Josué.

1. Jefe de Israel.

En la perspectiva del AT, la obra de Josué representa una etapa esencial de la historia sagrada. Servidor de Moisés (Éx 17, 9; Núm 11,28), escaló con él la montaña del Sinaí (Éx 24,13), vivió en la proximidad del santuario (Éx 33, 11). Allí alcanzó una fidelidad profunda que se manifiesta en el caso de los espías enviados a Canaán (Núm 13); así Caleb y él serán los únicos de la generación del desierto que entren en la tierra prometida (Núm 14, 30.38). Elegido por Dios para suceder a Moisés como jefe de Israel, es investido del Espíritu de Dios cuando Moisés le impone las manos (Núm 27,15-23; Dt 31,7s.14-23). Así, a la muerte de éste puede asumir la dirección del pueblo. Entonces se le ve, lleno de valentía (Jos 1,6), mostrar su valor en la dirección de la guerra santa. Sin embargo, ésta tiene un jefe celestial, del que Josué sólo es el representante (Jos 5,13ss) y cuya asistencia se manifiesta cuando las fuerzas de la naturaleza se ponen al servicio de Israel para ayudarle en sus operaciones de guerra (6,20; 10, 10-14). Por lo demás, el objetivo de la conquista no es el de destruir a los cananeos, sino el de dar en herencia al pueblo de Dios la tierra de los paganos (Sal 78,54s; 105,44s): este país de los antepasados, ¿no es la tierra prometida? Sin embargo, Israel sólo es introducido en ello para guardar la alianza de Dios y observar su ley. Josué mismo, con una intransigencia religiosa absoluta (Jos 23), da ejemplo y arrastra a Israel por el camino de la fidelidad (8,30-35; 24).

2. Figura del Salvador.

La meditación de los sabios gustará de volver sobre este sector de historia ejemplar: Josué el bien nombrado (heb. = “Yahveh salva”), sucesor de Moisés en su oficio profético, salvó a los elegidos de Dios (Eclo 46,1). Y sin embargo, este primer “Jesús” no era sino un pálido esbozo de otro salvador que había de venir, que llevaría también el mismo nombre (Mt 1,21). Su acción no era sino un episodio preparatorio en la larga historia de la salvación (Hech 7,45); hoy, con Jesucristo muerto, resucitado y subido a los cielos, la verdadera salvación se ha revelado al pueblo de Dios. La tierra prometida aguardada por él no era sino una etapa, no el término, una figura, no el verdadero reposo (Heb 4,8). Un reposo mejor nos está prometido: el del séptimo día, participación en el reposo mismo de Dios. Josué, hombre de valentía, nos invita a combatir con vistas a alcanzar ese reposo, en el que hallaremos la recompensa de nuestras fatigas (Ap 14,13).

PIERRE GRELOT