Comunión.

La comunión eucarística es uno de los gestos en que el cristiano manifiesta la originalidad de su fe, la certeza de tener con el Señor un contacto de una proximidad y de un realismo que están por encima de toda expresión. Esta experiencia única tiene su traducción en el vocabulario: la palabra comunión (gr. koinonia) está casi totalmente ausente del AT y en él no designa nunca una relación del hombre con Dios. En el NT, por el contrario, caracteriza las relaciones del cristiano con cada una de las tres divinas personas.

La aspiración a la comunión con .la divinidad no es cosa extraña al hombre; la religión que se le presenta como un deseo de unirse a Dios se traduce con frecuencia en sacrificios o en comidas sagradas en las cuales se considera que el dios comparte el alimento de sus fieles. Por otra parte, las comidas de alianza quieren sellar entre los hombres vínculos de fraternidad o de amistad.

Si sólo Jesucristo, nuestro único mediador, es capaz de colmar este deseo, sin embargo, el AT, aun manteniendo celosamente las distancias infranqueables antes de la encarnación, prepara ya su realización.

AT.

1. El culto israelita refleja la necesidad de entrar en comunión con Dios.

Esto se expresa sobre todo en los sacrificios llamados “de paz”, es decir, de dicha, en los que una parte de la víctima corresponde al oferente: comiéndola, es admitido a la mesa de Dios. Así muchas traducciones lo llaman “sacrificio de comunión” (cf. Lev 3). En realidad el AT no habla nunca de comunión con Dios, sino únicamente de comida tomada “delante de Dios” (Éx 18,12; cf. 14,11).

2. La alianza.

Esta aspiración no pasaría de ser un sueño estéril si Dios no propusiera a su pueblo una forma real de intercambios y de vida común: por la alianza toma Dios a su cargo la existencia de Israel, toma como suyos sus intereses (Éx 23,22), quiere que haya un encuentro (Am 3,2) y trata de ganarse su corazón (Os 2,16). Este designio de comunión, resorte de la alianza, se revela en el aparato con que Dios rodea su iniciativa: sus largos coloquios con Moisés (Éx 19,20; 24, 12-18), el nombre de la “tienda de reunión” en que se encuentra con él (33,7-11).

3. La ley, carta de la alianza.

Tiene por fin enseñar a Israel las reacciones de Dios (Dt 24,18; Lev 19,2). Obedecer a la ley, dejarse modelar por sus preceptos, es, pues, hallar a Dios y unirse con él (Sal 119); y viceversa, amar a Dios y buscarle es observar sus mandamientos (Dt 10,12s).

4. La oración.

El israelita que vive en la fidelidad a la alianza, se encuentra con Dios de una manera todavía más íntima, en las dos formas fundamentales de la oración: en el arranque espontáneo de admiración y de gozo ante las maravillas divinas, que suscita la bendición, la alabanza y la acción de gracias; y en la súplica apasionada en busca de la presencia de Dios (Sal 42,2-5; 63,2-6), de un encuentro que ni siquiera la muerte pueda romper (Sal 16,9; 49,16; 73,24).

5. La comunión de los corazones en el pueblo es fruto de la alianza

La solidaridad natural en el seno de la familia, del clan, de la tribu viene a ser la comunidad de pensamiento y de vida al servicio de Dios, que reúne a Israel. El israelita, para ser fiel a este Dios salvador, debe considerar a su compatriota como su “hermano” (Dt 22,1-4); 23,20) y prodigar su solicitud a los más desheredados (24,19ss). La asamblea litúrgica de las tradiciones sacerdotales es al mismo tiempo una comunidad nacional en marcha hacia el destino divino (cf. Núm 1,16ss; 20, 6,11; 1Par 13,2), la “comunidad de Yahveh” y “todo Israel” (1 Par 15,3). NT. En Cristo viene a ser una rea lidad la comunión con Dios; Jesucristo, compartiendo, incluso en su debilidad, una naturaleza común a todos los hombres (Heb 2,14), les concede participar en su naturaleza divina (2Pe 1,4).

1. La comunión con el Señor vivida en la Iglesia.

Desde el comienzo de su vida pública se asocia Jesús doce compañeros, que quiere sean estrechamente solidarios de su misión de enseñanza y de misericordia (Mc 3,14; 6,7-13). Afirma que los suyos deben compartir sus sufrimientos para ser dignos de él (Mc 8,34-37 p; Mt 20,22; Jn 12,24ss; 15,18). Es verdaderamente el Mesías, el rey que forma cuerpo con su pueblo. Al mismo tiempo subraya la unidad fundamental de los dos mandamientos del amor (Mt 22,37ss).

La unión fraterna de los primeros cristianos resulta de su fe común en el Señor Jesús, de su deseo de imitarlo juntos, de su amor a él, que acarrea necesariamente el amor mutuo: sólo tenían “un corazón y un alma” (Hech 4,32). Esta comunión entre ellos se realiza en primer lugar en la fracción del pan (2,42); en el interior de la Iglesia de Jerusalén se traduce por la puesta en común de los bienes (4,32-5,11); luego, entre comunidades venidas del paganismo y Jerusalén, por la colecta que recomienda san Pablo (2Cor 8,9; cf. Rom 12,13). La ayuda material aportada a los predicadores del Evangelio manifiesta de manera especial esta comunión, dándole el carácter de la gratitud espiritual (Gál 6,6; Flp 2,25). Las persecuciones sufridas juntos hacen la unidad de los corazones (2Cor 1,7; Heb 10,33; 1Pe 4,13), como la parte tomada en la difusión del Evangelio (Flp 1,5).

2. Significación de esta comunión.

a) Según san Pablo, el fiel que se adhiere a Cristo por la fe y por el bautismo, participa en sus misterios (cf. los verbos compuestos del prefijo syn-). El cristiano, muerto al pecado con Cristo, resucita con él a una vida nueva (Rom 6,4; Ef 2, 5s); sus sufrimientos, su propia muerte lo asimilan a la pasión, a la resurrección del Señor (2Cor 4,14; Rom 8,17; Flp 3,10s; 1Tes 4,14). Esta “comunión con el Hijo” (1Cor 1,9) se realiza a lo largo de los días por la participación en el cuerpo eucarístico de Cristo (10,16) y en la acción del Espíritu Santo (2Cor 13,13; Flp 2,1).

b) Según san Juan, la comunión con Cristo nos da a la vez la comunión con el Padre y la comunión fraterna entre cristianos (Jn 1,3). Esta comunión hace que “permanezcan” los unos en los otros. Como el Padre y el Hijo permanecen el uno en el otro y forman uno solo, así los cristianos deben permanecer en el amor del Padre y del Hijo observando sus mandamientos (Jn 14, 20; 15,4.7; 17,20-23; 1Jn 11 2,24; 4, 12), por el poder del Espíiitu Santo (Jn 14,17; Un 2,27; 3,24; 4,13). El pan eucarístico es el alimento indispensable de esta comunión permanente (Jn 6,56).

Así el cristiano gusta anticipadamente el gozo eterno, sueño de todo corazón humano, esperanza de Israel: “estar con el Señor, siempre” (1Tes 4,17; cf. Jn 17,24).

DANIEL SESBOÜÉ y JACQUES GUILLET