Introducción


1. Cuando la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata pretende trazar los fundamentos de la espiritualidad de la vida consagrada, pone como piedra angular la Palabra de Dios: «La Palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora. Por este motivo, la lectio divina ha sido tenida en la más alta estima des-de el nacimiento de los institutos de vida consagrada, y de manera particular en el monacato. Gracias a ella, la Palabra de Dios llega a la vida, sobre la cual proyecta la luz de la sabiduría que es don del Espíritu» (Vita consecrata 94a).

La historia de la vida consagrada muestra que, en sus mejores momentos y en sus representantes más auténticos, la Palabra de Dios ha sido, verdaderamente, el primero y, en ocasiones, incluso el único alimento de la vida espiritual: el monje se dejaba modelar por la Pa-labra hasta convertirse en una «biblioteca viviente» de la Palabra, hasta extraer de su bibliotheca cordis continuas referencias e indicaciones para la vida. La Palabra no sólo está en su casa en la vida religiosa, sino que en ella ha nacido y se ha perfeccionado la lectio divina, un método de meditación que traslada la Palabra a la vida y hace que ésta quede iluminada por la sabiduría divina. El elogio de la lectio no podía ser más elevado y evangélico: con la lectio la Palabra se hace vida, se encarna en la vida, es un reflejo de la Sabiduría eterna. La lectio «permite encontrar en el texto bíblico la Palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (Novo Millennium Ineunte 39) y vuelve a ser empleada en el ca-mino espiritual de las comunidades religiosas.

2. La misma exhortación nos proporciona asimismo algunas indicaciones prácticas para el acercamiento a la Palabra de Dios en la vida consagrada.

En primer lugar, nos dice qué textos deben ser utilizados de manera preferente: «Aun cuando toda la Sagrada Escritura sea "útil para enseñar" (2 Tim 3,16) y "fuente límpida y perenne de vida espiritual", una particular veneración merecen los escritos del Nuevo Testamento, sobre todo los evangelios, que son "el corazón de todas las Escrituras". Será, pues, de gran ayuda para las personas consagradas la meditación asidua de los textos evangélicos y de los demás escritos neotestamentarios, que ilustran las palabras y los ejemplos de Cristo y de la Virgen María, y la apostolica vivendi forma. A ellos se han referido constantemente fundadores y fundadoras a la hora de acoger la vocación y de discernir el carisma y la misión del propio Instituto» (VC 94b). El Concilio Vaticano II había señalado ya con el retorno al Evangelio el gran principio de la renovación de la vida religiosa (cf. Perfectae caritatis 2), por el que la Palabra de Dios sigue siendo el alimento para la oración, la meditación y el trabajo diario, así como principio de unidad de la comunidad tanto en el ámbito del crecimiento espiritual como en el de la misión apostólica.

El presente volumen pretende ante todo responder a esta primera indicación: hemos recogido y comentado en él, en efecto, los textos bíblicos que, tradicionalmente, han sido considerados en la base de la vida consagrada. Detrás de cada uno de ellos se podrían ver los rostros de fundadores y fundadoras, de hombres y mujeres de Dios que han dejado una amplia huella en la vida de la Iglesia y de la santidad. Y eso sin contar su impacto humanizador en la sociedad. Al comienzo de todo itinerario de santidad, al comienzo de todo proyecto carismático, como es el caso de un instituto de vida consagrada, existe una Palabra de Dios que ha «traspasado» el corazón de una o más personas, dando origen a cosas grandes y a menudo inéditas.

En las páginas que siguen ofrecemos a la meditación orante de aquellos que hoy también buscan al Señor y sus caminos los principales textos de esta Palabra de Dios. Retomar estos textos significa, pues, volver a los fundamentos más seguros de la vida consagrada, significa anclar firmemente nuestra propia existencia en la roca que no teme ni los vientos, ni las inundaciones, ni las sacudidas que proceden de la dureza de los tiempos y de la hostilidad del mundo. La vida consagrada se mantiene si se refiere de una manera firme y constante a la Palabra de Dios y con su adhesión a Cristo, Palabra eficaz del Dios vivo y verdadero; no hay otras motivaciones que puedan justificar de otro modo, hoy más que ayer, una opción por la vida consagrada. Retomar de vez en cuando estos textos bíblicos, meditándolos a la luz de la herencia espiritual de las pasadas generaciones y de nuestra propia experiencia, significa volver a dar una seguridad interior y una frescura primaveral a la propia consagración.

3. En segundo lugar, el mismo documento pontificio afirma: «La meditación comunitaria de la Biblia tiene un gran valor. Hecha según las posibilidades y las circunstancias de la vida de comunidad, lleva al gozo de compartir la riqueza descubierta en la Palabra de Dios, gracias a la cual los hermanos y las hermanas crecen juntos y se ayudan a progresar en la vida espiritual» (VC 94c). Los fragmentos seleccionados ayudan también al crecimiento de la vida fraterna en comunidad. El compartir la Palabra común sirve de apoyo para orientar las energías de todos hacia la paciente construcción de una familia única, en la que nos sintamos hermanos y hermanas.

Por encima de cualquier otra ayuda humana, sea del tipo que sea, la Palabra de Dios, compartida, contribuye a crear unidad, dado que es portadora del Espíritu, que distribuye los diferentes dones destinados a la construcción del único cuerpo de Cristo. Una comunidad que tenga una familiaridad orante con la Escritúra, especialmente con los textos más estimados por la tradición de la vida consagrada, no puede dejar de crecer en el amor por la unidad y en la tensión hacia la fraternidad. La experiencia de estos años nos enseña que la renovación de muchas comunidades ha pasado por la práctica fiel de una lectio compartida y participada.

Toda comunidad religiosa que esté en contacto con la Palabra de Dios reproduce la experiencia de la comunidad de Jerusalén en la acogida del Espíritu Santo y en el discernimiento de los acontecimientos de la vida. En efecto, es la Palabra misma, con su fuerza dinámica, la que invita a la comunidad religiosa a leer los signos de los tiempos en la historia personal y eclesial, a acoger la invitación de Dios y las necesidades de los hermanos y de las hermanas, a proceder a una comprobación de su propia realidad carismática y apostólica, sacando a la luz recursos y debilidades, aperturas y resistencias, riquezas y límites. A través de la Palabra, la comunidad aprende a descubrir de una manera gradual los principales desafíos de nuestro tiempo y a hacerles frente con confianza y fuerza de ánimo.

4. En tercer lugar, añadía Juan Pablo II: «Como enseña la tradición espiritual, de la meditación de la Palabra de Dios, y de los misterios de Cristo en particular, nace la intensidad de la contemplación y el ardor de la actividad apostólica. Tanto en la vida religiosa contemplativa como en la activa, siempre han sido los hombres y mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras» (VC 94d). En un momento de incertidumbre y casi de parálisis, como en ocasiones parece ser el nuestro, el impulso innovador, la dimensión inventiva de los comienzos, la capacidad de adaptación y de creatividad sólo pueden nacer del contacto constante con las Escrituras. La vida consagrada -como toda la Iglesia, por lo demás- se ha dirigido siempre en los momentos de grandes crisis, y por consiguiente en momentos cruciales y comprometedores, a la Palabra de Dios, que es capaz de renovar las energías y volver a dar un nuevo coraje para la misión.

El libro de los Hechos de los apóstoles nos muestra que la Palabra seguía su carrera y que la misión brota de la docilidad a esta Palabra, la cual, en un clima comunitario de oración, transmite la fuerza necesaria para dar un testimonio exento de timidez, caracterizado por la parresia, por la libertad, por la ausencia de temo-res frente al superpoder de un mundo seductor y seguro de sí. Afirmaba Juan Pablo II: «Alimentarnos de la Pa-labra para ser "servidores de la Palabra" en el compromiso de la evangelización es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los países de antigua evangelización, la situación de una "sociedad cristiana", la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza [...]. Hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés» (NMI 40).

5. En cuarto lugar, la exhortación apostólica subraya el fruto del discernimiento. «Del contacto asiduo con la Palabra de Dios han obtenido la luz necesaria para el discernimiento personal y comunitario que les ha servido para buscar los caminos del Señor en los signos de los tiempos. Han adquirido así una especie de instinto sobrenatural que ha hecho posible que, en vez de doblegarse a la mentalidad del mundo, hayan renovado la propia mente, para poder discernir la voluntad de Dios, aquello que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (cf. Rom 12,2)» (VC 94e). Los grandes espíritus de la historia de la Iglesia, sobre todo los que han madurado en y por la vida consagrada, no sólo han extraído energía y valor de la Palabra de Dios, sino que han adquirido una capacidad particular para descubrir nuevos itinerarios, para sugerir nuevos caminos, es decir, para llevar a cabo un discernimiento entre las muchas opciones posibles, gracias a la adquisición de una especie de instinto sobrenatural.

El contacto perseverante con la Palabra, al conectar el modo de pensar de Dios -los mores Dei-, las constan-tes de su acción, su corazón, su juicio, sobre las realidades y sobre los hombres, nos permite la acumulación de una inmensa riqueza que invade a la pobre criatura humana, la cual, poco a poco, siente brotar en su interior algo así como un instinto divino que la orienta en medio de los confusos acontecimientos humanos. De este modo, puede colaborar con la historia de la salvación, esto es, con la historia que Dios va tejiendo con los hombres. Dice así la instrucción Caminar desde Cristo: «El Espíritu Santo ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla. En línea de continuidad con los fundadores y.fundadoras, sus discípulos también hoy están llama-dos a acoger y guardar en el corazón la Palabra de Dios, para que siga siendo lámpara para sus pasos y luz en su sendero (cf. Sal 118,105). Entonces el Espíritu Santo podrá guiarlos a la verdad plena (cf. In 16,13)» (n. 24).

6. La lectio divina de los textos de la presente obra no puede dejar de dar un espacio preferente al momento de la contemplatio: «Debemos confesar que todos tenemos necesidad de este silencio cargado de presencia adorada [...]. Todos, tanto creyentes como no creyentes, necesitan aprender un silencio que permita al Otro hablar, cuando quiera y como quiera, y a nosotros comprender esa palabra» (cf. VC 38a). Y esto para ir al corazón de la vida consagrada, para volver a descubrir su rostro escondido, para dar a la acción un alma diferente. La teología tiene necesidad del silencio de la adoración ante la infinita trascendencia de Dios «para poder valorar plenamente su propia alma sapiencial y espiritual; la oración, para que no se olvide nunca de que ver a Dios significa bajar del monte con un rostro tan radiante que obligue a cubrirlo con un velo (cf. Ex 34,33) [...]; el compromiso, para renunciar a encerrarse en una lucha sin amor y perdón» (VC 38b).

La contemplación, como resultado de la lectio divina, es la actitud de quien se sumerge en los acontecimientos para descubrir y saborear en ellos la presencia activa y creadora de la Palabra de Dios y, además, se compromete con el proceso de transformación que la Palabra está provocando en el interior de la historia humana. La contemplación realiza y pone en práctica la Palabra produciendo una sabrosa experiencia de ella, que anticipa la alegría que «Dios prepara a los que le aman» (1 Cor 2,9).

Deseamos al lector y a la lectora de este volumen una experiencia viva y vivificante de las palabras de Dios fundadoras de un camino de especial seguimiento de Cristo, a la luz y consolación del Espíritu Santo, para gloria de Dios Padre.

Pier Giordano Cabra