Salmo 5,2-10.12-13

Invocamos el auxilio del Señor
por la mañana

«Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar» (Mc 1,35).

 

Presentación

Esta oración de la mañana es una lamentación en la que el orante, tal vez un levita, suplica a Dios ayuda para defenderse de sus adversarios, que le han acusado injustamente ante un tribunal humano. Tres son los protagonistas del salmo: Dios, a quien se dirige el orante; el orante, que pide justicia; los adversarios, cuyo justo castigo pide el orante. El cuerpo central de la oración pone de manifiesto a los tres protagonistas:

— vv. 2-4: el orante hace la petición a Dios;

— vv. 5-7: se presenta a Dios como alguien que detesta el mal hecho;

— vv. 8-9: Dios protege al orante y se muestra con dos cualidades: hesed (bondad, ternura misericordiosa) y sedeq (justicia, rectitud);

— v. 10: se describe a los adversarios con sus características;

— w. 11-12: la conclusión litúrgica expresa la alegría de los justos por la bendición divina.


2Señor, escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos,
3haz caso de mis gritos de auxilio,
Rey mío y Dios mío.

A ti te suplico, Señor;
4por la mañana escucharás mi voz,
por la mañana te expongo mi causa
y me quedo aguardando.

5Tú no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu huésped,
6ni el arrogante se mantiene en tu presencia.

Detestas a los malhechores,
7destruyes a los mentirosos;
al hombre sanguinario y traicionero
lo aborrece el Señor.

8Pero yo, por tu gran bondad,
entraré en tu casa,
me postraré ante tu templo santo
con toda reverencia.

9Señor, guíame con tu justicia,
porque tengo enemigos;
alláname tu camino.

10En su boca no hay sinceridad,
su corazón es perverso;
su garganta es un sepulcro abierto,
mientras halagan con la lengua.

[11Castígalos, oh Dios,
que fracasen sus planes;
expúlsalos por sus muchos crímenes,
porque se rebelan contra ti.]

12Que se alegren los que se acogen a ti,
con júbilo eterno;
protégelos, para que se llenen de gozo
los que aman tu nombre.

13Porque tú, Señor, bendices al justo
y como un escudo lo rodea tu favor.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

La súplica se abre con una oración apesadumbrada del justo perseguido, que gime bajo el peso de la calumnia de sus adversarios. Busca refugio y consuelo en el templo, elevando a Dios su plegaria y confiando en la ayuda de Aquel que escucha (vv 2ss). El comienzo de la lamentación subraya la confianza del orante en Dios con estas expresiones: «Escucha mis palabras», «atiende a mis gemidos», «haz caso de mis gritos de auxilio». Se invoca a Dios con dos nombres: «Rey mío y Dios mío». Es el Dios-juez, el que escucha con el corazón, manifiesta una relación de amor, se conmueve en sus entrañas y asegura la paz en la justicia y la equidad (cf. Is 11; 32,1-5; Jr 23,5ss).

La oración tiene lugar a primeras horas de la mañana, las más propicias para suplicar a Dios y permanecer expectante con la esperanza de ser escuchado (v 4). El Dios del orante no tiene nada en común con el mal y los impíos no pueden sostener su mirada, porque Dios escruta y conoce el corazón del hombre (vv. 5-7).

Dos son las cualidades que caracterizan a Dios: la bondad hecha misericordia y la justicia, que es su voluntad salvífica: «No hay otro dios fuera de mí. Yo soy un Dios fiel y salvador, y no existe ningún otro. Volveos a mí y os salvaréis» (Is 45,21ss). Los sentimientos de misericordia y justicia equivalen entre sí en Dios, porque él «actúa con misericordia, con derecho y con justicia» (Jr 9,23), y en sus manos no se encuentra la esponja de la componenda y la neutralidad. Dios castiga a los hombres malvados y estúpidos, a los malhechores, los embusteros, los sanguinarios y los mentirosos, pero se muestra benévolo y misericordioso con las personas de buena voluntad. En consecuencia, la condición fundamental para sentirse salvado es acoger el perdón.

El orante, a fin de obtener gracia ante Dios, presenta su conducta de vida sincera como confiada a la hesed (bondad misericordiosa) del Señor y sostenida por su sedeq (justicia). Entra de este modo en el santuario, reconoce el señorío de Dios y cumple sus devociones con rectitud (vv. 8ss). El final del salmo es litúrgico: se trata de una invitación a la alegría por aquellos que aman el nombre de Dios y se refugian bajo su protección (vv. 12ss).

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

No es difícil entrever en el «tú» al que se dirige el orante a la persona de Cristo, invocado como «Rey mío y Dios mío», al que se siente ligado el fiel y al que ora para que su oración sea escuchada desde la mañana. Para nosotros, los cristianos, la mañana es el tiempo en el que despierta la naturaleza, en el que vuelve la luz natural y el momento del recuerdo del acontecimiento acaecido al alba: la resurrección de Jesús, el verdadero sol que ilumina nuestra vida y nuestra interioridad. Por eso, la mañana es el tiempo de la oración, y debe encontrar despierto a todo creyente en la alabanza y en la súplica confiada, y también en nombre de toda la humanidad menesterosa y sufridora.

Naturalmente, el salmo, rezado en clave cristiana, invita al fiel a ponerse en el lugar de cualquier hombre asediado por el mal y por las tinieblas, de cualquier inocente perseguido que sufre injusticias a causa de la maldad de muchos. Más aún, hemos de rezar el salmo con Cristo, el Orante por excelencia que ora al Padre y que afronta personalmente la batalla contra el mal y el pecado. El enemigo -el príncipe de las tinieblas- anda siempre al acecho para asediar a los justos y rectos de corazón. También Jesús se vio asediado, pero se confió al Padre, no se rebeló contra sus perseguidores e incluso buscó a los pecadores y rezó por ellos: «Injuriado, no devolvía las injurias; sufría sin amenazar, confiando en Dios, que juzga con justicia» (1 Pe 2,23).

Frente al peligro que amenaza a todos los inocentes, se elevan en la Iglesia el grito y la oración del pobre que espera con confianza la derrota del mal y el triunfo del bien. Hemos de combatir toda iniquidad: no combatirla es aprobarla tácitamente. Y puesto que el cristiano detesta el mal, al recurrir a Dios le invoca para que el Señor le libere de toda componenda con la injusticia, le ayude a abrazar la causa de la justicia, a dar testimonio de la verdad del Evangelio. San Pablo dirá a los cristianos de Tesalónica: «Puesto que Dios es justo, vendrá a retribuir con sufrimiento a los que os ocasionan sufrimiento; y vosotros, los que sufrís, descansaréis con nosotros cuando Jesús, el Señor, se manifieste desde el cielo con sus poderosos ángeles» (2 Tes 1,6ss).

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

La mañana es el tiempo de la esperanza. Una nueva jornada se abre ante nosotros, y es natural dirigirnos a Dios para alcanzar la luz y la fuerza necesarias para reemprender el camino. Con todo, es también, a veces, el momento triste en el que volvemos a tomar conciencia de la dura y encarnizada lucha que el mal desencadena contra el bien, y del que parece resultar descaradamente vencedor. La oración que la Iglesia nos pone en los labios es una súplica afligida que nace de la constatación de la malicia del mundo. También hoy, efectivamente, podríamos repetir con san Pablo: «Todos están corrompidos y ya nadie hace el bien» (cf. Rom 3,10-18).

Con todo, sería un error comenzar la jornada limitándonos a una amarga reflexión. El mismo salmista, tal vez calumniado, no se limita a protestar su inocencia. Tiene un «tú» al que dirigirse, y este «tú» es el Santo, el Dios de los ojos tan puros que no puede ver el mal (cf. Abd 1,13) y de cuya bondad y fidelidad no es posible dudar, porque «es la Roca eterna» que nunca falla. De ahí se deriva también una indicación para nosotros, que vivimos la realización de todas las antiguas promesas y podemos entrar en el verdadero santuario.

Jesús nos muestra que Dios escucha el grito de invocación del hombre. Nos revela también que el Amor nunca es derrotado, ni siquiera cuando -sobre todo cuando-el Inocente es condenado a morir en un patíbulo infame. Es asimismo el camino que se despliega ante nosotros, por el que podemos correr con un corazón dilatado al encuentro del Padre, que desde siempre espera el retorno de sus hijos, para aliviar, cual buen samaritano, las heridas que les ha producido la vida. Podemos esperar, por consiguiente, porque la fidelidad y la justicia de Dios tienen un rostro para nosotros: el rostro del Emmanuel, de Jesús, el dulce Dios cercano.

Hoy, nuestra tarea sigue siendo, pues, invocar, rezar a nuestro Juez santo, para que se manifieste a todos los hombres también a través de nuestra mirada, nuestras palabras, nuestros gestos, seguros de que El no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 33,11).

b) Para la oración

Es por la mañana. Al despertar, Señor, me dirijo a ti y quedo a la espera... Te grito mi pena, te la susurro, te la repito de todas las maneras posibles. Escúchame, te lo ruego, porque sólo en ti confío, en ti, que eres mi Señor y el justo Juez. Invocarte es mi ancla de salvación. Sólo puedo contar con tu bondad y tu fidelidad: tú eres el único que no tiene connivencias con el mal y con los perversos. ¡Cuánta maldad! Son demasiados los mentirosos y los impostores.

Tú, oh Señor, que detestas el mal realizado por los impíos, guíame por el camino recto: no permitas que yo tome también sus caminos perversos. Atraen y lisonjean, pero no son sinceros. El que empieza a pensar como ellos y acepta sus falsos razonamientos será engullido muy pronto por la muerte. Tú, en cambio, alegras al que confía en ti. No defraudas las expectativas de los que optan por esperar de ti protección y socorro, porque les das tu bendición y tu salvación en el único Justo -Jesús, tu Hijo- y en él nos envuelves también a nosotros con tu amor de predilección.

c) Para la contemplación

En este salmo resuena la voz de la Iglesia, llamada a la eterna heredad para convertirse ella misma en heredad del Señor. Llama al Señor para poder pasar, con su ayuda, más allá de la maldad de este siglo y llegar a él. Al ver que se hacen más densas las nieblas en medio de las tempestades del tiempo presente, se da cuenta de que no ve cuanto su corazón desea y, pese a todo, no cesa de esperar. Comprende el motivo por el que no ve: porque aún no ha pasado la noche, es decir, las tinieblas merecidas por los pecados. La iniquidad, la maldad, la mentira y todos los delitos de este tipo son la noche misma, pasada la cual viene la mañana, para que podamos ver a Dios.

El santo temor es una gran protección para quien avanza hacia la salvación. Cuando éste haya llegado, se cumplirán en él las palabras: «El amor perfecto expulsa el temor». Esta será la bendición: gloriarnos en Dios y ser habitados por él. El alma espera así convertirse en la casa del Señor y acercase ya desde ahora a él. Mientras avanza y progresa en medio de estas mismas cosas por las que se siente obstaculizada, reza para ser ayudada en lo íntimo (Agustín de Hipona, Esposizioni sui salmi, 5, passim, Cittá Nuova, Roma 1967, pp. 47-63. Existe edición española en la BAC).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Haz caso de mis gritos de auxilio, oh Señor» (v 3).

e) Para la lectura espiritual

Siempre empiezo mi oración en silencio, porque es en el silencio del corazón donde habla Dios. Dios es amigo del silencio: debemos escuchar a Dios, porque lo que cuenta no es lo que digamos nosotros, sino lo que él nos dice a nosotros y a través de nosotros.

La oración alimenta el alma: ésta es al alma como la sangre al cuerpo, y lleva más cerca de Dios. Proporciona, además, un corazón limpio y puro. Un corazón limpio puede ver a Dios, puede hablar a Dios y puede ver el amor de Dios en los otros. Tener un corazón limpio significa que estás abierto y que eres honesto con Dios, que no le estás escondiendo nada, esto le permite a él tomar lo que quiere de ti. Si estás buscando a Dios y no sabes por dónde empezar, aprende a orar y asume el compromiso de hacerlo cada día. Puedes orar en cualquier momento, en todas partes. No es necesario encontrarse en una capilla o en una iglesia. Puedes orar en el trabajo: el trabajo no debe detener necesariamente la oración, ni la oración el trabajo.

También puedes consultar a un sacerdote para que te guíe o intentar hablar directamente con Dios. Basta con que hables. Díselo todo, háblale. Es nuestro padre, es padre de todos nosotros, sea cual sea nuestra religión. Hemos sido creados por Dios, somos sus hijos, debemos volver a poner en él nuestra confianza y amarle, creer en él, trabajar por él, confiarnos a él. Si oramos, obtendremos todas las respuestas que necesitamos (Madre Teresa, II cammino semplice, Mondadori, Milán 1995, p. 5ss. Edición española: Camino de sencillez, Planeta, Barcelona 1997).