Brazo, mano.

El brazo y la mano son normalmente el signo de la acción, de la expresión, de la relación. El simbolismo del brazo comporta también con frecuencia un matiz de poder; el de la mano, la habilidad, la posesión.

1. El brazo y la mano de Dios.

La mano de Dios hizo el cielo y la tierra (Is 66,2). Modela, como la mano del alfarero (Job 10,8; Jer 18,6; cf. Gén 2,7). Así, Dios revela el poder de su brazo, hasta “su brazo” absolutamente (Is 53,1), en la creación (Jer 32,17) y en la historia (Dt 4,34; Lc 1,51). Con frecuencia obra “con el brazo extendido y con mano fuerte”. Su “brazo de santidad” (Is 52,10), su “buena mano” (Esd 7,9), “la sombra de su mano” (Is 49,2), su mano levantada para el juramento (Dt 32,40), evocan su poderosa protección (cf. Jn 10,29). En la mano de Dios se halla la seguridad (Sal 3,1; cf. Sal 31,6 = Lc 23,46), y cuando la mano de Dios “está sobre” un profeta, es para tomar posesión de él y como para comunicarle el espíritu de visión (Ez 1,3...). La mano de Dios no es “demasiado corta” para salvar (cf. Is 65,2 = Rom 10, 21). Como la mano de Dios, la de Cristo es todopoderosa (Mc 6,2; cf. Jn 10,28); posee todo (Jn 3,35); es socorredora (Mt 8,3).

2. El brazo y la mano del hombre.

El “brazo de carne”, comparado con el brazo de Dios, es impotente (2Par 32,8; cf: Is 40,12; Prov 30,4). Sin embargo, también en el hombre es el brazo instrumento y símbolo de acción vigorosa (Sal 18,35). El gesto de la mano expresa el movimiento del alma: el gozo (2Re 11,12), la angustia (Jer 2,37), la bendición (Gén 48,14), el juramento (Gén 14, 22), sobre todo la oración y la adoración (Sal 28,2; 1Tim 2,8; Job 31,27); finalmente, las manos del suplicante deben ser puras (Sal 24,4; Sant 4,8; cf. Is 1,15). Si la mano de Dios “está con” alguien (cf. Lc 1,66), es para protegerle o para dotarle de poder divino al gesto de este hombre (Hech 11,21; 5,12). Así los apóstoles, imponiendo las manos, pueden comunicar el espíritu mismo de Dios (Hech 19,6; cf. 1Tim 4,14).

ANDRÉ RIDOUARD