La instauración del Trono

en siete septenarios

La macronarrativa y su estructura

en el Apocalipsis de Juan

Daniel AYUCH

 

Al consultar las ediciones más recientes de comentarios e introducciones al Apocalipsis de Juan observamos que los exegetas modernos han definido claramente algunas características de su estructura. La gran mayoría nota un giro narrativo importante en 12,1 y divide al libro en dos secciones principales dentro de las cuales señalan con facilidad las etapas de las siete iglesias (1,9–3,22), los siete sellos (4,1–8,1), las siete trompetas (8,2–11,19) y las siete copas (15,5–16,21). A esto agregan un prólogo, una introducción y finalmente un epílogo. Por otra parte existen grandes diferencias en cuanto al lugar que ocupan las epístolas y las demás visiones dentro de la narración. Estas diferencias han llevado a E. Cuvillier a concluír que "il est difficile de mettre à jour un plan cohérent à l’ensemble des visions de l’Apocalypse de Jean"1.

        Sin embargo, a principios del s. XX se había impuesto la tendencia a estructurar el Apocalipsis de Juan en septenarios. Una de las propuestas mas conocidas y rigorosas es la de E. Lohmeyer en su comentario de 1926 donde afirma que "keine Schrift zeigt eine so fest in sich geschlossene und planvoll gegliederte Einheit wie sie [die Offenbarung des Johannes]"2. Según este autor, el número siete es "das Formschema"3 del Apocalipsis que llega a aplicarse no sólo en la estructura de la obra sino también en cada una de sus unidades, a punto que los poemas y el epílogo se componen de siete estrofas4. Esta postura ha permanecido, con ciertas variantes, hasta la segunda mitad del s. XX en comentarios como los de E. Lohse y M. Rist5. Paulatinamente, esta opinión ha ido perdiendo aceptación entre los críticos contemporáneos ya sea porque no hubo consenso acerca de cómo agrupar los septenarios a lo largo de la obra, o bien porque su empleo no fue considerado como parte del arte de narrar. Tampoco encontramos un estudio intertextual que analice la función y significado de los septenarios en la Biblia y en los apócrifos.

        En un análisis sincrónico del Apocalipsis, el presente artículo se propone demostrar la función del número siete como una técnica narrativa bíblica y apocalíptica que define la estructura general del libro y da un significado

particular a cada una de sus secciones. Además, el número siete será estudiado en su relación con el trono, que cumple la función de marco y de eje semántico de la obra, a fin de determinar las características dominantes de este término y verificar el movimiento concéntrico de la narración.

1. El número siete en el contexto literario bíblico

        En la literatura bíblica canónica y en los apócrifos son conocidos ciertos valores numéricos que llevan consigo una connotación semántica particular. El siete es una de las cifras bíblicas que se emplean con frecuencia para trasmitir el sentido de la perfección, de lo divino, de la plenitud y de la armonía. Esta significación no pertenece sólo a los autores del entorno bíblico sino que la encontramos también en varias culturas antiguas, tales como las culturas semíticas, la egipcia y la griega6.

        El septenario bíblico más famoso e influyente es el de los siete días de Gn 1,1–2,4 que habla a cerca de "los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados" (Gn 2,4). Este motivo literario ha sido reelaborado en el Apocalipsis, ya no para hablar del comienzo de la historia sino para referirse a su final y, sobre todo, para expresar la fe y la esperanza en una nueva creación7. Por lo tanto, a la amplia gama de significación que tiene el número siete, el Apocalipsis le sumará el matiz de nueva creación, el cual corona y concuerda con las ideas de perfección, plenitud y armonía.

        El libro de Daniel, única obra enteramente apocalíptica del Antiguo Testamento, contiene el famoso texto de las setenta semanas en Dn 9. El tema central de esta perícopa es la interpretación de los dichos del profeta Jeremías en Jr 25,11-12; 29,10 que marcan el tiempo de persecución de los creyentes y finalmente la restauración del pueblo de Dios dentro del contexto histórico de la opresión babilónica y la eminente caída de Jerusalén. Daniel reinterpreta estas profecías alegóricamente y las pone en boca de un ángel para abrirlas hacia una restitución final de todo su pueblo. Al igual que en el Apocalipsis de San Juan, el énfasis de la interpretación recae en la última semana que habla de la implementación de la justicia divina (9,24)8.

        "Contarás siete semanas de años, siete veces siete años... Así santificaréis el año cincuenta y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus habitantes. Ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia" (Lv 25,8.10). Éste es también uno de los textos claves del Antiguo Testamento que destacan la importancia teológica de los septenarios bíblicos. Se trata aquí del año jubilar en el que se aplica la justicia y la piedad por el débil en la sociedad porque es un año en el que Dios hará su obra, el hombre detendrá todo trabajo y depositará su  confianza plena en el Señor que proveerá todas sus necesidades y mucho más (Lv 25,21-22). Este significado es reelaborado por el Trito Isaías que habla de un "año de gracia" — Nw$cr-tn#$ — (Is 61,1-2) refiriéndose ya a la salvación definitiva y universal. Finalmente, San Lucas relata en su Evangelio que Jesús inició su obra de salvación leyendo este párrafo isaiano y afirmando que en su persona se cumplía el mensaje de redención que implica el anuncio de un año de gracia, un año jubilar, definitivo y universal (Lc 4,16-22).

        No son pocos los libros apocalípticos que expresan el principio teológico del siete bíblico a través de una técnica narrativa que estructura la obra. Uno de los que más se asemejan al Apocalipsis de Juan en la aplicación de esta técnica es el Apocalipsis siríaco de Baruc que le es contemporáneo y que también se divide en siete secciones9 para bosquejar, entre otras cosas, la figura del Mesías y su advenimiento. Las secciones están separadas, a excepción de la sexta, a través de un ayuno del vidente que normalmente dura siete días (2 Bar 5,7; 9,1-2; 12,5; 20,5). También el Cuarto libro de Esdras, contemporáneo al Apocalipsis siríaco de Baruc, está estructurado en siete visiones10. Las siete visiones están separadas ya sea por períodos de siete días de ayuno (5,21; 6,35), o por siete días de abstinencia de carnes y bebidas (9,23-25; 12,49-51), o bien por tres días de permanencia en el campo antes de recibir la visión (10,58-59; 13,58). Semejante es el Libro de los jubileos que divide el ciclo de los relatos de todo Gn y de Ex 1–12 en períodos de 49 años, los cuales se componen de siete etapas de siete años cada una11. De estos datos se deduce la importancia del número siete en la narrativa apocalíptica judía contemporánea a la obra de Juan.

        La misma técnica literaria de elegir un número con significación simbólica para estructurar una obra apocalíptica intertestamentaria aplican Los testamentos de los doce patriarcas que contiene 12 discursos de despedida para el pueblo creyente, la colección del Libro etíope de Enoc, el séptimo patriarca prediluviano, dividido en cinco partes y que pretende tomar el carácter de escritura a la manera del Pentateuco mosaico, las cinco secciones de los Salmos davídicos, o los cinco poemas del Cantar de los Cantares del rey Salomón. El Evangelio de San Mateo sigue este esquema al estructurarse en cinco grandes sermones de Jesús12. Finalmente, la narrativa del cuarto Evangelio está estructurada en base a siete "señales" que realiza Jesús antes del relato de la pasión y resurrección13.

2. La estructura del Apocalipsis

        La narración propiamente dicha comienza a partir de 1,9-10 con la frase verbal "estando yo en el Espíritu en el día del Señor oí detrás de mí una gran voz". Todo lo que antecede a esto es un prólogo y un saludo epistolar (1,1-8) cuyo contenido tiene una doble función: trazar las líneas generales de la obra y su lógica ordenándola dentro del género literario judeo-cristiano de los apocalipsis, y establecer una comunicación vivaz con el lector a través del saludo epistolar14.

        Tanto en la introducción como en el comienzo de la narración el número siete no tarda en aparecer. Por un lado tenemos "los siete espíritus que están delante de su trono" (1,4) y por el otro "las siete iglesias que están en Asia" (1,11). El número siete se instalará de allí en más para contar las acciones divinas en septenarios e intensificar así su significado de acuerdo a su orden de aparición.

        Sin caer en un rigorismo estructural que resulte repetitivo y previsible para el lector, el libro del Apocalipsis se organiza con libertad y creatividad en una estructura de siete septenarios de visiones que relatan la fe y la esperanza del autor de que Dios intervendrá diligentemente para poner orden en toda la creación. A continuación se ofrece una visión de conjunto de los septenarios:

I. Primer ciclo de Visiones 1,9 –11,19

1. Los siete mensajes a las siete iglesias 1,9–3,22

Introducción: primera aproximación al Trono 1,9-20

A Éfeso

A Esmirna

A Pérgamo

A Tiatira

A Sardes

A Filadelfia

A Laodicea

2,1-7

2,8-11

2,12-17

2,18-29

3,1-6

3,7-13

3,14-22

2. El libro con los siete sellos 4,1–8,1

Introducción: la visión central del Trono y su liturgia 4,1-5,14

1o Sello

2o Sello

3o Sello

4o sello

5o sello

6o sello

7o sello

6,1-2

6,3-4

6,5-6

6,7-8

6,9-11

6,12-17

(7,1-17)

8,1

3. Las siete trompetas 8,2–11,19

Primer regreso a la liturgia del Trono 8,2-6

1a Trompeta

2a Trompeta

3a Trompeta

4a Trompeta

5a Trompeta

6a Trompeta

7a Trompeta

8,7

8,8-9

8,10-11

8,12-13

9,1-12

9,13-21

(10,1–11,14)

11,15-19

II. Segundo Ciclo de Visiones 12,1 –22,5

4. Las siete visiones de la historia 12,1–15,4

Las siete visiones de la tierra

1a Visión

2a Visión

3a Visión

4a Visión

5a Visión

6a Visión

7a Visión

La mujer y

el dragón

 

La primera

Bestia

 

La segunda

Bestia

 

El Cordero

sobre Sión

 

El anuncio

del Juicio

 

La siega y

la vendimia

 

El cántico

de Moisés y

el Cordero

12,1-18

15,1-4

 

13,1-10

13,11-18

14,1-5 

14,6-13 

14,14-20 

 

5. Las siete copas 15,5–16,21

Segundo regreso a la liturgia del Trono 15,5 – 16,1

1a copa

2a copa

3a copa

4a copa

5a copa

6a copa

7a copa

16,2

16,3

16,4-7

16,8-9

16,10-11

16,12-16

16,17-21

6. La caída de la Gran Babilonia 17,1–19,10

7. Las siete visiones del fin de los tiempos 19,11–22,5

Tercer regreso a la liturgia del Trono y unificación definitiva de cielos y tierra

La Parusía

El llamado

La batalla

La captura

de la bestia

Los mil

años

El juicio

final

La nueva

creación

19,11-16

19,17-18

19,19-21

20,1-3

20,4-10

20,11-15

21,1–22,5

        Esta cuadro permite visualizar con claridad el mensaje central del Apocalipsis: La culminación de la obra salvífica del Cordero que comprende la destrucción definitiva del mal y la apokatástasis de la creación. La narración se despliega en siete etapas cuidadosamente estructuradas en grupos de siete, de manera que el siete veces siete acentúe el carácter divino de lo revelado. Sólo la sexta etapa no respeta este paradigma debido a la naturaleza y el contenido de su relato: la derrota del caos. La séptima etapa comienza con la parusía y describe la batalla final que culmina con la realización de la nueva creación (21,1–22,5). Éste es el séptimo elemento de la séptima etapa del Apocalipsis y su posición contiene un fuerte simbolismo. Toda la obra ha ido ascendiendo paulatinamente hasta llegar a este punto cumbre para poder detenerse a relatar minuciosamente la visión del nuevo cielo, la nueva tierra y la nueva Jerusalén en base a las promesas contenidas en las escrituras y aplicando sus motivos y modelos de narración. Ez 40–48 aporta los rasgos principales de la nueva Jerusalén; Isaías, Ezequiel y Zacarías están presentes con sus expresiones y figuras literarias; Gn 2 es la fuente de inspiración para el motivo del río y el árbol en 22,1-2. Y éstos son sólo algunos de los ejemplos más evidentes.

        Por otra parte, la presente lectura macronarrativa del Apocalipsis resalta la integración de las siete epístolas al conjunto de la narración. Este primer septenario forma el discurso inaugural del Hijo del Hombre glorificado (1,13) a las comunidades de fieles y su contenido es tan importante que toma el carácter de escritura15. W.J. Harrington señala con razón que varios motivos literarios mencionados en las epístolas a modo de apertura, serán desarrollados posteriormente y a lo largo de la obra16. Cada epístola es una acción directa de Cristo en la que anuncia su pronta visitación y se compromete solemnemente a instaurar su Reino.

        Después de haber expuesto algunas razones de contenido a favor de un Apocalipsis compuesto de siete septenarios, resta corroborar si la estructura propuesta se atiene a los articuladores lógicos utilizados por el autor. Esta labor se ve favorecida gracias a los cuatro septenarios explícitos: el de las siete iglesias, el de los sellos, el de las trompetas y el de las copas. Sólo resta constatar si los grupos de las siete visiones de la historia (12,1–15,4) y el de las siete visiones finales (21,1–22,5) forman, cada uno, un septenario17. En ambos grupos el autor se vale de un único articulador lógico para iniciar una nueva escena, la expresión kai_ ei]don, que aparece al comienzo de cada señal y de cada visión18, excepto en 12,1 cuyo comienzo cumple con una función macronarrativa muy particular, tal como se verá más adelante. Esta misma expresión ha servido anteriormente para separar algunos componentes de otros septenarios19 aún cuando el elemento delimitante en ellos era la apertura de un nuevo sello o el soplo de una trompeta. Los únicos dos septenarios que no enumeran explícitamente sus siete elementos están, pues, claramente delimitados por la expresión kai_ ei]don al comienzo de cada visión.

        Tanto el grupo de los siete sellos (4,1–8,1) como el de las siete trompetas (8,2–11,19) cuentan con un relato intermedio entre el sexto y el séptimo elemento que despiertan la expectativa por el desenlace de la narración y dan al lector las pautas para interpretar todo el septenario. Se trata del díptico de los 144.000 y las naciones en 7,1-17 y el díptico del libro y los dos testigos en 10,1–11,14. La integridad del septenario no se ve afectada de ninguna manera gracias al recurso narrativo de reanudar la cuenta del séptimo elemento faltante en 8,1 y 11,15, y especialmente gracias a los tres ayes en 9,12; 11,14 que enlazan la quinta, sexta y séptima trompeta.

3. El enlace de los septenarios con las escenas del trono

        Los cuatro grupos de las iglesias, los sellos, las trompetas y las copas disponen además de una característica muy destacada que marca el eje central de la obra y nos ayuda a descubrir la trama de la macronarración. Cada uno de estos grupos comienza con una introducción en forma de relato cuyo marco es el trono divino. Por lo tanto, el Apocalipsis no sólo comienza y concluye con las palabras del que está sentado en el trono (4,2; 21,5), sino que también se detiene en estas introducciones de sección para recordar a los lectores que toda acción es iniciada desde la corte celestial.

        A través de la frase "estando yo en el Espíritu en el día del Señor..." (1,10) el autor nos traslada desde un lugar geográfico fácil de localizar, la isla de Patmos, hacia un mundo misterioso y poderoso al que sólo él tuvo acceso por gracia de Dios a fin de revelar al lector todo lo que vio y oyó. Es un paso entre la historia de la humanidad y la historia divina, un portal hacia lo desconocido. La primera descripción del trono en 1,12-20 revela un interés muy especial de Dios por el devenir del ser humano y por sus iglesias. A lo largo del primer septenario toda la acción se realiza en el marco narrativo del trono. Cristo dicta a Juan siete mensajes para siete iglesias. La trama es muy simple, Cristo emite un mensaje y Juan lo recibe.

        En 4,1 – 5,14 tenemos la introducción más larga de todos los septenarios. Es la introducción a la apertura del libro de los siete sellos. La acción sigue desarrollándose frente al trono celestial. La gran diferencia es que el autor pasará a describir todo lo que sucede en ese entorno: el enfoque se va ampliando para mostrar a los cuatro seres vivientes, a los ángeles y a los 24 ancianos alrededor del trono y para relatar los servicios litúrgicos que ellos celebran. Es la escena central de toda la obra20. Aquí se realiza la acción decisiva que cambiará el curso del eón humano y del eón celestial. El "Cordero como inmolado" (5,6) decide abrir el libro sellado y desencadenar así una serie de acciones que culminarán con la instauración de su Reino. A cada sello que el Cordero abre en el hemisferio celestial le corresponde un drama cósmico sobre la tierra, confirmando de esta manera los fuertes lazos existente entre ambos mundos y destacando la importancia de la revelación que el vidente comparte en su obra.

        Una vez abierto el séptimo sello la acción sobre la tierra se detiene. Sólo queda un silencio incompleto, la calma anterior a la tempestad (8,1). El relato nos conduce de regreso al trono donde la celebración litúrgica continúa. Siete ángeles reciben de Dios21 siete trompetas que serán el motivo central del segundo septenario. Una vez más el sonar de cada trompeta repercute en una catástrofe universal que confirma el arribo del fin de los tiempos. Con el sonar de la séptima trompeta se declara la llegada de Dios y de su Cristo para el juicio (11,15.18). Este primer regreso al trono junto con las siete trompetas sirvió para relatar desde una perspectiva diferente y con una variación de temas y de plagas el mismo drama universal al que se refería el septenario de los sellos. Gracias al motivo de los septenarios el autor logra una narrativa dinámica sin haber avanzado hasta ahora ni en el tiempo ni en el lugar.

        A partir de 12,1 el vidente se instala sobre la tierra. Ha abandonado su ubicación privilegiada en la bóveda celestial, cerca del trono y ha regresado a su condición de creatura terrenal para relatar el devenir de los creyentes y los pecadores a través de visiones que se asemejan a las comparaciones — Myl#$m — de la literatura judía y a las parábolas de Jesús. La profunda relación que tienen estas comparaciones con la historia y con el futuro de la humanidad, se expresa bajo la forma de visiones y señales que sirven para instruir al creyente y exhortarlo. No se trata de señales que marcan tiempos, sino de parábolas que enseñan a leer la historia desde la perspectiva del Reino venidero.

        En 15,5–16,1 el relato se instala por tercera vez en el trono celestial desde donde sucede el desenlace final de la historia. La narración retoma por última vez el motivo de siete ángeles que realizan siete acciones semejantes, en este caso el derramamiento de las siete copas "llenas de la ira de Dios" (15,7) que producirán tribulaciones sin igual. Esta vez, la séptima copa no causará ni silencio como en 8,1 ni el anuncio de la llegada del Reino como en 11,15-19, sino que traerá consigo la caída de todos los reinos del mundo y el deterioro de la vieja creación. Además, Dios declarará con la séptima copa su batalla final en contra de la Gran Ciudad, la Gran Babilonia (16,19).

        De allí en más, la sexta etapa de la macronarración, la caída de la Gran Babilonia en 17,1–19,10 se presenta como la continuación inmediata a la declaración de guerra y como la conditio sine qua non para que se realice la instauración del Reino. La sexta etapa se diferencia de todas las demás en que no está estructurada internamente como un septenario. Las plagas llegan a la Gran Babilonia "en un solo día" (18,8) y sus riquezas son puestas en ruinas "en una hora" (18,17). La caída de la Gran Ciudad es causa de alegría para los santos, los apóstoles y los profetas porque así se ha hecho justicia a su causa (18,20). En esta etapa final del Apocalipsis, Dios derrota el poder de los reinos mundanos, la autoridad suprema entre los hombres, el último bastión que se opone al domino absoluto de Dios sobre la creación. Mientras reste un antitestimonio a la verdadera justicia, mientras haya quien corrompa la tierra con su prostitución (19,2) y gobierne en base a principios ajenos a la voluntad de Dios, la creación seguirá sufriendo hasta que el Cordero haya ganado la batalla final22. No es casualidad que la sexta etapa esté dedicada a la erradicación del caos y del mal. En su carácter de cifra anterior al siete, el número seis se vuelve símbolo de la imperfección, de la voluntad que va en contra de Dios, del falso profeta y de la muerte. A esto hace alusión el Apocalipsis cuando describe la segunda bestia en 13,18 y le aplica el triple seis23. La sexta etapa no puede estar constituida en siete partes por dos razones: porque rebatiría su significado de imperfección y de no-divino y porque la victoria de Dios sobre el mal dejaría de ser fulminante y efectiva en una sola acción.

        Tras el anuncio de que la humareda de la Gran Ciudad "ha de subir por los siglos de los siglos" (19,3) se relata la instauración definitiva del Reino del Cordero. Estamos en el séptimo septenario de la narración, que avanza más allá del eón de la historia y se arriesga, en base a todo lo revelado, a presentar el futuro de los creyentes en lo poco que queda de la vieja creación (19,11–20,15) y en el momento de la unificación del señorío en los cielos y la tierra. Esta unificación sucederá alrededor del único trono verdadero en el que  se sienta el Cordero, rodeado por la única ciudad verdadera, la Nueva Jerusalén (21–22).

        Es así como la macronarración comienza y culmina en el trono pero con una gran variación. Al principio el trono era una verdad oculta a la que sólo se accedía por medio de la revelación mientras que la creación sufría las consecuencias de falsos reyes y falsas leyes que aumentaban la corrupción. Al final, el trono es una realidad accesible a todos porque se trata de una creación nueva donde residen los hombres que perseveraron en contra de la falsedad y la mentira y cuyo señorío, el señorío divino, abarca todo el universo24.

*

* *

        El Apocalipsis según San Juan adopta una técnica narrativa presente en el entorno bíblico apocalíptico que está fuertemente ligada al acto divino de crear. Con esta técnica el vidente relata el fin del sufrimiento y el comienzo de una nueva creación en la que Dios "enjugará toda lágrima... y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor" (21,4). El Apocalipsis deja asentado que la lucha por la erradicación definitiva del caos y del mal es una obra divina en la que el hombre sólo participa con su fe, perseverancia y, sobre todo, con su testimonio. El siete es un número divino y las acciones que se realizan son propias y exclusivas de Dios.

        El trono es el escenario central de toda la acción y el autor conduce al lector a ese lugar en tres momentos diferentes anteriores a la batalla final en contra de toda falsa autoridad e injusticia.

        La estructura del Apocalipsis no es, por tanto, indefinible sino que ella misma conduce el contenido expuesto y lo enmarca de manera que esta revelación se proyecte como continuidad de los escritos canónicos y como promesa de salvación para quienes crean y exclamen Marana tha.

 

 NOTES

1 E. CUVILLIER, "L’Apocalypse de Jean", Introduction au Nouveau Testament. Son histoire, son écriture, sa theologie (éd. D. MARGUERAT) (Le Monde de la Bible 41; Fribourg – Paris – Montréal 22001) 386.

2 E. LOHMEYER, Die Offenbarung des Johannes (HNT 16; Tübingen 1926) 181.

3 LOHMEYER, Offenbarung, 182.

4 LOHMEYER, Offenbarung, 181, 184.

5 E. LOHSE, Die Offenbarung des Johannes (NTD 11; Göttingen 121979); M. RIST, The Revelation of St. John the Divine (The Interpreter’s Bible 12; New York 1957). Para un listado detallado de quienes defienden esta posición cf. A. FEUILLET, "L’Apocalypse. État de la question", SN.S III, 24-25.

6 Cf. K.H. RENGSTORF, "e(pta_ ktl.", TWNT II, 623-636; H. BALZ, "e(pta_", DENT I, 1563-1565; s.n., "Seven", Dictionary of Biblical Imagery (eds. L. RYKEN – J.C. WILHOIT – T. LONGMAN) (Downers Grove – Leicester 1998) 774-775; W.H. BENNETT, "Number", Dictionary of the Bible (Edinburgh 21963) 703.

7 En cuanto a las similitudes existentes en la Biblia entre el discurso acerca de la creación y el discurso apocalíptico cf. K. LÖNING – E. ZENGER, Als Anfang schuf Gott. Biblische Schöpfungstheologien (Düsseldorf 1997) 65-69.

8 Cf. J.J. COLLINS, The Apocalyptic Imagination. An Introduction to Jewish Apocalyptic Literature (Grand Rapids – Cambridge 21998) 108-109.

9 Según APOT II, 474, las siete secciones son: 2 Ba 1–5,6; 5,7–8; 9–12,4; 12,5–20; 21–35; 36–46; 47–77.

10 A. DUPONT-SOMMER – M. PHILOMENKO, La Bible. Ecrits Intertestamentaires (Bibliothèque de la Plèiade; Paris 1987) CXI-CXII. Las siete visiones son: 4 Esd 3,1–5,19; 5,20–6,34; 6,35–9,25; 9,26–10,59; 10,60–12,51; 13,1-58; 14,1-49.

11 DUPONT-SOMMER, Bible, LXX-LXXII.

12 También en el Evangelio de Mateo los septenarios juegan un rol principal. Véase por ej. la estructura de la genealogía en Mt 1,1-17, el discurso de las siete parábolas en Mt 13 y las siete peticiones del Padrenuestro en Mt 6,9-13.

13 Cf. R. SCHNACKENBURG, Das Johannesevangelium (HThK NT IV/1; Freiburg – Basel – Wien 1979) 345. SCHNACKENBURG no sólo se refiere a las siete señales, sino que también menciona en la misma página la existencia de siete "Bildsprüche" con la expresión e)gw= ei)mi a lo largo del Evangelio.

14 Cf. M. KARRER, Johannesoffenbarung als Brief (FRLANT 140; Göttingen1986) 30.

15 Nótese la insistencia en el imperativo "escribe" al principio de cada epístola y en 1,19. Así, por ej., el motivo "escritura" será retomado en el próximo septenario del libro con los siete sellos y en 10,9-10.

16 W.J. HARRINGTON, Revelation (SPS 16; Collegeville, Minnesota 1993) 55-58.

17 La sección referente a la caída de la Gran Babilonia (17,1–19,10) queda excluida por no estar estructurada como un septenario. Con respecto a su forma y función, véasep. 262.

18 En 13,1.11; 14,1.6.14; 15,1; 19,11.17.19; 20,1.4.11; 21,1. Dentro de las dos colecciones la expresión kai_ ei]don aparece también en 15,2 y en 20,12 para enfatizar el inicio de la visión e introducir un elemento o personaje importante en la narración: "un mar de vidrio mezclado con fuego" (15,2) y "los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios" (20,12). LOHMEYER, Offenbarung, 183 considera también a la expresión kai_ h!kousa como una "einleitende Formel".

19 Cf. 6,1.5.12; 8,2; 9,1; 10,1.

20 U. SCHNELLE, The History and Theology of the New Testament Writings (London 1998) 528 sostiene que "a key role is played by the throneroom vision of 4,1–5,14".

21 Nótese el passivum divinum e)do/qhsan en 8,2.

22 En lo que se refiere al concepto originalmente profético de un éschaton irreversible y necesario que viene acompañado de un nuevo comienzo, cf. P.N. TARAZI, The Old Testament: An Introduction. Prophetic Traditions (New York 1994) II, 4-16. Dicho concepto se comporta como un motivo literario constante y decisivo en casi todos los escritos del Antiguo y Nuevo Testamento.

23 Como un antecedente bíblico al significado del número seis, cf. las dimensiones de la estatua del rey Nabucodonosor en Dn 3,1. Ver también los comentarios acerca del número seis en HARRINGTON, Revelation, 144; CUVILLIER, Apocalypse, 392; BENNETT, "Number", 703.

24 Quien haya llegado a leer la totalidad de la obra habrá sido destinatario de siete bienaventuranzas que instan a la perseverancia y a tener fe en el testimonio de lo escrito: una introductoria en singular y plural a la vez (1,3), tres en singular (16,15; 20,6; 22,7) y tres en plural (14,13; 19,9; 22,14). Estas bienaventuranzas confirman la presencia latente de varias técnicas de septenarios en el Apocalipsis de Juan que el lector iniciado en escritos de este género debió saber interpretar.