Maná.

El maná es un alimento que dio Dios a Israel durante la marcha por el desierto (Jos 5,12); lo que importa no es definir su naturaleza, sino percibir su valor simbólico; la interpretación de su nombre: “¿Qué es esto?” (Éx 16,15) subraya su carácter misterioso: en efecto, Dios quiere probar a su pueblo, aun dejándolo subsistir (16,4.28). Este don maravilloso suscitó en la tradición numerosos comentarios, de que dan testimonio los relatos del Pentateuco (Éx 16; Núm 11,4-9), los salmos y el libro de la Sabiduría (Sab 16,20-29); preparó también la revelación del verdadero pan del cielo, cuyo anuncio y figura es (Jn 6,31s).

1. El maná y la prueba del desierto.

El pueblo incrédulo, ante la condición precaria en que se halla en el desierto, requiere a Dios intimándole que actúe: “¿Está o no Yahveh entre nosotros?” (Éx 17,7); Dios le responde manifestando su gloria, entre otras cosas con el don del maná (16,7.10ss). El maná es a su vez una cuestión que Dios plantea a su pueblo para educarlo poniéndolo a prueba: “¿Vais a reconocer que yo soy vuestro Dios conformándoos con mis órdenes?” (cf. 16,4.28).

Al dar Dios a Israel este medio de subsistencia le significa, en efecto, con ello su presencia eficaz (16,12); y este signo es tan expresivo que se deberá conservar su recuerdo colocando en el arca un vaso de maná junto con las tablas de la ley (16, 32ss; cf. 25,21; Heb 9,4). Ahora bien, todo signo exige una respuesta; el don del maná va acompañado de prescripciones destinadas a probar la fe de Israel en el que lo da: hay que recogerlo cada día sin reservar nada para el día siguiente, excepto la víspera del sábado en que se recogerá para dos días a fin de respetar el reposo sabático; así el maná es para el pueblo el medio de mostrar su obediencia y su confianza en su palabra (Éx 16,16-30). Pero hay todavía más: los bizcochos de maná hervido, aun sin ser insípidos (Núm 11,8), tienen siempre el mismo sabor; Israel se cansa y murmura, desconociendo la prueba y su lección: en lugar de contar con los alimentos terrenales (11,4ss), el hombre debe apoyarse sobre todo en los que vienen del cielo, en el misterioso alimento, cuyo símbolo es el maná: la palabra de Dios (Dt 8,2s).

2. El maná y la espera escatológica.

Israel, meditando su pasado delante de Dios en la oración, canta el beneficio del maná: “trigo y pan del cielo”, “pan de los fuertes”, pan de los ángeles que habitan el cielo (Sal 78,23ss; Sal 105,40; Neh 9,15). Los sabios, celebrando este don milagroso, imaginan las cualidades que debe tener un alimento celeste, el que el Creador dará a sus hijos en el banquete escatológico; en este alimento, objeto de la espera de Israel, piensa el autor de la sabiduría en su comentario inspirado (midrás) del Éxodo. El maná del futuro se acomodará al gusto de cada uno y se adaptará a los deseos de los hijos de Dios. Éstos, gustándolo, gustarán todavía más la suavidad (mansedumbre) del Creador que pone la creación al servicio de los que creen en él (Sab 16,20s.25s). El Apocalipsis habla de este mismo maná: se promete a aquellos cuya fe y testimonio los habrán hecho vencedores de Satán y del mundo (Ap 2,17; cf. 1Jn 5,4s).

3. El maná y el verdadero pan de Dios.

Cristo en el desierto confirma, viviéndola, la lección del AT: “el hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,1-4 p; cf. Dt 8,3). Renueva esta enseñanza alimentando al pueblo de Dios con un pan milagroso. Este pan que sacia al pueblo (Mt 14,20; 15,37 p; cf. Sal 78,29) suscita un entusiasmo que no tiene relación con la fe que Jesús exige (Jn 6,14s); los discípulos no comprenden mejor que las turbas el sentido del don y del milagro; en cuanto a los incrédulos, fariseos y saduceos, piden en este momento “un signo venido del cielo” (Mt 16,1-4 p; cf. Jn 6,30s; Sal 78,24s).

Ahora bien, el verdadero pan “venido del cielo” no es el maná, que dejaba morir, sino Jesús mismo (Jn 6,32s) al que se recibe por la fe (6, 35-50): es su carne, dada “por la vida del mundo” (6,51-58). También Pablo ve este mismo “alimento espiritual” prefigurado por el maná del desierto (1Cor 10,3s). Con todo derecho, pues, la liturgia eucarística recurre a las imágenes bíblicas relativas al maná. Participando del pan misterioso de la comida eucarística, siempre el mismo aparentemente. como el maná, el cristiano responde a un signo de Dios y testimonia su fe en su palabra bajada del cielo; por eso, desde ahora, se “alimenta con el pan de los ángeles, hecho pan de los viadores” (Lauda Sion), que satisface todas sus necesidades y responde a todos sus gustos, durante el nuevo Éxodo del pueblo de Dios; más aún, el creyente es ya vencedor en la lucha que debe sostener a lo largo de su viaje, pues se alimenta ya con el pan de Dios mismo y vive de su vida eterna (Jn 6,33.54.57s; Ap 2,17).

MARC-FRANÇOIS LACAN