Juan Bautista.

Según el testimonio de Jesús, Juan es más que un profeta (Lc 7,26 p). Mensajero que precede al Señor (Lc 1,76; Mt 11,10 p; cf. Mal 3,1), Juan inaugura el Evangelio (Hech 1,22; Mc 1,1-4); “hasta él había la ley y los profetas; desde entonces se anuncia el reino de Dios” (Lc 16,16 p). Profeta sin igual (Mt 11,11 p), prepara las vías del Señor (Mt 3,3 p), cuyo “precursor” (Hech 13,24s) y testigo (Jn 1, 6s) es.

1. El Precursor y su bautismo.

Juan, aún antes de nacer de una madre hasta entonces estéril, es consagrado a Dios y lleno del Espíritu Santo (Lc 1,7.15; cf. 13,2-5; 1Sa 1,5.11). El que debe ser un nuevo Elías (Lc 1,16s) evoca al gran profeta por su vestido y su vida austera (Mt 3,4 p) que lleva en el desierto desde su juventud (Lc 1,80). ¿Habrá sido formado por una comunidad como la de Qumrán? En todo caso, una vez llegado el tiempo de su manifestación a Israel, cuidadosamente registrado por Lucas (3,1s), aparece como un maestro rodeado de discípulos (Jn 1.35), enseñándoles a ayunar y a orar (Mc 2,18; Lc 5,33; 11,1). Su voz potente resuena en Judea; predica una conversión, cuyo signo es un baño ritual acompañado de la confesión de los pecados, pero que exige además un esfuerzo de renovación (Mc 1,4s); porque de nada sirve ser hijo de Abraham, si no se practica la justicia (Mt 3,8s p), cuyas reglas da a la multitud de los humildes (Lc 3,10-14).

Pero los fariseos y los legistas no creen en él; algunos lo tratan de poseso (Mt 21,32; Mc 11,30ss p; Lc 7,30-33); así, cuando acudieron a él les anunció que la ira consumiría todo árbol estéril (Mt 3,10 p). Denuncia el adulterio del rey y luego la muerte (Mt 14,3-12 p; Lc 3,19s; 9,9). Por su celo es sin duda Juan el nuevo Elías que se espera y que debe preparar al pueblo para la venida del Mesías (Mt 11,14); pero es desconocido, y su testimonio no impedirá la pasión del Hijo del hombre (Mc 9,llss p; Jn 5,33ss).

2. El testigo de la luz y el amigo del esposo.

El testimonio de Juan consiste, en primer lugar, en proclamarse mero precursor; en efecto, la multitud se pregunta si no será el Mesías (Lc 3,15). A una encuesta oficial responde el Bautista que no es digno de desatar las sandalias de aquel al que él precede y “que era antes que él” (Jn 1,19-30; Lc 3,16s p). El “que viene” y que bautizará en el Espíritu (Mc 1,8) y en el fuego (Mt 3,11s), es Jesús, sobre el que descendió el Espíritu en el momento de su bautismo (Jn 1,31-34).

Al proclamarlo cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29), no preveía Juan cómo lo quitaría, como tampoco comprendía por qué había venido Cristo a ser bautizado por él (Mt 3,13ss). Para quitar el pecado debería Jesús recibir un bautismo, del que el de Juan sólo era figura: el bautismo de su pasión (Mc 10,38; Lc 12,50); así realizaría toda justicia (Mt 3,15), no ya exterminando a los pecadores, sino justificando a la multitud, con cuyos pecados se habría cargado (cf. Is 53,7s.11s). Ya antes de la pasión, el comportamiento de Jesús sorprende a Juan y a sus discípulos, que aguardad a un juez: Cristo les recuerda las profecías de salvación que él realiza y los invita a no escandalizarse (Mt 11,2-6 p; cf. Is 61,1).

Pero ciertos discípulos de Juan no sólo ignorarán por mucho tiempo el alcance de la venida de Jesús y el bautismo en el Espíritu (Hech 18,25; 19,2), sino que una polémica cuyos vestigios aparecen en el Evangelio (cf. Mc 2,18) enfrentará a su secta y a la Iglesia naciente: ésta, para mostrar la superioridad de Cristo, no tenía más que invocar el testimonio del mismo Juan (Jn 1,15). Juan, verdadera amigo del esposo y colmado de gozo por su venida, se había esfumado delante de él (3,27-30) y con sus palabras había invitado a sus propios discípulos a seguirle (1,35ss). Jesús, en cambio, había glorificado su testimonio, lampára ardiente y luminosa (5,35), el profeta más grande nacido de mujer (Mt 11,11); pero había añadido que el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él; situaba la gracia de los hijos del reino por encima del carisma profético, sin por eso despreciar la santidad de Juan.

La gloria de este humilde amigo del esposo se proclama en el prólolo del cuarto Evangelio, que sitúa a Juan con referencia al Verbo hecho carne: “Juan no era la luz, sino el testigo de la luz”; y con referencia a la Iglesia: “Vino para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él” (Jn 1,7s).

MARC-FRANÇOIS LACAN