¿CON QUE CUERPO RESUCITAN LOS MUERTOS?

M. CARREZ

 

¿Cómo resucitan los muertos? ¿con qué clase de cuerpo? Tales son las preguntas que los corintios plantean al apóstol Pablo, hacia el año 55, cuando éste se encontraba en Éfeso. Pablo responde y trata de precisar sus ideas para que mejor puedan entenderle. La resurrección de los muertos no debe confundirse con la inmortalidad del alma, pues afecta al cuerpo, al soma. Tampoco debe confundirse con una concepción materialista de la resurrección, como la que presentan los saduceos en Mc 12,18‑27 (y par.). Si la resurrección de los muertos afecta al cuerpo, ¿cómo habrá de ser entendida? La cuestión es importante. Por ello la cita Pablo en los mismos términos en que le ha sido planteada: «Pero, dirá alguno, ¿cómo resucitan los muertos? ¿con qué cuerpo [diríamos nosotros, con qué traje] salen?»

l. INTERÉS ACTUAL HACIA EL CUERPO DE RESURRECCIÓN

Este interés no es cosa exclusivamente de teólogos, sino que lo mantienen también todos aquellos que suponen estar capacitados para captar cada vez más de cerca una realidad objetiva. El término cuerpo atrae a quienes desearían captar por el método histórico la realidad comprobable del acontecimiento, si no en cuanto al proceso mismo de la resurrección, al menos por lo que se refiere a su resultado, el cuerpo de resurrección, el cuerpo de gloria. Pero des posible esta aproximación a su historicidad, sí por tal entendemos el resultado obtenido gracias a los métodos históricos? Pablo, al reducir la cuestión a «con qué cuerpo salen los muertos», elimina todo lo que suponga interrogación referente al proceso en sí, para centrar la atención sobre su resultado: el cuerpo (1 Cor 15,35‑44). Si el análisis histórico no puede prestamos ayuda alguna para precisar la realidad histórica del cuerpo resucitado, ello quiere decir únicamente que esa realidad es de otro orden.

El término «cuerpo» atrae también a quienes lo toman en un sentido diferente del que tenía para Pablo. Aceptan como posible la resurrección, pero no la entienden como una resurrección de los cuerpos. Reconocen la iniciativa soberana del Dios vivo, que hace triunfar de la muerte a Jesús; la resurrección es considerada como un acto divino que permite a la vida estañar en todo su poder. Rechazan la resurrección de los cuerpos. Así ocurre con muchos de nuestros contemporáneos. ¿por qué? Quizá sea debido, en primer lugar, a que la traducción del término griego soma por «cuerpo» empieza por crear un equívoco. No todo está ahí, desde luego. Pero es importante comenzar por disipar antes de nada esa mala interpretación.

2. EL CUERPO EN EL PENSAMIENTO DE PABLO DURANTE EL PERIODO EFESINO

Nos referimos a las ideas que podemos captar en los cinco escritos que llevan la marca de este período: Gálatas, 1 Corintios, Filipenses, 2 Corintios y Romanos. De 91 veces que se emplea el término «cuerpo» en la literatura paulina, 46 corresponden a 1 Corintios, que representa 115 de las cartas de Pablo y 2/7 de los cinco escritos mencionados.

Para Pablo, el cuerpo no queda reducido a mero componente material del ser animado que es el hombre. Basta leer, por ejemplo, 1 Cor ó,13‑7,4; 12,12‑27; 15,35‑44 para evocar lo que es el cuerpo. Este hace posible la existencia humana tal como Dios la ha querido; expresa las posibilidades de vida que tiene el hombre; permite la unión sexual, comprometiendo en ella todo el ser que él mismo es y representa; es el conjunto de la persona humana, su identificación, su realidad con todas sus actividades, sus valores; no es únicamente un elemento más entre otros; el término «cuerpo» alud‑al hombre en relación, situado, más que reducido a sí mismo; al hombre ubicado en una dinámica que le hace vivir en compañía de los demás; expresa su existencia con sus posibilidades y su duración más que su aspecto estático. El cuerpo es el hombre responsable de lo que hace, de su vida; equivale a su situación completa, a su totalidad, a su personalidad. Sigue siendo cierta la vieja fórmula de H. W. Robinson en su libro The People and The Book  (1925)': «El hombre es un cuerpo animado, no un alma encarnada». En efecto, este cuerpo se encuentra ahora bajo el control, bajo la animación de la psyché (alma, vida). Después de la resurrección será puesto bajo el dominio del pneuma, del espíritu. Entonces recibirá su forma definitiva, cuando la personalidad haya alcanzado y recibido su identidad plena. De esta forma, para Pablo, el cuerpo traduce la permanencia viva del hombre en su misma identidad, a través de todos los cambios que se producen en él, para él, por él o con él. La definición de R. Bultmann, aun siendo insuficiente, expresa un aspecto esencial: «El cuerpo es el yo, en cuanto que este yo puede convertirse en objeto de la propia conciencia, o también el yo en cuanto que este yo puede ser experimentado como sujeto de una acción». Es, en resumen, el yo en su continuidad, su identidad y sus transformaciones.

3. 1COR 15,35‑42 Y LAS TRES INICIATIVAS DE DIOS

Para responder al «cómo», el Apóstol subraya la iniciativa de Dios, que da a la semilla un cuerpo tal como él ha decidido y querido. Dios no es sólo su creador en los orígenes, en una iniciativa primordial, sino que es todavía y siempre el creador permanente. Su iniciativa primordial exige ser constantemente renovada en el avance de la creación hacia su objetivo. Se trata de una idea hebraica: Dios no es sólo el creador del cuerpo del primer hombre; es también creador de todo cuerpo, del de todo individuo. La relación que hay entre el grano de sementera y la planta desarrollada ilustra esta afirmación. Incluso si se ignora, como ocurría a los antiguos, todo lo que ocurre entre la siembra y el tiempo en que el desarrollo se hace visible, Dios aparece como creador de un tipo determinado <le desarrollo, de un género de crecimiento, del modo de devenir (ci. 1 Cor 3,ó). Es gracias a su iniciativa renovada como se hace posible la muerte del grano y la resurrección de la planta. En el v. 38, el término «cuerpo» adquiere toda su fuerza: Dios confiere, otorga, da realidad al grano según quiere. A cada semilla corresponde un cuerpo específico; Dios marca su identidad y su identificación. Lo importante no es la idea de evolución, ajena a la mentalidad de aquella época, sino la continuidad de iniciativa por parte de Dios, que respeta la identidad del cuerpo en sus transformaciones.

Ciertamente, hay cambio, hay diferencia, como muestran las enumeraciones de los vv. 39‑41. Pero esta diferencia no tiene razón de ser sino para que se muestre la continuidad de identidad específica.

4. 1 COR 15,42‑44: CUERPO ACTUAL Y CUERPO FUTURO

Los versículos 42‑44 evocan un «antes» y un «después», pero no hallamos nada de la oposición griega entre materialidad e inmaterialidad. Una simple y bella afirmación en cuatro puntos subraya la constante y la variante, la continuidad y el cambio. Veamos estas cuatro antítesis:

a) Corrupción e incorruptibilidad. La corrupción abarca todo el lento proceso de destrucción, de deterioro, que va arruinando un cuerpo antes sano, desviándolo de su verdadera intencionalidad. Esta corrupción es una esclavitud que aliena al hombre (Rom 8,20). Es esa lenta mortalidad que invade la humanidad en todos sus planos, incluso en el de las relaciones. La incorruptibilidad, por el contrario, expresa la libertad plenamente realizada, el objetivo conseguido, la responsabilidad simple y total recuperada, la proximidad de Dios ya permitida, la muerte en todas sus formas eliminada.

b) Miseria y gloría. La miseria, el deshonor, consiste en la destrucción por obra del hombre de aquella relación viva y recíproca que le unía con Dios. A la inversa, la gloria es la reinstauración de una relación completa con Dios. Es ahora cuando presentimos con toda claridad que la iniciativa de resurrección tomada por Dios tiene los rasgos de la proximidad, la comunión, la comunicación, la presencia.

c) Debilidad y potencia. Esta debilidad no es sólo la que caracteriza al ser humano con respecto a la potencia de Dios, sino que constituye el indicio casi permanente de esa inclinación a vivir apartándose de él, esa tendencia irresistible e innata a avanzar, si no en contra, al menos prescindiendo de la voluntad de Díos. La potencia, en cambio, es iniciativa soberana. En sus consecuencias es como una salud plena, por contraste con la enfermedad. Característica de Dios, es conferida al hombre.

d) Psíquíco y espiritual. El cuerpo actual, animado por la psyché, que es la vida y el alma, resucita animado por el pneuma, por el espíritu. Esta cuarta antítesis, difícil de traducir en lenguaje moderno, subraya un punto capital: sean cuales fueren las interpretaciones a que pueda ser sometido el pensamiento paulino, se trata dc una misma persona de la que se afirma que está en gloria después de haber pasado por la miseria, que entra bajo el control y la animación del espíritu después de haber estado sometida al control y la animación de la psyché, del alma y de la vida. Es el cuerpo el que señala la continuidad, y sobre él se ejercen las iniciativas de Díos. Esta continuidad corporal, somática, se considera mantenida a través de una transformación profunda, radical y definitiva del ser: la resurrección.

1 COR 15,45‑52: LAS TRES INICIATIVAS DE DIOS

Los vv. 45‑52 subrayan que esta resurrección no es el término de un proceso que tendría su fuerza en sí mismo, que se desarrollaría como un programa, como un destino, en el que Dios no intervendría ni poco ni mucho. Por el contrario, la iniciativa de Dios en cuanto al hombre se manifiesta de tres maneras, en tres ocasiones distintas:

a) 1.' iniciativa: El ser humano, persona viva, es una criatura de Dios como Adán. Si bien su cuerpo sufre los embates del pecado (Rom 6,6) o de la muerte (Rom 7,24), incluso si su cuerpo puede tener concupiscencias (Rom ó,12, y para mejor comprender estos textos habremos de sustituir cuerpo por persona), ]leva en sí la imagen del hombre hecho de arcilla, modelado por Dios, alfarero de la creación (45.48.49). b) 2 a iniciativa: La carne y la sangre, es decir, el hombre en su actual realidad humana, no pueden heredar, no tienen capacidad para ocupar su verdadero lugar en el reino de Dios. En 2 Cor 4,16, Pablo muestra que el hombre exterior, es decir, el hombre en su aspecto deteriorado, va camino de la destrucción, basta desaparecer. Por el contrario, el hombre interior, es decir, el hombre en cuya personalidad ya interviene el Señor (de gloria en gloria, dice Pablo), se renueva constantemente. Es ahí donde empieza la continuidad de iniciativa por parte de Dios y de Cristo, que permitirá al hombre en su interioridad avanzar hacia su propia plenitud. Esta iniciativa empieza a operar el día en que, por un acto creador, Dios brilla en el corazón del hombre, que hasta ese momento permanecía ciego (2 Cor 4,4‑ó y 16‑17). Esta segunda iniciativa consiste en la intervención actual de Cristo, y se caracteriza, partiendo del bautismo, por el avance en novedad de vida (Rom ó,4), el crecimiento hacia la realidad futura del hombre, y tiene lugar en el curso de la vida terrena del creyente.

Sería interesante mostrar aquí cómo «la gloria» caracteriza ya esta iniciativa de presencia actual ': transforma al hombre a imagen de Cristo de gloria en gloria; impulsa la dinámica del ministerio actual de la Iglesia y de los creyentes; actúa en el culto, el bautismo, la cena; interviene en el sufrimiento actual; confiere a la vida diaria sus objetivos y otorga el poder actuar para la gloria de Dios; sigue operando en el creyente que ha muerto, pues desde que Cristo murió, la muerte se ha visto despojada de su poder para separarnos de Dios. El milagro de la gloria consiste, por tanto, en conferir al soma, al cuerpo, al yo, a la persona, una existencia incluso en la muerte. Para entender esta continuidad tan sólo se requiere evitar la traducción «cuerpo» en un sentido puramente biológico.

c) De otro modo no podríamos entender la tercera iniciativa, la resurrección de los muertos, que Pablo intenta explicar por el cambio de cualifìcación del cuerpo, por la transformación operada en su animación, en que el pneuma, el espíritu, reemplaza a la psyché, alma o vida. Esta tercera iniciativa lleva al cuerpo hasta su plenitud, la realidad de la persona. Filp 3,21 ofrece un excelente resumen de esta idea: «Esperamos que venga el Salvador, el Señor Jesucristo, que transformará nuestro cuerpo miserable, asemejándolo a su cuerpo glorioso». Al término de esta transformación, de este cambio, que, según 1 Cor 15,51, afectará a todos los creyentes, vivos o muertos, el cuerpo se convertirá en cuerpo de gloria.

ó. EL CUERPO Y LA PROXIMIDAD DE DIOS

El cuerpo representa al hombre en su posible proximidad a Dios, mientras que la carne lo representa en cuanto que distante, en su separación. También es cierto que la triple iniciativa se dirige al soma, al cuerpo. A partir de la segunda, éste puede llamarse «templo del Espíritu Santo» (1 Cor ó,16). El efecto de la tercera consistirá en situarlo por completo bajo el control del espíritu, haciendo de él una persona totalmente renovada por este acto creador. El apóstol Pablo nos demuestra, a su manera, cómo el hombre pasa del yo‑alma al yo‑espíritu, del yo personal gobernado y animado por el alma al yo personal gobernado y animado por el espíritu.

Todos los cuerpos personales, templos del Espíritu Santo, forman en su conjunto el templo del Espíritu Santo (1 Cor 3,16‑17), idea que se expresa también así: «Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1 Cor 12,27). Pablo muestra así la unidad que hay entre Cristo, cuerpo resucitado, y el Cuerpo de Cristo compuesto por todos los creyentes. La cena permite el crecimiento de este cuerpo de Cristo; la cena ha de ampliar su eficacia basta otorgar más ampliamente la vida que procede de Cristo y que es recibida en la fe, desterrando al mismo tiempo cuanto pudiera acarrear algún daño al desarrollo del hombre nuevo.

7. LAS AFIRMACIONES DE PABLO CON RESPECTO AL CUERPO DE GLORIA, ¿PROCEDEN DE LA FORMA EN QUE EL VIO AL SEÑOR?

Pablo ha visto al Señor (1 Cor 9,1); también a él se le ha aparecido (1 Cor 15,8). Todo lo que dice Pablo acerca del cuerpo de gloria (Filp 3,21) o del cuerpo animado por el espíritu (1 Cor 15,44), ¿no será acaso resultado de la iniciativa tomada por el Señor con respecto al Apóstol? Para intentar responder a esta pregunta comparemos tos datos paulinos con lo que nos transmite el evangelista Lucas, cuya sobriedad, moderación y respeto a las tradiciones recibidas son bien conocidos. Discípulo de Pablo, sabe dar pruebas de una visión sistemática y de ciencia. De ahí el interés que para nosotros tiene esta referencia al capítulo 24 de su evangelio. En él son abundantes los materiales recogidos con mucha diligencia, pero lo que más llama la atención es su manera de hablar acerca de Jesús resucitado. Le designa con la expresión él mismo. Es él mismo el que se acerca (24,15); aunque está presente, sigue siendo un ausente para los que están cerca de él. Las mujeres aseguran que los ángeles han dicho de él mismo que está vivo (24,23); los discípulos no lo han visto a él mismo (24,24). Resultado de esta primera iniciativa: allí está él, pero no se le ve como si fuera él (24,1324). Segunda iniciativa: él toma la palabra para explicar que las Escrituras hablan de él (24,25‑27). Tercera iniciativa: él mismo quiere ir más lejos, pero al fin se queda. El mismo se sienta a la mesa y parte el pan (24,30). Resultado global de las tres iniciativas: él mismo es finalmente reconocido como que es él (24,31). De esta forma, él es conocido de manera triple: como presente (24,15‑24), como Escritura (24,25‑27), como signo en el gesto del pan fraccionado (24,28‑31).

Pero resulta que cuando se hace presente, con la presencia que a él corresponde, cuando es reconocido como que es él, entonces él se ausenta... Presentimos que el relato de Lucas quiere insistir en este hecho, subrayando las iniciativas del resucitado y el resultado de que éstas son aceptadas o rechazadas por aquellos mismos a quienes se aparece. Resulta que en diferentes formas, en el camino, estaba presente y, sin embargo, al mismo tiempo estaba también ausente. Y cuando ha desaparecido ya aquello que les impedía reconocer que era él en su realidad vida y verdadera, cuando él ya está allí, se ausenta. Así, cuando al fin pueden decir: es él, él ya no está allí. Dicho de otro modo: mientras está presente, está ausente, al mismo tiempo que camina con  ellos de una triple manera, mientras toma tres iniciativas que realizan un triple encuentro, Ahora que se ha hecho presente no sólo en su camino, sino también en su corazón. he aquí que, presente en sus vidas y en sus personas, se ausenta de su camino, y que ellos marcharán en busca de los otros para darles cuenta de este modo nuevo de presencia lleno de iniciativa, mientras se dicen entre sí que «verdaderamente él ha resucitado» (24,33‑35).

Con el relato siguiente, la aparición a 10s once (24,36‑49), Lucas hará avanzar el conocimiento del modo de presencia del resucitado. Lucas subrayará aquello que más sorprendente resulta al encontrarse frente a él. ¿cómo es posible afirmar que es él, si él no es el mismo? Ahora bien: hasta el momento, a través del relato anterior (24,13‑35), Lucas ha querido llevarnos a reconocer que es él en cuanto a su identidad, pero que él no es ahora como era antes. Y esto de dos maneras: por una parte, ahora está transformado, cambiado en cuanto a la forma de presentarse; por otra, Lucas subraya la soberana libertad de iniciativa que Jesús disfrutará en adelante para aparecer o desaparecer. Ocurre también que mientras Jesús acompañaba a los dos discípulos en el camino de Emaús, se aparecía de otra forma, en otro lugar y en otras condiciones.

De esta manera, Lucas, con procedimientos distintos de los empleados por Pablo, pero con una misma intención, quiere ]levar a sus lectores a que reconozcan que el resucitado es aquel mismo Jesús conocido por los discípulos antes de su muerte, en el curso de su ministerio terreno, descubriendo que es el mismo en cuanto a su identidad, pero no el mismo en cuanto a su realidad. Para expresar con palabras inteligibles esta realidad transformada, Lucas procede a una revaloración de la presencia repentina de Jesús mediante una doble evocación, la primera de las cuales subraya la diferencia: él, Jesús, sin ser llamado, se coloca en medio de ellos, suscita su temor, su asombro, su turbación y hasta sus dudas. Es él, pero... se diría que están viendo un espíritu (24,37). La segunda evocación insiste en la realidad de la presencia, en la continuidad y en la identidad expresadas mediante algunas anotaciones plásticas: «Ved mis manos y mis pies, que yo soy el mismo» (24,39). Se le puede tocar y él, a su vez, puede comer. Estas dos evocaciones, espíritu y cuerpo, forman un contraste y se organizan en tomo a la expresión «yo soy el mismo».

También se evocan, con lenguaje diferente del que usa Pablo, la misión confiada a los discípulos dudosos, su testimonio futuro en favor de este hecho, que el ha resucitado; !su reintegración de discípulos fugitivos nuevamente admitidos a la comunión con él, el espíritu que van a recibir, para que tengan la fuerza necesaria a fin de ]levar adelante su misión.

De esta manera concentra Lucas toda la experiencia pascual de los testigos. Los detalles narrativos vienen a revalorizar el sentido. Lucas no emplea el termino «cuerpo», pero al superponer dos imágenes diferentes, en hiato la una con relación a la otra, acierta a dar relieve a la verdad que surge de sus diferencias conjuntas (espíritu fantasma, persona palpable). Logra también transmitir este dato esencial: aquel que toma ahora la iniciativa no es solamente el Maestro nuevamente hallado, el Servidor doliente descubierto, el Señor manifestado; es él, en su más cierta identidad, en su más real continuidad, en su más soberana iniciativa. Verdaderamente, es él mismo porque no es el mismo. Es él porque ha cambiado, porque es diferente. Ahora ha llegado a ser aquél otro que Lucas mismo anunciaba ya con motivo de la transfiguración, diciendo que «el aspecto de su persona (o de su rostro) apareció distinto» (Le 9,29).

Lucas expresa así la doble iniciativa contenida en las expresiones paulinas de cuerpo de gloria o cuerpo de resurrección: Jesús no es plenamente él mismo basta que se hace diferente. Durante las apariciones del resucitado es cuando se revela su iniciativa: no se limita a hacerse ver por sus discípulos, sino que quiere mostrarse a ellos como que verdaderamente es él mismo precisamente porque es diferente.

El Cuarto Evangelio ofrece rasgos semejantes a los de Lucas. Juan insiste en la realidad del cuerpo del resucitado (Jn 20,17.20. 27). La iniciativa y la transformación de Jesús se indican por la manera en que éste se aparece, con las puertas cerradas (Jn 20, 19.26).

Lucas y Juan, los dos evangelios cuyos destinatarios son griegos, han pretendido, por tanto, una misma cosa: dejar bien clara la iniciativa de Jesús luego de la resurrección: 1.', las apariciones dependen de él, no de los discípulos, y 2.o, Jesús se muestra en su verdadera realidad, porque él, el mismo, es ahora diferente. Pablo ha hecho suya esta idea de una identidad en su diferencia reveladora, sacando de ahí dos consecuencias para los creyentes: a) si Jesús no ha resucitado, tampoco hay resurrección de los muertos; b) el cuerpo transformado es la señal de que ha habido resurrección: el cuerpo de humillación se ha transformado en cuerpo de gloria (Filp 3,21).

Llegados al término de esta investigación sobre el cuerpo de resurrección, siguen planteadas algunas cuestiones: ¿Qué sucede con los muertos que no han sido creyentes, cuyo «ser interior» no es portador de la identidad corporal? 1 Pe 3,18‑4,ó responde parcialmente a esta pregunta: el evangelio ha sido proclamado por Cristo a los muertos. Pero no se precisa si esta acción se limita a los que vivieron antes de Cristo en su venida terrestre o bien si se extiende además a todos los muertos, como una última oportunidad. 2.a Dan 12,2 y Jn 5,29 suponen una resurrección «para el deshonor y el horror eterno» (Dan) o «para el juicio» (Jn). Pero ¿podría hablarse entonces de resurrección en el sentido de una entrada en la plenitud de la vida con un cuerpo transformado? Ciertamente, no. El Cuarto Evangelio ha unido resurrección y vida en la persona de Jesús (Jn 11,25). Más bien se trata de comparecer para el gran juicio a que se alude en Mt 11,22; 12,41.42; 25,46; Hech 24,16; Ap 20,5.12.13.

El apóstol Pablo, que ya había tropezado con ciertas dificultades en el empleo positivo del término «resurrección» aplicado a Jesús o a los creyentes, supo dar pruebas de una gran perspicacia al no hacer suya la idea de una doble resurrección, tal como puede hallarse en el judaísmo posterior. Hizo de la resurrección la vida por excelencia, reveladora de la persona en su identidad más profunda. No le era posible hablar de una resurrección de los impíos.

¿equivale esto a decir que, incluso por lo que respecta a los creyentes, Pablo no estaba seguro por completo de que todos ellos habrían de llegar a la resurrección? No creemos que haya de entenderse en tal sentido el texto de Filp 3,11. Cuando Pablo dice «para ver si llego a la resurrección de los muertos», es que deja toda iniciativa en manos de su Señor (cf. Filp 3,21). A éste corresponde transformar el cuerpo de humillación en cuerpo de gloria. Pero Pablo pudo tener dos ideas: humildad del perseguidor ante esta gracia que se le hace (como en 1 Cor 15,8‑9) o bien esperanza de Regar a la resurrección en un breve plazo, mientras todavía se encuentra vivo. En este caso le tocaría experimentar la transformación que se sugiere en 1 Cor 15,52.

[Traductor: JEST55 VALIENTE MALLAI