ARTIGAS CATÓLICO

Una faceta para recordar en el 150º aniversario de su muerte

(1850 – 23 de setiembre – 2000)*

Pedro Gaudiano**

* Comunicación presentada en las VI Jornadas de Historia de la Iglesia, organizadas por la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina (Buenos Aires, 11-12 setiembre 2000).

** Doctor en Teología por la Universidad de Navarra (Pamplona, España). Profesor de la Universidad Católica del Uruguay “Dámaso Antonio Larrañaga”, de la Facultad de Teología del Uruguay “Monseñor Mariano Soler” y del Instituto Superior de Estudios Teológicos “Cristo Buen Pastor” (Buenos Aires).

gaudiano@adinet.com.uy

El aparato crítico de este trabajo, que aún está en proceso de elaboración,

así como los apéndices que se mencionan, serán publicados oportunamente.

 

ÍNDICE:

La infancia y el entorno familiar de Artigas

La opción de Artigas por los pobres

Artigas y la educación popular

Artigas y la libertad religiosa

Artigas, «Padre de los pobres de Curuguaty»

Artigas, la Biblia y la evangelización

El testimonio del hijo de Artigas

Artigas y La conversación consigo mismo

Descripción del libro

El autor, marqués Louis-Antoine Caraccioli

La dedicatoria autografiada por Artigas a Yegros

¿Cómo llegó este libro a manos de Artigas?

El prólogo

Artigas y su vida de oración

La piedad eucarística de Artigas

Artigas y su derrota

Artigas, «el Señor que resplandece»

 


Se ha dicho, con acierto, que "la figura de Artigas es la más alta de todas las que se mueven en el escenario de la revolución sudamericana». Pues bien: ese mismo Artigas era católico. Esta faceta del Prócer ha sido prácticamente olvidada en la abundante producción bibliográfica liberal, y como no se enseña en las escuelas uruguayas, corre el riesgo de quedar sepultada en el olvido. El objeto del presente trabajo, pues, es aportar elementos que permitan fundamentar dicha afirmación. Al conmemorarse el 150º aniversario de su muerte, consideramos oportuno recordar esa faceta del Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres.

La infancia y el entorno familiar de Artigas

José Gervasio Artigas nació en Montevideo el 19 de junio de 1764 y fue bautizado dos días después en la Iglesia Matriz de esa ciudad. Fue confirmado el 24 de diciembre de 1772 en la estancia familiar del arroyo Pando, que estaba a cargo de su tío José Antonio Artigas. Ese día también fueron confirmados «sus hermanos, junto con numeroso concurso formado por parientes, allegados, esclavos e indios». El 23 de diciembre de 1805 contrajo matrimonio en la Iglesia Matriz de Montevideo con su prima Rosalía Villagrán, con quien tuvo un único hijo, José María.

Los padres y abuelos maternos de Artigas estuvieron estrechamente vinculados a la orden franciscana. También otros familiares directos fueron terciarios franciscanos y ocuparon cargos de importancia dentro de dicha orden. Su padre llegó a ser limosnero mayor, aquél que pedía limosnas y luego las distribuía entre los pobres. El profesor Mario Cayota, que posee amplia documentación sobre la veta franciscana de la familia de Artigas, afirma que «en relación a los estudios del prócer en la escuela del convento San Bernardino no existe ningún documento».

Un hecho permitiría deducir que Artigas efectivamente estudió en esa escuela de los franciscanos, y es que la misma estaba ubicada frente a su casa. Por entonces se trataba de una escuela de primeras letras. Recién más adelante se establecerían las cátedras de Filosofía y Teología. Se debe recordar que, en aquella época, la orden franciscana contribuyó a la divulgación de los principios democráticos en casi todas las regiones de América.

En su vida particular Artigas manifestó un visible interés por la religión. Su correspondencia privada evidencia que frente a las contrariedades de la vida el Prócer supo mostrar una verdadera resignación cristiana. Así por ejemplo, en una carta a su suegra, Francisca de Villagrán, se refiere a su esposa enferma de la siguiente manera:

«De Rafaela sé que sigue lo mismo. ¡Cómo ha de ser! Cuando Dios manda los trabajos, no vienen solos; él lo ha dispuesto, y así me convendrá. Yo me consuelo con que esté a su lado, porque si Ud. me faltase, serían mayores mis trabajos. Y así, el Señor le conserve a Ud. la salud».

La opción de Artigas por los pobres

Se ha podido documentar que la abuela paterna de Artigas, Ignacia Javiera Carrasco, descendía por vía materna de una auténtica princesa inca, Beatriz Tupac Yupankl. La abuela Ignacia falleció en enero de 1773, cuando José tenía ocho años y medio. Como depositaria de las antiguas tradiciones familiares, seguramente contó a su nieto que era descendiente de una princesa india, y que por lo tanto tenía en sus venas unas gotas de sangre india.

Quizá haya que tener en cuenta ese antecedente familiar a la hora de explicar el hecho de que en la vida de Artigas exista una diferencia fundamental con los otros líderes y caudillos de la época, y es su trato con aquellos considerados inferiores.

A modo de ejemplo, aquí sólo mencionaremos el célebre Reglamento promulgado por Artigas el 10 de setiembre de 1815, en cuyo artículo sexto se establece que «los más infelices serán los más privilegiados» y que debía realizarse el reparto de tierras a «los negros libres, los zambos de igual clase, los indios y los criollos pobres». Aquella idea revolucionaria, de enorme trascendencia, se fundamentaba sobre el principio ético de que las injusticias sociales deben ser reparadas. Pero también se fundamentaba sobre la caridad cristiana que se preocupa ante todo por los más débiles y necesitados. No parece aventurado, pues, afirmar que Artigas, en su época, realizó una opción evangélica y preferencial por los pobres.

Artigas y la educación popular

Artigas se preocupó en fomentar la educación a través de la fundación de escuelas públicas. Fue el gran propulsor de la educación popular en la vasta extensión de su protectorado. La provincia de Entre Ríos fue la más favorecida con las iniciativas de Artigas. En 1816 se interesó en las necesidades de Concepción del Uruguay, donde se fundó la primera escuela lancasteriana de Hispanoamérica, bajo la dirección del preceptor chileno Solano García. Aquel tipo de escuelas se fundaban en dos principios: la enseñanza de los conocimientos básicos con la ayuda de los mismos escolares, y la divulgación de los preceptos fundamentales de las Sagradas Escrituras. El artículo séptimo del Reglamento lancasteriano expresa:

«El maestro leerá todos los días á toda la escuela, en voz alta, un capítulo de la Sagrada Biblia, ó de otro libro que contenga mácsimas [sic] morales, para que, de este modo, se impriman en los corazones de los niños los deberes de la religión, las buenas costumbres y el amor al prójimo».

Artigas y la libertad religiosa

En el plano político Artigas aportó una serie de ideas personales y originales suyas. Es posible afirmar esto porque dichas ideas figuran solamente en aquellos documentos escritos en los lugares en que estaba la persona misma de Artigas, y no se hallan nunca –o casi nunca– en los documentos emanados de próceres artiguistas o de destacados núcleos del artiguismo.

Entre esas ideas, nos interesa destacar la libertad religiosa. En efecto, el célebre artículo tercero de las Instrucciones entregadas a los diputados orientales el 13 de abril de 1813, hace de Artigas «uno de los grandes precursores de la libertad religiosa en Hispanoamérica». En efecto, dicho artículo consagra «la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable», y esta frase es personal y exclusiva de Artigas. No aparece con esa redacción en ninguna fuente norteamericana, y coincide con expresiones de Artigas en otros documentos firmados por él. Así, por ejemplo, en notas dirigidas al Cabildo de Montevideo en 1815, Artigas escribe «en toda la extensión que corresponde», y «en la mayor extensión imaginable».

En 1814, aparentemente, fue elaborada la Constitución para la Provincia Oriental del Uruguay. Este documento fue remitido por el encargado de negocios en Río de Janeiro Andrés Villalba a Pedro de Cevallos el 2 de abril de 1815. Consta de cinco capítulos, con un total de 64 artículos y con un encabezamiento en el cual figuran 21 pueblos, entre los que no figura Montevideo. Andrés Villalba, después de referirse a la marcha de la revolución, en el virreinato, contra la Madre Patria, informa acerca de Artigas y a continuación alude al documento de la Constitución así:

«Ha llegado a mis manos el adjunto papel que es una Constitución que dicen hechas para las Provincias del Uruguay q[u]e están baxo la dominación de Artigas. Yo presumo que esta no se ha hecho ahora sino que lo estaba t[iem]po hace, pero como podría suceder q[u]e este Caudillo tratase ahora de ponerla en planta, la dirijo a V. E. aunq[u]e está mal escrita».

El artículo primero de la Constitución destaca que todos los hombres nacen libres e iguales y tienen ciertos derechos naturales, esenciales e inalienables que son enumerados. En materia de libertad religiosa el artículo segundo expresa textualmente:

«2º. – Toca al d[e]r[ech]o igualmente que al dever de todos los hombres en sociedad, adorar públicamente y en ocasiones determinadas al Ser Supremo, el gran Criador y Preservador del Vniverso; Pero ningún sugeto será atropellado, molestado o limitado en su persona libertad, o bienes, por adorar a Dios en la manera y ocaciones que mas le agrade, según lo dicte su misma conciencia, ni por su profeción o sentim[ien]tos Religiosos, con tal que no turbe la Paz pública, ni embarace a los otros en su culto Religioso en la S[an]ta Yglesia Católica».

El artículo tercero comienza afirmando que «la felicidad, prosperidad de un Pueblo, el buen orden y preserbación [sic] del Gobierno civil, depende esencialmente de la piedad, Religión y moralidad de sus havitantes [sic]».

Artigas, «Padre de los pobres de Curuguaty»

El 25 de diciembre de 1820 el dictador Francia dispuso el traslado de Artigas a la Villa de San Isidro del Labrador de Curuguaty, a 85 leguas de Asunción, donde el Prócer pasó veinticinco años prácticamente incomunicado. Luego de reproducir in extenso una serie de testimonios acerca de la vida de Artigas en el Paraguay, un célebre autor concluye categóricamente: «Todos los testimonios están de acuerdo en que Artigas llevaba una vida ejemplar, desbordante de virtudes». Así por ejemplo, Deodoro de Pascual afirma:

«[Artigas con] su ejemplo influyó mucho en los habitantes del lugarejo en que residía; convirtióse en el padre y protector de los pobres; dábales cuanto reunía en sus trabajos; les socorría con medicamentos; les consolaba en sus lechos y aflicciones; distribuía entre ellos lo que poseía, en perjuicio muchas veces de lo necesario para su existencia; y consiguió ser bienquisto, querido y respetado de los aldeanos que tantos beneficios recibían de sus ya añosas manos».

Interesa destacar dos testimonios que son especialmente valiosos, ya que provienen de personas que estaban predispuestas en contra de Artigas. En efecto, habían aceptado como verdadera la tradición inventada por Pedro Feliciano Sáenz de Cavia. Este personaje en 1818 había publicado en forma anónima un folleto de 66 páginas con el propósito de influir en la opinión de los tres comisionados enviados por el presidente norteamericano Monroe para informarse de la verdadera situación de las provincias del Río de la Plata y para saber si podía proceder o no al reconocimiento de la independencia de aquellas provincias. El posteriormente llamado «libelo de Cavia», que originó la leyenda negra sobre Artigas, finalizaba con estas palabras: «Al arma, al arma, seres racionales, contra este nuevo caribe, destructor de la especie humana». Sin duda aquella publicación oficial, emanada del Ministerio de Gobierno de Pueyrredón, debía ser tomada por los viajeros como un evangelio.

Rengger y Longchamp, dos naturalistas suizos que estuvieron en Asunción del Paraguay con fines profesionales desde julio de 1819 hasta mayo de 1825, escribieron una obra titulada Ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay. En dicha obra reproducen la parte sustancial del libelo de Cavia. Sin embargo, en un pasaje, afirman:

«...Parece que Artigas hubiera querido expiar al menos una parte de los enormes crímenes de que estaba manchado. A la edad de sesenta años [Artigas] cultivó él mismo su campo y fue el padre de los pobres de Curuguaty, entre los que distribuía la mayor parte de sus cosechas y todo su sueldo, prodigando a los enfermos cuantos auxilios estaban a su alcance».

Otro testimonio a tener en cuenta es el de Carlos A. Washburn, ministro residente de los Estados Unidos en Asunción del Paraguay desde 1861 hasta 1868. En su Historia del Paraguay no sólo reproduce el libelo de Cavia sino que enriquece notablemente el vocabulario antiartiguista. En efecto, en forma grosera y gratuita insulta a Artigas y a la República Oriental del Uruguay, sin invocar absolutamente ningún testimonio. Y cuando busca testimonios más serios para sus afirmaciones, se ve obligado a dejar escapar la siguiente frase de elogio sobre Artigas:

«En sus últimos años, después de la muerte del dictador, el Protector dejó sus cultivados campos, testigos de sus obras de caridad nunca oídas en el Paraguay, y se fue a Ibiraí, donde pasó sus últimos días».

Y como arrepentido de ese elogio, agrega: «En su juventud su vida había sido la de una bestia feroz que robaba y asesinaba por placer: en sus últimos años, era la misma bestia sin garras y sin dientes».

Artigas, la Biblia y la evangelización

Parece ser que Artigas tenía una particular afinidad con los niños. Según una tradición oral recogida en Curuguaty, un viajero lo sorprendió traduciendo la Biblia al guaraní para un grupo de pequeños que lo oían absortos. Era el libro del Éxodo del Antiguo Testamento. Artigas habría comentado al viajero: «Los niños americanos tienen que saber que se puede elegir entre el cautiverio y el desierto».

Es sabido que Artigas poseía una gran cultura guaraní-misionera. Hablaba fluidamente el guaraní, que aprendió en Tacuarembó. Hay que tener en cuenta que Artigas trabajó durante más de diez años al norte del Río Negro, región perteneciente a las estancias misioneras que dependían de Yapeyú. Y además, poseía su estancia en zona por entonces estaba bajo la influencia de aquella cultura.

En abril de 1845 el presidente de Paraguay Carlos Antonio López hizo construir una casa para Artigas en su quinta de Ybiray, a siete kilómetros de Asunción. El presidente paraguayo lo trató de un modo muy cordial, y, una vez instalado en aquella casa, le envió todo lo necesario para su subsistencia. Un célebre investigador afirma:

«Durante los últimos años de su vida en Ybiray, Artigas fue apreciado por su gran piedad. Era su deleite el explicar a los niños el significado del cristianismo en relación con la historia de la humanidad. Disponía para ese fin de una edición ilustrada de la Santa Biblia, a cuya lectura se dedicaba frecuentemente».

Y en nota a pie de página agrega:

«Esta información fue proporcionada al autor por Juan León Benítez, nieto del presidente Carlos López, al cual pertenecía la Santa Biblia que, a causa de sus cantos dorados, era llamada por Artigas "el libro de oro". Siendo niño, Juan León llevaba sucesivamente uno u otro de los cinco volúmenes de esa obra desde la casona de su abuelo, hasta la casa que se había construido para Artigas. No ha sido posible encontrar actualmente en Asunción la Biblia de la familia López, pero el historiador Aponte, siendo presidente del Instituto Histórico del Paraguay, le manifestó al autor que se trataba de cinco volúmenes impresos en París en 1846, en el primero de los cuales aparecía la firma de Carlos López. La única edición de la Biblia impresa en París en esa fecha fue la de lujo que imprimió Rosa y Bouret, con láminas grabadas en planchas de acero y en tafilete, con cortes dorados, publicada ex profeso para ser vendida en América. Trátase de la traducción realizada por Felipe Scío de San Miguel».

El testimonio del hijo de Artigas

A principios de 1846 Artigas recibió en Ibiray la visita de su hijo José María, que vivía en la entonces sitiada ciudad de Montevideo. La madre, Rafaela Villagrán, había fallecido en 1821. Todos sus otros familiares habían muerto. Dos meses permaneció el hijo con su padre, oyendo «la relación de su vida y la estadía en el Paraguay, "donde Dios no le había faltado", eran siempre sus palabras». Sin embargo no logró convencerlo de que regresase con él a Montevideo. José María Artigas, que falleció algunos meses después de regresar del Paraguay, dejó el siguiente testimonio:

«Aquellos vecinos de Ibiray [...], aquellos pobres que tanto quieren y veneran a mi padre, se reúnen con él a rezar el rosario, cuando el toque de oraciones de las campanas distantes llegan hasta ellos de la Asunción; los vi todos los días en el mismo sitio. Mi padre hacía coro; los demás, arrodillados en torno suyo, contestaban las oraciones, muchos de ellos, la mayor parte, en guaraní. En concluyendo, todos se retiraban a sus casas; después de saludar, uno a uno, con veneración, al viejo; éste entraba a paso lento en su rancho, y se acostaba muy temprano. Se levantaba con el alba».

«El Constitucional» de Montevideo publicó con fecha 1º de julio de 1846 un extenso artículo anónimo titulado Emigracion del Jeneral [sic] Artigas al Paraguay. Su vida y situasion [sic]. El director del mencionado diario, Isidoro de María, afirmó más tarde que el autor de aquel artículo había sido José María Artigas, el hijo del Prócer. Dicho artículo se transcribe en su totalidad en el Apéndice nº 1 de este trabajo.

Artigas entró en el Paraguay el 5 de setiembre de 1820. Llegado a Asunción fue alojado en el convento mercedario de dicha ciudad, cuyo prior, según parece, era fray Bernardino de Enciso. Tres meses después, a comienzos de 1821, fue traslado a la villa San Isidro de Curuguaty. El hijo de Artigas relata:

«Mientras permaneció en el Convento de la Merced, Francia le pasaba dos pesos diariamente para la mesa; y de mañana y tarde todos los dias, le visitaba el Prior y un Ayudante del Dictador, con el objeto de saber de su estado, y de si necesitaba algo.

Un dia, cuando ya habia adquirido alguna confianza con el Padre Prior, y preguntándole este si se hallaba en aquel lugar, el Jeneral [sic] le dijo: "Padre: supongamos que U[sted] es Artigas, y, yo el Prior. U[sted] soldado y yo Sacerdote, ¿se hallaría U[sted] en estas celdas?" El Padre le contestó negativamente, y Artigas entonces hablándole con franqueza, le manifestó que no se hallaba en aquel sitio, á pesar de la bondad con que se le trataba, pero que obediente y agradecido al Supremo Dictador, estaría bien, donde quiera que le destinase.

Este solilóquio tubo [sic] lugar una tarde. A la mañana siguiente vino, como era de costumbre, á visitarle el Ayudante del Dictador, y le dijo: "S. E. ha dispuesto trasladarlo á V[sted] á otro lugar mas a proposito, donde viva V[sted] con mas soltura y comodidad, y al efecto me manda prevenirle que se prepare para mañana".

Artigas, como era consiguiente, se resignó, sospechando que, aquella determinación habría sido á consecuencia de la conversación tenida el dia anterior con el padre Prior».

A pedido de Artigas, Francia le proporcionó bueyes, arados y demás útiles para labrar la tierra. El Prócer allanó con sus propias manos un terreno montuoso y construyó una casa con cuatro habitaciones y trabajó sin cesar.

«Educado en la escuela de la desgracia, gnstaba [sic] hacer bien al pobre: y cada vez que recibia su pension, la distribuia casi toda en limosnas a los indijentes [sic]. Llegó esto á noticia de Francia, quien suponiendo que el General no tendría necesidad de aquello para vivir, cuando le daba aquel destino, le suspendió la pensión, y dejó de percibirla desde entonces».

Muerto Francia el 20 de setiembre de 1840, Artigas fue encarcelado por orden del ex secretario del dictador. Permaneció un mes incomunicado con una barra de grillos, sin conocer su causa. Ésta habría sido la única violencia física que recibió el Prócer.

Rivera invitó oficialmente al Prócer a regresar a su patria, pero éste devolvió, sin haberlos abierto, los pliegos oficiales uruguayos, y se ratificó en su resolución, aclarando que «sólo iría al Uruguay para algún efecto que pueda convenir a nuestra República [el Paraguay]». De lo que le escribieron y mandaron desde Montevideo y Corrientes, sólo dejó en su poder una gaceta, con «el designio de divertirse con ella».

Artigas se resistía a abandonar el suelo paraguayo. En diciembre de 1841 un vecino de Curuguaty escribió una carta, en la que refiere lo siguiente:

«De los caballos y mulas que me entregó Joaquín 6 vendí a don José Artigas, quien los recibió condicionalmente para el caso de serle necesarios para viajara hacia esa [Asunción], pues cree don José que le están por obligar a salir del país para regresar al suyo según entiende, pero él no quiere ir, más bien desea quedarse en Corrientes si los señores cónsules de la República no le permiten más quedarse aquí; los animales los pagará en yerba si no me los devuelve en el plazo de un mes para destinarlos a los brasileños fronterizos como me advierte Ud. aunque puedo arreglar también que se los pague a Ud. mismo en esa ciudad pues el hombre no carece de metálicos y algunos géneros del país que ha de llevar...».

Poco después Artigas fue trasladado a la Recoleta, a una legua de distancia de Asunción. El primer presidente del Paraguay, Carlos Antonio López, lo hizo trasladar a Ybirai, donde le dio una de sus chacras o quintas para que habitase y además le proveyó de ropas y otros enseres. José María Artigas destaca la generosidad de la familia del presidente López, que vivía cerca, y la actitud de agradecimiento de su padre:

«Esta buena y respetable familia prodiga sus cuidados á aquel anciano, que por su conducta y virtudes, ha sabido captarse el aprecio y la estimación de todas las personas que la forman. El presidente de la República, le honra y favorece con su amistad, y benevolencia. Generosas y repetidas ofertas le ha dirigido, pero incapaz Artigas, de ser demasiado gravoso, ni de abusar de la bondad de sus bienhechores, se limita á lo muy indispensable para la vida.

Agradecido á sus beneficios, desea ocasiones en que demostrarles su vivo reconocimiento; y no cesa de hacer votos por su felicidad. Dios dé salud á quien hace bien; son sus palabras siempre, cada vez que le sirven el alimento».

Artigas y La Conversación consigo mismo

El 30 de agosto de 2000, en la biblioteca del Palacio Legislativo (el Congreso uruguayo), el autor de este trabajo por primera vez tomó contacto directo con un libro que leyó Artigas, titulado La conversación consigo mismo, por «El Marqués Caracciolo», publicado en Madrid en 1817. A continuación se ofrece la descripción de dicho libro y los datos biográficos de su autor. Además se transcribe y comenta la dedicatoria autografiada por el mismo Artigas, y finalmente se presenta el contenido del libro, cuyo prólogo completo se ofrece en el Apéndice 2.

Descripción del libro

Se trata de un pequeño libro de 10 por 15 centímetros que contiene un total de 304 páginas: un prólogo del autor (pp. III-XVI) y a continuación 288 páginas divididas en doce capítulos. Se puede observar que las páginas de los primeros tres capítulos están más deterioradas por el uso, lo que indica que fueron más leídas, aunque no necesariamente por Artigas.

La primera edición francesa de la obra, que fue publicada en Roma en 1753-1754 en dos volúmenes, se halla en la Biblioteca Apostólica Vaticana. Fue escrita en respuesta a una obra del conde de Gregoraz. Se publicó unos años más tarde traducida al italiano, en una edición que dejó muy desconforme al autor por el papel y los caracteres que se usaron, así como por las erratas se cometieron. En 1786 fue traducida del francés al castellano por Francisco Mariano Nipho. Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la Imprenta de Francisco de la Parte.

La conversación consigo mismo es como una continuación de La posesión de sí mismo, obra que llegó a tener varias ediciones. Ambos tratados, en la intención del autor, formaban lo que él mismo denomina «un cuerpo de metafísica práctica» y mutuamente se complementaban en el intento de recordarle al hombre quién es.

El autor, marqués Louis-Antoine Caraccioli

En la edición que poseyó Artigas figura como autor «El Marqués Caracciolo», nombre que a primera vista parecería corresponder a un italiano, pero que en realidad corresponde al francés Louis-Antoine Caraccioli, que nació en París en 1721, y murió en esa misma ciudad el 29 de mayo de 1803. Provenía de una rama menor de la familia del rey de Nápoles. Después de haber terminado sus estudios en Mans, en 1739 entró en la congregación del Oratorio, aunque no permaneció allí mucho tiempo. Vivió un tiempo en Polonia, donde estuvo a cargo de la educación del príncipe Rzewusky. Después regresó a París, donde se dedicó por entero a escribir. Vivía del producto de sus obras. Arruinado por la revolución, recibió de la Convención, en 1795, una pensión de 2000 francos.

Se lo ha confundido a menudo con el marqués Domingo de Caracciolo, célebre estadista y economista italiano que fue embajador de Nápoles en Francia.

Louis-Antoine Caraccioli fue uno de los escritores más prolíficos de su siglo. Varias de sus obras fueron traducidas del francés a otros idiomas. Escribió libros de moral y de piedad, como La conversación consigo mismo (1753-1754), Los caracteres de la amistad (1754), La posesión de sí mismo (1758), El cuadro de la muerte (1761), La grandeza del alma (1761), De la alegría (1762), El lenguaje de la razón (1763), El lenguaje de la religión (1763), El grito de la verdad contra la seducción del siglo (1765), El cristiano del tiempo confundido por los cristianos de los primeros siglos (1766), Religión del hombre de bien: contra los nuevos sectarios de la incredulidad (1777), Los viajes de la razón en Europa etc.

También escribió libros de fantasías, como El libro a la moda (1759) y El libro de los cuatro colores (1760), cuya tipografía multicolor ayudó a su difusión.

Entre sus obras de carácter histórico, se destacan las siguientes: Vida del P. de Condren, décimo general del Oratorio (1764), Vida del cardenal de Bérulle (1764), Vida de Lorenzo Ricci, último general de la compañía de Jesús (1776), Vida de la señora Maintenon (1788, 2 vol.), etc.

Escribió además folletos políticos, como por ejemplo Carta de un campesino a su párroco sobre una nueva manera de dirigir los Estados generales (1789), Anécdotas chistosas relativas a los Estados generales (1789), El Magnificat del tercer estado (1789), La pequeña Lutecia convertida en una gran mujer (1790, 2 vol.), etc.

Una de las obras de Caraccioli merece una mención especial. Se trata de las Cartas interesantes del Papa Clemente XIV (1775, 3 vol.), en las que el autor hábilmente mezcla algunas cartas auténticas con otras inventadas por él mismo. El éxito de esta obra fue muy grande a pesar, o quizás a causa, de las protestas que esas cartas produjeron.

La dedicatoria autografiada por Artigas a Yegros

En la página que sigue al prólogo, se puede leer la siguiente dedicatoria: «A mi Exmo. amigo Tte. de Cablle. / Dn. Rómulo José de Yegros / Snmma. Tdad. Mayo 14 de 1850. / [firmado y rubricado:] José Artigas».

Pocos meses antes de morir, Artigas obsequió y dedicó ese libro al teniente Yegros. Ese gesto pone de manifiesto no sólo una actitud de desprendimiento, sino también el alto grado de aprecio que Artigas sentía hacia Yegros.

La tinta con que está escrita la dedicatoria es de época. La firma es idéntica a la de Artigas. La procedencia es insospechable: el libro fue traído a Montevideo en diciembre de 1930 por Enriqueta Yegros, que venía a cursar Magisterio en la capital uruguaya. Debajo de la dedicatoria autografiada por Artigas, se puede leer la siguiente leyenda:

«Hago donación / de esta reliquia / á la Biblioteca / del Congreso Legislativo / de la R. O. del Uruguay en / homenaje de la sanción / de devolución de los Trofeos / de guerra de mi país la / Rep. del Paraguay. / Asunción, Diciembre de 1930. / [firmado y rubricado:] Fulgencio Yegros. Capitán del Ejército / Paraguayo».

Rómulo José de Yegros era hijo de Fulgencio Yegros, prócer de la independencia paraguaya, con el cual Artigas había trabado amistad en 1807 a raíz de las invasiones inglesas. La amistad entre ambos próceres queda reflejada en dos acrósticos inéditos, que forman las siguientes frases: «Al Amigo Ilustre José Artigas, Militar Valiente» y, en respuesta al mismo: «Al Tribuno Paraguayo, Fulgencio Yegros, el Compañero Oriental». Ambos próceres habrían conspirado contra el dictador Francia.

Secundino Vázquez, que fuera bibliotecario del Palacio Legislativo, y destacados historiadores, sostienen que el libro perteneció efectivamente a Artigas y que fue dedicado por él al teniente Yegros. Otros historiadores, sin embargo, sostienen que la dedicatoria es apócrifa, porque la firma de Artigas aparece idéntica a la de su juventud, sin los temblores del pulso de un anciano. Sin embargo, como bien se ha destacado, la letra y la firma de los viejos fuertes –como por ejemplo las de Eduardo Acevedo y Pablo de María– suelen mantenerse idénticas a las de épocas anteriores. Y es sabido que la fortaleza de Artigas fue excepcional, aún en sus últimos tiempos.

Si la firma de Artigas es auténtica, eso nos revela un Artigas que meditaba en su soledad acerca de la etapa final de su vida, siguiendo la invitación de un moralista que le invitaba a conversar consigo mismo, porque «el alma desprendida de nuestras pasiones es nuestro mejor amigo».

La talla intelectual de Artigas quedaría de manifiesto en esa capacidad de leer, en su ancianidad, un libro de filosofía ontologista que critica a Aristóteles, ataca la escolástica, defiende a Malebranche y cita mucho a Virgilio y a San Agustín, pero también a Descartes, Spinoza, Berkeley, Pascal, Platón... Si bien en ningún momento menciona explícitamente a Jesucristo, en el último capítulo, que se titula La conversación con nosotros mismos nos introduce en la conversación con Dios, se refiere en forma inequívoca al misterio de la Trinidad y de la Encarnación.

¿Cómo llegó este libro a manos de Artigas?

No disponemos de documentación que nos permita responder cómo llegó La conversación consigo mismo a manos de Artigas. Sin embargo, es posible formular algunas hipótesis. Quizá se lo obsequió alguna de las personas que fue a visitarlo a Curuguaty. Es sabido que el médico francés Aimé Bonpland, que visitó a Artigas a comienzos de 1831, puso en sus manos un ejemplar de la Constitución política de la república, creada el año anterior. El Prócer recibió el obsequio con gran reconocimiento, «y al leer sus primeros artículos, llevóla a sus labios y besando el libro con emoción exclamó: "¡Bendito sea Dios! Te doy gracias por haberme concedido la vida hasta ver a mi patria independiente y constituida"».

Consideramos más probable, sin embargo, que Artigas haya conocido La conversación consigo mismo durante su estadía en el convento mercedario de Asunción del Paraguay. El Prócer residió allí desde su llegada a Asunción en setiembre de 1820, hasta fines de ese mismo año. Elisa Menéndez, uruguaya y directora de la Escuela Solar de Artigas, en el Paraguay, al describir la llegada de Artigas al convento de la Merced, afirma:

«Artigas se envolvió en silencio, no con ocultos fines, sino porque no le agradaba hablar de sí y de su obra. Toda su correspondencia, aún en los días de gloria, es parca en ese sentido. Creemos que al pisar esta tierra [paraguaya] hizo voto de pobreza y de silencio, pues fueron estas las aristas que sobresalen en su personalidad de desterrado, y que conservó hasta el último instante de su existencia».

El prólogo

El marqués Caraccioli comienza el prólogo de La conversación consigo mismo de la siguiente manera:

«Comúnmente se cree en nuestros días, que acordarles [sic] a los hombres lo que son es hacerlos misántropos, o aborrecedores de su especie, porque nadie conoce en sí mismo sino un humor o genio que se toma por el alma. Nuestra metafísica, en consecuencia de esto, sólo nos sirve para inventar definiciones inútiles, cuando debería desprendernos de los objetos materiales, y elevarnos hasta el Ser increado».

Según el autor, la conversación consigo mismo consiste en la operación por la cual uno intenta coordinar los propios pensamientos y «hacer de ellos un todo que discurra, combine, calcule y nos guíe, según las varias ocurrencias». Más adelante explica que esta conversación consigo mismo es «muy diferente de aquellas en que sólo se habla del malo o buen tiempo, de la lluvia, de las modas y vanidades», porque le recuerda al hombre su origen y «le da a conocer toda su existencia y todas sus facultades». «La elevación que saca su origen de las distinciones del mundo es soberbia, y la que nace de nuestra intimidad con Dios es verdadera dignidad. Sólo aquel que se conoce conversa bien consigo mismo, y ninguno se conoce sino aquél que se mira en el Ser supremo que nos ha criado».

Caraccioli tenía clara conciencia que el tema de su obra requeriría ser tratado con mayor extensión y profundidad, pero explica que, en atención al lector, tuvo que acomodarse a los requerimientos de la época: «Yo creo que en un siglo tan disipado como el nuestro, es preciso ofrecer al público obras metafísicas o moralidades [sic] con mucha precaución y discernimiento. En esta suposición me he acomodado al tiempo, y he debido hacerlo; porque de otro modo sería preciso ir a buscar lectores al otro mundo».

Según el autor, los lectores italianos de la época estaban muy poco interesados en obras que trataran acerca del alma y sus atributos; se interesaban más bien en lo referente a «leyes y antigüedades». Caraccioli critica a la escolástica, «cuyas cuestiones –afirma– son verdaderamente ridículas» y se muestra partidario de Malebranche, «aquel célebre metafísico que sacó de San Agustín su sistema». Afirma que La conversación consigo mismo fue «aprobada por el padre Orsi, Maestro del sacro palacio, y aplaudida por el padre Fabrici, lector de Teología, como que era una obra docta, juiciosa y llena de una filosofía sublime y cristiana».

Al finalizar el prólogo, el autor manifiesta su clara admiración por Platón: «Toda filosofía que nos aparta de él, no es sino una ciencia ilusoria». Y agrega que los metafísicos y moralistas de su época, para estar de moda, debían tener «particular cuidado de no hablar como Malebranche o Nicolé [sic]; de otro modo se les tendrá por chochos o vegestorios del tiempo de antaño». Caraccioli manifiesta que en aquella época por todas partes surgían escritos que se impugnaban unos a otros, y se muestra cansado de tanta palabra inútil que sólo servía para confundir las ideas. Por eso finaliza el prólogo diciendo: «Volvamos a la Conversación con nosotros mismos, y estudiemos en sentir y conocer nuestra alma, más bien que en definirla».

Artigas y su vida de oración

Muchos autores coinciden en afirmar que Artigas en el Paraguay vivió en medio de una gran austeridad. Seguramente se regocijaría interiormente al leer en La conversación consigo mismo:

«¡Oh, cuántas contradicciones hay en nuestras costumbres o en nuestra fe! Adoramos por ejemplo un Dios que se humilló hasta querer nacer en un pesebre, y vivir pobre hasta no tener lugar alguno dónde recostar la cabeza, y nosotros queremos habitar en palacios, o poseer tesoros y gozar de todos los gustos».

El Prócer vería reflejados e interpretados en aquella obra sus largos años de soledad en Curuguaty: «Es superior sin duda alguna, la conversación con nosotros mismos, a cualquiera otra conversación, y su preeminencia determinó a tantos hombres venerables a desterrarse de la común sociedad, y a no conocer otra que la que formaban en su interior».

Sin duda Artigas pensaría en la muerte, en sus disgustos y achaques, y en la caducidad de las cosas terrenas. Esos pensamientos también se verían reflejados por Caraccioli:

«Muchas veces reflexiono yo (y esta reflexión es para mí mucho más agradable que todas las riquezas y los hombres) que dentro de muy pocos años no quedará rastro alguno de las cosas que me atraen y enamoran acá en la tierra, y que, prontamente, separado de esta vida y ya enterrado, tendré la misma suerte que los mayores monarcas, y que no habrá otra diferencia de ellos a mí, cuando mas y mucho, que un vano e inútil mausoleo. [...] ¡Ay de mí! ¿Qué es la vida más larga y la más brillante? Acaso diez o doce mil días, si cercenamos la infancia, el sueño y las inutilidades, y aun mas, estos mismos días son continuamente atravesados por engorros, disgustos, achaques y sobresaltos».

Pero la vida no acaba con la muerte, y sin duda también el Prócer tendría un íntimo deseo de unirse a Dios: «Cuanto más nos acercamos a él, tanto más deseamos unirnos íntimamente a este Supremo Ser. [...] No hay duda, el hombre elevado a la contemplación de Dios, se hace ciudadano del cielo. [...] Por donde quiera halla rasgos del Ser Criador: le mira en la variedad de rostros».

«El Criador no formó los espíritus sino con el designio de conocerle y amarle, quiere que se asocien con él, que le hablen, que le pregunten, y si alguna vez no responde, es en castigo de haberse adherido demasiado a las criaturas. [...]

¿Cuántos hombres grandes hay que no tuvieron jamás otras lecciones que esta maravillosa comunicación? Y con todo, no obstante su excelencia y necesidad, la abandonamos por ir a sociedades frívolas, y alguna vez delincuentes. Parece que se nos ha impuesto ley de no hablar de la Divinidad. No sale de nuestra boca el santo nombre de Dios, sino por sorpresa o por interjección. No tenemos valor para pronunciarlo sino en los peligros. ¿Pero de cuándo acá hay tanta flaqueza para invocar el Ser soberano, conversar de sus infinitas perfecciones, y contemplar las hermosuras eternas? Todo cuanto vemos, y todo lo que amamos, ¿no es obra de Dios? ¿y nosotros mismos aliento suyo, y su retrato?».

Después de leer este libro, es muy probable que Artigas haya retenido lo que Caraccioli quiso trasmitir: «Nuestro intento no es otro que dar a conocer que la conversación con nosotros mismos conduce a la conversación con Dios». En otras palabras, no resulta aventurado afirmar que Artigas conversaba con Dios, o sea que tenía una vida de oración, de trato personal con Dios.

La piedad eucarística de Artigas

Artigas murió el 23 de setiembre de 1850, a los 86 años. El obispo de Asunción, Monseñor Juan Sinforiano Bogarín, dejó el siguiente testimonio, en el que se refleja la piedad eucarística del Prócer:

«La señorita Asunción García me ha referido, algunos años antes de morir, lo siguiente: Cuando la enfermedad de Artigas se agravó, manifestó deseos de recibir los últimos sacramentos. Entonces la señora doña Juana Carrillo, esposa de Carlos Antonio López, mandó llamar a un miembro de la familia de la citada Asunción García (familia tan distinguida, por cierto como piadosa), y le encargó fuera a preparar el altar para administrar al enfermo el Santo Viático. Cumplida la orden, el cura párroco de la Recoleta, Presbítero Cornelio Contreras, llevó al general Su Divina Majestad. En los momentos en que el sacerdote iba a administrarle el Santo Viático, Artigas quiso levantarse. La encargada del aderezo del altar le dijo que su estado de debilidad le permitía recibir la comunión en la cama, a lo que el general respondió: "Quiero levantarme, para recibir a Su Majestad". Y ayudado por los presentes, se levantó, y recibió la comunión, quedando los muchos circunstantes edificados de la piedad de aquel grande hombre».

Artigas y su derrota

Próximamente será publicado un libro de Mario Cayota con el sugestivo título Artigas y su derrota. El autor nos explicó que en ese título se hace un juego de palabras con el término «derrota», que entre los artiguistas no sólo quería decir «vencimiento» sino también «rumbo».

Cayota presenta al Prócer no como un intelectual sino como un gran «baqueano». El libro se divide en tres grandes secciones: el Hombre, el Proyecto, el Movimiento. Sobre la base de una muy amplia documentación el autor muestra que el entorno familiar de Artigas estaba estrechamente vinculado a los franciscanos. Además pone en evidencia el apoyo casi unánime que su movimiento encontró entre el clero. Dedica todo un capítulo a la corriente franciscana que tuvo tanta influencia en el pensamiento social de Artigas. Esa corriente tuvo manifestaciones no sólo en la Banda Oriental, sino también en Argentina, Paraguay y Chile. «La matriz originaria –nos escribe Cayota–, es la Universidad de Córdoba, sobre la cual los positivistas y liberales argentinos han demostrado una supina ignorancia». El autor vincula a Artigas con el federalismo argentino y la integración de la Provincia Oriental a la Patria Grande. Por último, subraya que si bien en el plano político Artigas recibió alguna influencia del liberalismo norteamericano, en el plano social está a años luz del liberalismo económico. En este sentido, Artigas no hace otra cosa que profundizar en las viejas corrientes comunitarias hispánicas y el tradicional profetismo franciscano.

Artigas, «el Señor que resplandece»

Cien años después de su muerte, en 1950, Artigas aún era recordado con veneración por los indios cuyos bisabuelos, en vida del Prócer, le habían llamado «Overava Karaí», «El Señor que resplandece».

Al conmemorar el 150º aniversario de su muerte parece oportuno recordar que José Artigas era católico. El próximo 22 de setiembre, el arzobispo de Montevideo, Mons. Nicolás Cotugno, celebrará una Eucaristía en la Plaza Independencia, donde se levanta el mausoleo en el que descansan los restos del Prócer. A propuesta del autor de este trabajo, para esa ocasión fueron invitados representantes del episcopado de la región. Porque la figura de Artigas resplandece más allá de las fronteras uruguayas, e ilumina el alma católica no sólo de las antiguas provincias del Río de la Plata, sino también de toda América Latina.

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