DESARROLLO DE CADA DIMENSIÓN PLANTEADA

Dimensión Ideológica.

La primera de las dimensiones que vamos a plantear es la que llamamos dimensión ideológica.  Lo haremos brevemente ya que está explicitada en otra obra[1] y dado que no es la más relevante para lo que en este momento queremos analizar.

La dimensión ideológica se encuentra en un plano distinto a las otras cinco dimensiones que estamos considerando. Podemos decir que está a la base de las otras, y que solamente es accesible a través de las otras dimensiones. En otras palabras, la capacidad de explicar, ubicarse y prever la realidad, solo se desarrolla a través de las perspectivas éticas, espirituales, psicológicas, afectivas o relacionales, y no en sí misma.

El modelo de paradigmas, utilizado para explicar -en la obra citada- la estructura funcional de esta dimensión ideológica, tanto en su nivel no-tematizado (llamado “nivel de pre-comprensión vital”), como en el nivel consciente (llamado “de cosmovisión tematizada”) o inclusive en el nivel estratégico (llamado “estratégico vital”), solamente son aprehensibles a través de sus aplicaciones en las otras dimensiones.

A modo de ejemplo, si asumimos la dimensión ética en relación a la dimensión ideológica, vemos cómo los juicios de valor considerados como “espontáneos” por la persona, en realidad responden a estructuras introyectadas (iniciado ya desde el imprinting de la primera infancia), y son los que le permiten comprender, explicar, y prever la realidad también en el campo ético.

De este modo, la percepción de los modelos de realización personal y la percepción de los caminos recorribles para alcanzar en sí mismo esos modelos, que son propios de la dimensión ética, responden en gran medida a esa dimensión ideológica subyacente.

Esos modelos y caminos de realización personal, en primer lugar, han sido adquiridos de la propia cultura familiar, social, étnica, y epocal a la que pertenece el individuo y, en segundo lugar,  también han sido producidos por sus propias convicciones a partir de actos de fe personales y a partir, de su propia praxis experiencial.

La realidad es percibida por el sujeto como demandante de actitudes determinadas, de comportamientos y de juicios, que corresponden netamente al campo ético. La  persona los asumirá pasivamente o por el contrario irá reaccionando frente a esas demandas en la medida en que vaya siendo consciente de esos mecanismos que vienen del exterior, pero que también funcionan desde su interior.

No existe posibilidad ética en la persona que no funcione a partir de esa dimensión de base que llamamos ideológica. Tanto la percepción ingenua de la realidad, como la distancia crítica respecto a ella, se dan en el plano ideológico y tendrá sus manifestaciones en la percepción ética.

A modo de ejemplo: para cierta persona, determinada situación (p.e. un domador azuzando un caballo) podrá no generar ningún nivel de indignación ética ya que “espontáneamente”, es decir, pacíficamente con respecto a sus estructuras ideológicas, será considerado como una acción normal y justificada, mientras que otra situación (p.e. el mismo hombre pegándole a un caballo) le generará un nivel de indignación ética y lo moverán a actuar, ya que esta nueva situación estará contraviniendo esas mismas estructuras ideológica de fondo, es decir, esa persona estará percibiendo la situación como anómala o como injustificada.

Se podría concluir de lo anterior que, en última instancia, de lo que se trata en ética es de la modificación de la dimensión ideológica[2]. Ciertamente, es verdad que las modificaciones de la percepción ética (así como la espiritual, la afectiva, etc.) de la realidad, y la respuesta consiguiente del sujeto, se apoyan en la dimensión ideológica, pero también es verdad que no es posible modificar la dimensión ideológica si no es a través de las otras dimensiones.

Sólo a través de una  toma de conciencia de la realidad ética es que la persona podrá descubrir las propias mediaciones ideológicas que tiene acerca de los juicios éticos. Tal vez, sea más claro poner un ejemplo:  una persona que tiene introyectadas desde su infancia estructuras ideológicas racistas, es decir, que considera como normal y justo que dos blancos o dos negros puedan formar pareja, pero que considera como anormal el que un blanco y un negro la formen, esto llevará a que, frente a situaciones donde se dé esa mezcla racial,  la persona sienta espontáneamente un rechazo ético.

Sólo en la medida en que esa persona logre tomar conciencia del automatismo ético que funciona en su interior, es que podrá tomar decisiones acerca de las escalas de valor o de los modelos antropológicos que están subyacentes a esa reacción.

En lo concreto del ejemplo planteado: sólo descubierto su mecanismo racista es que la persona podrá convalidarlo (asumiendo consciente y deliberadamente que está bien que las razas permanezcan  separadas y eso es lo bueno, lo realizante, lo justo) o podrá rechazarlo (asumiendo consciente y libremente que se trata de un prejuicio que no corresponde a lo verdaderamente ético). Así  la persona habrá tomado distancia crítica de ese paradigma ideológico de base, conformando un nuevo paradigma ideológico que considera la mezcla racial como buena, es decir, como éticamente realizante.

En síntesis, la dimensión ideológica se actúa y se expresa a través de las otras dimensiones, y sólo es accesible y modificable a través de las otras dimensiones. 

Dimensión ética.

La dimensión ética, como actividad humana, es la búsqueda de caminos de realización.  En este sentido, usamos como sinónimos: realización personal, felicidad, llegar a ser uno mismo, santidad, humanización, etc.

La condición de posibilidad del ejercicio de la dimensión ética es la libertad humana. Entendemos la libertad como la capacidad de la persona no sólo de tomar decisiones, sino de irse construyendo a sí mismo, a través de ellas[3]. La libertad, desde el punto de vista ético, se concreta en el “acto” humano[4].

Así pues, el eje de la dimensión ética tiene como punto de partida el descubrimiento de la propia libertad, es decir, de la capacidad que tiene la persona de ir forjando su propia vida y su propio futuro, a través de sus actos y decisiones.  A su vez, ese mismo eje tiene como finalidad el construirse a sí mismo tal como se quiere ser.

Entre ambos extremos (descubrir la propia libertad y construirse a sí mismo), en una tensión dialéctica permanente, se va realizando todo el proceso ético de la persona.  En síntesis, definimos la tarea ética de la persona como el “llegar a ser lo que se puede según su propio proyecto de sí, con lo que se es”.

El instrumento clave con que cuenta la persona en el desarrollo de esta dimensión es la conciencia, y el resultado de actuar siempre con “conciencia recta”[5] es lo que le va permitiendo actuarse como ser en libertad. A ese actuar con conciencia recta le damos el nombre de “autenticidad”, por lo que afirmamos que el instrumento que construye de hecho la dimensión ética en la persona  es su ser auténtico.

Existen dos abordajes básicos de la realidad desde la perspectiva ética, ellos son: el abordaje subjetivo y el abordaje objetivo.

Objetividad

Entendemos por objetividad el juicio de valor que se realiza sobre el actuar humano más allá de  las intenciones del sujeto actuante.  Se trata de la búsqueda de actuar efectivamente, influyendo y modificando la realidad de una manera consistente, más allá de las meras intenciones.

En este sentido, el ser humano, como búsqueda de realización personal y colectiva, no se conforma con la intimidad de sus intenciones sino que necesita ir más allá de éstas a la realidad en sí misma. La realización personal no puede quedar encerrada en solas intenciones que no tienen su correlato efectivo en la realidad, ya que de lo contrario no sería posible la tal realización sino que se trataría una fantasía sobre ella.

La genuina búsqueda de la realización personal implica necesariamente tomar en cuenta las consecuencias objetivas, es decir, las consecuencias de los actos que se realizan en la realidad, más allá de las propias intenciones.

De hecho, la persona vivirá las consecuencias reales de su propio actuar sea o no consciente de ellas. En este sentido decimos que, de hecho, la persona sufrirá la responsabilidad de sus actos.

Sólo en la medida en que la persona sea consciente de esos actos y sus consecuencias y, libre y deliberadamente, quiera asumir esas consecuencias, es que diremos que la persona se ha hecho éticamente responsable de sus actos.  “Ser” responsable no es lo mismo que “hacerse” responsable de los actos.

Desde la perspectiva ética, objetivamente, la persona es responsable por lo que hace de sí misma, en los límites de su propia libertad objetiva. 

Se hará responsable de sí misma (de su propio caminar, de su propio destino), en la medida en que tome conciencia de esa libertad con que cuenta, del ejercicio que realiza de ella y de la objetividad de los resultados de sus propias decisiones.

En este sentido, toda persona humana es ética en la medida en que ella será el resultado objetivo de sus propias decisiones, lo quiera o no lo quiera. De este modo es como se irá construyendo a sí misma, más allá de que esas decisiones hayan sido tomadas de manera ponderada y deliberada o que, por el contrario, hayan sido tomadas de manera totalmente inconsistente o irresponsable.

Se es ético porque se construye a sí mismo con sus actos.  Lo que se trata al desarrollar la dimensión ética desde la perspectiva de la objetividad, es que no solamente se sea ético y, por lo tanto, que se sea responsable de sus actos y sus consecuencias, sino que además las asuma y las integre consciente y deliberadamente en un camino de autoconstrucción.

Subjetividad

Por otro lado, la perspectiva subjetiva de la eticidad implica el nivel de conciencia de la persona. Se trata de la conciencia moral, por medio de la cual traduce en actos su voluntad acerca de cómo quiere que la realidad sea.

La dimensión ética, también en su perspectiva subjetiva, parte no de una ilusión sino de la realidad, y busca con los actos humanos influir y modificar esa realidad.  La intención, entonces, sería esa búsqueda de transformar mediante los actos la realidad, para que ella llegue a ser tal como el sujeto quiere que sea.

Si bien en referencia a la realidad, en términos generales, los márgenes normales de capacidad de influencia del sujeto individual no son mayores, sí lo son hacia sí mismo, ya que en ese actuar buscando modificar la realidad, simultáneamente, la persona se va configurando a sí misma.

Desde la perspectiva subjetiva, solamente se desarrolla la dimensión ética en la persona en la medida en que ésta va desarrollando su capacidad de “intención”.

Cuando hablamos de intención[6] nos estamos refiriendo a una realidad que sólo se da a nivel consciente (también se denomina “intención” a fenómenos que responden a otras dimensiones como la afectiva y la psicológica), y que por lo tanto, solamente existirá en la medida en que la persona la haya desarrollado.

En este sentido, la intención es el resultado de la decisión que toma el sujeto a partir del dictamen que su conciencia moral realiza como juicio de un acto a realizar. Si no se da ese proceso de discernimiento en conciencia, propiamente no hay intención ética.

Hablaremos de buena intención (intención humanizante, realizante, etc.) cuando la decisión sobre el actuar, por parte del sujeto, coincide con el dictamen que su conciencia moral realizó, y llamaremos mala intención (deshumanizante, frustrante, etc.) cuando la decisión del actuar del sujeto contravenga el juicio que la propia conciencia moral realizó.

Puede existir el caso de una persona que habiendo descubierto su dimensión ética y su capacidad de discernimiento, en determinadas ocasiones o en continuidad de vida no quiera ejercitar esta conciencia y de esa manera pretenda no tener responsabilidad ética sobre sus actos (por lo menos ante sí mismo ya que del punto de vista objetivo, como mencionamos anteriormente, la responsabilidad siempre existe).

En este caso no se trataría de una persona con ingenuidad ética, sino de una persona que deliberadamente se niega al ejercicio de esta dimensión, lo cual de por sí ya está implicando la pérdida de su libertad en su propia autoconstrucción.

Podríamos decir que una actitud de este tipo (normalmente considerada como la de aquel que acalla o mata su propia conciencia moral) es la actitud radicalmente anti-ética, ya que significa para sí mismo la fractura definitiva, como intención, de la posibilidad de búsqueda de auténticos caminos de realización.

Trascender la realidad empírica

Finalmente, la dimensión ética tiene, como todas las demás, un modo de trascender la realidad empírica. Éticamente, no solamente se trata de discernir y resolver las actuaciones a realizar en cada momento, sino de conducir la globalidad de estas decisiones a la luz de un camino preestablecido que se considera como el más adecuado para alcanzar la propia realización.

Estamos hablando aquí del “proyecto[7] de vida”[8] de la persona. Este proyecto de vida se construye a partir y en tensión dialéctica permanente entre, por un lado, la realidad objetiva actual y, por el otro lado, los ideales que la propia persona tiene acerca de sí mismo y de la realidad global.

De este modo, la búsqueda de caminos de realización se ejercita a través de la autenticidad que incluye la búsqueda de actuar transformando la realidad efectivamente más allá de las propias intenciones; que incluye asimismo, la actuación con buena intención, es decir, con una conciencia moral desarrollada y sólida que permite discernir y ponderar cada una de las situaciones. Todo ello en el marco de un proyecto de sí, y concomitantemente de un proyecto de mundo, que es factible y acorde con los propios ideales. 

Dimensión espiritual.

La dimensión espiritual responde a la capacidad del ser humano de darle (o encontrarle) sentido a la vida o a las actividades que realiza. Desde un enfoque activo, la dimensión espiritual es el desarrollo de la búsqueda de sentido que tiene el ser humano.

El ser humano como ser hiper-formalizado[9] no solamente necesita vivir y satisfacer sus necesidades biológicas, sino que también tiene la necesidad de encontrar sentido, es decir, de darle una determinada forma a lo que hace y a lo que es.

El sin-sentido viene a ser una de las situaciones más graves para el ser humano. Caer en esa estado lo conducirá casi necesariamente a una pérdida de motivación total de la vida, arrastrando a las demás dimensiones consigo.

El desarrollo del sentido no se da sino es a partir de la propia elaboración personal. No puede sin más ser recibido desde el exterior si la persona no lo integra en sí mismo.

No obstante, la persona no puede darse el sentido a sí mismo, sino que lo aprehende, o lo descubre, como preexistente o externo a sí mismo.  El descubrimiento de sentido es lo que permite a la persona ubicarse en un talante positivo frente a la realidad.

Si bien es posible encarar el tema del sentido desde una perspectiva global de la vida (y esto, en última instancia, es necesario), sin embargo, se articula a través de una multiplicidad de sentidos parciales referidos a diferentes ámbitos de la vida de la persona.

Así, la persona le encontrará sentido a realizar una determinada tarea, a desempeñar un determinado rol, a recorrer un determinado proceso, o no, sin que cada uno de los sentidos particulares involucre necesariamente a los otros sentidos particulares de su propia vida[10].

Si bien existen marcadas diferencias tipológicas entre, lo que podríamos llamar la persona moderna y la persona postmoderna, a la hora de la elaboración (construcción, descubrimiento, aprehensión) del sentido, toda persona necesita no solamente encontrarse sentido a sí mismo y a la propia vida, sino encontrarle también sentido a la realidad externa en la cual está inserta.

De este modo, encontrarle sentido a la historia, encontrar un sentido al cosmos, encontrar un sentido al devenir de los tiempos, no es separable del propio sentido de vida, aunque en muchos casos la persona no logra integrarlos de una manera armónica.

Del desarrollo que la propia persona haga conscientemente de su dimensión espiritual dependerá, en gran medida, la solidez y la consistencia global de los diferentes sentidos que integran su vida con el sentido global de ésta y con el sentido de la  realidad externa a si mismo.

A su vez, esta solidez y desarrollo de la dimensión espiritual, le permitirá también la reconstrucción de sentido, sea parcial o global, en momentos en que el sentido que hasta ese momento tenía desarrollado para sí pueda haber sido afectado o destruido.

Al igual que lo que ocurre con las demás dimensiones, la dimensión espiritual, o como algunos la llaman “existencial-espiritual”, es constitutiva del ser humano, está presente y afecta fuertemente todo su actuar y su vivir. 

Por ello, la toma de conciencia de la propia dimensión espiritual y el desarrollo deliberado de la misma, afectan positivamente la capacidad de libertad del ser humano y su capacidad de construcción de identidad, haciéndolo más dueño de su propia vida.

Asimismo, al igual que con las demás dimensiones, el desarrollo de la dimensión espiritual se realiza siempre en base a una praxis, ya que es a partir de la propia experiencia que la persona puede ir confirmando y profundizando o, por el contrario, relativizando y descartando opciones de sentido que hasta ese momento tenía.

A partir de su ser práxico, el eje en el cual se desarrolla el crecimiento consciente en la dimensión espiritual es producido a partir de la profundidad de reflexión y contemplación de la realidad y de sí mismo que la persona realiza.

Esta reflexión y contemplación, puede darse dentro del campo religioso pero también fuera de él.  Si bien lo religioso abarca a la persona en todas sus dimensiones (ideológicas, éticas, espirituales,  psicológicas, afectivas y relacionales), podríamos decir que es específico de la dimensión espiritual, en cuanto lo religioso esencialmente es constructora de sentido en las personas.

Pero, como decíamos anteriormente, existen otras formas de construcción de sentido más allá de la religiosa. Esto se da obviamente en los sentidos parciales de la vida (por ejemplo, el sentido de formar una familia no necesariamente lo recibe de su dimensión religiosa, incluso en una persona religiosa), pero puede también abarcar el sentido global existencial de la vida.

Las preguntas a las que responde esta dimensión espiritual las de los “por qué” y los “para qué”:  por qué trabajar, por qué desarrollar tal rol, por qué formar una familia y, en última instancia y como fondo de todo, por qué vivir y para qué vivir.

En general, estas preguntas existenciales y espirituales se hacen manifiestas en momentos en que, desde el punto psicológico y afectivo, determinadas situaciones o momentos de la vida se hacen cuesta arriba. Es especialmente frente a la sensación de impotencia o de debilidad que la persona necesita ahondar en las cuestiones de sentido, para poder reubicarse de una manera positiva en la realidad.

Objetividad

También en la dimensión espiritual podemos distinguir dos acercamientos, uno desde la objetividad y el otro desde la subjetividad.

En la perspectiva objetiva, la dimensión espiritual es la que permite “asumir” la realidad. Mientras que, como veremos más adelante, será la dimensión psico-cognitiva la que nos permite “ver” la realidad, distinguir lo real de lo irreal, sin embargo, no es la dimensión psico-cognitiva la que permitirá asumir e integrar la realidad por parte del sujeto.

Es la dimensión espiritual la que permite asumir positivamente la realidad de la propia vida, es decir, que la persona pueda efectiva y pacíficamente identificarse con lo que “es” en realidad, y con una realidad que es así más allá de lo que él quisiera que fuera.

Entendemos por asumir la realidad, el proceso de reconciliarse con la misma, es decir, el proceso mediante el cual la persona se confronta con el dato real y, sin adornos, lo integra en sí misma.

Desde esta perspectiva, la “resignación”, como proceso de asumir e integrar la realidad no querida pero inevitable tal como es, dentro del propio sentido y horizonte de vida, es positiva. No así la resignación, entendida como fatalismo o sumisión incondicionada.

La generación de mecanismos que llevan al ser humano a no poder aceptar y asumir la realidad tal cual es, puede tener múltiples raíces psicológicas y afectivas, pero esencialmente será un problema de tipo espiritual.

Sólo la elaboración de sentido global es lo que permite integrar aspectos de la realidad que en primera instancia no son acordes con los proyectos, los anhelos o los deseos que la persona tiene.

Subjetividad

Desde la subjetividad, el desarrollo de la dimensión espiritual implica el desarrollo de la propia “fe”.  Entendemos aquí el concepto de fe no solamente en una perspectiva religiosa, aunque la incluya, sino en una perspectiva más general[11].

La fe es, desde esta perspectiva, el acto consciente y deliberado de poner en determinadas situaciones, personas, o valores, la perspectiva de realización de sí mismo.

Esto se manifiesta a niveles muy diferenciados en contenido e intensidad, pero la fe que una persona pone en la construcción de su familia, en el desempeño de su partido político, en una determinada relación de amistad, o en Dios. Son todas manifestaciones de opciones personales, que depositan los propios horizontes de realización en objetos, situaciones o personas que van más allá de sí y más allá de los alcances y posibilidades de la propia libertad.

En este sentido, la perspectiva subjetiva de la dimensión espiritual vendría a ser lo que la persona “cree como bueno”, más allá inclusive de lo que es objetivable. En gran medida, implica un salto al vacío y una apuesta vital, ya que la propia praxis le demuestra a la persona que no existen garantías pre-establecidas para sus opciones.

Trascender la realidad empírica

Finalmente, el modo de trascender la realidad empírica de la dimensión espiritual es a través de la construcción de “utopías”[12], las que pueden ser personales, sociales, cósmicas, etc.

Estas utopías tienen siempre una vinculación con la realidad (hay que distinguirlas netamente de las “fantasías” de tipo psicológico o de los “deseos” de tipo afectivo aunque estén muy vinculadas), en el sentido de que tienen posibilidades -estimadas como verdaderas- de realizarse aún en el caso de que trasciendan la realidad material o la histórica, como ocurre en el caso de algunas utopías de tipo político-social o de tipo religioso.

Las utopías se identifican con lo que la persona sueña como posible y deseable de que se realice en la realidad (externa a su persona o en sí mismo), pero para que ello ocurra, necesariamente tienen que haber sido asumidas e integradas por la persona como acto de fe.  Se trata de la fusión de las perspectivas objetiva y subjetiva de la dimensión espiritual.

La utopía puede ser totalmente construida por el sujeto, si bien esto es extraordinariamente difícil, pero normalmente es recuperada desde el exterior (recibida o aprehendida) e integrada por la propia persona.

En definitiva, la dimensión espiritual, como búsqueda de sentidos por parte de la persona, se desarrolla siempre a través de una praxis que integra pasado, presente y futuro. Pasado y presente, en una interacción que da sentido al hoy; pero también futuro, apoyado en una utopía que le da sentido al hoy como proyección al mañana.

No existe posibilidad de sentido existencial fuerte y duradero, que no incluya una perspectiva utópica sobre el futuro. De carecer de este horizonte positivo, la persona irremediablemente caerá en el sin-sentido, en la desmoralización e, incluso, en la depresión. 

Dimensión psico-cognitiva.

Normalmente el estudio de la dimensión psico-cognitiva suele estar asociado a la dimensión psico-afectiva a tal punto que, con mucha facilidad, hablamos de dimensión psico-afectiva.

No obstante, a los efectos de la presente reflexión parece oportuno y útil distinguir entre ambas dimensiones sabiendo que, como en todos los demás casos, esta distinción no implica una distinción en los actos humanos sino una distinción lógica, paradigmática, al interior del único acto humano.

La dimensión psico-cognitiva hace referencia a la capacidad humana de comprender la realidad como tal, distinguiéndola de la no-realidad. Consideramos que el desarrollo de esta dimensión es la búsqueda del conocimiento y aprehensión de la realidad.

Esta dimensión podría confundirse con lo que anteriormente afirmábamos acerca de la dimensión ideológica. Sin embargo, la diferencia consiste en que el eje de la dimensión ideológica está en la explicación y la justificación de la realidad, mientras que el eje de la dimensión psico-cognitiva está en la distinción entre lo que es realidad y lo que no lo es.

Como en los demás casos, la dimensión  ideológica está a la base de la dimensión psico-cognitiva y se manifiesta y expresa a través de ésta y, a su vez, la dimensión ideológica sólo es accesible y modificable a través de las dimensiones que hemos manejado, incluida la psicológica.

La relación directa entre dimensión ideológica y dimensión psico-cognitiva, que es en gran medida una relación dialéctica, implica una tensión entre, por un lado la explicación de la realidad (de los principios de causalidad que explican y justifican que la realidad sea como es = ideológico) y, en el otro extremo, la distinción y comprensión de lo que es real y de lo que no es real (psicológico).

En la medida en que la persona es capaz de desarrollar su capacidad psíquica y por tanto es capaz de tomar conciencia de la realidad (de la realidad personal como “yo” y de la realidad más allá del yo) es que puede efectivamente avanzar en el proceso de autocomprensión de sí mismo, tomando autoconciencia de “su realidad” en medio de “la realidad”.

Las situaciones patológicas a nivel estrictamente psicológico, evidencian de muy diferentes modos (pero en última instancia evidencian) la dificultad o la incapacidad para distinguir lo real de lo no real, tanto en sí mismo como en el entorno externo a sí mismo.

Dentro de la dimensión psico-cognitiva podemos ubicar también determinadas capacidades que aquí consideraríamos subsidiarias con respecto a la capacidad fundamental de distinguir lo real de lo no real, como son: la inteligencia, la memoria, la capacidad de integración psicomotriz, las capacidades de habla y comunicación, las capacidades de abstracción y de pensamiento lógico y paradógico, y las capacidades de conocimiento racional. 

Como veremos más adelante, las afectaciones en los niveles recién descritos de la dimensión psico-cognitiva, necesariamente tendrán consecuencias que podrían llevar incluso a la incapacidad del desarrollo personal de otras dimensiones de la persona, como por ejemplo: la ética, la espiritual, o la relacional.

Sin embargo, no consideramos que la dimensión psico-cognitiva esté a otro nivel que las recién mencionadas, ya que a su vez también la dimensión psico-cognitiva se va a ver afectada, incluso seriamente, por problemas en la dimensión ética, o la espiritual, o la afectiva o la relacional.

Un punto importante a destacar dentro de la dimensión psico-cognitiva, es la capacidad de conocimiento racional de la persona. Cuando hablamos de conocimiento racional lo ubicamos específicamente en lo psicológico, aunque también podemos hablar de un conocimiento ético, de un conocimiento espiritual, de un conocimiento afectivo, y de un conocimiento relacional.

Cada uno de ellos es específico a su dimensión[13], y aunque todos esos conocimientos particularizados desarrollan modos inteligentes propios, en última instancia, en cuanto racionales todos tienen su estructura base en la dimensión psico-cognitiva.

Finalmente, también merece una mención especial la dimensión del conocimiento formal, académico o científico que la persona individual y colectivamente va elaborando.  Todo el conocimiento formal, en última instancia, no es sino la explicitación pormenorizada de ese intento de distinguir de lo real de lo no real, ya que todo el conocimiento formal pretende hablar de lo real, describiéndolo, explicándolo, previéndolo, pero sobre todo, estableciendo parámetros que permitan distinguir los fenómenos reales de los no reales.

También en la dimensión psico-cognitiva, el ser humano está configurado por un cúmulo de tensiones, impulsos, tendencias, mecanismos subconscientes, que influyen en su actuar. De que el sujeto tome conciencia progresiva y profunda de todos esos mecanismos internos y/o externos que influyen en su actuar, depende que pueda desarrollarse con mayor libertad.

En este sentido, nosotros partimos del presupuesto de que el actuar humano no es un mero reflejo automático de pulsiones inconscientes, sino que existen por parte de la persona márgenes de libertad en la toma de decisiones acerca de su propio actuar.

Por ello resulta sumamente importante el desarrollo consciente y deliberado de la dimensión psico-cognitiva, a efectos de poder modificar (dentro de los márgenes reales de posibilidad) el influjo de esos mecanismos o pulsiones y, de esa manera, poder conducir la globalidad de su vida hacia los derroteros que la propia persona quiere. 

Cuando desde la dimensión psico-cognitiva hablamos de “la realidad y la no realidad”, lo hacemos exprofeso ya que entendemos por “no realidad” una vasta gama de virtualidades, ficciones, y fantasías.

No queremos entrar en este momento en las discusiones acerca de la “metafísica”, ni tampoco de la “física” de la realidad. Partimos del hecho histórico de que el conocimiento humano ha superado ampliamente el concepto de “res” que los escolásticos utilizaban dentro del realismo gnosológico.

Ello ha abierto una enorme gama crítica acerca de nuestra capacidad de aprehensión de la realidad, y acerca de nuestra capacidad de distinguir “realidad de realidades” y “realidades de no realidades”, hasta llegar a situaciones de verdadera relatividad e incluso perplejidad en el conocimiento concreto (p.e. ¿qué es una “realidad virtual”?).

En la presente reflexión, simplemente hacemos referencia al nivel más primario de realidad que la persona singular (y también la colectiva, aunque el tema lo dejemos momentáneamente de lado) necesita imperiosamente para el propio desenvolvimiento de su vida. Es lo que la persona empíricamente va descubriendo como real o no real en su propia vida, siempre dentro de márgenes de enorme incerteza.

Las certezas sobre lo que es real y lo que no lo es, se basan en gran parte en actos de fe que la propia persona realiza en los grupos humanos y en los instrumentos que considera técnicamente serios (sean de tipo científico, filosófico, teológico, político o de cualquier otro tipo).

Que una persona considere que su comportamiento es “adecuado” a la realidad, tiene mucho que ver con su inserción al interior de grupos humanos que lo confirmen en esa presunción. Asimismo tiene mucho que ver con su inserción y asunción de parámetros culturales e ideológicos, al interior de los cuales se ve como aceptable y comprensible (adecuada) su actitud en esa realidad.

Nos remitiremos, entonces, al nivel más básico, es decir, al nivel en que en ser humano, para poder mantener su salud mental y para poder construir su vida de un modo holístico, necesita tener ciertas seguridades acerca de lo que es real, empezando por su propia existencia y de aquello que lo rodea.

A este nivel básico de certeza acerca de lo real y lo no real, y del desarrollo de la capacidad consiguiente de distinguir realidad de no realidad, es que dependerá también su capacidad de ser efectivamente libre en y con su vida.

Objetividad

Al igual que con las demás dimensiones, también en referencia a la dimensión psico-cognitiva podemos hablar de una perspectiva objetiva y de una perspectiva subjetiva.

En la perspectiva de la objetividad de esta dimensión, podemos establecer como punto central la capacidad de “ver” la realidad más allá de uno mismo, y de ver la realidad de uno mismo en un contexto que lo trasciende.

Se trata aquí de construir certezas personales y colectivas (necesariamente en una fuerte interacción) acerca de la realidad en sí misma.  Es por esta razón que entra también en este cuadro lo referido al conocimiento formal.

Subjetividad

Por otro lado, la perspectiva subjetiva de esta dimensión implica la voluntad de la persona de ubicarse en la realidad de modo tal que esa ubicación sea adecuada a la realidad.

La persona buscará intencionalmente (conscientemente, por tanto) tener actitudes y actos que sean adecuados a la realidad. Entendemos que el resultado de ese actuar adecuado es, en el fondo, la búsqueda de la autoafirmación personal (en cuanto que se autodescubre como realidad).

La percepción de que el propio actuar es inadecuado a la realidad, conduce a perturbaciones serias en la capacidad de autoestima, ya que la persona no se percibe como capaz de una ubicación y una proyección psicológica en la realidad, es decir, no se autopercibe con capacidad de integrar efectivamente esa realidad.

Trascender la realidad empírica

El modo de trascender la realidad, propia de la dimensión psico-cognitiva, es a través de las fantasías[14]. Éstas, en cuanto que son esencialmente fruto de la imaginación, permiten elaborar hipotéticas realidades que van más allá de la realidad percibida como cierta.

Como en los demás casos, existe el riesgo, seriamente perjudicial para la persona, de no poder distinguir con claridad y, por ende de manejar, lo que es aprehensión de la realidad cierta de lo que es fantasía.

La capacidad imaginativa, constitutiva de las fantasías, brinda un aspecto sumamente importante para la persona ya que tiene directa relación con la posibilidad de crear lo nuevo y lo distinto. Ello tendrá grandes consecuencias en su relación con la dimensión ética de la persona ya que, entre otras posibilidades, le brinda capacidad de tomar distancia crítica frente a lo fáctico.

Quizás podríamos también hacer una distinción en “fantasías de afirmación de sí mismo” como posibilidad de realidad), y “fantasías de desestima” (que, por el contrario, generan en el individuo inseguridades, temores o relativizaciones de la propia autoafirmación en la realidad).

Así, para esta reflexión resulta de enorme importancia el tratamiento del desarrollo psicológico de la capacidad de fantasía positiva, pero siempre en referencia al conocimiento formal y a una capacidad personal de adecuarse a la realidad ya que, de lo contrario, simplemente puede convertirse en un elemento de alienación de la persona con respecto a la realidad.

Dimensión psico-afectiva.

La dimensión psico-afectiva responde a la capacidad de vivir la realidad con pasión.  Esta capacidad hace referencia a lo que llamamos “la percepción de la densidad de la vida” a diferencia de lo que sería “la percepción de la realidad de la vida” o la duración de la vida (que corresponden a la dimensión psico-cognitiva).

El ser humano percibe que la vida tiene diferentes “densidades”: no vale vitalmente lo mismo una hora que otra hora, por más que ambas tengan la misma duración. Además de la consideración cronológica de la vida, hay otro nivel, que tiene que ver con la capacidad de intensidad.

La “intensidad” es lo que le permite a la persona lo que podríamos denominar “sacarle fruto a la vida” y, de esta manera, hacer la vida vivible.

En modo metafórico, muchas veces hablamos de “vida con minúscula o vida con mayúscula”, justamente para distinguir la mera supervivencia biológica (por más que sea inteligente y adecuada) de lo que es la vida como fruto (así percibido por la persona).

Tanto es así, que esta intensidad podemos llamarla (aunque el término se presta para ambigüedades) la “dimensión pasional de la vida”. Vivir con pasión significa vivir la vida con fruto, en cambio, vivir desapasionadamente implica recorrer un camino vital que no da frutos, por lo menos en la percepción de la propia persona.

Obviamente, la pasión es referencia directa al nivel emotivo de la persona y, por tanto, la intensidad de la vivencia podría ser medida (en sentido análogo ya que por definición no pueden medirse las emociones) según la profundidad de la emoción en el impacto sobre la propia persona, tal como ella la percibe.

En este sentido, no siempre las emociones son las deseadas, ya que la persona puede percibir emociones que desea y busca (ya que le conducen hacia un bienestar) o, por el contrario, puede descubrir o percibir en sí mismo emociones absolutamente displacenteras.

No obstante, en perspectiva de la totalidad de la vida, tanto las emociones placenteras o  displacenteras, integran ese todo que es la intensidad de la vida.

Todo aspecto de la vida, vivido con pasión, contendrá necesariamente emociones de ambos signos. Y la propia pasión será, en gran medida, percibida como resultado de las emociones de ambos signos, ya que no necesariamente son contradictorias sino que, en gran medida, son complementarias.

A modo de ejemplo: todo afecto profundo hacia otra persona contendrá emociones de tipo placentero (en cuanto implique cercanía, certeza de afecto, caricia, etc.) pero también contendrá emociones displacenteras (desde temores a la pérdida, hasta desencuentros parciales).

Es parte constitutiva de la persona la búsqueda de vivir con intensidad la propia vida, es decir, de vivirla apasionadamente. Tal es así que, en múltiples autores de los más diversos signos, se aprecia que el valor de una vida bien vivida solamente es medible a partir de las pasiones que en ella se han desarrollado. Pasiones que pueden ser de tipo amoroso interpersonal, o que pueden ser de tipo político, o que pueden ser de tipo religioso.

Cualquier área de la vida puede y, de algún modo el ser humano lo busca, ser vivido apasionadamente. Tal vez, un sueño que corresponde al ser humano es el de vivir todas las áreas de su vida de manera apasionada: vivir apasionadamente el trabajo, la familia, la política, los amigos, etc.

El nivel emotivo constitutivo de la persona no puede ser acallado sin un grave perjuicio para la misma; y no es pensable en términos holísticos una vida realizada si existe una represión generalizada o un desconocimiento hacia la propia realidad emotiva.

En este sentido, la toma de conciencia de las propias emociones (aprender a descubrirlas, ponerles nombre y ubicarlas en el propio contexto vital) será fundamental para el autoconocimiento de la persona y de su vida. A su vez, a partir del manejo adecuado de las propias emociones por parte de la persona (sea estimulándolas, sea matizándolas, y siempre integrándolas a las otras dimensiones de la persona) es que ella crecerá en libertad y podrá irse haciendo progresivamente más dueña de su propia vida.

El nivel emotivo insume una gran cantidad de energía por parte del ser humano, por lo que un adecuado manejo de sus emociones le permitirá, ciertamente, un mejoramiento global del contexto de su vida.

A su vez, el vivir apasionadamente genera un plus energético y de claridad en la persona, que le permite mayor coherencia, mayor capacidad creativa y mayor lucidez.

Parecería existir un prejuicio histórico, especialmente desde las ciencias, en contra del nivel emotivo, considerándolo como incapaz de objetividad.  Por el contrario, considero que existe la posibilidad de vivir apasionadamente manteniendo y construyendo, también a partir de las emociones, un adecuado nivel de objetividad en la vida.

Objetividad

Cuando hablamos de objetividad en la dimensión psico-afectiva, estamos hablando de la objetividad propia de esta dimensión, que no hay que confundir con la objetividad propia de la dimensión psico-cognitiva o de la dimensión espiritual o de la ética, etc.

No se puede pretender una objetividad científica (correspondiente al conocimiento formal de la dimensión psico-cognitiva) en la objetividad de la dimensión psico-afectiva. Sin embargo, en estas épocas es claro[15] que la objetividad psicológica del conocimiento formal no necesariamente es más cierta que la objetividad emocional de la dimensión psico-afectiva.

La objetividad de cada una de las dimensiones es, por definición, la objetividad propia de esa capacidad humana, no siendo ninguna de ellas ni más ni menos objetiva que las otras. Y lo mismo ocurre con la subjetividad propia de cada capacidad.

Desde la dimensión global de la persona, la mayor objetividad que puede alcanzar el ser humano es la resultante de integrar la objetividad de las diferentes dimensiones; y lo mismo pasa con su subjetividad.  Por ello la unilatelarización de una de las dimensiones, necesariamente implicará desconocer, negar o reprimir los aportes propios de las otras dimensiones, todo lo cual, también necesariamente, implicará una grave dificultad para la realización plena de la persona.

Desde la perspectiva objetiva de la dimensión psico-afectiva, podemos establecer que lo que trata el ser humano es de “sentir” la realidad más allá de sí mismo. Es una grave dificultad para el desarrollo pleno cuando una persona no es capaz de trascenderse en sus emociones y, por lo tanto, no es capaz de sentir (emotivamente hablando) la realidad más allá de sí mismo.

Obviamente, siempre será la propia persona quien siente la realidad porque, en definitiva, siempre es ella quien la percibe. Pero, la realidad externa a la persona impacta en el sujeto  y, de algún modo, le reclama una reacción emotiva. De hecho, la vida de la persona está esencialmente compuesta de las reacciones suscitadas en ella por parte de los impactos que recibe de la realidad externa.

Esa respuesta a los impactos que recibe la persona, puede ser de mayor o menor intensidad, puede ser con mayor o menor indiferencia, o con mayor o menor pasión.  Con que mayor sea la pasión, es decir, la intensidad de emociones puesta en juego en la percepción-reacción frente al impacto de la realidad externa, mayor será la intensidad de la vivencia. 

Lo que influirá positivamente en la realización personal no es el desarrollo de la capacidad de intensidad emotiva a cualquier costo, sino su adecuado manejo, buscando los equilibrios y ponderaciones que colaboran para una armonía general de vida.

De que la persona pueda integrar adecuadamente la capacidad de objetividad psicológica sobre la realidad, a la capacidad afectiva sobre esa misma realidad, dependerá el manejo adecuado de las emociones-respuesta al impacto de la realidad.

A su vez, poder distinguir entre la realidad o irrealidad del impacto recibido, será esencial para poder acentuar o disminuir los efectos de la emoción. Sentir una gran pasión (emociones muy intensas) por algo percibido por el sujeto y que no corresponde a una realidad objetiva desde lo psicológico, implica una alienación y una dificultad profunda para conducirse libremente en la vida.

Subjetividad

En la perspectiva subjetiva de esta dimensión, la búsqueda del sujeto será el “sentirse” en la realidad.  Esto tiene mucho que ver con la autopercepción de integración a la realidad (realidad material, realidad social, etc.).  Se trata, esencialmente, de sentir emociones intensas hacia sí mismo y sobre sí mismo. En definitiva, es la capacidad de apasionarse de sí mismo.

Como veremos, esto tiene una importancia fundamental en su vinculación con la dimensión ética y con la dimensión espiritual de la persona.

Estas emociones acerca de sí mismo, están presentes siempre en la persona, por lo tanto, de lo que se trata es de aprender a reconocerlas, a ubicarlas en el contexto y, en los límites posibles de la propia libertad, a manejarlas adecuadamente.

También en este punto podemos hablar de emociones “placenteras” según la percepción del sujeto, y de emociones “displacentras”.

Este punto también tiene gran importancia en su relación con la dimensión ética, ya que no debe confundirse la “autopercepción emotiva negativa” con una “valoración ética negativa” de sí mismo (ni viceversa en referencia a las emociones placenteras).

Pueden haber emociones displacenteras (hacia sí mismo) que correspondan a una valoración ética negativa (p.e.: un sentido de culpa por una inautenticidad realizada), como también pueden existir valoraciones éticas negativas que corresponden a emociones placenteras hacia sí mismo (p.e.: juicio autocondenatorio por un acto realizado que siendo negativo se ha realizado conscientemente y deliberadamente, aunque de por sí le ha generado placer a la persona).

Trascendencia de la realidad empírica

Finalmente podemos decir que el modo propio de trascender la realidad empírica que corresponde a esta dimensión es la de los “deseos”[16]. Se trata de impulsos internos que movilizan a la búsqueda de emociones intensas placenteras, y a evitar emociones displacenteras.

El nivel de los deseos es de enorme importancia, ya que genera una fuerte tensión motivacional en el sujeto. Esta tensión motivacional podrá ser integrada en la vida del sujeto en la medida que se concientice y podrá ser manejada (incentivada o disminuida en los límites de libertad de la persona) en función de una perspectiva global de la misma.

Para concluir, podemos afirmar que el eje de construcción personal en esta dimensión, es la autoconstrucción como autoestima[17], que corresponde a la autoafirmación como realidad que la misma persona tiene como eje en la dimensión psico-cognitiva.

De una adecuada correspondencia entre su autoafirmación como realidad y su autoestima como emoción, resultará la autopercepción psicoafectiva de la persona. 

Dimensión relacional.

La dimensión relacional es la que responde a la capacidad del ser humano de “encontrarse”. Este encuentro, que es siempre interacción, es esencial y constitutivo del ser humano, tanto que ha sido catalogado como un ser-en-relación.

Más allá de la perspectiva filosófica, las diversas ciencias que tratan del hombre lo ubican (prácticamente sin ninguna duda) como un ser que se constituye en las relaciones que él mismo establece o en las que se ve involucrado.

Este relacionarse del ser humano se da a muy diferentes niveles. Podríamos decir que desde la perspectiva de la importancia que adquiere para el sujeto existe una progresión entre: su relación con la realidad física material, su relación con los seres vivos y, finalmente, su relación con aquellos que la persona puede identificar como alter-ego[18].

La interacción a todos los niveles es fundamental pero, obviamente, según esa interacción se dé de un modo más profundo e intenso con aquellos que están más cercanos a su propio nivel, el ser humano va a resultar más profundamente afectado en lo positivo o en lo negativo.

El mundo de relaciones que se establece en torno a cada persona, y que la involucran, necesariamente va a ser fundamental en su propia identidad y desarrollo de vida.

Al igual que las demás dimensiones ya tratadas, según el sujeto sea más consciente del tipo de relaciones que establece con los diversos niveles de la naturaleza, y de cómo éstos influyen en él, mayores serán sus posibilidades de actuación en referencia a estas relaciones y, por tanto, mayor será su capacidad de libertad.

El desarrollo de esta dimensión se da fundamentalmente a partir de la necesidad que tiene el ser humano de superar su radical soledad, entendiéndola no solamente en el sentido afectivo sino fundamentalmente en el sentido constitutivo de sí, como persona.

El ser humano sólo puede llegar a reconocerse como tal, y sólo puede construir su identidad, a partir de la relación con los otros seres humanos y en la interacción continua con ellos.

Esta interacción abarca todas las dimensiones de la persona (ética, espiritual, etc.) pero tiene especificidades propias que aquí vamos a desarrollar.

La búsqueda de encuentros por parte del ser humano implica, en el nivel más profundo, el encuentro consigo mismo (que ocurre mediante una hiperformalización extremadamente profunda), pero implica simultáneamente y como pasos necesarios para aquel, el encuentro con otros seres humanos y con otros seres de la naturaleza o trascendentes al propio mundo (Dios).

Cuando aquí hablamos del “encuentro” en la dimensión relacional, lo estamos haciendo en un sentido muy amplio, es decir, previo a la valoración de positivo o negativo. Entendemos por encuentro positivo aquel que genera satisfacción en el sujeto y por encuentro negativo aquel que genera insatisfacción en el sujeto (también llamado desencuentro).

La vida entera está compuesta de esa tensión entre encuentros y desencuentros vividos a todos los niveles de relación. No es pensable una vida humana realizada holísticamente si no integra de una manera vertebral esta dimensión relacional en todos sus niveles. Una falta de conciencia o un mal manejo de los diferentes mundos relacionales, por parte de la persona, afectan nuclearmente a ésta y a sus posibilidades de realización.

Sería interesante analizar tanto la subjetividad como la objetividad de cada uno de los niveles de encuentro de la persona, ya que cada uno de ellos tiene importancia (p.e.: el ser humano que se descubre como parte de una realidad química, de una realidad biológica, de una realidad inteligente, de una realidad humana, etc.).

No obstante, aquí nos vamos a centrar exclusivamente en el nivel de relación inter-humano, es decir, con otros seres que participan de su mismo nivel de realidad, ya que es el nivel que más va a afectar en modo directo e indirecto a la dimensión ética de la persona.

Objetividad

En este sentido, si partimos de la perspectiva objetiva de esta relacionalidad, podemos afirmar que su núcleo radica en el descubrimiento por parte del ser humano de una realidad que le es externa, pero a la cual pertenece y de la cual participa.

El ser humano descubre la tensión entre la necesidad de integrarse a esa realidad que lo trasciende y, simultáneamente, la necesidad de tomar distancia de la misma, no dejándose asimilar por ella. 

Es al interior de esa tensión entre individuación y asimilación, que se va dando el proceso (más o menos consciente y conducido) de descubrimiento de la realidad externa y de autodescubrimiento en esa realidad externa.

La objetividad se da aquí en el sentido de que la persona se descubre como una realidad participada y, al mismo tiempo, como una realidad original e irrepetible.

Llevado este principio al campo de las relaciones interpersonales, podemos recuperar lo que la filosofía (especialmente la de tipo personalista y existencial) ha venido desarrollando acerca de lo que esto implica para la identidad de la persona, así como para la tensión encuentro-desencuentro con el otro, (Martin Buber) o la interpelación del rostro del otro (Emmanuel Levinás).

Subjetividad

Desde la perspectiva subjetiva de la dimensión relacional, la persona lo que busca es encontrarse y completarse a sí mismo.

A partir del descubrimiento de la fragilidad y de la indigencia constitutiva de sí, la persona necesita, no sólo a nivel afectivo sino a todos los niveles incluso, el de la supervivencia biológica, integrarse y adaptarse, de manera adecuada y satisfactoria a la realidad.

El ámbito cultural en este sentido, no es esencialmente diferente al ámbito biológico o climático, ya que todos ellos le implican a la persona una adaptación y una integración que van a definir en gran medida su propia identidad y su vida. La persona tiene necesidad de sobrevivir, y en la búsqueda de una realización plena de sí, también de completarse, ya que sin esos alter ego la persona queda irremediablemente sola.

El ser humano busca no ser marginado ni abandonado, para lo cual desarrolla un vasto conjunto de estrategias actitudinales (muchas de ellas no conscientes) que van a condicionar en gran medida el conjunto de su vida.

Trascendencia de la realidad empírica

El modo de trascender la realidad empírica propio de esta dimensión, sería la “empatía”[19]. Se trata de la búsqueda de ubicarse “en” el otro y percibir la realidad tal como el otro la percibe, lo cual de por sí es imposible materialmente, y sólo es alcanzable a través de este mecanismo que llamamos empatía.

La empatía sería entonces ese juego de salir de los propios límites de la realidad personal, para ubicarse al interior de los límites de la originalidad propia e irrepetible del otro.

En línea de máxima, esta empatía la podríamos llamar “común-unión”, tanto con respecto a personas concretas, como con respecto a grupos humanos.

Finalmente, sería muy interesante trabajar también toda la relación entre rol y estructura, que la psicología social viene desarrollando y que también es constitutiva de esta dimensión relacional del ser humano[20]. El ser humano es esencialmente estructural, de modo que introyecta las estructuras relacionales del medio social, incorporándolas inclusive hasta en la configuración de su propia identidad personal.

Toda relacionalidad humana siempre está mediada por estructuras sociales, no solamente en los condicionamientos externos que implica a los sujetos, sino desde la capacidad de comprensión de la relacionalidad misma por parte de sus participantes[21]. A pesar que este aspecto tiene gran importancia para la dimensión ética, dadas las características del presente trabajo no nos es posible encararlo en este momento.


 

[1] Cfr. FRANÇA, O. – GALDONA, J., o.c. p. 89.

[2] Incluso, algunos autores han llegado a reducir la dimensión ética a la ideológica, lo que contestamos fuertemente ya que no está en absoluto de acuerdo con nuestra postura. Del mismo modo, también se ha intentado reducir la dimensión relacional, la espiritual, la afectiva y el conocimiento (psicológica) a la ideológica, todo lo que implica un reduccionismo contradictorio con la complejidad humana.

[3] Para ampliar ver la diferencia entre libertad categorial y libertad fundamental en: FRANÇA-GALDONA, o.c. p. 70.

[4] Un esquema sobre la perspectiva ética del acto humano puede verse como anexo al presente trabajo.

[5] Cfr. FRANÇA-GALDONA, o.c. p. 118.

[6] Para un tratamiento más completo del tema ver: GALDONA, J. “Apuntes acerca de la ética” (apuntes de clase). 2001.

[7] Como referencia: “Proyecto: representado en perspectiva. Intención o pensamiento de ejecutar algo”. (Tomado del Diccionario Enciclopédico Salvat).

[8] Sobre el proceso de construcción del Proyecto de vida y la interacción entre ideales y opciones históricas, Cfr. FRANÇA, O. – GALDONA, J. o.c. p. 74.

[9] En referencia al tema, un excelente trabajo es: ELLACURÍA, I. “Filosofía de la realidad histórica”. Ed. Trotta, Madrid. 1991; Cfr. También MORIN, E. o.c.

[10] Sobre la construcción del sentido de vida, Cfr. GALDONA, J. “La ética y el sentido de vida”, En: InfoDEIE, Nº 2 (1993). Pp. 2-4.

[11] Cfr. FRANÇA, O. – GALDONA, J. o.c. p. 75.

[12] Como otra referencia: “Utopía: plan, proyecto, doctrina o sistema halagüeño, pero irrealizable desde el punto de vista de las condiciones existentes en el momento de su formulación”. (Tomado del Diccionario Enciclopédico Salvat).

[13] Es muy interesante el desarrollo actual acerca de la inteligencia, y los aportes de MORIN, E. sobre la inteligencia total; de  DAVIS sobre las inteligencias múltiples; de GARDNER, H. sobre la inteligencia emocional; y de EMMONS, R.A. sobre la inteligencia espiritual. Con respecto a nuestra reflexión un buen material es: KAMINSKI DA SILVA, L.M. “Existe uma inteligência existencial/espiritual? O debate entre H. Gardner e R.A. Emmons” , (Tesis de maestría en Ciencias de la Religión), PUC – San Pablo. 2001.

[14] Como otra referencia: “Fantasía: facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar los ideales en forma sensible o de idealizar los reales. Fantasmagoría, ilusión de los sentidos. Grado superior de la imaginación; la imaginación en cuanto inventa o produce. (Tomado del Diccionario Enciclopédico Salvat).

[15] Cfr. lo apuntado en la Nota 26, supra.

[16] Como otra referencia: “Deseo: tendencia a la consecución de un bien, principio de acción”. (Tomado del Diccionario Enciclopédico Salvat).

[17] Debemos distinguir entre “autoestima afectiva” propia de la dimensión psico-afectiva (que planteamos en este punto), de la “autoestima ética” (que se identifica con la autovaloración ética positiva, como resultado consciente de una actuación auténtica). Al respecto Cfr. FRANÇA, O. – GALDONA, J. o.c. 112 y 119.

[18] Utilizamos aquí el concepto de “alter-ego” como aquel ser que el sujeto identifica como de igual nivel o dignidad a sí mismo y, por lo tanto, a quien considera un verdadero partner en la vida. No es posible identificar “alter-ego” con “ser humano”, ya que el sujeto no necesariamente reconoce a cada ser humano como un “igual” (en dignidad, derechos, etc.) ni tampoco como alguien con quien interactuar en condiciones de simetría y correspondencia. De hecho, en este plano de análisis, muchos seres humanos son considerados solamente como “seres vivos” por otros seres humanos, recibiendo un tipo de relacionamiento y trato de ese nivel.

[19] Como otra referencia: “Empatía: término con que se significa la capacidad del individuo para llegar a la compenetración emotiva con otros seres o modos de vida o períodos históricos”. (Tomado del Diccionario Enciclopédico Salvat).

[20] Para ampliación del tema se puede consultar: FRANÇA-GALDONA, o.c. pp. 102 y 129.

[21] En este punto resulta muy interesante los estudios que se están realizando acerca de la vinculación entre rol y estructura, así como entre la originalidad personal y la asunción de roles por parte del sujeto.