Enemigo.

1. EL HECHO DE LA ENEMISTAD.

1. Constancia y límites.

El hombre bíblico está siempre frente a su enemigo: es un hecho sobre el que ni siquiera se plantean cuestiones. Ya en el círculo familiar una enemistad operante opone a Caín y Abel (Gén 4, 1-16), a Sara y Agar (Gén 16,1-7), a Jacob y a Esaú (Gén 27-29), a José y a sus hermanos (Gén 37,4), a Ana y Penina (1Sa 1,6s). En la ciudad, los profetas y los salmistas se quejan de sus enemigos (Sal 31; 35; 42, 10; Jer 18,18-23). Éstos .pueden ser deudos (Miq 7,6; Jer 12,6) o antiguos amigos (Sal 55,13ss). Ha venido a ser como un esquema de pensamiento: tras toda adversidad se descubre un adversario, y el enfermo de los Salmos es casi siempre un perseguido (Sal 13; 38-1-16). Sin embargo, si el enemigo pertenece a la comunidad de Israel, la ley ve en él un sujeto de derechos (Ex 23,4; Núm 35,15). La misión misma se construye en este mundo de la enemistad. Pero la hostilidad conoce matices: sin piedad en el caso de los cananeos o de los amalecitas (Ex 17,16; 1Sa 15), acaba por no ser más que una guerra fría para con Moab y Amón (Dt 23,4-7), y el Deuteronomio deja entender a propósito de Edom y de Egipto (Dt 23,8) que extranjero no significa necesariamente enemigo.

2. Origen.

¿Cómo explicarse en la historia sagrada la permanencia de este fenómeno? En realidad, es sencillamente un fenómeno o dato de la historia desde el día en que el pecado introdujo el odio. Israel adquiere conciencia de sí mismo en un mundo sin piedad. Querer verlo inmune en este aspecto sería querer que fuera de otra esencia que la humanidad de su tiempo. Dios toma al hombre al nivel en que lo halla. Los cananeos son atacados porque son idólatras (Gén 15,16; Dt 20,16ss), pero también porque ocupan el territorio, la tierra prometida (Dt 2,12). En este estadio se comprueba cierta identificación entre enemigos de Dios y enemigos de la nación: “Yo seré enemigo de tus enemigos” (Ex 23,22).

II. LUCES SOBRE EL MUNDO DE LA ENEMISTAD.

1. Un caso típico.

La lucha de Saúl contra David es el relato más detallado que nos queda de una enemistad personal. Sólo Saúl es aquí el enemigo. Se la ha tomado con la vida de David (1Sa 18,10s; 19,9-17) y se opone a un designio a la vez divino y terreno: la realeza de su rival. El móvil profundo de su odio es el que presenta la Biblia más frecuentemente: la envidia.. En cuanto a David, evita dejarse contaminar por el odio de Saúl, y su actitud es tal que un cristiano, que debería superarla, tiene todavía mucho que hacer para igualarla. No pocos amigos de Dios debieron vivir, a su nivel, un drama semejante al de David, en el que abundan los signos de cierto afinamiento moral. El llamamiento de Dios, insertándose plenamente en su deseo de vivir, los condujo a deshacerse de su egoísmo sin perder sus contactos con la existencia.

2. La experiencia de la derrota.

Israel como nación pasó por una experiencia bastante parecida. Por una guerra infligida a los otros (como la de la conquista), ¡qué de guerras tuvieron que afrontar! Con el tiempo la imagen del enemigo se confundió progresivamente con la del opresor; en ello no hay nada con qué alimentar sueños de poder. Así aprendió Israel que Yahveh, lejos de hacer al justo más fuerte, prefiere liberarlo él mismo (Ex 14,13s.30). El enemigo no es vencido por el justo al que oprimía; parece víctima de sí mismo (Sal 7,13-17; cf. Saúl, Aman...). En tanto llega su derrota, no triunfa sin razón; castiga en nombre de Dios y sin quererlo= enseña. Su eliminación completa está ligada con la plenitud de la bendición (Gén 22,17; 49,8; Dt 28,7). Ahora bien, a través de la historia, Yahveh lo deja subsistir (Jue 2,3; 2,20-23; Dt 7,22). Esta persistencia señala dos cosas: el nivel de cumplimiento de la promesa y el de la fidelidad del pueblo. Por una parte y por otra no ha llegado todavía el tiempo de la plenitud.

3. La obra del tiempo.

Los que repetían las maldiciones del salmista mucho tiempo después de él no podían hacerlo en nombre de los mismos intereses particulares ni respecto a las mismas personas: en ello hay ya cierta purificación. Cierto despego de esta índole se nota en el libro de la Sabiduría (Sab 10-19), que en la historia ve más los conflictos ideológicos que los conflictos de intereses. Cuando los Macabeos, reanudando la tradición de la guerra santa, luchan “por su vidá y por sus leyes” (1Mac 2,40: 3,21), lo hacen con clara conciencia del doble fin que expresa esta fórmula, que une sin confundir. En una palabra, por una parte no se reniega nunca el principio jurídico del talión, que, por lo demás, ponía cierto freno a la venganza (cf. Gén 4,15.24), y se concibe la victoria de Israel como la destrucción de sus enemigos (Est); por otra parte, la experiencia y la luz divina orientan los corazones hacia el amor. En medio de los consejos de prudencia, Ben Sira pide que el hombre perdone para ser perdonado por Dios (Eclo 28,1-7; cf. Prov 24,29). Es la exigencia de Jesús mismo.

III. JESÚS TRIUNFO DE LA ENEMISTAD.

1. El mandamiento y el ejemplo.

“Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian” (Mt 5,44 p). Este mandamiento destaca entre las exigencias más nuevas (cf. 5,43) de Jesús. Él mismo tuvo enemigos, que no “lo quisieron como rey”, como dice una parábola (Lc 19,27). Lc dieron muerte, y él en la cruz los perdonó (Lc 23,34). Así debe hacerlo el discípulo a imitación de su maestro (cf. 1Pe 2,23), a imitación del Padre que está en los cielos (Mt 5,45ss), cuyo perdón podrá obtener así (cf. Mt 6,12). El cristiano que perdona no se hace ilusiones acerca del mundo en que vive, como tampoco Jesús se hacía ilusiones acerca de los fariseos y de Herodes. Pero practica a la letra el consejo:de la Escritura: amontonar carbones ardientes sobre la cabeza del enemigo (Rom 12,20 = Prov 25,21s), Esto no es venganza: este fuego se cambiará en amor si el enemigo consiente en ello; el hombre que ama a su enemigo aspira a convertirlo en amigo y toma para ello los medios con prudencia. En estas atenciones Dios mismo le precedió: cuando éramos sus enemigos nos reconcilió consigo por la muerte de su Hijo (Rom 5,10).

2. La victoria sobre la enemistad.

Jesús no viene, pues, a negar la enemistad, sino a manifestarla en su dimensión completa al momento de vencerla. No es un hecho como los otros; es un misterio, signo del reinado de Satán, el enemigo por excelencia: desde el huerto del Edén una enemistad lo opone a los hijos de Eva (Gén 3,15). Enemigo de los hombres y enemigo de Dios, siembra en la tierra la cizaña (Mt 13,39); por eso estamos expuestos a sus ataques. Pero Jesús dio a los suyos poder sobre todo poder que venga del enemigo (Lc 10,19). Les viene del combate en que Jesús triunfó por su misma derrota, habiéndose ofrecido a los golpes de Satán a través de los de sus enemigos y habiendo vencido a la muerte con la muerte. Así derribó el “muro de enemistad” que cruzaba por la humanidad (Ef 2,14-16). En tanto llega el día en que Cristo, para poner “a todos sus enemigos a sus pies”, destruye para siempre a la muerte, que es el último enemigo” (1Cor 15.25s). el cristiano combate con Jesús contra el viejo enemigo del género humano (Ef 6, 11-17). En torno a él, algunos se conducen como enemigos de la cruz de Cristo (Flp 3,18), pero él sabe que la cruz lo lleva al triunfo. Esta cruz es el lugar, fuera del cual no hay reconciliación con Dios ni entre los hombres.

PAUL BEAUCHAMP