor y temblor, agudizado por el hecho de encontrarse en un mundo perverso que crucifica el amor». No es el Dios intimista o abstracto el que debemos presentar hoy, sino el Dios verdadero de la encarnación, el Dios que es el rostro radiante del Padre y que se hace hombre hasta padecer el escándalo de la cruz para estar cerca de nosotros, especialmente en nuestra soledad y en nuestro dolor. La fidelidad al proyecto del Padre y la fidelidad a la historia, vivida como ideal activo de amor, constituyen la síntesis de toda vida plenamente realizada. Dios y el hombre son dos polos que deben encontrarse si queremos alcanzar con plenitud la felicidad que siempre andamos buscando.

b) Para la oración

Señor, tú eres nuestro Creador y nuestro Padre; te bendecimos y te alabamos por las obras de la creación que has puesto en nuestras manos. Haz que nuestra alabanza dominical resuene alegre en la asamblea de los fieles, porque eres tú quien ha creado con amor fiel a tu pueblo y lo has redimido, por medio de tu Hijo unigénito, con el poder de tu misericordia.

Infunde en nosotros el espíritu filial, para que podamos exultar siempre en ti y ofrecer nuestra voz y nuestro corazón en la oración de acción de gracias por la victoria que consiguió Jesús sobre el mal y sobre el pecado. Haz que la resurrección de Cristo sea siempre nuestra gloria y nuestro orgullo; que este triunfo exultante resplandezca en nuestras actividades y en nuestro trabajo hasta que, anulado todo poder del mal, podamos gozar con todos los santos en tu gloria. Concédenos, además, enriquecernos con la pobreza de tu Hijo y acoge el canto humilde de los humildes y de los pequeños de nuestra tierra, que manifiestan con su pobreza tu sabiduría y santidad a todas las criaturas.

c) Para la contemplación

Que Dios, que ha creado cosas tan grandes, os conceda en todo la comprensión de su verdad a fin de que, a través de la realidad visible, conozcáis las invisibles, alimentando así, gracias a la grandeza y a la belleza de las criaturas, una concepción adecuada de nuestro Creador. «Yes que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas» (Rom 1,20). Sucederá así que, al observar la tierra, el aire, el cielo, el agua, la no-che, el día y cualquier otra cosa visible, nos acordaremos de una manera distinta de aquel que nos ha beneficiado con ellos. Sólo cuando Dios habite en nosotros a través de nuestro constante recuerdo de él, dejaremos de alimentar al pecado, dejaremos de hacer sitio al enemigo en nuestros corazones. A Dios toda gloria y adoración, ahora y siempre, por los siglos de los siglos (Basilio el Grande, «Hexamerón», 3,10, en SChr 26 bis, 242).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«El Señor ama a su pueblo» (v 4).

e) Para la lectura espiritual

Desde esta perspectiva se comprende que los «pobres» no sólo constituyen una clase social, sino también una opción espiritual. Este es el sentido de la célebre primera bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3). Ya el profeta Sofonías se dirigía así a los anawim: «Buscad al Señor, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el día de la cólera del Señor» (So 2,3).

Ahora bien, el «día de la cólera del Señor» es precisamente el que se describe en la segunda parte del salmo, cuando los «pobres» se ponen de parte de Dios para luchar contra el mal. Por sí mismos, no tienen la fuerza suficiente, ni los medios, ni las estrategias necesarias para oponerse a la irrupción del mal. Sin embargo, la frase del salmista es categórica: «El Se-ñor ama a su pueblo, y adorna con la victoria a los humildes (anawim)» (v. 4). Se cumple idealmente lo que el apóstol san Pablo declara a los Corintios: «Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es» (1 Cor 1,28).

Con esta confianza «los hijos de Sión» (v. 2), hasidim y anawim, es decir, los fieles y los pobres, se disponen a vivir su testimonio en el mundo y en la historia. El canto de María recogido en el evangelio de san Lucas -el Magníficat- es el eco de los mejores sentimientos de los «hijos de Sión»: alabanza jubilosa a Dios Salvador, acción de gracias por las obras grandes que ha hecho por ella el Todopoderoso, lucha contra las fuerzas del mal, solidaridad con los pobres y fidelidad al Dios de la alianza (cf. Lc 1,46-55) (Juan Pablo II, Audiencia del 23 de mayo de 2001).