Jesús exhorta a sus comunidades

Elementos de reflexión a partir de Ap 2 y 3

 

Con esta presentación, es mi intención aportar algunos elementos para la iluminación, desde la Palabra de Dios, al “camino conjunto” que ha iniciado la iglesia particular de la arquidiócesis de Montevideo y que desembocará, Dios mediante, en el IV Sínodo arquidiocesano 2005. Esta Palabra –con mayúscula– es siempre actual y como tal sigue desafiando a sus interlocutores a través de los tiempos y distintas regiones. Con la misma disposición de fe del apóstol Pedro, le decimos a Jesús “en tu palabra echaré las redes” después de la invitación del Maestro: “¡remen mar adentro!” (cf. Lc 5,4s). Para esto analizaremos los mensajes a las Iglesias contenidos en los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis.

a)   El puesto que ocupan los siete mensajes –conteniendo las exhortaciones de Jesucristo a las comunidades cristianas del Asia Menor– dentro del plan general de toda la obra apocalíptica de Juan es muy significativo. Dichos mensajes buscan, al comienzo del drama apocalíptico, una toma de conciencia de la realidad que los cristianos están viviendo, es decir, reconocer el lugar dónde están parados. Se trata –en otras palabras– de la mirada de uno mismo, pero no como la de quien se mira en un espejo y puede decir cómo se ve, sino como la de quien se refleja en el espejo que es Jesús. Se trata de confrontar nuestra vida con la de Él o, más bien, podríamos decir con mayor exactitud, dejar que Jesús nos dirija su palabra vivificadora. Una palabra que resuena con el mismo tono de voz que solemos escuchar en los profetas exílicos y postexílicos del AT[1]. Es Dios mismo el que se quiere meter en nuestras vidas. No se trata ya del primer anuncio de su palabra, sino de la enseñanza que le sigue al kerygma para quienes han recibido y poseen la buena nueva de Jesús. Quienes dicen seguir a Jesús, deben dejarse interpelar por su palabra para corregir el rumbo, precisar la mira y avanzar con mayor entusiasmo.

b)   El marco de la “experiencia apocalíptica” está explícitamente situado en el “día del Señor” (1,10)[2]. Justamente el “día del Señor” tenía también un aspecto explícitamente penitencial: habiendo confesado sus pecados… (Didajé, 4,1).

c)   Una vez que individual y comunitariamente nos hemos dejado interpelar por Jesús, una vez que hemos tomado conciencia del lugar en donde estamos parados, una vez que hemos hecho un diagnóstico de nuestra realidad de cristianos, entonces sí, y recién entonces, podremos abrirnos a confrontarnos con el mundo que nos rodea y que camina junto a toda la creación hacia la meta final, aclamando –como iglesia–: “¡Ven, Señor, Jesús!” (22,20).

d)   La iglesia hacia finales del siglo I de nuestra era estaba en plena formación de su identidad como tal. Por un lado, le costaba precisar la forma en que debía encarnarse en el mundo pagano que la rodeaba, por otro, tampoco había terminado de distinguirse de la religión judía de donde provenía. Se hace importante captar este proceso de formación de su identidad pues condicionará y permitirá comprender algunas posturas un tanto extremas –como actualmente nos pueden parecer– del autor del Apocalipsis. En un contexto polémico, de hecho, las posiciones se radicalizan dejando de lado la gama tan variada de matices que existen en la vida. Para no detenernos en la descripción de un cuadro histórico que presuponemos y que ayuda a enfocar las cuestiones, lo haremos a medida que vamos presentando las exhortaciones de Jesús, pensando que así seremos más ágiles en la exposición.

e)   Tengamos en cuenta también que se trata de un mensaje individual y comunitario a la vez, por lo cual, el paso del singular al plural se da tan armoniosamente que se hace como inmediata y automática la aplicación de dicho mensaje a cada uno de los miembros de la comunidad como así también a la comunidad en su conjunto. La comunidad cristiana calificada –con una expresión típica del Apocalipsis– como “el ángel de determinada iglesia particular”, no es una comunidad reunida corporativamente para fines benéficos o para desarrollar actividades altruistas, sino más bien una comunidad de fe convocada por Dios mismo, si bien para desarrollar una misión específica. Esta dimensión trascendente de la comunidad cristiana se pone de manifiesto con esta expresión tan peculiar –repetida siete veces– que utiliza Juan, su autor: al ángel que está en esa comunidad concreta escribe[3].

f)      Estas comunidades estaban bien organizadas jerárquicamente, para lo que uno se imagina que tendría que ser la organización de una comunidad de finales del s. I. Lo muestran las distintas alusiones que hace Ignacio de Antioquía en sus cartas a las mismas comunidades o comunidades de la misma área geográfica en donde se encontraban las mencionadas por el Apocalipsis. En consecuencia, la referencia individual que Jesús dirige a cada uno de los miembros de las comunidades la realiza teniendo en cuenta la función específica que desempeña en la comunidad, o sea, el servicio que cada uno presta en su iglesia local. A veces el mensaje se dirigirá al obispo y pastor de la comunidad llamándolo a su responsabilidad, otras a algunos de sus miembros para alentarlos o advertirles cuando sostienen posturas no acordes con el mensaje evangélico. Además, Jesús también dirige su mensaje por momentos a la comunidad en su conjunto, sin aludir a alguno de sus miembros en particular.

Un presupuesto que el texto se preocupa en clarificar es que Jesús exhorta porque le compete, tiene autoridad para hacerlo.

Jesús posee la autoridad para exhortar

Jesucristo se presenta a sí mismo después de mencionar a su destinatario en un esquema que se repite idéntico en los siete mensajes. Lo hace utilizando la forma solemne de la tercera persona y enumerando cualidades que vienen muy a propósito de la situación por las que está pasando esa comunidad concreta. Es decir, que la diferencia entre mensaje y mensaje radica en el contenido de su autopresentación. Así, por ejemplo, se presenta a la comunidad de Éfeso con el apelativo del que camina entre los siete candeleros de oro (2,1) precisamente a una iglesia que corría el riesgo de serle removido su candelero de lugar si no se arrepentía y cambiaba de conducta (cf. 2,5); o también presentándose como el que fue cadáver y volvió a la vida (2,8b) a la comunidad de Esmirna, precisamente a la que anima a mantenerse fiel hasta la muerte para poder otorgarle la corona de la vida… y para que no sufra ningún daño de la muerte segunda (cf. 2,10-11). De manera semejante en las restantes cartas.

Veamos ahora algunos de los elementos que podemos entresacar espigando estos dos capítulos del Apocalipsis.

1.La pedagogía de amor de Jesús

La pedagogía empleada por Jesús –quien es el Amor por excelencia– en estos mensajes busca motivar, alentar, animar, con un lenguaje directo formulado en primera persona, incluso mediante las correcciones y advertencias que hace. Es preciso señalar que los reproches van precedidos de elogios, allí donde se pueden hacer, ya que hay comunidades que sólo reciben reproches. No obstante, Jesús busca siempre el lado positivo para alentar la vida cristiana de la comunidad y, posteriormente, señala los ajustes que son necesarios realizar. Así vemos que –como dice Vanhoye– la carta a Éfeso es perfectamente adecuada como comienzo del “septenario”[4], ya que empieza con elogios, pero presenta a continuación algunas criticas y pide por consiguiente un esfuerzo[5]. Es sumamente alentador escuchar que Jesús inicia con elogios, caso contrario, podría parecer que sólo mira el aspecto negativo como solemos hacer nosotros, y recordemos que la mirada de Dios dista de la nuestra como el cielo de la tierra (cf. Is 55,9). Pero también es cierto que algunas comunidades no reciben ningún elogio, cosa que nos advierte ante la tentación contraria, el laxismo del “todo es bueno” (cf. iglesias de Sardes y Laodicea)[6].

2.Las divisiones dentro de la comunidad debilitan

Las divisiones internas en la comunidad, las peleas entre sus miembros y entre grupos que se han ido consolidando, provocan el debilitamiento de la vitalidad espiritual de una iglesia determinada; minan su solidez, distorsionan el anuncio del Evangelio por no emplear toda la fuerza que le ha sido dada por Dios. Particularmente, estas divisiones se originaron por los distintos modos en que como cristianos debían comportarse con el mundo circundante, que referido al siglo primero de nuestra era se entiende el Imperio Romano pagano que dominaba toda la cuenca mediterránea.

Debemos tener en cuenta que las comunidades cristianas de la Provincia romana del Asia Menor no estaban conformadas por muchos esclavos, sino todo lo contrario, por trabajadores manuales, artesanos que se desempeñaban en variados oficios. Comunidades que en su mayoría podríamos considerar como “acomodadas”, o con un buen pasar[7]. Su relación con el mundo laboral romano pagano hacía que esta cuestión pasara a ser decisiva a la hora de vivir el cristianismo. Algunas de estas comunidades se jugaban su futuro como comunidades proféticas en el mundo, o bien condenadas a desaparecer, como de hecho sucedió tiempo después.

El problema de la inserción en el mundo romano recibe varias denominaciones y tiene distintas posturas por parte de los cristianos. A la comunidad de Éfeso, por ejemplo, Jesús la felicita por la actitud asumida: Conozco tu conducta (ta\ e)/rga) y la fatiga y tu resistencia (u(pomonh/) y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que dicen llamarse apóstoles y no son, y los encontraste mentirosos, y tienes resistencia y has soportado por mi nombre y no te cansaste por la fatiga. Y añade más adelante detestas las obras de los Nicolaítas, que yo también detesto (2,2-3.6).

La primera identificación de esta tendencia equivocada recibe el nombre de “nicolaítas”. Un nombre de origen griego que apunta a simbolizar al Imperio ya que era la lengua vulgar que se había generalizado. Todos hablaban el griego común.

En la iglesia de Tiatira existen algunos que han tomado también distancia de esta misma tendencia. La exhortación de Jesús suena así: Pero a ustedes digo a los demás que están en Tiatira, los que no comparten esa doctrina, que no conocieron “las profundidades de Satanás” –como ellos dicen– no arrojo sobre ustedes ninguna otra carga: no obstante lo que tienen manténganlo con fuerza hasta el momento de mi vuelta de improviso (2,24-25).

Resaltan ya aquí, por un lado, la atribución de una “doctrina” (didaxh/) y, quizás, de alguna iniciación esotérica[8], y por otro, no sin ironía, se los felicita porque no conocieron “las profundidades de Satanás”.

En cambio, los reproches de Jesús no se hacen esperar para quienes han adoptado esta tendencia. A algunos de la comunidad de Pérgamo les achaca: tengo contra ti algunas cosas: tienes ahí algunos que sostienen la doctrina de Balaam que enseñó a Balaq a poner tropiezos a los hijos de Israel a comer carnes inmoladas a los ídolos y a fornicar. Así tienes también tú algunos que sostienen la doctrina de los Nicolaítas igualmente (2,14-15). Y para los de Tiatira agrega con mayor énfasis: tengo contra ti que dejas actuar a la mujer Jezabel, esa mujer que se autoproclama profetisa y está enseñando y engañando a mis siervos a fornicar y a comer carne inmolada a los ídolos (2,20).

Ahora, se define cuál es el contenido de la doctrina de Jezabel. El término usado es interpretado normalmente como sinónimo de idolatría, en la línea del uso documentadísimo de “fornicar”, “fornicación”, “cometer adulterio” en los profetas del AT[9]. El valor metafórico de “fornicar” como “acto de culto idolátrico” quedaría confirmado aquí por la expresión real que sigue: y a comer (carne) inmolada a los ídolos, que manifiestamente pertenece al mismo contexto.

Pero existen dificultades: si en los Padres Apostólicos un poco posteriores al Apocalipsis, los vocablos “prostituta”, etc. no se los usa jamás en sentido figurado, ¿se puede dar por descontado un tal sentido en el Apocalipsis? Sobre todo, dado que la actividad de Jezabel se desarrolla dentro de la comunidad cristiana y se presenta con el “carisma” de la profecía y de la enseñanza, es difícilmente admisible que haya enseñado precisamente el culto idolátrico y que haya encontrado seguidores entre los cristianos. Una vuelta a la idolatría habría implicado el abandono de la comunidad cristiana.

Por consiguiente es preferible adoptar otra línea de interpretación. Si tomamos en consideración el uso de todo el núcleo terminológico po/rnoi-po/rnh-porneu/w-pornei/a en el Apocalipsis vemos que po/rnoi (impuros) y pornei/a (impudicia) (cf. 21,8; 22,15; 9,20s) se los menciona en un elenco junto a la idolatría y, por lo tanto, son distintos de ella; po/rnh (prostituta: 17,1.5.15.16; 19,2) indica, concretamente, la convivencia de los hombres, inmanente y consumista. Así, deducimos un contexto más amplio, que va más allá del acto idolátrico y se refiere más globalmente a la vida en general. Es decir que el autor elabora de manera personal y original elementos que toma del AT, y que luego expresa, mediante este campo semántico simbólico, un sistema de vida inmanentemente terrestre y secular, incompatible con el verdadero sistema de vida cristiano[10].

Los adversarios que Juan encuentra en estas tres cartas antes mencionadas (Éfeso, Pérgamo y Tiatira) son siempre cristianos. El conflicto que se detecta aquí se desarrolla dentro de la comunidad cristiana. Es preciso notar que si bien Juan alude directamente a una persona concreta que se encuentra a la cabeza de los desórdenes en la comunidad de Tiatira –era suficiente con decir “la que se dice profetisa” para identificarla–, sin embargo, no la nombra con su nombre verdadero sino que utiliza un nombre simbólico y evocativo: Jezabel.

Así como a la iglesia de Pérgamo se le reprocha su connivencia con los balaamitas, también a la iglesia de Tiatira se le reprocha tolerar a la profetisa Jezabel. Esta mujer pretende desempeñar un papel profético y didáctico en la iglesia de Tiatira. La fuerza simbólica se manifiesta en el nombre Jezabel, que hace de esta mujer un tipo de contaminación pagana como la Jezabel bíblica[11].

Esta tendencia equivocada consistiría, entonces, en un tipo de vida cristiano que deriva de una “inculturación” apresurada, inadecuada y sicretista en el ambiente pagano en el que la comunidad vive[12].

Se constituye un desafío constante la actitud cristiana a adoptar frente al mundo en el que nos toca vivir y actuar.

En el Apocalipsis se comienzan a vislumbrar los dos tipos de respuestas que históricamente se propusieron y que se presentarán más claras en tiempos de Ignacio de Antioquía y aún después. No podemos ver en este desarrollo una perfecta continuidad histórica, sociológica y teológica entre los respectivos partidarios de cada una de estas soluciones a lo largo de aquellos años. Juan en el Apocalipsis ataca a cristianos que habiendo aceptado puntos de vistas más o menos dualistas han sido llevados naturalmente a sacar consecuencias coherentes. La postura “herética” se podría formular así: no hay por qué arriesgar la vida para evitar todo compromiso con el paganismo; el martirio no forma parte de la vocación cristiana. Ante esta posición laxista se colocan los que podríamos llamar profetas de la intransigencia. Vienen de horizontes distintos, su teología está lejos de ser la misma, por lo tanto el grupo “herético” no puede formar la iglesia ortodoxa. Además, existe un hecho que se les impone a todos como evidente; y es que el cristiano en el mundo no puede seguir otro camino que el de Cristo, el camino del martirio, o por lo menos del absoluto rechazo a pactar con la idolatría satánica[13].

El autor del Apocalipsis polemiza contra la tendencia a adaptarse y conformarse al poder político romano, más acuciante en las iglesias de Éfeso, Pérgamo y Tiatira. El término griego “nicolaítas” ayuda a asociarlos con el mundo imperial, y a continuación se les da un término hebreo “balaam” como para que la comunidad cristiana con raíces veterotestamentarias identifique la desviación doctrinal y en esa misma línea a su líder se lo denomina Jezabel, entre otras características, fue la que persiguió al hombre de Dios: Elías, celoso yahvista. Con este proceso de discernimiento el autor del Apocalipsis quiere hacerles comprender, con fundamentos, el error de esta tendencia.

Esta adaptación, vista por algunos como inofensiva para la fe cristiana, implica a los ojos de Juan comprometer la visión teológica misma, en cuanto que los cristianos al participar libremente de la vida política, económica y social de las ciudades romanas terminan por diluirse en el mundo pagano. Para Juan los cristianos son propiedad exclusiva de Cristo que los ha liberado (Ap 1,5) y comprado (Ap 5,9) al precio de su sangre redentora haciéndoles partícipes de su propio señorío y sacerdocio.

3.Las adversidades fortalecen al grupo cristiano

Las agresiones y amenazas externas que sufre la comunidad por parte de quienes se consideran dueños de determinadas prerrogativas atacan la vida de la comunidad y es una ocasión para poner a prueba su capacidad de aguante y fidelidad a Jesús. La relación con los judíos de la sinagoga ya no era la misma de cuatro décadas atrás cuando san Pablo pasó por esas tierras (cf. Col 4,13ss). En tiempos del Apocalipsis, la iglesia había sido ya excomulgada de la sinagoga[14].

Jesús confirma a los cristianos de Esmirna en su situación, asegurándoles: Conozco tu tribulación y tu pobreza –aunque eres rico– y las blasfemias de los que dicen ser judíos a sí mismos, y no lo son, sino que son sinagoga de Satanás (2,9). Se trata de los judíos de raza y de religión que critican y combaten a los cristianos. Los judíos verdaderos son, para el autor del Apocalipsis, los que aceptan a Jesucristo como el Mesías esperado. Por tanto, quienes no lo acepten, pierden las prerrogativas de judío, es decir, de pueblo elegido. Existe un único pueblo de Dios en sus dos etapas de Antiguo y Nuevo Testamento. Así comprendemos que la ofensa de un judío de raza contra un bautizado era considerada por este autor como dirigida directamente a Dios y, por lo mismo, se califica a la ofensa de blasfemia y no de calumnia[15]. La exhortación de Jesús a los cristianos, en este caso, es la de asumir la cruz: No temas en absoluto por lo que vas a sufrir, mira el diablo va a meter a algunos de ustedes en la cárcel para que sean tentados, y sufrirán tribulaciones por diez días mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida (2,10).

La misma problemática están sufriendo los cristianos de Filadelfia y a ellos Jesús les confirma: Mira te doy como don a algunos que están en la sinagoga de Satanás, que ellos dicen ser precisamente judíos y no lo son, sino que mienten; mira yo haré que ellos vengan y adoren ante tus pies, y sepan que yo te he amado. Porque mantuviste la palabra resistiendo, también yo te mantendré inmune de la hora de la prueba que va a venir sobre toda la tierra para poner a prueba a los habitantes sobre la tierra (3,9-10).

Sin embargo estos ataques no se pueden calibrar adecuadamente si se los considera únicamente como un problema de ortodoxia o heterodoxia, sino que varios elementos entraban en juego. Junto a elementos religiosos, encontramos factores económicos, sociales y políticos. Las exenciones de impuestos destinadas a sostener el culto imperial, el privilegio para no realizar el servicio militar. Las denuncias que los judíos hacían de los cristianos, tienen razones de índole religiosa para esos judíos, pero razones económicas para los romanos. A los judíos les interesaba que no los confundieran. Y a los romanos les interesaba conocer quiénes estaban exentos de pagar el impuesto al culto imperial y quienes se querían hacer los vivos amparándose en un privilegio que ya no les correspondía[16].

Las agresiones externas consolidan la fe de la iglesia si ésta sabe mantenerse fiel a su Maestro resistiendo los ataques.

4.Saber aprovechar las dificultades materiales

Las carencias económicas y estrecheces por las que pasa la comunidad, así como también la falta de poder y privilegios –que no pocas veces van asociadas–, constituyen una oportunidad propicia para alimentar la vida cristiana, llenando esos vacíos con la presencia de Jesús. La comunidad debe preñarse de Jesús Mesías. De esta manera podrá darlo a luz mediante sus obras (cf. Ap 12,2). Tales serán los casos de las comunidades de Esmirna, a quién se le promete “la corona de la vida” (2,10) y de Filadelfia, a quién se le pide mantén con fuerza lo que tienes, de modo que nadie reciba tu corona (3,11).

Significativamente ninguna de estas dos comunidades tienen que oír ningún reproche por parte de Jesús. Únicamente elogios a su conducta. No poseen dinero y poder alguno en dónde engañosamente depositar su confianza. Jesús ha sido el único destinatario de sus preferencias.

5.Un endurecimiento pertinaz

Las resistencias al cambio, la incapacidad para aceptar las críticas, y los mecanismos de defensa, impiden la plena adhesión al mensaje de Jesús. El lugar central dentro del septenario de las cartas lo ocupa justamente una comunidad enquistada, que no quiere convertirse: la iglesia de Tiatira. En ella, las desviaciones que suponía el grupo que Jesús denominó “nicolaítas”, asume una doctrina elaborada, una líder convencida (la profetisa Jezabel) y unos seguidores considerados como “sus hijos”.

No obstante los elogios de Jesús por las obras de los tiatirenses, que se han superado llegando a realizar obras mejores cada día, él no se deja engañar y les reprocha: pero tengo contra ti que dejas actuar a la mujer Jezabel, esa mujer que se autoproclama profetisa y está enseñando y engañando a mis siervos a fornicar y a comer carne inmolada a los ídolos. Y le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación (impudicia). Mira, la voy a arrojar al lecho, y a los que adulteran con ella a una gran tribulación, si no se arrepienten de sus obras. Y a sus hijos, los voy a matar de muerte: y sabrán todas las iglesias que yo soy el que sondea los riñones y los corazones, y les daré a cada uno según sus obras (2,20-25).

Cuán dramático suena ese “no quiere arrepentirse”. Es muy duro no querer cambiar, no reconocer estar equivocado, no ver lo que los otros nos dicen tanto por miopía como por no escuchar a Jesús. La llamada del Maestro es a confrontar los fundamentos de la “doctrina” que proclama Jezabel con los valores del evangelio. El único Maestro es Jesús. Todo lo que los seguidores de él procuramos enseñar en la Iglesia debe estar sometido con humildad a su revelación categorial.

6.Riesgo de hacer cosas, pero inadecuadas

Tanto la teoría de las enseñanzas como la práctica de las obras debe hacerse con el discernimiento de la voluntad de Dios. No basta con hacer cosas y creernos justificados e incluso indispensables –tentación que a menudo corremos en la vida religiosa y, también, la gente de Iglesia en general–.

Razón por la cual Jesús dirige a la comunidad de Sardes en su conjunto: no he encontrado en efecto tus obras llenas delante de mi Dios (3,2). Las obras no faltan; pero, ante Dios, son inadecuadas. Tu conducta no es perfecta (peplhrwme/na: llenas, completas). Esta palabra vuelve a aparecer en 6,11 (Y se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que reposaran todavía un poco, hasta que se completara el número de sus compañeros de servicio y de sus hermanos que deberán ser matados como también ellos [lo han sido]) y forma parte del vocabulario típicamente joaneo (cf. Jn 16,24; 17,13; 1Jn 1,4; 2Jn 12). Se refiere a la comunión que el resucitado concede a los fieles, en el Espíritu Santo.

Cuando Jesús se acerca a una iglesia moribunda, le restituye la primera fidelidad a la palabra de Dios. Si, a pesar de esta mano tendida, la Iglesia de Sardes se obstina en su rutina, en su parálisis (por más que ella se vea muy agitada por el activismo), el Señor se levantará como un ladrón (cf. 3,3)[17].

Sin embargo, como resulta de todo el contexto, esta “situación de muerte” en la iglesia de Sardes es más un peligro inminente que un hecho ya cumplido e irreversible. Estamos sin duda ante el juicio más severo que Cristo dirige a las siete iglesias del Asia Menor. Es muy duro escuchar que Jesús nos diga: un nombre tienes como de que vives, pero eres un cadáver (3,1).

Jesús no generaliza, sabe descubrir que existen algunos miembros que pasan inadvertidos y los pone en evidencia: no obstante tienes unos pocos (nombres) en Sardes los que no han manchado sus vestidos y caminarán conmigo vestidos de blanco; porque están en grado de hacerlo (3,4).

7.No necesitar de los hermanos es no necesitar de Dios

La autosuficiencia, entendida como el estar lleno de uno mismo, no da lugar a los hermanos ni a Dios. La autosuficiencia se convierte a los ojos de Jesús en insuficiencia. La situación de cristianos satisfechos en sentido material es la que refleja la comunidad de Laodicea. A ellos les dice Jesús: Porque tú dices: “pues soy rico; y me he enriquecido; y no tengo necesidad de nada”. Y no te das cuenta de que tú eres el miserable y digno de compasión y pobre y ciego y desnudo (3,17).

Hay que destacar la posición enfática del pronombre personal “tú”.  Conviene traducir así: “justamente porque dices”[18]; frase que introduce la situación que existe entre lo que los laodicenses piensan que son y lo que en realidad son. La propia autosuficiencia no les deja darse cuenta de que sus mismas palabras los están condenando. Es el elemento más grave de su negatividad.

No se dan cuenta que los “miserables” en el sentido de los “insuficientes”, son ellos mismos porque el único que satisface cabalmente es Jesucristo. El artículo antepuesto a “desgraciado” confiere al adjetivo un valor casi de sustantivo: “insuficiente” indica una situación general de ineficiencia, de parcialidad, de necesidad de los otros que el contexto normalmente especifica[19]. En nuestro texto, Jesús formula, primero, una afirmación de carácter general, como de principio: tú eres “el insuficiente por excelencia”; después se especifican algunos aspectos más concretos de esta insuficiencia radical. “Digno de compasión”, es decir, da pena. “Pobre”, o sea, pura carencia para Jesús. “Ciego”, en sentido moral de falta de discernimiento. “Desnudo”, que en un contexto de amor, indica la situación de un amor no correspondido o rechazado.

Sin embargo Jesús tiene reservada –porque a los que ama, los reprende y corrige (3,19)– para esta comunidad de Laodicea la expresión más tierna de todo el NT, cuando la invita a sentarse a compartir el agradable momento de la comida. Jesús que terminó siendo desplazado fuera de esta comunidad, porque la autosuficiencia lleva a no dejarle espacio, desde fuera, desde donde ha sido desplazado, golpea haciendo presión por entrar.

8.Jesús aspira a ser el sublime objeto de nuestro amor

No por casualidad el tema del amor constituye la preocupación de Jesús en la primera y última de las cartas del septenario apocalíptico. El amor es la medida de todo examen individual y comunitario de la relación con Jesús.

Resuenan en nuestros oídos el eco de las palabras de Jesús a la iglesia de Éfeso: Pero tengo contra ti que tu amor, aquel primero, has dejado (2,4). Dada la insistencia del autor del Apocalipsis en la metáfora nupcial como esquema interpretativo de la relación entre Cristo y la iglesia[20], se trata, también acá, de este tipo de amor. La iglesia, perfecta en su eficiencia, ha dejado caer su amor hacia Cristo. Amor a Cristo que puede entenderse –de acuerdo al contexto inmediato– tanto en sentido cronológico, como el amor que se ha abandonado, se le dice realiza las obras del principio, la iglesia ha decaído en su fervor, como también en sentido cualitativo el amor del inicio cuando era más puro, el amor “casi ingenuo” de los enamorados, en referencia al contexto de la primera escucha, la expresión entonces subraya la frescura, el óptimo nivel del primer amor, del amor que proviene del primer descubrimiento de Cristo. La originalidad de la expresión es una confirmación de esta línea y, dada la presencia muy abundante del AT en el Apocalipsis, alude quizás a algunos pasajes proféticos[21].

Se trata, pues, para la iglesia, de un constante traer a la memoria, repensándolo y haciéndolo de nuevo psicológicamente suyo, el estado óptimo de amor inicial, confrontándolo con el amor venido a menos del presente. En este caso Jesús nos dice: “¡regresa a tu primer amor!”.

Con la misma medida pero expresada de forma distinta Jesús le reprocha a los laodicenses: Conozco tu conducta (ta\ e)/rga): no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca (3,15-16).

La imagen que la iglesia de Laodicea da de sí misma es aquella de una tibieza que se señala con una notable eficacia literaria. Se trata de un símbolo que posee aquí una continuidad de desarrollo coherente: se indica la situación “tibio” y se indica en continuidad de imágenes, la negatividad absoluta de tal situación “estoy por vomitarte”, como momento más agudo del fastidio y de la náusea.

La tibieza expresa una situación intermedia entre los dos extremos –frío y caliente–[22]: ni bien ni mal, ni ausencia ni plenitud de amor. Es una situación estancada.

El juicio de Cristo insiste menos en el “aún no eres frío o caliente” que en el “no eres más frío o caliente” (2,4s; 3,19). Es decir que su negatividad se expresa en términos paradójicos: Cristo requiere de la iglesia el máximo del amor, la frescura del “primer amor” (cf. Ap 2,4), a tal punto que la ausencia de un nivel óptimo es considerado menos negativo que una situación de lejanía, de no amor. Ya que se preferiría la ausencia total de amor, pues las situaciones extremas suelen no ser percibidas con indiferencia. Se da, podremos decir, la lógica del absoluto del amor (cf. vv. 19-20).

En perfecto conocimiento de causa, Cristo pronuncia enseguida un veredicto tajante. En el fondo no le reprocha a Laodicea ningún pecado grosero; en su conjunto es que la iglesia está en falta. Tremendo es este estado “ni frío ni caliente”, pues el mismo Cristo prefiere que fuera alguno de los extremos[23].

9.El Espíritu ayuda a leer la realidad

Para finalizar ya, no podemos dejar de mencionar la machacona insistencia por bien siete veces a escuchar la voz del espíritu que el autor del Apocalipsis pide a los cristianos.

El espíritu, totalidad de la fuerza divina trascendente, que entra en contacto con la historia humana, pertenece a Cristo, que “posee los siete espíritus de Dios” (3,1), el espíritu en su totalidad y lo envía sobre la tierra (cf. 5,6).

Enviado sobre la tierra, el espíritu se manifiesta y actúa como persona, se transforma simplemente en “el espíritu”, sin otro aditamento. Pero eso se verifica en contacto con la iglesia: el espíritu revela (14,13), “habla” continuamente “a las iglesias” (2,7.11.17.29; 3,6.13.22), anima a la iglesia en su amor de esposa y sostiene la esperanza escatológica (22,6)[24].

El espíritu de Jesús que animó la vida y ayudó a discernir en el juicio para acertar en las opciones existenciales, es el mismo espíritu que sigue vivo en la Iglesia.

Conclusión

¿Qué nos dejan las exhortaciones de Jesucristo para la realización del sínodo arquidiocesano? Esta es una tarea todavía por realizar a la luz de la Palabra de Dios. Espero haber contribuido en algo con esta presentación.

Jesús conoce nuestra realidad individual y comunitaria. Da muestras de conocerla desde adentro, da señales, avisos de alerta, toca nuestra realidad con el cuidado y cariño con el que se cura una herida abierta.

Hemos enumerado diferentes elementos de reflexión. Distintas situaciones por las que pasamos nosotros y pasan nuestras comunidades. Formulamos el presupuesto acerca de la legitimidad que posee Jesús para exhortarnos, ya que está autorizado para ello. Hemos considerado la pedagogía de amor de Jesús, las divisiones dentro de la comunidad debilitan, las adversidades fortalecen al grupo cristiano, saber aprovechar las dificultades materiales, el endurecimiento pertinaz, el riesgo de hacer cosas, pero inadecuadas, el no necesitar de los hermanos es no necesitar de Dios, Jesús aspira a ser el sublime objeto de nuestro amor, y, por último, el Espíritu que ayuda a leer la realidad.

Los criterios esgrimidos y las actitudes asumidas son un aporte que iluminan nuestro hoy y la responsabilidad con que debemos afrontarlo.

 

Claudio Bedriñán


 

[1] Digamos a propósito que el movimiento apocalíptico vetero e intertestamentario es considerado por la mayoría de los estudiosos como el heredero directo del profetismo del AT.

[2] Notar la importancia de la expresión, a mitad de camino entre una designación aún hebrea, como “el primer día después del sábado” (ver 1Cor 16,2 y Hch 20,7) y el adjetivo sustantivado “domingo” (= día del Señor). El marco de la revelación apocalíptica es la resurrección de Cristo. Precisamente como resucitado está presente en el día del Señor. Los cristianos cuando lo celebran entran en contacto siempre renovado con Cristo resucitado (Cf. U. Vanni, L’Apocalisse: ermeneutica, esegesi, teologia, Bologna 1991, 96s.).

[3] Aparece la expresión repetida siete veces en: Ap 2,1.8.12.18; 3,1.7.14.

[4] El septenario de las cartas, no es un septenario propiamente tal, si lo comparamos con las otras series septenarias que aparecen en el libro –como ser los sellos, las trompetas y las copas– ya que cada uno de sus siete elementos no sigue una mención explícita correlativa con el adjetivo numeral: primer sello, segundo sello…; primera trompeta, segunda trompeta…; etc.

[5] Cf. A. Vanhoye, El mensaje de la carta a los hebreos, Verbo Divino (Cuadernos bíblicos n. 19) Estella 1985, 32-33.

[6] La postura esgrimida por el autor del Apocalipsis podríamos definirla más bien rigorista.

[7] La excepción es mencionada explícitamente en el mensaje a la iglesia de Esmirna (2,8-11).

[8] Es verosímil ver ya un germen de lo que evolucionó en el gnosticismo del siglo II.

[9] Cf. H. Hauck – S. Schulz, po/rnh ktl., en GLNT, X, 1466-1467.

[10] Si tenemos presente el uso de los banquetes de las “corporaciones” documentados en Tiatira y que fácilmente terminaban en las orgías o en prácticas supersticiosas, aparece más claro entonces el riesgo de desorientación que corrían los cristianos acogiendo la doctrina sincretista de Jezabel.

[11] La referencia tipológica de este nombre en el AT se puede ver en 1Re 16,31 y en 2Re 9,7.22. Favorecería además esta fuerza idealizante la insistencia sobre algunos particulares claramente simbólicos (Ap 2,22: Mira, a ella voy a arrojarla en un lecho y a los que adulteran con ella). El responsable en esta comunidad ya no será Balaam como en Ap 2,14 sino la profetisa Jezabel. La historia de Jezabel, mujer del rey Ajab e hija del rey de Sidón (1Re 16,31) en época del profeta Elías, está de hecho estrechamente ligada al profetismo. Jezabel es como un símbolo de la unión –sellada con una alianza de familia– entre Israel y los fenicios. Como idólatra de Baal, extermina a los profetas del Señor y se rodea de los de “Baal”, a cuya mesa se sienta (1Re 18,19). En virtud de esto es una mujer de prostituciones (1Re 16,31; 2Re 9,22) y su descendencia está abocada a la muerte (1Re 21,20-24). En el AT no hay ningún indicio de que a su nombre se le haya dado un valor simbólico, como parece deba entenderse en el Apocalipsis.

[12] Ese tipo de vida no se especifica en sus detalles: comer las carnes inmoladas a los ídolos no es un acto de culto pagano, de por sí (cf. la problemática de Pablo a propósito: 1Cor 8,1-13), pero conlleva un contacto directo con el ambiente pagano que puede resolverse en sentido positivo o negativo.

[13] Cf. C. Bedriñán, La dimensión socio-política del mensaje teológico del Apocalipsis, Roma 1996, 133.

[14] “Probablemente no hubo en Yamnia ningún concilio que haya condenado a los judeo-cristianos, sino que el Gran Consejo condenó más bien a todos los que se desviaban de la línea oficial. Esta condenación encontró su expresión en la birkat-ha-minîm (= excomunión de los herejes), en donde ciertamente se incluyó a los judeo-cristianos” (G. Segalla, Panoramas del Nuevo Testamento, Estella 1989, 103).

[15] Así es la traducción que la Biblia de Jerusalén hace del término blasfhmi/an en 2,9.

[16] Cf. G. Segalla, Panoramas del Nuevo Testamento, Estella 1989, 44s.

[17] Cf. Mt 24,42-51: estén pues atentos, porque no saben qué día llegará su Señor.

[18] Además la segunda persona del singular aumenta la relación yo-tu entre Jesús y los miembros de la comunidad; lo que podríamos llamar una personalización.

[19] Cf. por ejemplo Rom 7,24: ¡Pobre de mí! (talai¿pwroj e)gwÜÜ aÃnqrwpoj) ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?.

[20] Cf. 3,9: que yo te he amado dicho por Cristo a la iglesia; ver especialmente 19,7: las bodas del cordero; 21,9: la esposa, la mujer del cordero. Hay que notar, además, en el cuadro del posible contexto postpaulino verificable en Éfeso, la insistencia, justamente en la carta a los Efesios de la relación esponsalicia entre Cristo y la iglesia (cf. Ef 5,25b-27.32).

[21] Jer 2,2-3: Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Así dice el Señor: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada. Consagrado al Señor estaba Israel, primicias de su cosecha; Ez 16,8: Entonces pasé yo junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo de los amores. Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza contigo  y tú fuiste mía.

[22] “Frío” y “caliente” indican dos extremos que pueden ser interpretados diversamente, dado su indudable valor metafórico. Una orientación nos la ofrece el discurso escatológico de Mt 24,12s: Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. Este paralelo sugiere que se haga una referencia de los dos extremos al amor hacia Jesucristo, cosa que es confirmada plenamente por el contexto (cf. vv. 18-19).

[23] M. Barriola, El Apocalipsis. Introducción a sus problemas exegéticos (apuntes de clase ITUMMS), Montevideo 1983, 121.

[24] Cf. U. Vanni, Note introduttorie all’Apocalisse (apuntes de clase PIB), Roma 1989, 20.