Unción.

Según los hebreos, el aceite penetra profundamente en el cuerpo (Sal 109, 18), le da fuerza, salud alegría y belleza. Se comprende que en el plano religioso se considerara a las unciones de aceite como (I) señales de alegría o de rspeto; se utilizaron también como ritos (II) de curación o (III) de consagración.

I. LA UNCIÓN, SIGNO DE ALEGRÍA O DE HONOR.

1. El aceite, sobre todo el aceite perfumado, es un símbolo de alegría (Prov 27,9; cf. Ecl 9,8) y así se utiliza especialmente en las festividades (Am 6,6). Deber privarse de toda unción era una desgracia (Dt 28,40; Miq 6,15); esta privación, unida al ayuno, era señal de luto (Dan 10,3; cf. 2Sa 12,20) Sin embargo, Jesús prescribe al que ayuna que se unja la cabeza como para un festín (Mt 6,17), para que su penitencia no se exhiba delante de los hombres.

La imagen de la unción servía para expresar el gozo del pueblo de Israel reunido en Jerusalén para las grandes fiestas (Sal 133,2), o el consuelo aportado a los afligidos de Sión después del exilio (Is 61,3); formaba igualmente parte de la descripción del festín mesiánico: “sobre esta montaña beberán el gozo, beberán vino: con aceite perfumado se ungirán sobre esta montaña” (Is 25,6s LXX). Sobre todo en este contexto de gozo mesiánico se repite la fórmula “el aceite de alegría” (Is 61,3; Sal 45,8; lleb 1.9).

2. Derramar aceite sobre un huésped era una muestra de honor. La expresión aparece en los salmos para figurar la abundancia de los favores divinos: “Delante de mí preparas una mesa frente a mis adversarios; con una unción perfumas mi cabeza” (Sal 23;5; cf. 92,11). Dos veces refieren los Evangelios que una mujer tributó a Jesús este homenaje. Fue primero la pecadora, en casa de Simón el fariseo: mientras que éste, del que Jesús era huésped, no había derramado aceite sobre su cabeza, la mujer le ungió los pies con perfume (Le 7,38. 46). La víspera de la entrada en Jerusalén, María, hermana de Lázaro, repitió este testimonio de respeto ungiendo a Jesús con nardo de gran precio, con escándalo de los discípulos (Mt 26,6-13 p: Jn 12,1-8). Pero Jesús aprobó a María y dio a su acto un significado nuevo y profético, refiriéndolo al uso (Mc 16,1) de ungir los cadáveres con aromas; el gesto de la mujer venía a ser anticipación y signo del rito de sepultura que se practicaría sobre el cuerpo de Jesús después de su muerte en la cruz (Jn 19,40).

II. LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS Y DE LOS POSESOS.

1. También se utilizaba el aceite con el fin de curar a los enfermos, por ejemplo, para las heridas (Is 1,6), como lo hizo el buen samaritano (Le 10,34); según Lev 14,10-32, con los leprosos curados se practicaban unciones de aceite como ritos de purificación. Cuando envió Cristo a los discípulos para predicar el reino de Dios, les confirió el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar toda enfermedad y toda dolencia (Mt 10,1; Lc 9,1s); cuando iban en misión hacían unciones de aceite a muchos enfermos y los curaban milagrosamente (Mc 6, 13). Estas unciones, practicadas por los apóstoles probablemente por consigna de Jesús, son el fundamento del rito de la unción de los enfermos en la Iglesia. La epístola de Sanitago prescribe a los presbíteros que hagan en nombre del Señor una unción de aceite sobre el enfermo: “la oración de fe salvará al paciente, y el Señor lo aliviará. Si ha cometido pecados, le serán perdonados” (Sant 5,15). Siendo la enfermedad consecuencia del pecado, la unción hecha “en nombre del Señor” realiza la “salvación” del mundo: le hace participar en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, ya por la curación, ya por el acrecentamiento de fuerzas para afrontar la muerte.

2. En Mc 6,13, la expulsión de los demonios está estrechamente ligada con la curación de los enfermos: ambos poderes taumatúrgicos eran signo del advenimiento del reino. Así diversas Iglesias practicaron en lo sucesivo sobre los catecúmenos ritos de unción como exorcismos antes del bautismo.

III. LA UNCIÓN-CONSAGRACIÓN.

Las unciones de que habla el AT son en la mayoría de los casos ritos consacratorios.

1. Ciertos objetos del culto eran consagrados mediante unciones, en particular el altar (Éx 29,36s; 30, 26-29; Lev 8,IOs), que por el mismo caso adquiría “una eminente santidad”. Un rito análogo muy antiguo, probablemente cananeo, había sido practicado por Jacob: después de su visión nocturna erigió una estela conmemorativa y derramó aceite sobre su cima para marcar el lugar de la presencia divina: de ahí el nombre de Betel, “casa de Dios” (Gén 28, 18; cf. 31,13; 35,14).

2. La unción real ocupa un lugar aparte entre los ritos de consagración. Se aplicaba por un hombre de Dios. profeta o sacerdote. Saúl (1Sa 10,1) y David (1Sa 16,13) fueron ungidos por Samuel; Jehú, por un profeta que había enviado Eliseo (2Re 9,6). Los reyes de Judá eran consagrados en el templo y ungidos por un sacerdote: Salomón recibió la unción de Sadoq (1Re 1,39), Joás, del sumo sacerdote Yehóyada (2Re 11,12). El sentido de este rito consistía en marcar con un signo exterior que estos hombres habían sido elegidos por Dios para ser instrumentos suyos en el gobierno del pueblo. E: rey era el ungido de Yahveh. Con la unción venía a ser partícipe del espíritu de Dios, como se ve en el caso de David: “Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. El espíritu de Yahveh se posesionó de David a partir de aquel día” (1Sa 16,13). Si la unción habilitaba al rey para su función y manifestaba exteriormente que había sido elegido por Dios para ser su servidor, se comprende que el nombre de ungido de Yahveh pudiera aplicarse metafóricamente a un rey pagano, Ciro (Is 45,1), pues fue él quien, poniendo fin a la cautividad de Babilonia, facilitó al pueblo elegido el retorno a Israel.

Pero el tema de la unción real alcanzaría toda su importancia con su aplicación al Mesías. El Sal 2, que habla de Yahveh y de su Ungido (2), era interpretado en sentido mesiánico en la tradición judía y cristiana (Hech 4,25ss). Para los primeros cristianos, este título tenía todavía una resonancia real; sólo cobraba su verdadero sentido desde el momento enque Jesús había sido entronizado a la derecha de Dios y había recibido de él la unción de un óleo de alegría (Heb 1,8s; cf. Sal 45,7s): con esta unción regia quedaba constituido de pleno derecho Señor y “Cristo” (Mesías) (Hech 2,36; cf. Flp 2,11). La tradición cristiana posterior, a propósito de este título de “Ungido”, hablaría de una triple unción de Cristo, como rey, sacerdote y profeta.

3. Los sacerdotes y más especialmente el sumo sacerdote, son también ungidos. Por orden de Yahveh (Éx 29,7) confiere Moisés la unción a Aarón (Lev 8,12) y en las prescripciones destinadas al sumo sacerdote se llama varias veces a este último “el sacerdote consagrado por la unción” (p.e., Lev 4,5; 16,32). En otros pasajes la unción es conferida a los simples sacerdotes “hijos de Aarón” (p.e., Éx 28,41; 40,15; Núm 3,3). Sin embargo, estos diferentes textos pertenecen al código sacerdotal posterior al exilio. Es, por tanto, probable que durante la monarquía sólo se ungiera al rey; en la época del segundo templo, el sumo sacerdote, venido a ser el jefe del pueblo, recibiría la unción en su lugar; luego no tardarán en recibirla todos los sacerdotes. Alrededor del siglo primero la comunidad de Qumrán aguardaba no sólo un mesías de Judá (un rey), sino también un “ungido” oriundo de Leví, un mesías sacerdote.

4. Los profetas no eran ungidos con aceite; la unción de los profetas designa metafóricamente su investidura: Elías recibe la orden de ungir a Eliseo (1Re 19,6), pero, en el momento del llamamiento de éste, el Tesbita se limitó a echarle por encima su manto comunicándole su espíritu (1Re 19,19; 2Re 2,9-15). El autor de Is 61, para explicar su misión profética, escribe: “El Espíritu del Señor está sobre mí, pues me ha ungido. Mc ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres” (Is 61,1).

5. La unción de Cristo.

El NT hace mención de una sola unción de Jesús durante su vida terrena (en cuanto a la unción regia en su entronización celestial, cf. Heb 1,9), la que recibió en el bautismo: “Fue ungido del Espíritu Santo y de poder” (Hech 10,38). Jesús mismo, aplicándose el texto de Is 61,1 al comienzo de su ministerio (Le 4,18-21), explica esta unción como una unción profética para el anuncio del mensaje. Pero la comunidad apostólica, inspirándose en las palabras de Jesús (Mc 10,38; Le 12,50), interpretaría el bautismo en la perspectiva de la muerte de Cristo (Hech 4,27; cf. Rom 6,3s): la misión recibida a comienzos de la vida pública no era todavía sino una misión de predicación, la del siervo-profeta (Is 42,1-7); pero debía consumarse en el Calvario (cf. 1Jn 5,6), en el sacrificio del siervo paciente.

6. También el cristiano recibe una unción (2Cor 1,21; 1Jn 2,20.27); sin embargo, no se trata de un rito sacramental (bautismo o confirmación), sino de una 'participación en la unción profética de Jesús, una unción espiritual por la fe. El catecúmeno, antes de recibir el sello del Espíritu en el momento del bautismo, ha sido ungido por Dios (2Cor 1,21; cf. Ef 4,30): Dios ha hecho penetrar en él la doctrina del Evangelio, ha suscitado en su corazón la fe en la palabra de verdad (cf. Ef 1,13). Por eso a esta palabra venida de Cristo la llama Juan “aceite de unción”, (khrisma): “el aceite de unción”, interiorizado por la fe bajo la acción del Espíritu (Jn 14,26; 16,13), “permanece en nosotros” (Jn 2,27), nos da el sentido de la verdad (v. 20s), nos instruye en todas las cosas (v. 27); así puede Juan decir que el cristiano no tiene necesidad de que se le enseñe: la esperanza de los profetas en la nueva alianza se realiza (Jer 31,34; cf. Is 11,9). Esta doctrina de la unción interior es importante en la tradición y en la espiritualidad cristianas. Clemente de Alejandría pone en boca de Cristo esta invitación y esta promesa a los paganos: “Yo os ungiré con el ungüento de la fe”; y san Bernardo considera como un rasgo distintivo de los hijos de Dios que “la unción los instruye en todas las cosas”.

IGNACE DE LA POTTERIE