Lunes
de la primera semana
de cuaresma


LECTIO


Primera lectura: Levítico 19,1-2.11-18

El Señor dijo a Moisés:

— Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.

No robaréis, no mentiréis, ni os engañaréis unos a otros.

No juréis en falso por mi nombre, pues sería profanar el nombre de tu Dios. Yo soy el Señor.

No oprimas ni explotes a tu prójimo; no retengas el sueldo del jornalero hasta la mañana siguiente.

No te burlarás del mudo ni pondrás tropiezo al ciego. Temerás a tu Dios. Yo soy el Señor.

No procederás injustamente en los juicios; ni favorecerás al pobre, ni tendrás miramientos con el poderoso, sino que juzgaras con Justicia a tu prójimo.

No andes calumniando a los de tu pueblo ni declares en falso contra la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor.

No odiarás a tu hermano, sino que lo corregirás para no hacerte culpable por su causa.

No tomarás venganza ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.


La perícopa de hoy pertenece al llamado "Código de santidad" (Lv 17-26), comienza con el mandato de la santidad dirigido a toda la comunidad de Israel y su motivación no es otra que la santidad misma de Dios (vv. 1 s). El es el totalmente otro, radicalmente diverso de lo que el hombre puede imaginar, "separado" (según la etimología del término "santo"). Y, sin embargo, desea que el pueblo elegido participe de su santidad en cualquier circunstancia, que la transparente en los detalles de la vida.

Las normas que siguen regulan la ética personal y social. La inserción rítmica de la fórmula "Yo soy el Señor" revela la interdependencia entre el respeto por la santidad de Dios y el respeto por el prójimo. El temor de Dios debe inspirar de modo especial el comportamiento con los más débiles, los minusválidos (v 14). A los preceptos en forma negativa ("No harás esto") se añaden exhortaciones dirigidas a construir en la sociedad humana relaciones de fraternidad (vv. 16b.17b), y culminan en el mandamiento del amor al prójimo (v. 18b). Quien conoce la severa ley del talión se queda sorprendido por estos mandatos que limitan no sólo los actos referentes a la muerte del prójimo (vv. 16b.18a), sino también esos sentimientos que matan al prójimo (vv. 17a.18b). El amor al otro basado en el nombre de Dios edifica la comunidad humana en la santidad según la voluntad divina.

 

Evangelio: Mateo 25,31-46

Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,  y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro. 'Entonces el rey dirá a los de un lado: "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme". Entonces le responderán los justos: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber?" ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?". Y el rey les responderá: "Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis".

Después dirá a los del otro lado: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber: fui forastero, y no me alojasteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis". Entonces responderán también éstos diciendo: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?". Y él les responderá: "Os aseguro que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo". E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.


Esta perícopa que Mateo pone como conclusión a su "discurso escatológico" está emparentada con la tradición apocalíptica bíblica (en particular con Daniel) y judaica: se trata de una revelación de los últimos acontecimientos, del juicio universal. En estas tradiciones aparece la figura del Hijo del hombre con rasgos a la vez humanos y celestes, con un papel fundamental en la instauración del Reino de Dios y en llevar a Dios a todos los elegidos. Jesús se identifica con este personaje glorioso. Vendrá a concluir la historia asumiendo de modo definitivo y manifiesto la realeza oculta en el tiempo a los hijos de todos.

Todas las naciones se reunirán delante de él (v 32). Y como los pastores palestinos por la tarde dividían el rebaño según la especie, este Rey-Pastor (cf. Ez 34, 17.32s) separará unos de otros dictando así un juicio. El único criterio distintivo será la caridad (vv. 34-40 y 41-55: construidos simétricamente según la misericordia practicada o dejada de practicar). Jesús, que nos permite identificarlo con este Hijo del hombre, cumplimiento de las profecías, indica cómo esta figura regia quiere identificarse con cada uno de sus hermanos más pequeños. Nadie ha podido reconocerlo con los ojos carnales (vv. 37-39.44), y ni siquiera se habla de la luz de la fe, de la fidelidad a los preceptos de la Ley. Se trata sencillamente de amor con hechos, de honrar a los hombres en los encuentros de cada día: ahí es donde se juega nuestro destino eterno según la medida del amor.


MEDITATIO

"Yo soy el Señor", repite Dios en el Antiguo Testamento como rúbrica a los preceptos sobre el amor práctico y cotidiano con el prójimo. Yo soy el Señor que ve vuestra conducta, que cuida de la vida de todos exigiendo que se respete y se socorra, de suerte que seáis santos con mi misma santidad.

"Conmigo lo hicisteis", repite Jesús en el Evangelio. Soy el Rey que no veis en cada uno de mis hermanos más pequeños, pero en ellos me podéis socorrer, servirme o quizás ignorarme. ¿Quién cómo el Señor, que yace como cualquier desvalido al borde del camino y se deja mirar con indiferencia o con misericordia (cf. Sal 112)? El se sentará en el trono de su gloria y a su lado colocará a cada uno de sus hermanos más pequeños y a cuantos la actitud gratuita de compartir el pan, el agua y los bienes les haga sentirse importantes en su corazón y en el corazón de Dios. Hoy comienza mi vida eterna, si te amo como a mí mismo, hermano en Cristo, hermano Cristo.


ORATIO

Oh misericordioso, que lloras con nosotros desde las primeras lágrimas de Adán y Eva, rompe con tu mirada la dureza de nuestro corazón. Haznos capaces de recibir y dar tu divina compasión. No permitas que juzguemos a los demás con nuestra medida tacaña y falsa, sino con la tuya, tan longánima y abundante, hasta que nos sintamos deudores de todos, deudores de una caridad cada vez mayor, de una ternura sin límites.

Sí, oh Misericordioso, que lloras por nosotros y con nosotros, tú has venido a nuestra humanidad desnudo y humillado, pobre y enfermo, solo y rechazado. No permitas que pasemos a tu lado sin mirarte, no dejes que vivamos a tu lado sin reconocerte y amarte. Tú, oh Misericordioso, eres el que carga con nuestro pecado desde la primera caída que nos hizo miserables y desgraciados; tú enjugarás nuestras lágrimas, tiernamente, hasta la última lágrima, hasta cambiar en gozo de salvación el llanto de la humanidad entera.


CONTEMPLATIO

La misericordia es la imagen de Dios, y el hombre misericordioso es, de verdad, un Dios que vive en la tierra. Como Dios es misericordioso con todos, sin ninguna distinción, así el hombre misericordioso difunde sus actos de amor y generosidad con todos, con la misma medida. La misericordia no merece alabarse teniendo en cuenta exclusivamente la cantidad de actos de bondad y generosidad, sino mucho más cuando procede de un pensar recto y misericordioso.

Los hay que dan y distribuyen mucho y no son misericordiosos ante Dios. Los hay también que no tienen nada, que no poseen nada, pero tienen un corazón piadoso con todos: pues bien, éstos son ante Dios unos perfectos misericordiosos y lo son de verdad. No digas, pues: "No tengo nada para dar a los pobres", no te aflijas en tu interior por no poder ser misericordioso de este modo.

Si tienes algo, da lo que tienes. Si no tienes nada, da también, aunque no sea más que un mendrugo de pan seco, con una intención misericordiosa: Dios lo considerará misericordia perfecta.

"Dios es amor" (1 Jn 4,8). El hombre que posee el amor es verdaderamente Dios en medio de los hombres (Youssef Bousnaya, cit. en P. Deseille, L'Évangile au désert, París 1965, 244-246, passim).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Quien no ama al hermano al que ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los que se acercan al pobre lo hacen movidos por un deseo de generosidad, para ayudarle y socorrerle; se consideran salvadores con frecuencia se ponen sobre un pedestal. Pero tocando al pobre, llegándose a él, estableciendo una relación de amor y confianza con él, es como se revela el misterio. Ellos descubren el sacramento del pobre y logran llegar al misterio de la compasión. El pobre parece romper la barrera del poder, de la riqueza, de la capacidad y del orgullo; quitan la cáscara con que se rodea el corazón humano para protegerse. El pobre revela a Jesucristo. Hace que el que ha venido para "ayudarle" descubra su propia pobreza y vulnerabilidad; le hace descubrir también su capacidad de amar, la potencia de amor de su corazón. El pobre tiene un poder misterioso; en su debilidad, es capaz de tocar los corazones endurecidos y de sacar a la luz las fuentes de agua viva ocultas en su interior. Esla manita del niño de la que no se tiene miedo pero que se desliza entre los barrotes de nuestra prisión de egoísmo. Y logra abrir la cerradura. El pobre libera. Y Dios se oculta en el niño.

Los pobres evangelizan. Por eso son los tesoros de la Iglesia (J. Vanier, Comunidad, lugar de perdón y de fiesta, Madrid 31981, 1 15s).