LA ENSEÑANZA DE JESÚS SOBRE LA VIDA FUTURA, SEGÚN LOS SINÓPTICOS

F. Mussner

 

La enseñanza genuina de Jesús de Nazaret sobre la vida futura, a la que la Biblia ]lama también «vida eterna» se encuentra, ante todo, en la tradición sinóptica. A partir de ésta es como habremos de descubrir aquélla enseñanza.

I. LA SUPERVIVENCIA TRAS LA MUERTE

¿Enseñó Jesús una supervivencia del hombre después de la muerte? Esta pregunta, tan importante para la comunidad cristiana, exige una respuesta afirmativa. Podemos alegar como prueba el siguiente material documental. En Mt 6,19 s (cf. Lc 12,33) leemos: «No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín los corroen y donde los ladrones horadan y roban. Atesorad más bien tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corroen y donde los ladrones no horadan ni roban». «En el cielo» sólo tiene sentido si se supone que el hombre llegará alguna vez a disfrutar esos tesoros; lo que quiere decir que en la frase de Cristo se supone la vida venidera (si sólo después de la resurrección de los muertos o no, habrá que determinarlo a su tiempo). En el sermón del monte aparece también la siguiente frase de Jesús (Mt 7,13s; cf. Lc 13,23): «Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición, y son muchos los que por ella entran. Pues estrecha es la puerta y angosta la senda que ]leva a la vida, y pocos los que dan con ella». Los dos caminos, por los que ya se ha comenzado a caminar (a partir de la decisión de creer), conducen a distintas metas: el uno a la «vida», el otro a la «perdición». Cristo se hace eco de conceptos que, en la tradición del judaísmo tardío, se entendían en sentido escatológico; «vida» y «perdición» se refieren inequívocamente a la «otra vida». En Lc 13,25, la puerta del cielo es la «puerta» que cerró al fin el señor de la casa y a la que es inútil llamar; la sala del reino de Dios, en la que se reunirán Abrahán, Isaac y Jacob con los pueblos del Oriente, del Occidente, del Septentrión y del Mediodía, y se identifica con el «reino de Dios» (13,28s)'. Según Mt 8,11, promete también Jesús: «Muchos vendrán del Oriente y del Occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob. Los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores»; «reino de los cielos» y «tinieblas exteriores» son aquí los dos extremos con que Jesús designa, siguiendo la tradición judaica, los «lugares» diametralmente opuestos en la otra vida. En la parábola del insensato (Lc 12,16‑21) se dice: «Tienes muchos bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, regálate»; Dios le exige el alma «esa misma noche». Se ha señalado esta parábola como una «parábola de crisis» que Jesús habría pronunciado refiriéndose a la catástrofe amenazadora que se cernía sobre el mundo «<el fin del mundo»); pero de Lc 12,20 se desprende claramente que se trata de la condenación que le amenaza al rico aldeano; no de la catástrofe del fin de los tiempos, sino de una catástrofe individual consistente en una muerte repentina. Cristo sigue aquí un proverbio sapiencial de Ecclo 11, 18s: «Hay quien se enriquece a fuerza de afán y de ahorro, y con esto ya se cree recompensado. Y se dice: "Hallé el reposo, ahora voy a comerme lo mío.' Pero no sabe qué tiempo le queda y si tendrá que morirse dejando a otros lo suyo». De la historieta que narra la parábola parece resultar entonces que Jesús conoce y enseña una supervivencia del hombre tras la muerte. Con bastante verosimilitud resulta lo mismo de la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16,19‑31). El pobre Lázaro es conducido por los ángeles tras su muerte al banquete celeste, y allí se le concede incluso el honor de sentarse a la mesa a la derecha de Abrahán; esto es, en efecto, 10 que significa su recepción en el «seno de Abrahán». Por otra parte, Epulón va directamente, después de morir, al infierno, donde padece indecibles tormentos. Jesús, pues, comparte, como lo da a entender la parábola, las perspectivas escatológicas del judaísmo tardío sobre la vida futura; ésta comienza inmediatamente después de la muerte, quizá en la modalidad de «estado transitorio». También en la promesa al buen ladrón: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43), da a entender Jesús su persuasión de que la vida del hombre continúa después de la muerte.

Esto no se presupone tan claramente en las dos parábolas de los talentos (Mt 25,14‑30; de las minas en Lc 19,12‑27) y en la de las diez vírgenes (Mt 25,1‑13)'. Pero teniendo en cuenta la intención cristológica que se oculta en muchas de las parábolas 4~ su «cristología indirecta», típica del Jesús prepascual ‑, no cabrá duda de que la imagen del rey que ha de volver ‑en la parábola de los talentos‑ y del esposo ‑en la de las vírgenes‑ se refiere al Cristo de la parusía, que ha de venir para el juicio; la rendición de cuentas en la parábola de los talentos, así como las palabras «no os conozco», en la de las vírgenes, indican el juicio final, en el que ha de decidirse definitivamente sobre el destino futuro del hombre. Como confirmación puede recordarse el discurso de Jesús sobre el «juicio del mundo» de Mt 25,31‑46 y los «lugares» escatológicos que allí aparecen: «eterno sufrimiento» y «vida eterna» (cf. 25,46).

Por último hay que indicar también las llamadas bienaventuranzas (Mt 5,3; Lc ó,20‑23). La promesa de la salvación aparece en Mt seis veces en forma futura; no se trata de un futuro lógico, sino escatológico, esto es, tras el futuro está Dios mismo, como verdadero agente. A la luz de estos futuros hallamos también dos veces la promesa de salvación en presente «<porque de ellos es el reino de los cielos») ‑se trata en realidad de un futuro escatológico‑; en el v. 12, la ganancia aparece expresamente como una realidad que se recibirá «en el cielo».

En la tradición sinóptica se halla, por tanto, una larga serie de afirmaciones de Jesús, de las que puede deducirse que él supone como cosa evidente una vida futura, bien sea «en el cielo», bien en el «infierno». Es, pues, suficientemente claro que Jesús enseñó algún tipo de «estado intermedio», tal como lo enseñaba el judaísmo tardío.

II. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

El judaísmo tardío enseñaba una resurrección de los muertos al fin de los tiempos. ¿Compartía Jesús esta enseñanza? Hay frases de Jesús de las que se deduce que compartía dicha perspectiva, como, por ejemplo, de la frase de Mt 10,28: «No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar cI alma. Temed más bien al que puede arrojar alma y cuerpo en el infierno». El significado de esta frase es el siguiente: a quien verdaderamente hay que temer es a Dios solo, pues él es el que puede mandarnos en cuerpo y alma a la perdición eterna; es una frase que implica la resurrección de los muertos, en cuanto que supone el «cuerpo» de los condenados. Esta implicación aparece también en varias frases de Mc 9,43‑48: «Si tu mano te sirve de escándalo, córtatela. Es mejor para ti entrar manco en la vida que ir con las dos manos al infierno, al fuego inextinguible ... » También aquí se supone la resurrección de los difuntos con un cuerpo. En la discusión con los saduceos, que negaban la resurrección de los muertos (cf. Flavio Josefo, Bell., 11, 165, Ant., XVIII, 16), aparece con toda claridad la convicción de que los justos han de resucitar en el futuro (Mc 12,18‑27 par). Para Jesús, Dios es «no un Dios de muertos, sino de vivos». La misma Escritura lo atestigua Jesús, pues, comparte la creencia del judaísmo tardío en lo referente a la resurrección de los muertos, creencia que, por lo demás, no era sino un corolario de la fe en Yahvé'.

III. CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DE LA VIDA FUTURA

¿En qué consiste el contenido y la esencia de la vida futura en la doctrina de Jesús, tal como nos la transmiten los sinópticos? Aquí entendemos la «vida futura» sólo en sentido positivo, referida al «cielo», dejando a un lado la cuestión del «infierno». Pero aun contando con esa limitación, no es posible abordar de un modo completo todo el material en el espacio de este artículo'. Ordenando las afirmaciones de Jesús, descubrimos los aspectos siguientes:

l. La vida eterna significa comunidad perfecta con Dios

Jesús expresa esa comunidad con Dios valiéndose preferentemente de la imagen del banquete. «Banquete» significa, en efecto, una comunidad de los invitados con su anfitrión, en un ambiente de alegría, paz y amor. Jesús habla del banquete en Lc 14,16‑24 (banquete de un rico); 12,37 (el Señor que vuelve a casa y se pone a preparar la cena a sus siervos); 13,29 (los gentiles vienen desde todos los puntos cardinales y se sientan en compañía de los patriarcas a la mesa del reino de Dios); 22,16‑18 (banquete de la pascua escatológica); 22,30 (el banquete de los jueces que se sientan sobre los doce tronos). La imagen del banquete posee a veces significación nupcial, particularmente en Mt 22,1‑14. Por eso en este banquete hay alegría (Mt 25,21) y corre el vino (Lc 22,18). Los participantes en la salvación son «hijos de Dios» (cf. Mt 5,9; Lc 20,36; quizá también Lc ó,35); en Lc 20,36, la filiación escatológica de los bienaventurados está en relación de propiedad (¿causal?) con la resurrección de los muertos («Hijos de Dios son, puesto que son hijos de la resurrección») "; esto se debe a su ser transfigurado, mediante el cual son semejantes al Hijo de Dios, el Cristo resucitado de entre los muertos.

Si la vida eterna es comunidad perfecta con Dios, le corresponde necesariamente la visión de Dios: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»; el objeto de la visión es aquí sencillamente Dios. «En comparación con la lejanía que crean las expresiones del judaísmo tardío, la breve y activa frase de Jesús «verán a Dios» es como una entrada atrevida en el ámbito, celosamente reservado, de la cercanía inmediata de Dios» (Theissing).

2. La vida eterna significa compañía con el Hijo del Hombre

En la parábola del banquete nupcial (Mt 22,1‑14) se dice expresamente que el rey ha preparado las bodas de su hijo. En la parábola de las diez vírgenes (Mt 25,1‑13), en la que, al hablar del esposo, se alude al Cristo de la parusía, las vírgenes prudentes «entran con él a la boda» (25,10). En Lc 12,37, el señor que vuelve de las bodas se pone a servir la cena a los criados. «En el reino de Dios» dice Jesús que volverá a beber del fruto de la vid (Mc 14,25). En el paralelo de Mt hay un claro «juntamente con vosotros» ‑que seguramente insinúa también Mc‑ y en el que se subraya la referencia a la comunidad. El contexto de esta promesa de Jesús, la institución del banquete eucarístico, da a entender que la vida futura de los participantes en la salvación será una continuación, realizada de manera más excelente, de la comida comunitaria de Jesús con sus apóstoles, que celebran también los demás miembros de la comunidad. Queda así establecida una continuidad entre el presente y el futuro salvíficos, que se manifestaba ya cuando Jesús, resucitado de entre los muertos, comía con sus discípulos (cf. Lc 24; 30.42s; Hech 1,4; 10,41; Jn 21,13). La vida eterna es, pues, una continuación de la comunidad de la Iglesia con su Señor, al otro lado de la frontera de la muerte y de un modo transfigurado, como corresponde al mundo de la resurrección.

Si, pues, la vida futura supone, según la enseñanza de Jesús, comunidad con Dios y con Cristo, quiere decirse que el Hijo del hombre desempeña también en la otra vida su oficio de mediador, que le había sido dado por Dios durante su existencia terrena. La «inmediatez» con Dios es, en la vida eterna, una realidad en la que ha intervenido la mediación de Cristo. Con esto concuerda toda la enseñanza del Nuevo Testamento (sobre todo San Pablo Il y el Apocalipsis '2).

3. La vida eterna significa la transfiguración del ser del hombre en una nueva creación

En la vida venidera se transforman radicalmente, según la doctrina de Jesús, los anteriores modos de existencia: «En la resurrección de los muertos ni se casarán ni serán dadas en matrimonio, sino que serán como los ángeles en el cielo» (Mc 12,25). Jesús no dice que, a raíz de la resurrección de los muertos, los hombres se conviertan en ángeles, sino que serán «como» los ángeles. No se trata en primer término del lugar de los bienaventurados «<en el cielo»), sino de la modalidad en la que vivirán su nuevo ser «<como ángeles») 13. «Como ángeles» significa que, en virtud de la resurrección, se verán libres de todos los condicionamientos a que estaba sometido el cuerpo terreno, sobre todo del destino mortal y del ser de carne. Consiguientemente desaparece también la necesidad de la procreación; según el paralelo de Lc, esto se prueba por el hecho de que los resucitados ya no pueden morir (Lc 20,36); ahí donde ya no se da la muerte, tampoco hace falta el matrimonio como comunidad sexual.

La enseñanza, también de Jesús, sobre la futura resurrección de los muertos implica, sin duda, la corporeidad de la vida futura (Cf. una vez más Mc 9,43s; Mt 10,28), pero se trata de una corporeidad transfigurada: «Entonces brillarán los justos como soles en el reino de su Padre» (Mt 13,43; cf. Dan 12,3). Es ésta una indicación del ser transfigurado de los bienaventurados. del que no se exceptúa su cuerpo. Igualmente se dice en Mt 17,2 que en el monte el rostro de Jesús «estaba resplandeciente como el sol»; también esto se refiere al cuerpo de Jesús '4.

Al cuerpo transfigurado de Jesús en el mundo futuro le corresponde también una tierra «transfigurada». Es cierto que en la enseñanza del Jesús de los sinópticos se encuentran pocas afirmaciones sobre este particular, pero esas pocas son suficientes para darnos a entender que Jesús contaba con una total transformación del estado del mundo en «este eón». Esto se expresa fundamentalmente en las alusiones de Jesús al «paso» del (viejo) cielo y de la (vieja) tierra (cf. Mt 5,18; 24,35). Quizá el término «regeneración»

que pertenece a este contexto, no sea genuino de Jesús (el paralelo lucano de 22,30, correspondiente a Mt 19,28, dice «mi reino» en vez de «regeneración»); en todo caso, la idea no se refiere a un estado duradero, sino a la renovación que acontece en la parusía (cf. el contexto: «Cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria»), tal como lo entiende el resto del Nuevo Testamento. De todos modos, según la tradición sinóptica, Jesús ha enseñado que todas las instituciones y organizaciones «de este eón» carecerán de validez en el'. «eón futuro», como, por ejemplo, el matrimonio (Mc 12,25), y la posesión material (Lc 12,20; 16,9; Mc 8,36). Incluso la ley pasa con la vieja creación (cf. Mt 15, 18). Por eso, según la enseñanza de Jesús, la vida venidera no puede compararse con la de este eón. Poner a Jesús por testigo de que esta vida se irá desenvolviendo por vía de evolución en la vida venidera no correspondería a su enseñanza, tal como aparece en la tradición sinóptica.

" Suponiendo que tras la pregunta de los discípulos en Mc 9,10 «¿qué significa esto de resucitar de entre los muertos?») hubiese también una discusión de la comunidad a propósito de la resurrección y del cuerpo resucitado, cabría suponer que la narración anticipada de la transfiguración de Jesús en el monte no es sino la respuesta: resucitar de entre los muertos consiste en «ser transfigurado» (corporalmente), verse lleno de la doxa divina, penetrar en el ámbito de lo divino, en el que están vigentes leyes distintas de las de este eón.

IV. ¿HA ENSEÑADO JESÚS ALGO NUEVO SOBRE LA OTRA VIDA?

A veces se sorprende uno ante la respuesta a la pregunta que acabamos de hacernos: parece ser que Jesús «desmaterializó» y «desnacionalizó» la escatología del judaísmo. En esto hay algo de verdadero, pero lo característicamente nuevo en su doctrina sobre la otra vida no es esto, sino su postura personal en el acontecimiento escatológico. Su persona está en el punto medio de este acontecimiento, no sólo por ser el juez futuro, sino porque la comunidad de salvación se reúne en él. Esta novedad se manifiesta ya en la frase de Jesús de que en sus obras irrumpe ya poderosamente el señorío de Dios (cf., por ejemplo, Mt 12,18) y que su sangre es la sangre de la Alianza, que será derramada por los pecados de muchos (Mt 26,28). Si más tarde, en la teología joánica tiene lugar una radical concentratíon christologique en la perspectiva escatológica, hay que decir que esa concentración se encontraba ya fundamentalmente en la escatología del Jesús de los sinópticos.

[Traductor: j. REY