Ceniza.

La ceniza, cuyo significado original es muy discutido, aunque su uso está propagado en la mayor parte de las religiones antiguas, es con frecuencia asociada al polvo (los Setenta traducen más de una vez “polvo” por “ceniza”) y simboliza a la vez el pecado y la fragilidad del hombre.

1. El corazón del pecador es se mejante a la ceniza: Isaías llama al idólatra “amador de cenizas” (Is 44,20), y el Sabio dice de él: “Su corazón es ceniza. Su vida es de menos estima que el polvo” (Sab 15,10). Por eso el salario del pecado no puede ser sino ceniza: los soberbios se verán “reducidos a ceniza sobre la tierra” (Ez 28,18), y los malvados serán pisoteados como ceniza por los justos (Mal 3,21). Por otra parte, el pecador que en lugar de endurecerse en su soberbia (Eclo 10,9), se hace consciente de su falta, confiesa precisamente que no es más que “polvo y ceniza” (Gén 18,27; Eclo 17,32); y para significar ante los otros y ante sí mismo que está convencido de ello, se sienta sobre la ceniza (Job 42,6; Jon 3,6; Mt 11, 21 p) y se cubre con ella la cabeza (Jdt 4,11-15; 9,1; Ez 27,30).

2. Pero este mismo símbolo de penitencia sirve también para expresar la tristeza del hombre abrumado por la desgracia, sin duda porque se supone que existe un vínculo entre la desgracia y el pecado. Tamar, despreciada (2Sa 13,19), se cubre de ceniza; asimismo los judíos amenazados de muerte (Est 4,1-4; cf. 1Mac 3,47; 4,39). El hombre quiere mostrar así el estado a que ha quedado reducido (Job 30,19) y va hasta el extremo de alimentarse de ceniza (Sal 102,10; Lam 3,16). Pero sobre todo cuando se ve afligido por un luto es cuando experimenta su nada, y entonces lo expresa cubriéndose de polvo y de ceniza: “Vístete de saco, hija de Sión; revuélcate en la ceniza, llora amargamente” (Jer 6,26).

Cubrirse de ceniza es, pues, realizar mímicamente una especie de confesión pública (cf. la liturgia del miércoles de ceniza); mediante el lenguaje de esta materia sin vida que se vuelve polvo, el hombre se reconoce pecador y frágil, previniendo así el juicio de Dios y atrayendo su misericordia. Al que así confiesa su nada, se le dirige la promesa del Mesías, que viene a triunfar del pecado y de la muerte, a “consolar a los afligidos y a darles en lugar de ceniza una diadema” (Is 61,2s).

GILLES BECQUET