Una familia reunida
en torno a la eucaristía

(Mc 14,12-25)

12 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, sus discípulos preguntaron a Jesús:

-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

13 Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:

-Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidlo, 14 y allí donde entre decid al dueño: «El Maestro dice: "¿Dónde está la sala, en la que he de celebrar la cena de Pascua con mis discípulos?"» 15 El os mostrará en el piso de arriba una sala grande, alfombrada y dispuesta. Preparadlo todo allí para nosotros.

16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, encontraron todo tal como Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

17 Al atardecer llegó Jesús con los Doce 18 y se sentaron a la mesa. Luego, mientras estaban cenando, dijo Jesús:

-Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar, uno que está cenando conmigo.

19 Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro:

-¿Acaso soy yo?

20 Él les contestó:

-Uno de los Doce, uno que come en el mismo plato que yo.

21 El Hijo del hombre se va, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!

22 Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, se lo dio y dijo:

-Tomad, esto es mi cuerpo.

23 Tomó luego una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. 24 Y les dijo:

-Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos. 25 Os aseguro que ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.

 

LECTIO

Jesús celebró la cena de la Pascua con sus discípulos. Los miembros del grupo habían renunciado a vivir en un hogar doméstico ordinario, a disponer libremente de su propio tiempo y de sus propios recursos económicos, para realizar este extraordinario programa de vida: seguir a Jesús, formar una comunidad de hermanos a su alrededor, ser miembros de aquella familia especial suya (cf. Mc 3,34ss).

En aquellos tiempos, la fiesta de la Pascua era en Israel la fiesta más grande de la familia. Los israelitas debían procurarse «un cordero por familia» (Ex 12,3). En aquellos mismos días, muchos israelitas que estimaban a Jesús, pero que no habían sido llamados a formar parte del grupo de los Doce -es decir, de la nueva familia formada por él-, celebraban justamente la Pascua con los miembros de su familia natural. Sin embargo, los hijos de Zebedeo no fueron a celebrar la Pascua con su padre natural. Tampoco lo hicieron los otros diez. Los Doce, en efecto, se sentían miembros de una nueva familia: una familia formada por personas comprometidas a vivir con Jesús y como Jesús, bajo su guía y su autoridad determinante.

En el marco solemne de la última cena de Pascua, mediante una acción profética, Jesús dejó a los apóstoles el memorial de su amor y de la nueva alianza: el pan partido, convertido en sacramento de su cuerpo, y el vino distribuido, convertido en sacramento de su sangre.

 

MEDITATIO

Las personas que forman una comunidad religiosa, en cuanto miembros de una familia evangélica, deben ser capaces de descubrir el sentido profundo y la razón de ser de su vida fraterna en comunidad en el programa propuesto por Jesús a los Doce.

Una comunidad religiosa no es una asociación humana, nacida por iniciativa de algunas personas deseosas de estar juntas para compartir determinados gustos, sentimientos, valores, o para llevar adelante determinados proyectos sociales. La comunidad religiosa es, antes que nada, el resultado de un don bajado de lo alto, esto es, el fruto de una acción de Cristo. El es quien ha llamado de manera especial a algunas personas para llevar una vida de una peculiar intimidad. En suma, la comunidad religiosa es sobre todo un espacio cristológico, donde algunas personas llevan a cabo, juntas, su respuesta de amor a Cristo, que las amó primero.

Los Doce no eran hermanos sólo a causa del programa común de conversión al Evangelio y de fe en el mismo (cf. Mc 1,15), obligatorio para todo israelita. Eran también hermanos en el nuevo y peculiar compromiso de compartir, en sus relaciones con el Padre y con los hombres, la forma de vida social de Jesús. Los religiosos, igualmente, no son hermanos sólo en el programa común del bautismo, sino también en el nuevo y peculiar compromiso de representar, social y comunitariamente, el estilo de vida de consagración y de misión vivido por Jesús con los Doce.

Del relato de la última cena se deduce claramente que la eucaristía debe figurar en el centro de la vida de cada religioso y de cada comunidad. Debe ser fuente irrenunciable de la espiritualidad y del dinamismo de la vida fraterna en comunidad. En la celebración del banquete y del sacrificio eucarístico, todo miembro de una familia religiosa debe renovar -«por Cristo, con él y en él»- su oblación total al Padre y su decisión de realizar la apostolica vivendi forma.

 

ORATIO

Oh Jesús, tú que eres el supremo consagrado y el supremo apóstol del Padre, haz que cada familia religiosa, alimentándose a diario en tu eucaristía y siguiendo con fidelidad el programa de vida que enseñaste a los Doce, ofrezca a la humanidad de nuestro tiempo el luminoso testimonio comunitario de una vida obediente, casta, pobre, orante y misionera.

 

CONTEMPLATIO

Tres cosas hemos de ver y considerar adecuadamente en el santo sacrificio, tres cosas que son de una gran verdad [...]. Lo primero es ver este inefable amor que él nos tenía a nosotros; cómo rebosaba de amor por nosotros, cómo se entregó por completo a nosotros y por nosotros. Lo otro es considerar aquel inefable dolor que sufría por nosotros, ver cómo en el tránsito, a la hora de partir -y partir para una muerte tan dolorosa-, debía pasar por aquellos dolores inefablemente agudos y ser abandonado en medio de ellos. Esta es, me parece, la verdad que deben escrutar aquellos que quieren celebrar y recibir este sacrificio. Y entonces que no pase de aquí el alma, sino que se demore y permanezca, puesto que la mirada que el Dios Hombre proyectó sobre el género humano era tan benigna, que está bien señalar este inefable amor, cuando decidió abandonarse por completo a nosotros en el santísimo sacramento [...].

¿Y qué alma estará tan fuera de todo amor que, al ver cómo fue amada y cómo él mismo dispuso quedarse del todo con nosotros en el santo sacrificio, no se mude toda en amor? Ciertamente, la mirada que él nos lanzó fue tan amable que aun estando ya en el momento de la muerte y aun teniendo unos dolores tan inefablemente agudos, mortales e incomprensibles, y aun cargando con todos los dolores del alma y del cuerpo, sin embargo, casi olvidándose de sí mismo, no renunció a su propósito: ¡tanto fue el amor que tuvo por nosotros! El amor divino emite este decreto: atraer hacia sí todas las cosas que ama. Y las saca fuera de sí mismas y fuera de todas las cosas creadas, y las une a todas en lo no creado (Angela de Foligno, L'autobiografia e gli scritti, Cittá di Castello 1932, pp. 307-309 y 311).

 

ACTIO

Medita con frecuencia y pon en práctica hoy esta Palabra:

«Por eso, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, se hace culpable de profanar el cuerpo y la sangre del Señor» (1 Cor 11,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Por gracia hemos sido llamados a una vida en la que todo está inspirado por el sacramento de la eucaristía. Debes crecer en la conciencia cotidiana de este misterio, y en un amor más grande por el Señor, que se entrega en él.

La celebración de la eucaristía es el centro de tu vida. Es la expresión más elevada y el apoyo más firme de tu vida comunitaria. Es el comienzo y el fin de toda tu acción; la fuente y la conclusión de tu servicio a Dios. Cuando celebres el memorial de Cristo da gracias a Dios por sus innumerables beneficios. No te canses nunca de orarle con una sola voz y un solo corazón junto a tus hermanos, unidos con Cristo, en el sacrificio de la oración. Renovados en el espíritu de amor y de unidad porque estáis compartiendo con los hermanos el mismo pan, el mismo vino [...]. Por eso debes estar dispuesto a partir el pan de la vida para los pobres y los hambrientos en cualquier parte del mundo. No tengas nada para ti, sino comparte con los otros todo lo que has recibido de la ternura de Dios [...].

La vida forjada por la eucaristía te pide que proclames de todos los modos el significado y la grandeza de este misterio. En particular, estás llamado a dar pleno efecto al sacramento en la unidad, en la fraternidad y en el servicio. La unidad de todos los cristianos y de todos los pueblos debe estar más cerca a tu corazón. Estás llamado, siempre y en todo lugar, a erguirte por encima de los conflictos y las divisiones por el amor universal de Cristo. Busca siempre lo que une y combate contra todo lo que aleja y divide entre sí a las personas (H. J. M. Nouwen [ed.], Regala per un nuovo fratello, Casale Monf. 1998, pp. 41-44).