Salmo 116

Invitación a alabar a Dios por su amor

«Las naciones paganas glorifican a Dios por su misericordia, como está escrito: Alabad al Señor todas las naciones; que todos los pueblos le exalten» (Rom 15, 9.11).

 

Presentación

Se trata del himno más breve de todo el salterio, pero, al mismo tiempo, es un himno completo. Este salmo, pequeña doxología, se compone de 17 significativas palabras que celebran la alianza entre Dios y su pueblo. Su esquema literario es esencial:

- v. 1: Invitación universal a todos los pueblos a la misma alabanza;

- v. 2: motivo de la alabanza: la fidelidad y el amor de Dios por Israel no desaparecerán.

1Alabad al Señor todas las naciones,
aclamadlo todos los pueblos.

2Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

Podemos pensar el salmo como celebración de la comunidad israelita, que alaba a Dios por la obra salvífica

que ha llevado a cabo en favor del pueblo de Israel, que resume la vocación de todos los pueblos a la fe. El himno comienza con una invitación a la alabanza. Ahora bien, no es sólo Israel el que debe alabar a Dios, sino que todos los hombres de la tierra debe ensalzar a aquel a quien debemos buscar y amar con todo el corazón.

Podríamos preguntarnos por qué deben alabar a Dios todos los pueblos. La respuesta que nos hace intuir el salmo es la siguiente: porque todas las naciones han sido testigos de cómo se ha comportado el Señor con Israel, es decir, cómo en un primer tiempo lo castigó con el exilio por su infidelidad y cómo lo perdonó y lo liberó después de la esclavitud, recordando la promesa de fidelidad - hecha a sus antepasados. El obrar de Dios, en realidad, pone de relieve su comportamiento con sus criaturas: quiere que la humanidad viva en paz y por eso la salva y la ama. Y la misión del pueblo de Israel es manifestar a todos el extraordinario obrar del Señor. En efecto, Israel debe poner de relieve respecto a los otros pueblos las dos grandes cualidades de Dios que el pueblo experimentó a lo largo de su historia, una historia compuesta de alianzas por parte de Dios y de traiciones por parte de la comunidad israelita.

La primera virtud de Dios es la hesed, una palabra hebrea rica de significado y que incluye una serie de actitudes, como el amor, la bondad, la ternura, la misericordia: «Alabad al Señor [ ..] Firme es su misericordia con nosotros» (vv 1-2a). Entre Dios y su pueblo se instaura una relación más profunda que la existente entre dos esposos que se aman.

La segunda palabra es `emet, que significa verdad, fidelidad, estabilidad, lealtad; también expresa una promesa sincera y duradera: «Su fidelidad dura por siempre» (v 2b). El amor de Dios es un amor incondicionado: Dios no se cansa nunca de amar, aun cuando no exista por parte del hombre el correspondiente contracambio, de ahí que la alabanza al único Señor se deba extender a todos los hombres.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

La relectura cristiana del salmo tiene su fundamento en la carta a los Romanos, donde Pablo cita el salmo a sus hermanos de fe, invitándoles a la acogida fraterna y a la unidad: «Alabad al Señor todas las naciones, celebradlo todos los pueblos» (Rom 15,11). Cristo, con su vida, una vida de entrega de sí mismo a los hombres, desarrolló la misión que le había confiado el Padre tanto para realizar las promesas hechas a los patriarcas como para llevar a los pueblos a dar gloria a Dios: «Cristo se hizo servidor de los judíos para probar que Dios es fiel al cumplir las promesas hechas a nuestros antepasados. Pero también acoge misericordiosamente a los paganos para que glorifiquen a Dios, como dice la Escritura: "Por eso te ensalzaré entre las naciones y cantaré en honor de tu nombre"» (Rom 15,8ss).

Este mensaje evangélico universal de amor misericordioso de Dios a los hombres se ha revelado plenamente en la encarnación de su Hijo, Jesucristo, y en su vida, cuando éste manifestó con su palabra y con sus obras el amor mismo de Dios.

En efecto, «la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn 1,17). Y la Iglesia, a través de los acontecimientos de la historia humana, extiende este amor fiel de Dios con la invitación a la alabanza dirigida a todos los pueblos, a fin de que éstos reconozcan que Dios lleva a cabo su proyecto de amor y de salvación dirigido a toda la humanidad a través de la comunidad cristiana. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia se vuelve creíble al mundo en la medida en que es testigo de la Palabra del Señor mediante la coherencia de su vida: «Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos [..] enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,19ss).

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

El Sal 116 nos invita a extender la alabanza del Señor a todos los pueblos. Ahora bien, para que este himno encuentre resonancia en toda la humanidad, hace falta que nosotros hagamos algo más que entonar un canto; es menester que nuestra vida cristiana sea testimonio luminoso del amor que Dios ha derramado sobre nosotros.

A este respecto, resultan muy alentadoras las palabras que Juan Pablo II escribió comentando este salmo: «Las palabras que nos sugiere son como un eco del cántico que resuena en la Jerusalén celestial, donde una inmensa multitud, de toda lengua, pueblo y nación, canta la gloria divina ante el trono de Dios y del Cordero (cf. Ap 7,9). A este cántico la Iglesia peregrinante se une con infinitas expresiones de alabanza, moduladas frecuentemente por el genio poético y por el arte musical. Pensamos, por poner un ejemplo, en el Te Deum, que han utilizado generaciones de cristianos a lo largo de los siglos para alabar y dar gracias a Dios: "Te Deum laudamus, te Dominum confitemur, te aeternum Patrem omnis terra veneratur", "A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos; a ti, eterno Padre, te venera toda la creación". Por su parte, el pequeño salmo que hoy estamos meditando constituye una síntesis eficaz de la perenne liturgia de alabanza con la que la Iglesia se hace portavoz del mundo, uniéndose a la alabanza perfecta que Cristo mismo dirige al Padre.

Así pues, alabemos al Señor. Alabémoslo sin cesar. Pero nuestra alabanza se ha de expresar con la vida antes que con las palabras. En efecto, seríamos poco creíbles si con nuestro salmo invitáramos a las naciones a dar gloria al Señor y no tomáramos en serio la advertencia de Jesús: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 5,16). Cantando el salmo 116, como todos los salmos que ensalzan al Señor, la Iglesia, pueblo de Dios, se esfuerza por llegar a ser ella misma un cántico de alabanza».

b) Para la oración

Señor y Padre bueno, te alabamos y te bendecimos junto con todos los pueblos porque, por medio de Jesús, nuestro hermano y salvador, han sido abatidos todos los muros de separación que dividían a los hombres y hemos sido hechos hermanos entre nosotros e hijos tuyos. Padre santo, tú que nos has entregado el mandamiento del amor y fuiste el primero en mostrarnos tu amor misericordioso, ayúdanos a vivir este precepto de vida permaneciendo fieles a nuestros compromisos de la vocación cristiana, para que podamos responder a tu benevolencia, invitando a cada hombre a alabarte y glorificarte.

c) Para la contemplación

Después de haber hablado tan largamente de los actos sagrados del amor divino, para que más fácil y santamente conserves su recuerdo, voy a ofrecerte ahora un compendio y resumen de los mismos. La caridad de Cristo nos apremia, dice el gran apóstol. Sí, ciertamente, Teótimo, esta caridad nos fuerza y hace violencia con su infinita dulzura, practicada durante toda la obra de nuestra redención, en la cual apareció la benignidad y el amor de Dios para con los hombres; porque ¿qué no hizo este divino Amante en materia de amor?

1 °. Nos amó con amor de complacencia, porque tuvo sus delicias en estar con los hijos de los hombres y en atraer a los hombres hacia sí, haciéndose él mismo hombre.

2°. Nos amó con amor de benevolencia, estableciendo su propia divinidad en el hombre, de manera que el hombre fuese Dios.

3°. Se unió a nosotros por un lazo incomprensible, adhiriéndose y abrazándose tan fuerte, indisoluble e infinitamente con nuestra naturaleza que jamás cosa alguna estuvo tan estrechamente vinculada y adherida a la humanidad como lo está la santísima divinidad en la persona del Hijo de Dios.

4°. Se difundió en nosotros y, por decirlo así, derritió su grandeza para reducirla a la forma y a la figura de nuestra pequeñez, por lo que fue llamado fuente de agua viva, rocío y lluvia del cielo.

5°. Estuvo en éxtasis no sólo porque, como dice san Dionisio, salió fuera de sí mismo, en un exceso de su amorosa bondad, extendiendo su providencia a todas las cosas y permaneciendo en todas ellas, sino también, porque, según dice san Pablo, se dejó a sí mismo, se vació de sí mismo, se despojó de su grandeza y de su gloria, descendió del trono de su incomprensible majestad y, si es lícito hablar así, se anonadó a sí mismo para venir a nuestra humanidad, llenarnos de su divinidad y darnos el divino ser de hijos de Dios (Francisco de Sales, Compendio del Tratado del amor a Dios, Balmes, Barcelona 21962, pp. 294-295).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre» (v 2).

e) Para la lectura espiritual

Todo hombre ha sido creado para alabar a Dios. [...] La alabanza es el estupor de no ser nosotros el centro del universo, es la alegría de que haya alguien más grande que nosotros, que nos ama sin límites, alguien que ama a todo hombre. [...] ¿Podemos decir que nosotros, hombres de hoy, estamos fácilmente inclinados a la alabanza y a la suplica, que son las dos líneas sobresalientes de los salmos? ¿O, tal vez, se alternan en nosotros otros sentimientos propios del hombre que ha perdido el sentido de Dios? Si el hombre ya no sabe alabar ni pedir en el sufrimiento y en las lágrimas, entonces se lanzará a una rabia sin sentido o, por el contrario, se encerrará en un escepticismo demoledor y contento con cualquier satisfacción inmediata. Al binomio bíblico alabanza-lamento, expresivo de la condición humana vivida a partir de Dios, corresponde el binomio rabia-escepticismo, que describe al hombre erradicado de Dios, incapaz de alabanza. Entonces la pregunta se hace personal: ¿Sé alabar? ¿Sé ver el mundo con el prisma del amor? Porque para alabar se necesita una opción, se necesita dar un paso adelante, decidirse a querer alabar, asumir la alabanza como una actitud fundamental y no elegir la rabia o la resignación, sino el amor que alaba a Dios actuante en el mundo.

Quiero alabarlo por nuestra vida, por este don inmenso y terrible, por este don tan responsabilizante y al mismo tiempo tan entusiasmante. Teniendo en cuenta que alabar quiere decir también llorar, saber explotar de dolor, recordamos que la alabanza suscita en nosotros la capacidad de sentir hasta el límite el valor de las cosas que nos lleva a llorar profundamente su pérdida. Llorar por las ocasiones perdidas, llorar por las guerras inútiles, llorar por la sangre derramada sin motivo, por prestigio; llorar por la violencia que llena de sangre el mundo; llorar por los conflictos que se podían evitar. Llorar y airarse. A partir de esta alabanza que nos pone frente a las cosas de forma verdadera, llorar y airarse. No con una rabia que destruye y no consigue realizar nada, sino llorar y airarse con una actitud que es como la de Jesús.

[...] Querría terminar esta reflexión recordando a un hombre que supo alabar, a saber, el papa Montini, un hombre que, precisamente porque era profundamente consciente de los sufrimientos y de lo trágico de la existencia humana, supo elevarse a una calidad de alabanza finísima. Quiero citar unas palabras de su bellísimo Pensamiento de la muerte, el autógrafo que es un poco su pensamiento espiritual. Hablando de su muerte inminente, dice: «Parece que la despedida ha de expresarse en un gran y sencillo acto de reconocimiento, también de gratitud. Esta vida mortal es, a pesar de sus trabajos, sus oscuros misterios, sus sufrimientos, su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con gozo y gloria: ¡la vida, la vida del hombre! No menos digno de exaltación y de feliz asombro es el cuadro que envuelve la vida del hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico; este universo de las mil fuerzas, de las mil leyes, de las mil hermosuras y de las mil profundidades. ¿Por qué no he estudiado lo suficiente, explorado, admirado, la morada en la que se desenvuelve la vida? ¡Qué imperdonable distracción, qué superficialidad tan reprobable! Sin embargo, al menos in extremis, se ha de reconocer que ese mundo, "qui per Ipsum factus est", que ha sido hecho por medio de él, es estupendo. Te saludo y te celebro en el último instante, con inmensa admiración y, como se decía, con gratitud. Todo es don: detrás de la vida, detrás de la naturaleza y el universo está la Sabiduría; y después, lo diré en esta despedida luminosa, ¡está el Amor! ¡La escena del mundo es un designio, hoy todavía incomprensible para la mayor parte, de un Dios creador que se llama Padre nuestro, que está en el cielo! ¡Gracias, oh Dios; gracias y gloria a ti, Padre!» (C. M. Martini, Al alba te buscaré. La escuela de la oración, Verbo Divino, Estella 82002, pp. 84-87 passim).