Ayuno.

Los occidentales de nuestros días, incluso cristianos, apenas si aprecian el ayuno que consiste en privarse de todo alimento y de toda bebida, eventualmente de las relaciones sexuales, durante uno o varios días, desde una puesta del sol hasta otra. Si aprecian la moderación en beber y en comer, el ayuno les parece peligroso para la salud y prácticamente no ven su utilidad para la vida espiritual. Esta actitud es la opuesta de la que los historiadores de las religiones descubren casi en todas partes: por motivos de ascesis, de purificación, de luto, de súplica, ocupa el ayuno un puesto importante en los ritos religiosos. En el Islam, por ejemplo, es el medio por excelencia de experimentar la trascendencia divina. La Biblia, en la que se funda en este punto la actitud de la Iglesia, coincide en este particular con todas las demás corrientes religiosas. Pero la Biblia precisa el sentido del ayuno y regula su práctica; con la oración y la limosna es para ella el ayuno uno de los actos esenciales que traducen delante de Dios la humildad, la esperanza y el amor del hombre.

1. Sentido del ayuno.

Siendo el hombre alma y cuerpo, de nada serviría imaginar una religión puramente espiritual: para obrar tiene el alma necesidad de los actos y de las actitudes del cuerpo. El ayuno, siempre acompañado de oración suplicante, sirve para traducir la humildad delante de Dios: ayunar (Lev 16,31) equivale a “humillar su alma” (16,29). El ayuno no es, pues, una hazaña ascética; no tiende a procurar algún estado de exaltación psicológica o religiosa. Tales utilizaciones se acusan en la historia de las religiones. Pero en clima bíblico, cuando uno se abstiene de comer un día entero (Jue 20,26; 2Sa 12,16s; Jon 3,7), siendo así que considera el alimento como don de Dios (Dt 8,3), esta privación es un gesto religioso, cuyos motivos hay que comprender exactamente; lo mismo se diga de la abstención de relaciones conyugales (Jl 2.16).

El que ayuna se vuelve hacia el Señor (Dan 9,3; Esd 8,21) en una actitud de dependencia y de abandono totales: antes de emprender un quehacer difícil (Jue 20,26; Est 4,16). como también para implorar el perdón de una culpa (1Re 21,27), o una curación (2Sa 12,16.22), lamentarse en el caso de una sepultura (1Sa 31, 13; 2Sa 1,12), cuando una mujer queda viuda (Jdt 8,5; Lc 2,37) o de resultas de una desgracia nacional (1Sa 7,6; 2Sa 1,12; Bar 1,5; Zac 8,19), para obtener la cesación de una calamidad (Jl 2,12-17; Jdt 4. 9-13), abrirse a la luz divina (Dan 10,12), aguardar la gracia necesaria para el cumplimiento de una misión (Hech 13,2s), prepararse al encuentro con Dios (Éx 34,28; Dan 9,3).

Las ocasiones y los motivos son variados. Pero en todos los casos se trata de situarse con fe en una actitud de humildad para acoger la acción de Dios y ponerse en su presencia. Esta intención profunda descubre el sentido de las cuarentenas pasadas sin alimento por Moisés (Éx 34,28) y Elías (1Re 19,8). En cuanto a la cuarentena de Jesús en el desierto, que se rige conforme a este doble patrón, no tiene por objeto abrirse al Espíritu de Dios, puesto que Jesús está lleno de él (Lc 4,1); si el Espíritu le mueve a este ayuno, es para que inaugure su misión mesiánica con un acto de abandono confiado en su padre (Mt 4,1-4).

2. Práctica del ayuno.

La liturgia judía conocía un “gran ayuno” el día de la expiación (cf Hech 27,9); su práctica era condición de pertenencia al pueblo de Dios (Lev 23,29). Había también otros ayunos colectivos en los aniversarios de las desgracias nacionales. Además, los judíos piadosos ayunaban por devoción personal (Lc 2,37); así los discípulos de Juan Bautista y los fariseos (Mc 2,18), algunos de los cuales ayunaban dos veces por semana (Lc 18,12). Se trataba de realizar así uno de los elementos de la justicia definida por la ley y por los profetas. Si Jesús no prescribe nada semejante a sus discípulos (Mc 2,18), no es que desprecie tal justicia o que quiera abolirla, sino que viene a cumplirla o consumarla, por lo cual prohíbe hacer alarde de ella y en algunos puntos invita a superarla (Mt 5,17.20; 6,1). Jesús insiste más en el despego de las riquezas (Mt 19,21), la continencia voluntaria (Mt 19,12), y sobre todo en la renuncia a sí mismo para llevar su cruz (Mt 10,38-39).

En efecto, la práctica del ayuno lleva consigo ciertos riesgos: riesgo de formalismo, que denuncian ya los profetas (Am 521; Jer 14,12); riesgo de soberbia y de ostentación, si se ayuna “para ser visto por los hombres” (Mt 6,16). Para que el ayuno agrade a Dios debe ir unido con el amor del prójimo y comportar una búsqueda de la verdadera justicia (Is 58,2-11); es tan inseparable de la limosna como la oración. Finalmente, hay que ayunar por amor de Dios (Zac 7,5). Así invita Jesús a hacerlo con perfecta discreción: este ayuno, conocido de Dios solo, será la pura expresión de la esperanza en él, un ayuno humilde que abrirá el corazón a la justicia interior, obra del Padre que ve y actúa en lo secreto (Mt 6,17s).

La Iglesia apostólica conserva en materia de ayuno las costumbres de los judíos, practicadas en el espíritu definido por Jesús. Los Hechos de los Apóstoles mencionan celebraciones cultuales acompañadas de ayuno y oración (Hech 13,2ss; 14,22). Pablo, durante su abrumadora labor apostólica, no se contenta con sufrir hambre y sed cuando las circunstancias lo exigen, sino que añade repetidos ayunos (2Cor 6,5; 11,27). La Iglesia ha permanecido fiel a esta tradición procurando mediante la práctica del ayuno poner a los fieles en una actitud de abertura total a la gracia del Señor, en espera de su retorno. Porque si la primera venida de Jesús colmó la expectativa de Israel, el tiempo que sigue a su resurrección no es el de la alegría total, en el que no sientan bien los actos de penitencia. Jesús mismo, defendiendo contra los fariseos a sus discípulos que no ayunaban, dijo: “¿Pueden ayunar los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo: en esos días ayunarán” (Mc 2,19s p). El verdadero ayuno es, pues, el de la fe, la privación de la visión del Amado y su búsqueda permanente. En espera del retorno del esposo, el ayuno penitencial entra dentro de las prácticas de la Iglesia.

RAYMOND GIRARD