ARTIGAS CATÓLICO
Una faceta para recordar en el 150º aniversario de su muerte
(1850 – 23 de setiembre – 2000)*
Pedro Gaudiano**
*
Comunicación presentada en las VI
Jornadas de Historia de la Iglesia, organizadas por la Facultad de
Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina (Buenos Aires,
11-12 setiembre 2000).
** Doctor en Teología por la Universidad de Navarra (Pamplona, España). Profesor de la Universidad Católica del Uruguay “Dámaso Antonio Larrañaga”, de la Facultad de Teología del Uruguay “Monseñor Mariano Soler” y del Instituto Superior de Estudios Teológicos “Cristo Buen Pastor” (Buenos Aires).
gaudiano@adinet.com.uy
El
aparato crítico de este trabajo, que aún está en proceso de elaboración,
así
como los apéndices que se mencionan, serán publicados oportunamente.
ÍNDICE:
La
infancia y el entorno familiar de Artigas
La
opción de Artigas por los pobres
Artigas
y la educación popular
Artigas
y la libertad religiosa
Artigas,
«Padre de los pobres de Curuguaty»
Artigas,
la Biblia y la evangelización
El
testimonio del hijo de Artigas
Artigas
y La conversación consigo mismo
Descripción
del libro
El
autor, marqués Louis-Antoine Caraccioli
La
dedicatoria autografiada por Artigas a Yegros
¿Cómo
llegó este libro a manos de Artigas?
El
prólogo
Artigas
y su vida de oración
La
piedad eucarística de Artigas
Artigas
y su derrota
Artigas,
«el Señor que resplandece»
Se ha dicho, con
acierto, que "la figura de Artigas es la más alta de todas las que se
mueven en el escenario de la revolución sudamericana». Pues bien: ese mismo
Artigas era católico. Esta faceta del Prócer ha sido prácticamente olvidada
en la abundante producción bibliográfica liberal, y como no se enseña en las
escuelas uruguayas, corre el riesgo de quedar sepultada en el olvido. El objeto
del presente trabajo, pues, es aportar elementos que permitan fundamentar dicha
afirmación. Al conmemorarse el 150º aniversario de su muerte, consideramos
oportuno recordar esa faceta del Jefe de los Orientales y Protector de los
Pueblos Libres.
La infancia y el entorno familiar de Artigas
José Gervasio
Artigas nació en Montevideo el 19 de junio de 1764 y fue bautizado dos días
después en la Iglesia Matriz de esa ciudad. Fue confirmado el 24 de diciembre
de 1772 en la estancia familiar del arroyo Pando, que estaba a cargo de su tío
José Antonio Artigas. Ese día también fueron confirmados «sus hermanos,
junto con numeroso concurso formado por parientes, allegados, esclavos e indios».
El 23 de diciembre de 1805 contrajo matrimonio en la Iglesia Matriz de
Montevideo con su prima Rosalía Villagrán, con quien tuvo un único hijo, José
María.
Los padres y
abuelos maternos de Artigas estuvieron estrechamente vinculados a la orden
franciscana. También otros familiares directos fueron terciarios franciscanos y
ocuparon cargos de importancia dentro de dicha orden. Su padre llegó a ser limosnero
mayor, aquél que pedía limosnas y luego las distribuía entre los pobres.
El profesor Mario Cayota, que posee amplia documentación sobre la veta
franciscana de la familia de Artigas, afirma que «en relación a los estudios
del prócer en la escuela del convento San Bernardino no existe ningún
documento».
Un hecho permitiría
deducir que Artigas efectivamente estudió en esa escuela de los franciscanos, y
es que la misma estaba ubicada frente a su casa. Por entonces se trataba de una
escuela de primeras letras. Recién más adelante se establecerían las cátedras
de Filosofía y Teología. Se debe recordar que, en aquella época, la orden
franciscana contribuyó a la divulgación de los principios democráticos en
casi todas las regiones de América.
En su vida
particular Artigas manifestó un visible interés por la religión. Su
correspondencia privada evidencia que frente a las contrariedades de la vida el
Prócer supo mostrar una verdadera resignación cristiana. Así por ejemplo, en
una carta a su suegra, Francisca de Villagrán, se refiere a su esposa enferma
de la siguiente manera:
«De
Rafaela sé que sigue lo mismo. ¡Cómo ha de ser! Cuando Dios manda los
trabajos, no vienen solos; él lo ha dispuesto, y así me convendrá. Yo me
consuelo con que esté a su lado, porque si Ud. me faltase, serían mayores mis
trabajos. Y así, el Señor le conserve a Ud. la salud».
La opción de Artigas por los pobres
Se ha podido
documentar que la abuela paterna de Artigas, Ignacia Javiera Carrasco, descendía
por vía materna de una auténtica princesa inca, Beatriz Tupac Yupankl. La
abuela Ignacia falleció en enero de 1773, cuando José tenía ocho años y
medio. Como depositaria de las antiguas tradiciones familiares, seguramente contó
a su nieto que era descendiente de una princesa india, y que por lo tanto tenía
en sus venas unas gotas de sangre india.
Quizá haya que
tener en cuenta ese antecedente familiar a la hora de explicar el hecho de que
en la vida de Artigas exista una diferencia fundamental con los otros líderes y
caudillos de la época, y es su trato con aquellos considerados inferiores.
A modo de ejemplo,
aquí sólo mencionaremos el célebre Reglamento promulgado por Artigas
el 10 de setiembre de 1815, en cuyo artículo sexto se establece que «los más
infelices serán los más privilegiados» y que debía realizarse el reparto de
tierras a «los negros libres, los zambos de igual clase, los indios y los
criollos pobres». Aquella idea revolucionaria, de enorme trascendencia, se
fundamentaba sobre el principio ético de que las injusticias sociales deben ser
reparadas. Pero también se fundamentaba sobre la caridad cristiana que se
preocupa ante todo por los más débiles y necesitados. No parece aventurado,
pues, afirmar que Artigas, en su época, realizó una opción evangélica y
preferencial por los pobres.
Artigas y la educación popular
Artigas se preocupó
en fomentar la educación a través de la fundación de escuelas públicas. Fue
el gran propulsor de la educación popular en la vasta extensión de su
protectorado. La provincia de Entre Ríos fue la más favorecida con las
iniciativas de Artigas. En 1816 se interesó en las necesidades de Concepción
del Uruguay, donde se fundó la primera escuela lancasteriana de Hispanoamérica,
bajo la dirección del preceptor chileno Solano García. Aquel tipo de escuelas
se fundaban en dos principios: la enseñanza de los conocimientos básicos con
la ayuda de los mismos escolares, y la divulgación de los preceptos
fundamentales de las Sagradas Escrituras. El artículo séptimo del Reglamento
lancasteriano expresa:
«El
maestro leerá todos los días á toda la escuela, en voz alta, un capítulo de
la Sagrada Biblia, ó de otro libro que contenga mácsimas [sic] morales, para
que, de este modo, se impriman en los corazones de los niños los deberes de la
religión, las buenas costumbres y el amor al prójimo».
Artigas y la libertad religiosa
En el plano político
Artigas aportó una serie de ideas personales y originales suyas. Es posible
afirmar esto porque dichas ideas figuran solamente en aquellos documentos
escritos en los lugares en que estaba la persona misma de Artigas, y no se
hallan nunca –o casi nunca– en los documentos emanados de próceres
artiguistas o de destacados núcleos del artiguismo.
Entre esas ideas,
nos interesa destacar la libertad religiosa. En efecto, el célebre artículo
tercero de las Instrucciones entregadas a los diputados orientales el 13
de abril de 1813, hace de Artigas «uno de los grandes precursores de la
libertad religiosa en Hispanoamérica». En efecto, dicho artículo consagra «la
libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable», y esta frase es
personal y exclusiva de Artigas. No aparece con esa redacción en ninguna fuente
norteamericana, y coincide con expresiones de Artigas en otros documentos
firmados por él. Así, por ejemplo, en notas dirigidas al Cabildo de Montevideo
en 1815, Artigas escribe «en toda la extensión que corresponde», y «en la
mayor extensión imaginable».
En 1814,
aparentemente, fue elaborada la Constitución para la Provincia Oriental del
Uruguay. Este documento fue remitido por el encargado de negocios en Río de
Janeiro Andrés Villalba a Pedro de Cevallos el 2 de abril de 1815. Consta de
cinco capítulos, con un total de 64 artículos y con un encabezamiento en el
cual figuran 21 pueblos, entre los que no figura Montevideo. Andrés Villalba,
después de referirse a la marcha de la revolución, en el virreinato, contra la
Madre Patria, informa acerca de Artigas y a continuación alude al documento de
la Constitución así:
«Ha
llegado a mis manos el adjunto papel que es una Constitución que dicen hechas
para las Provincias del Uruguay q[u]e están baxo la dominación de
Artigas. Yo presumo que esta no se ha hecho ahora sino que lo estaba t[iem]po
hace, pero como podría suceder q[u]e este Caudillo tratase ahora de
ponerla en planta, la dirijo a V. E. aunq[u]e está mal escrita».
El artículo
primero de la Constitución destaca que todos los hombres nacen libres e iguales
y tienen ciertos derechos naturales, esenciales e inalienables que son
enumerados. En materia de libertad religiosa el artículo segundo expresa
textualmente:
«2º.
– Toca al d[e]r[ech]o igualmente que al dever de todos los hombres en
sociedad, adorar públicamente y en ocasiones determinadas al Ser
Supremo, el gran Criador y Preservador del Vniverso; Pero ningún sugeto será
atropellado, molestado o limitado en su persona libertad, o bienes, por adorar a
Dios en la manera y ocaciones que mas le agrade, según lo dicte su misma
conciencia, ni por su profeción o sentim[ien]tos Religiosos, con tal
que no turbe la Paz pública, ni embarace a los otros en su culto Religioso en
la S[an]ta Yglesia Católica».
El artículo
tercero comienza afirmando que «la felicidad, prosperidad de un Pueblo, el buen
orden y preserbación [sic] del Gobierno civil, depende esencialmente de la
piedad, Religión y moralidad de sus havitantes [sic]».
Artigas, «Padre de los pobres de Curuguaty»
El 25 de diciembre
de 1820 el dictador Francia dispuso el traslado de Artigas a la Villa de San
Isidro del Labrador de Curuguaty, a 85 leguas de Asunción, donde el Prócer pasó
veinticinco años prácticamente incomunicado. Luego de reproducir in extenso
una serie de testimonios acerca de la vida de Artigas en el Paraguay, un célebre
autor concluye categóricamente: «Todos los testimonios están de acuerdo en
que Artigas llevaba una vida ejemplar, desbordante de virtudes». Así por
ejemplo, Deodoro de Pascual afirma:
«[Artigas
con] su ejemplo influyó mucho en los habitantes del lugarejo en que residía;
convirtióse en el padre y protector de los pobres; dábales cuanto reunía en
sus trabajos; les socorría con medicamentos; les consolaba en sus lechos y
aflicciones; distribuía entre ellos lo que poseía, en perjuicio muchas veces
de lo necesario para su existencia; y consiguió ser bienquisto, querido y
respetado de los aldeanos que tantos beneficios recibían de sus ya añosas
manos».
Interesa destacar
dos testimonios que son especialmente valiosos, ya que provienen de personas que
estaban predispuestas en contra de Artigas. En efecto, habían aceptado como
verdadera la tradición inventada por Pedro Feliciano Sáenz de Cavia. Este
personaje en 1818 había publicado en forma anónima un folleto de 66 páginas
con el propósito de influir en la opinión de los tres comisionados enviados
por el presidente norteamericano Monroe para informarse de la verdadera situación
de las provincias del Río de la Plata y para saber si podía proceder o no al
reconocimiento de la independencia de aquellas provincias. El posteriormente
llamado «libelo de Cavia», que originó la leyenda negra sobre Artigas,
finalizaba con estas palabras: «Al arma, al arma, seres racionales, contra este
nuevo caribe, destructor de la especie humana». Sin duda aquella publicación
oficial, emanada del Ministerio de Gobierno de Pueyrredón, debía ser tomada
por los viajeros como un evangelio.
Rengger y
Longchamp, dos naturalistas suizos que estuvieron en Asunción del Paraguay con
fines profesionales desde julio de 1819 hasta mayo de 1825, escribieron una obra
titulada Ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay. En dicha
obra reproducen la parte sustancial del libelo de Cavia. Sin embargo, en un
pasaje, afirman:
«...Parece
que Artigas hubiera querido expiar al menos una parte de los enormes crímenes
de que estaba manchado. A la edad de sesenta años [Artigas] cultivó él mismo
su campo y fue el padre de los pobres de Curuguaty, entre los que distribuía la
mayor parte de sus cosechas y todo su sueldo, prodigando a los enfermos cuantos
auxilios estaban a su alcance».
Otro testimonio a
tener en cuenta es el de Carlos A. Washburn, ministro residente de los Estados
Unidos en Asunción del Paraguay desde 1861 hasta 1868. En su Historia del
Paraguay no sólo reproduce el libelo de Cavia sino que enriquece
notablemente el vocabulario antiartiguista. En efecto, en forma grosera y
gratuita insulta a Artigas y a la República Oriental del Uruguay, sin invocar
absolutamente ningún testimonio. Y cuando busca testimonios más serios para
sus afirmaciones, se ve obligado a dejar escapar la siguiente frase de elogio
sobre Artigas:
«En
sus últimos años, después de la muerte del dictador, el Protector dejó sus
cultivados campos, testigos de sus obras de caridad nunca oídas en el Paraguay,
y se fue a Ibiraí, donde pasó sus últimos días».
Y como arrepentido
de ese elogio, agrega: «En su juventud su vida había sido la de una bestia
feroz que robaba y asesinaba por placer: en sus últimos años, era la misma
bestia sin garras y sin dientes».
Artigas, la Biblia y la evangelización
Parece ser que
Artigas tenía una particular afinidad con los niños. Según una tradición
oral recogida en Curuguaty, un viajero lo sorprendió traduciendo la Biblia al
guaraní para un grupo de pequeños que lo oían absortos. Era el libro del Éxodo
del Antiguo Testamento. Artigas habría comentado al viajero: «Los niños
americanos tienen que saber que se puede elegir entre el cautiverio y el
desierto».
Es sabido que
Artigas poseía una gran cultura guaraní-misionera. Hablaba fluidamente el
guaraní, que aprendió en Tacuarembó. Hay que tener en cuenta que Artigas
trabajó durante más de diez años al norte del Río Negro, región
perteneciente a las estancias misioneras que dependían de Yapeyú. Y además,
poseía su estancia en zona por entonces estaba bajo la influencia de aquella
cultura.
En abril de 1845
el presidente de Paraguay Carlos Antonio López hizo construir una casa para
Artigas en su quinta de Ybiray, a siete kilómetros de Asunción. El presidente
paraguayo lo trató de un modo muy cordial, y, una vez instalado en aquella
casa, le envió todo lo necesario para su subsistencia. Un célebre investigador
afirma:
«Durante
los últimos años de su vida en Ybiray, Artigas fue apreciado por su gran
piedad. Era su deleite el explicar a los niños el significado del cristianismo
en relación con la historia de la humanidad. Disponía para ese fin de una
edición ilustrada de la Santa Biblia, a cuya lectura se dedicaba frecuentemente».
Y en nota a pie de
página agrega:
«Esta
información fue proporcionada al autor por Juan León Benítez, nieto del
presidente Carlos López, al cual pertenecía la Santa Biblia que, a causa de
sus cantos dorados, era llamada por Artigas "el libro de oro". Siendo
niño, Juan León llevaba sucesivamente uno u otro de los cinco volúmenes de
esa obra desde la casona de su abuelo, hasta la casa que se había construido
para Artigas. No ha sido posible encontrar actualmente en Asunción la Biblia de
la familia López, pero el historiador Aponte, siendo presidente del Instituto
Histórico del Paraguay, le manifestó al autor que se trataba de cinco volúmenes
impresos en París en 1846, en el primero de los cuales aparecía la firma de
Carlos López. La única edición de la Biblia impresa en París en esa fecha
fue la de lujo que imprimió Rosa y Bouret, con láminas grabadas en planchas de
acero y en tafilete, con cortes dorados, publicada ex profeso para ser vendida
en América. Trátase de la traducción realizada por Felipe Scío de San Miguel».
El testimonio del hijo de Artigas
A principios de
1846 Artigas recibió en Ibiray la visita de su hijo José María, que vivía en
la entonces sitiada ciudad de Montevideo. La madre, Rafaela Villagrán, había
fallecido en 1821. Todos sus otros familiares habían muerto. Dos meses
permaneció el hijo con su padre, oyendo «la relación de su vida y la estadía
en el Paraguay, "donde Dios no le había faltado", eran siempre sus
palabras». Sin embargo no logró convencerlo de que regresase con él a
Montevideo. José María Artigas, que falleció algunos meses después de
regresar del Paraguay, dejó el siguiente testimonio:
«Aquellos
vecinos de Ibiray [...], aquellos pobres que tanto quieren y veneran a mi padre,
se reúnen con él a rezar el rosario, cuando el toque de oraciones de las
campanas distantes llegan hasta ellos de la Asunción; los vi todos los días en
el mismo sitio. Mi padre hacía coro; los demás, arrodillados en torno suyo,
contestaban las oraciones, muchos de ellos, la mayor parte, en guaraní. En
concluyendo, todos se retiraban a sus casas; después de saludar, uno a uno, con
veneración, al viejo; éste entraba a paso lento en su rancho, y se acostaba
muy temprano. Se levantaba con el alba».
«El
Constitucional» de Montevideo publicó con fecha 1º de julio de 1846 un
extenso artículo anónimo titulado Emigracion del Jeneral [sic] Artigas al
Paraguay. Su vida y situasion [sic]. El director del mencionado diario,
Isidoro de María, afirmó más tarde que el autor de aquel artículo había
sido José María Artigas, el hijo del Prócer. Dicho artículo se transcribe en
su totalidad en el Apéndice nº 1 de este trabajo.
Artigas entró en
el Paraguay el 5 de setiembre de 1820. Llegado a Asunción fue alojado en el
convento mercedario de dicha ciudad, cuyo prior, según parece, era fray
Bernardino de Enciso. Tres meses después, a comienzos de 1821, fue traslado a
la villa San Isidro de Curuguaty. El hijo de Artigas relata:
«Mientras
permaneció en el Convento de la Merced, Francia le pasaba dos pesos diariamente
para la mesa; y de mañana y tarde todos los dias, le visitaba el Prior y un
Ayudante del Dictador, con el objeto de saber de su estado, y de si necesitaba
algo.
Un
dia, cuando ya habia adquirido alguna confianza con el Padre Prior, y preguntándole
este si se hallaba en aquel lugar, el Jeneral [sic] le dijo: "Padre:
supongamos que U[sted] es Artigas, y, yo el Prior. U[sted] soldado y yo
Sacerdote, ¿se hallaría U[sted] en estas celdas?" El Padre le contestó
negativamente, y Artigas entonces hablándole con franqueza, le manifestó que
no se hallaba en aquel sitio, á pesar de la bondad con que se le trataba, pero
que obediente y agradecido al Supremo Dictador, estaría bien, donde quiera que
le destinase.
Este
solilóquio tubo [sic] lugar una tarde. A la mañana siguiente vino, como era de
costumbre, á visitarle el Ayudante del Dictador, y le dijo: "S. E. ha
dispuesto trasladarlo á V[sted] á otro lugar mas a proposito, donde viva
V[sted] con mas soltura y comodidad, y al efecto me manda prevenirle que se
prepare para mañana".
Artigas, como era
consiguiente, se resignó, sospechando que, aquella determinación habría sido
á consecuencia de la conversación tenida el dia anterior con el padre Prior».
A pedido de
Artigas, Francia le proporcionó bueyes, arados y demás útiles para labrar la
tierra. El Prócer allanó con sus propias manos un terreno montuoso y construyó
una casa con cuatro habitaciones y trabajó sin cesar.
«Educado
en la escuela de la desgracia, gnstaba [sic] hacer bien al pobre: y cada vez que
recibia su pension, la distribuia casi toda en limosnas a los indijentes [sic].
Llegó esto á noticia de Francia, quien suponiendo que el General no tendría
necesidad de aquello para vivir, cuando le daba aquel destino, le suspendió la
pensión, y dejó de percibirla desde entonces».
Muerto Francia el
20 de setiembre de 1840, Artigas fue encarcelado por orden del ex secretario del
dictador. Permaneció un mes incomunicado con una barra de grillos, sin conocer
su causa. Ésta habría sido la única violencia física que recibió el Prócer.
Rivera invitó
oficialmente al Prócer a regresar a su patria, pero éste devolvió, sin
haberlos abierto, los pliegos oficiales uruguayos, y se ratificó en su resolución,
aclarando que «sólo iría al Uruguay para algún efecto que pueda convenir a
nuestra República [el Paraguay]». De lo que le escribieron y mandaron desde
Montevideo y Corrientes, sólo dejó en su poder una gaceta, con «el designio
de divertirse con ella».
Artigas se resistía
a abandonar el suelo paraguayo. En diciembre de 1841 un vecino de Curuguaty
escribió una carta, en la que refiere lo siguiente:
«De
los caballos y mulas que me entregó Joaquín 6 vendí a don José Artigas,
quien los recibió condicionalmente para el caso de serle necesarios para
viajara hacia esa [Asunción], pues cree don José que le están por obligar a
salir del país para regresar al suyo según entiende, pero él no quiere ir, más
bien desea quedarse en Corrientes si los señores cónsules de la República no
le permiten más quedarse aquí; los animales los pagará en yerba si no me los
devuelve en el plazo de un mes para destinarlos a los brasileños fronterizos
como me advierte Ud. aunque puedo arreglar también que se los pague a Ud. mismo
en esa ciudad pues el hombre no carece de metálicos y algunos géneros del país
que ha de llevar...».
Poco después
Artigas fue trasladado a la Recoleta, a una legua de distancia de Asunción. El
primer presidente del Paraguay, Carlos Antonio López, lo hizo trasladar a
Ybirai, donde le dio una de sus chacras o quintas para que habitase y además le
proveyó de ropas y otros enseres. José María Artigas destaca la generosidad
de la familia del presidente López, que vivía cerca, y la actitud de
agradecimiento de su padre:
«Esta
buena y respetable familia prodiga sus cuidados á aquel anciano, que por su
conducta y virtudes, ha sabido captarse el aprecio y la estimación de todas las
personas que la forman. El presidente de la República, le honra y favorece con
su amistad, y benevolencia. Generosas y repetidas ofertas le ha dirigido, pero
incapaz Artigas, de ser demasiado gravoso, ni de abusar de la bondad de sus
bienhechores, se limita á lo muy indispensable para la vida.
Agradecido á sus
beneficios, desea ocasiones en que demostrarles su vivo reconocimiento; y no
cesa de hacer votos por su felicidad. Dios dé salud á quien hace bien;
son sus palabras siempre, cada vez que le sirven el alimento».
Artigas y La Conversación consigo mismo
El 30 de agosto de
2000, en la biblioteca del Palacio Legislativo (el Congreso uruguayo), el autor
de este trabajo por primera vez tomó contacto directo con un libro que leyó
Artigas, titulado La conversación consigo mismo, por «El Marqués
Caracciolo», publicado en Madrid en 1817. A continuación se ofrece la
descripción de dicho libro y los datos biográficos de su autor. Además se
transcribe y comenta la dedicatoria autografiada por el mismo Artigas, y
finalmente se presenta el contenido del libro, cuyo prólogo completo se ofrece
en el Apéndice 2.
Descripción del libro
Se trata de un
pequeño libro de 10 por 15 centímetros que contiene un total de 304 páginas:
un prólogo del autor (pp. III-XVI) y a continuación 288 páginas divididas en
doce capítulos. Se puede observar que las páginas de los primeros tres capítulos
están más deterioradas por el uso, lo que indica que fueron más leídas,
aunque no necesariamente por Artigas.
La primera edición
francesa de la obra, que fue publicada en Roma en 1753-1754 en dos volúmenes,
se halla en la Biblioteca Apostólica Vaticana. Fue escrita en respuesta a una
obra del conde de Gregoraz. Se publicó unos años más tarde traducida al
italiano, en una edición que dejó muy desconforme al autor por el papel y los
caracteres que se usaron, así como por las erratas se cometieron. En 1786 fue
traducida del francés al castellano por Francisco Mariano Nipho. Artigas poseyó
esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión,
realizada en la Imprenta de Francisco de la Parte.
La conversación
consigo mismo es como una continuación
de La posesión de sí mismo, obra que llegó a tener varias ediciones.
Ambos tratados, en la intención del autor, formaban lo que él mismo denomina
«un cuerpo de metafísica práctica» y mutuamente se complementaban en el
intento de recordarle al hombre quién es.
El autor, marqués Louis-Antoine Caraccioli
En la edición que
poseyó Artigas figura como autor «El Marqués Caracciolo», nombre que a
primera vista parecería corresponder a un italiano, pero que en realidad
corresponde al francés Louis-Antoine Caraccioli, que nació en París en 1721,
y murió en esa misma ciudad el 29 de mayo de 1803. Provenía de una rama menor
de la familia del rey de Nápoles. Después de haber terminado sus estudios en
Mans, en 1739 entró en la congregación del Oratorio, aunque no permaneció allí
mucho tiempo. Vivió un tiempo en Polonia, donde estuvo a cargo de la educación
del príncipe Rzewusky. Después regresó a París, donde se dedicó por entero
a escribir. Vivía del producto de sus obras. Arruinado por la revolución,
recibió de la Convención, en 1795, una pensión de 2000 francos.
Se lo ha
confundido a menudo con el marqués Domingo de Caracciolo, célebre estadista y
economista italiano que fue embajador de Nápoles en Francia.
Louis-Antoine
Caraccioli fue uno de los escritores más prolíficos de su siglo. Varias de sus
obras fueron traducidas del francés a otros idiomas. Escribió libros de moral
y de piedad, como La conversación consigo mismo (1753-1754), Los
caracteres de la amistad (1754), La posesión de sí mismo (1758), El
cuadro de la muerte (1761), La grandeza del alma (1761), De la
alegría (1762), El lenguaje de la razón (1763), El lenguaje de
la religión (1763), El grito de la verdad contra la seducción del siglo
(1765), El cristiano del tiempo confundido por los cristianos de los primeros
siglos (1766), Religión del hombre de bien: contra los nuevos sectarios
de la incredulidad (1777), Los viajes de la razón en Europa etc.
También escribió
libros de fantasías, como El libro a la moda (1759) y El libro de los
cuatro colores (1760), cuya tipografía multicolor ayudó a su difusión.
Entre sus obras de
carácter histórico, se destacan las siguientes: Vida del P. de Condren, décimo
general del Oratorio (1764), Vida del cardenal de Bérulle (1764), Vida
de Lorenzo Ricci, último general de la compañía de Jesús (1776), Vida
de la señora Maintenon (1788, 2 vol.), etc.
Escribió además
folletos políticos, como por ejemplo Carta de un campesino a su párroco
sobre una nueva manera de dirigir los Estados generales (1789), Anécdotas
chistosas relativas a los Estados generales (1789), El Magnificat del
tercer estado (1789), La pequeña Lutecia convertida en una gran mujer (1790,
2 vol.), etc.
Una de las obras
de Caraccioli merece una mención especial. Se trata de las Cartas
interesantes del Papa Clemente XIV (1775, 3 vol.), en las que el autor hábilmente
mezcla algunas cartas auténticas con otras inventadas por él mismo. El éxito
de esta obra fue muy grande a pesar, o quizás a causa, de las protestas que
esas cartas produjeron.
La dedicatoria autografiada por Artigas a Yegros
En la página que
sigue al prólogo, se puede leer la siguiente dedicatoria: «A mi Exmo.
amigo Tte. de Cablle. / Dn. Rómulo José de
Yegros / Snmma. Tdad. Mayo 14 de 1850. / [firmado y
rubricado:] José Artigas».
Pocos meses antes
de morir, Artigas obsequió y dedicó ese libro al teniente Yegros. Ese gesto
pone de manifiesto no sólo una actitud de desprendimiento, sino también el
alto grado de aprecio que Artigas sentía hacia Yegros.
La tinta con que
está escrita la dedicatoria es de época. La firma es idéntica a la de
Artigas. La procedencia es insospechable: el libro fue traído a Montevideo en
diciembre de 1930 por Enriqueta Yegros, que venía a cursar Magisterio en la
capital uruguaya. Debajo de la dedicatoria autografiada por Artigas, se puede
leer la siguiente leyenda:
«Hago
donación / de esta reliquia / á la Biblioteca / del Congreso Legislativo / de
la R. O. del Uruguay en / homenaje de la sanción / de devolución de los
Trofeos / de guerra de mi país la / Rep. del Paraguay. / Asunción, Diciembre
de 1930. / [firmado y rubricado:] Fulgencio Yegros. Capitán del Ejército /
Paraguayo».
Rómulo José de
Yegros era hijo de Fulgencio Yegros, prócer de la independencia paraguaya, con
el cual Artigas había trabado amistad en 1807 a raíz de las invasiones
inglesas. La amistad entre ambos próceres queda reflejada en dos acrósticos inéditos,
que forman las siguientes frases: «Al Amigo Ilustre José Artigas, Militar
Valiente» y, en respuesta al mismo: «Al Tribuno Paraguayo, Fulgencio Yegros,
el Compañero Oriental». Ambos próceres habrían conspirado contra el dictador
Francia.
Secundino Vázquez,
que fuera bibliotecario del Palacio Legislativo, y destacados historiadores,
sostienen que el libro perteneció efectivamente a Artigas y que fue dedicado
por él al teniente Yegros. Otros historiadores, sin embargo, sostienen que la
dedicatoria es apócrifa, porque la firma de Artigas aparece idéntica a la de
su juventud, sin los temblores del pulso de un anciano. Sin embargo, como bien
se ha destacado, la letra y la firma de los viejos fuertes –como por ejemplo
las de Eduardo Acevedo y Pablo de María– suelen mantenerse idénticas a las
de épocas anteriores. Y es sabido que la fortaleza de Artigas fue excepcional,
aún en sus últimos tiempos.
Si la firma de
Artigas es auténtica, eso nos revela un Artigas que meditaba en su soledad
acerca de la etapa final de su vida, siguiendo la invitación de un moralista
que le invitaba a conversar consigo mismo, porque «el alma desprendida de
nuestras pasiones es nuestro mejor amigo».
La talla
intelectual de Artigas quedaría de manifiesto en esa capacidad de leer, en su
ancianidad, un libro de filosofía ontologista que critica a Aristóteles, ataca
la escolástica, defiende a Malebranche y cita mucho a Virgilio y a San Agustín,
pero también a Descartes, Spinoza, Berkeley, Pascal, Platón... Si bien en ningún
momento menciona explícitamente a Jesucristo, en el último capítulo, que se
titula La conversación con nosotros mismos nos introduce en la conversación
con Dios, se refiere en forma inequívoca al misterio de la Trinidad y de la
Encarnación.
¿Cómo llegó este libro a manos de Artigas?
No disponemos de
documentación que nos permita responder cómo llegó La conversación
consigo mismo a manos de Artigas. Sin embargo, es posible formular algunas
hipótesis. Quizá se lo obsequió alguna de las personas que fue a visitarlo a
Curuguaty. Es sabido que el médico francés Aimé Bonpland, que visitó a
Artigas a comienzos de 1831, puso en sus manos un ejemplar de la Constitución
política de la república, creada el año anterior. El Prócer recibió el
obsequio con gran reconocimiento, «y al leer sus primeros artículos, llevóla
a sus labios y besando el libro con emoción exclamó: "¡Bendito sea Dios!
Te doy gracias por haberme concedido la vida hasta ver a mi patria independiente
y constituida"».
Consideramos más
probable, sin embargo, que Artigas haya conocido La conversación consigo
mismo durante su estadía en el convento mercedario de Asunción del
Paraguay. El Prócer residió allí desde su llegada a Asunción en setiembre de
1820, hasta fines de ese mismo año. Elisa Menéndez, uruguaya y directora de la
Escuela Solar de Artigas, en el Paraguay, al describir la llegada de Artigas al
convento de la Merced, afirma:
«Artigas
se envolvió en silencio, no con ocultos fines, sino porque no le agradaba
hablar de sí y de su obra. Toda su correspondencia, aún en los días de
gloria, es parca en ese sentido. Creemos que al pisar esta tierra [paraguaya]
hizo voto de pobreza y de silencio, pues fueron estas las aristas que sobresalen
en su personalidad de desterrado, y que conservó hasta el último instante de
su existencia».
El
prólogo
El marqués
Caraccioli comienza el prólogo de La conversación consigo mismo de la
siguiente manera:
«Comúnmente
se cree en nuestros días, que acordarles [sic] a los hombres lo que son es
hacerlos misántropos, o aborrecedores de su especie, porque nadie conoce en sí
mismo sino un humor o genio que se toma por el alma. Nuestra metafísica, en
consecuencia de esto, sólo nos sirve para inventar definiciones inútiles,
cuando debería desprendernos de los objetos materiales, y elevarnos hasta el
Ser increado».
Según el autor,
la conversación consigo mismo consiste en la operación por la cual uno intenta
coordinar los propios pensamientos y «hacer de ellos un todo que discurra,
combine, calcule y nos guíe, según las varias ocurrencias». Más adelante
explica que esta conversación consigo mismo es «muy diferente de aquellas en
que sólo se habla del malo o buen tiempo, de la lluvia, de las modas y
vanidades», porque le recuerda al hombre su origen y «le da a conocer toda su
existencia y todas sus facultades». «La elevación que saca su origen de las
distinciones del mundo es soberbia, y la que nace de nuestra intimidad con Dios
es verdadera dignidad. Sólo aquel que se conoce conversa bien consigo mismo, y
ninguno se conoce sino aquél que se mira en el Ser supremo que nos ha criado».
Caraccioli tenía
clara conciencia que el tema de su obra requeriría ser tratado con mayor
extensión y profundidad, pero explica que, en atención al lector, tuvo que
acomodarse a los requerimientos de la época: «Yo creo que en un siglo tan
disipado como el nuestro, es preciso ofrecer al público obras metafísicas o
moralidades [sic] con mucha precaución y discernimiento. En esta suposición me
he acomodado al tiempo, y he debido hacerlo; porque de otro modo sería preciso
ir a buscar lectores al otro mundo».
Según el autor,
los lectores italianos de la época estaban muy poco interesados en obras que
trataran acerca del alma y sus atributos; se interesaban más bien en lo
referente a «leyes y antigüedades». Caraccioli critica a la escolástica, «cuyas
cuestiones –afirma– son verdaderamente ridículas» y se muestra partidario
de Malebranche, «aquel célebre metafísico que sacó de San Agustín su
sistema». Afirma que La conversación consigo mismo fue «aprobada por
el padre Orsi, Maestro del sacro palacio, y aplaudida por el padre Fabrici,
lector de Teología, como que era una obra docta, juiciosa y llena de una
filosofía sublime y cristiana».
Al finalizar el prólogo,
el autor manifiesta su clara admiración por Platón: «Toda filosofía que nos
aparta de él, no es sino una ciencia ilusoria». Y agrega que los metafísicos
y moralistas de su época, para estar de moda, debían tener «particular
cuidado de no hablar como Malebranche o Nicolé [sic]; de otro modo se les tendrá
por chochos o vegestorios del tiempo de antaño». Caraccioli manifiesta que en
aquella época por todas partes surgían escritos que se impugnaban unos a
otros, y se muestra cansado de tanta palabra inútil que sólo servía para
confundir las ideas. Por eso finaliza el prólogo diciendo: «Volvamos a la Conversación
con nosotros mismos, y estudiemos en sentir y conocer nuestra alma, más
bien que en definirla».
Artigas y su vida de oración
Muchos autores
coinciden en afirmar que Artigas en el Paraguay vivió en medio de una gran
austeridad. Seguramente se regocijaría interiormente al leer en La
conversación consigo mismo:
«¡Oh,
cuántas contradicciones hay en nuestras costumbres o en nuestra fe! Adoramos
por ejemplo un Dios que se humilló hasta querer nacer en un pesebre, y vivir
pobre hasta no tener lugar alguno dónde recostar la cabeza, y nosotros queremos
habitar en palacios, o poseer tesoros y gozar de todos los gustos».
El Prócer vería
reflejados e interpretados en aquella obra sus largos años de soledad en
Curuguaty: «Es superior sin duda alguna, la conversación con nosotros
mismos, a cualquiera otra conversación, y su preeminencia determinó a
tantos hombres venerables a desterrarse de la común sociedad, y a no conocer
otra que la que formaban en su interior».
Sin duda Artigas
pensaría en la muerte, en sus disgustos y achaques, y en la caducidad de las
cosas terrenas. Esos pensamientos también se verían reflejados por Caraccioli:
«Muchas
veces reflexiono yo (y esta reflexión es para mí mucho más agradable que
todas las riquezas y los hombres) que dentro de muy pocos años no quedará
rastro alguno de las cosas que me atraen y enamoran acá en la tierra, y que,
prontamente, separado de esta vida y ya enterrado, tendré la misma suerte que
los mayores monarcas, y que no habrá otra diferencia de ellos a mí, cuando mas
y mucho, que un vano e inútil mausoleo. [...] ¡Ay de mí! ¿Qué es la vida más
larga y la más brillante? Acaso diez o doce mil días, si cercenamos la
infancia, el sueño y las inutilidades, y aun mas, estos mismos días son
continuamente atravesados por engorros, disgustos, achaques y sobresaltos».
Pero la vida no
acaba con la muerte, y sin duda también el Prócer tendría un íntimo deseo de
unirse a Dios: «Cuanto más nos acercamos a él, tanto más deseamos unirnos íntimamente
a este Supremo Ser. [...] No hay duda, el hombre elevado a la contemplación de
Dios, se hace ciudadano del cielo. [...] Por donde quiera halla rasgos del Ser
Criador: le mira en la variedad de rostros».
«El
Criador no formó los espíritus sino con el designio de conocerle y amarle,
quiere que se asocien con él, que le hablen, que le pregunten, y si alguna vez
no responde, es en castigo de haberse adherido demasiado a las criaturas. [...]
¿Cuántos
hombres grandes hay que no tuvieron jamás otras lecciones que esta maravillosa
comunicación? Y con todo, no obstante su excelencia y necesidad, la abandonamos
por ir a sociedades frívolas, y alguna vez delincuentes. Parece que se nos ha
impuesto ley de no hablar de la Divinidad. No sale de nuestra boca el santo
nombre de Dios, sino por sorpresa o por interjección. No tenemos valor para
pronunciarlo sino en los peligros. ¿Pero de cuándo acá hay tanta flaqueza
para invocar el Ser soberano, conversar de sus infinitas perfecciones, y
contemplar las hermosuras eternas? Todo cuanto vemos, y todo lo que amamos, ¿no
es obra de Dios? ¿y nosotros mismos aliento suyo, y su retrato?».
Después de leer
este libro, es muy probable que Artigas haya retenido lo que Caraccioli quiso
trasmitir: «Nuestro intento no es otro que dar a conocer que la conversación
con nosotros mismos conduce a la conversación con Dios». En otras palabras, no
resulta aventurado afirmar que Artigas conversaba con Dios, o sea que tenía
una vida de oración, de trato personal con Dios.
La
piedad eucarística de Artigas
Artigas murió el
23 de setiembre de 1850, a los 86 años. El obispo de Asunción, Monseñor Juan
Sinforiano Bogarín, dejó el siguiente testimonio, en el que se refleja la
piedad eucarística del Prócer:
«La
señorita Asunción García me ha referido, algunos años antes de morir, lo
siguiente: Cuando la enfermedad de Artigas se agravó, manifestó deseos de
recibir los últimos sacramentos. Entonces la señora doña Juana Carrillo,
esposa de Carlos Antonio López, mandó llamar a un miembro de la familia de la
citada Asunción García (familia tan distinguida, por cierto como piadosa), y
le encargó fuera a preparar el altar para administrar al enfermo el Santo Viático.
Cumplida la orden, el cura párroco de la Recoleta, Presbítero Cornelio
Contreras, llevó al general Su Divina Majestad. En los momentos en que el
sacerdote iba a administrarle el Santo Viático, Artigas quiso levantarse. La
encargada del aderezo del altar le dijo que su estado de debilidad le permitía
recibir la comunión en la cama, a lo que el general respondió: "Quiero
levantarme, para recibir a Su Majestad". Y ayudado por los presentes, se
levantó, y recibió la comunión, quedando los muchos circunstantes edificados
de la piedad de aquel grande hombre».
Artigas y su derrota
Próximamente será
publicado un libro de Mario Cayota con el sugestivo título Artigas y su
derrota. El autor nos explicó que en ese título se hace un juego de
palabras con el término «derrota», que entre los artiguistas no sólo quería
decir «vencimiento» sino también «rumbo».
Cayota presenta al
Prócer no como un intelectual sino como un gran «baqueano». El libro se
divide en tres grandes secciones: el Hombre, el Proyecto, el Movimiento. Sobre
la base de una muy amplia documentación el autor muestra que el entorno
familiar de Artigas estaba estrechamente vinculado a los franciscanos. Además
pone en evidencia el apoyo casi unánime que su movimiento encontró entre el
clero. Dedica todo un capítulo a la corriente franciscana que tuvo tanta
influencia en el pensamiento social de Artigas. Esa corriente tuvo
manifestaciones no sólo en la Banda Oriental, sino también en Argentina,
Paraguay y Chile. «La matriz originaria –nos escribe Cayota–, es la
Universidad de Córdoba, sobre la cual los positivistas y liberales argentinos
han demostrado una supina ignorancia». El autor vincula a Artigas con el
federalismo argentino y la integración de la Provincia Oriental a la Patria
Grande. Por último, subraya que si bien en el plano político Artigas recibió
alguna influencia del liberalismo norteamericano, en el plano social está a años
luz del liberalismo económico. En este sentido, Artigas no hace otra cosa que
profundizar en las viejas corrientes comunitarias hispánicas y el tradicional
profetismo franciscano.
Artigas, «el Señor que resplandece»
Cien años después
de su muerte, en 1950, Artigas aún era recordado con veneración por los indios
cuyos bisabuelos, en vida del Prócer, le habían llamado «Overava Karaí», «El
Señor que resplandece».
Al conmemorar el
150º aniversario de su muerte parece oportuno recordar que José Artigas era
católico. El próximo 22 de setiembre, el arzobispo de Montevideo, Mons. Nicolás
Cotugno, celebrará una Eucaristía en la Plaza Independencia, donde se levanta
el mausoleo en el que descansan los restos del Prócer. A propuesta del autor de
este trabajo, para esa ocasión fueron invitados representantes del episcopado
de la región. Porque la figura de Artigas resplandece más allá de las
fronteras uruguayas, e ilumina el alma católica no sólo de las antiguas
provincias del Río de la Plata, sino también de toda América Latina.
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