VUELTA A JESÚS

REFLEXIONES PARA UNA

ESPIRITUALIDAD DEL SEGUIMIENTO

Cristianos lo somos sólo aproximativamente, en un movimiento que nunca llega a gozar su referencia última: el Señor Jesús. Esto vale de nuestra praxis cristiana, por supuesto, pero también de nuestra fe y de nuestra espiritualidad. Y aunque esta expresión, espiritualidad, siga teniendo resonancias extrañas para nuestros oídos - sobre todo porque sugiere una insalvable distancia respecto al mundo y a la historia -, si por ella entendemos lo que configura el centro de la existencia cristiana, nada hay tal vez que nos identifique o separe tanto de Jesús como la espiritualidad que funda y moviliza ese centro personal. Por si una primera aproximación etimológica, culta y popular a la vez, nos ayuda a entenderlo, tener "el aire de Jesús" (pneuma equivale a aire y a espíritu y de ahí deriva espiritualidad) o vivir "al aire que más sopla" puede ser hoy el distintivo de los seguidores de Jesús o de los que se dejan llevar por los vientos de otros sistemas de vida (Col 2,8).

RECUPERACIONES MAS URGENTES

PARA UNA ESPIRITUALIDAD DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS, HOY!

Vuelta a Jesús no equivale a fuga histórica hacia atrás ni a imitación calcada de lo que leemos en el Evangelio. Si la fe tiene dos ojos, uno mira hacia atrás - al acontecimiento paradigmáticamente salvador que sucedió en Jesús - y otro hacia adelante, a la articulación de esa salvación en el hoy del hombre perdido. El problema de la espiritualidad cristiana está en acoger hoy su espíritu, en tener hoy el aire de Jesús. Este no es ya el tiempo de Jesús, sino el de su Espíritu: piedra angular y juicio de la ciudad humana, consuelo y fortaleza, amenaza y esperanza dentro del espesor de nuestra historia.

        Tenemos que estar siempre muy atentos a que esos dos ojos, esos dos intereses se mantengan correctamente articulados. El de atrás puede convertir a la existencia cristiana en recuerdo nostálgico de un Vivo que ahora está muerto (espiritualidad evasiva y ahistórica); el de adelante en una rendición incondicional y despistada a ofertas de salvación espuria que nada tienen que ver con el Evangelio.

1. COMO TRASFONDO, LA IDEA MISMA DE SEGUIMIENTO.

El seguimiento tal como Jesús lo exigió e inspiró - una llamada no para el estudio, la segregación o el celotismo sino para la participación con el en la causa del Reino de Dios - constituye algo nuevo que no cuadra exactamente con los fenómenos paralelos judíos o de la historia de las religiones. A través de su llamada, "sígueme", Jesús exigió tales rupturas, tal rendición sin condiciones que sólo es equiparable a la que Dios exigía en la vocación de los profetas del A.T.

¿Por qué es importante recuperar este tema?. No se trata de restaurar una espiritualidad de élites  sino de poner en pie un dato fundamental del Evangelio que se remonta al propio Jesús: el único absoluto de la vida cristiana ante el que toda realidad queda relativizada y llamada a su servicio es el Reino de Dios. Seguir a Jesús, en cualquiera de las formas que adopte este seguimiento, es estructurar la vida en torno a ese eje único, vivir de ese aire, tener esa espiritualidad. Sin ella no hay vocación cristiana en absoluto.

        Ahora bien, en la actividad de Jesús hay un dato evidente cuya recuperación nos es indispensable. La llamada de Jesús no es indiferenciada. Hay un tipo de seguimiento, que se recibe como don y que sólo afecta a quien recibe la llamada, cuyas exigencias afectan a zonas muy profundas del ser y cuya radicalidad resulta inaudita para el tiempo de Jesús y para cualquier otro. En esa clave hay que leer textos evangélicos que contienen palabras antiguas de Jesús, como: "Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos" (Mt 8,22), (No existe una frase de Jesús en la que éste contravenga de una manera más tajante la ley, la religiosidad y la moral judía); "Si uno viene donde mí y no me prefiere (odia) a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta sí mismo, no puede ser mi discípulo" (Lc 14,26); "Vende lo que tienes y dáselo a los pobres... y sígueme" (Mt 19,21); "... y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos" (Mt 19,12).

Esos textos hablan de un personaje carismático que no se predica a sí mismo pero que tampoco deriva su autoridad de la sabiduría antigua o de la ley, que vive en obediencia al Padre pero que se arriesga a hacer valer la voluntad de Dios como si personalmente estuviera en su lugar, que provoca a una rendición total y a una liberación profunda de toda atadura (ataduras tan humanas, por otra parte, como son los muertos, el padre, la mujer...). Y hablan de una causa, pues el seguimiento y las renuncias que conlleva no es función de sí mismo sino del Reino de Dios, margarita preciosa por la que se vende todo, tesoro que provoca la venta alegre del campo (Mt 13,44).

La pregunta es esta: en tiempos de intemperie como los nuestros, ¿qué va a ser lo que nos mantenga con los oídos atentos a esa llamada escandalosa que ha caído sobre nosotros (y bendito sea Dios por ella!) y con la resistencia obediente para no retroceder desde la causa de Jesús a nuestro cuarteles de invierno?. Pienso que, a parte de lo que se diga después, una primera respuesta es ésta: una espiritualidad de fuerte impregnación en lo que Marcos dice de Jesús: "Subió al monte y llamó a los que quiso... para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios" (Mc 3,13-15). Estar con él y echar demonios son los dos términos claves de esa espiritualidad, la materia de la que se nutre toda mística cristiana, toda espiritualidad del seguimiento. Estar con Jesús sin echar demonios (realidades históricas, verificables, que cierran el camino al Reino de Dios) es escapismo espiritualista; echar demonios sin estar con Jesús es humanismo ateo: bueno para los ateos, insuficiente para los cristianos.

2. RECUPERAR LA FE EN LA EXPERIENCIA DE DIOS.

¿Se halla acaso perdida?. En cualquier caso reconozcamos que hay formas de ser creyente que suponen un ateísmo larvado. Todas ellas consisten en no permitir que Dios personalmente se nos haga presente y juegue papeles inefablemente activos en nuestra vida.  Los resultados de esta negativa se manifestarán o bien en hacer compatible una creencia teórica con relaciones inhumanas de dominación o de olvido práctico de los pobres de la tierra (espiritualidad de las clases dominantes y de la burguesía no definida), o bien en fiarlo todo a las estrategias humanas sin prestar la menor fe a la exorcización psicológica y política que tanto necesitamos y que nace del encuentro transformador con Dios (espiritualidad del progreso, de la ciencia o de la revolución sin más).

Nos sobran sospechas sobre la experiencia de Dios y nos falta el valor de hacerla. El ser humano puede experimentar personalmente a Dios. Pero si llenamos los graneros de nuestra conciencia únicamente de teología erudita y modernizante, si únicamente nos adiestramos para ser súbditos incondicionales del "establishment" eclesial, si no nos liberamos de toda seguridad tangible y condicionamientos para abandonarnos confiados en aquella incomprensibilidad que carece de caminos prefijados, si Dios  no se nos hace realidad en los momentos terribles de "impasse" y en los inefables instantes de amor y gozo, entonces habríamos traicionado la espiritualidad de Jesús. "Debería quedar bien claro que el provocar una experiencia divina de este tipo no consiste propiamente en indoctrinar sobre algo previamente inexistente en el ser humano, sino que consiste en tomar conciencia más explícitamente y en aceptar libremente un elemento constitutivo del hombre, generalmente soterrado y reprimido, pero que es ineludible y recibe el nombre de Gracia, y en el que Dios mismo se hace presente de modo inmediato".

Ciertamente hay un precio que pagar por esta experiencia, un lugar desde dónde hacerla para que no la confundamos con nuestras mistificaciones: "el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo". ¿Habrá que insistir una vez más que el amor que no toma formas y compromisos históricos es pura retórica y que esa recuperación la tenemos que intentar no fuera sino dentro de esos compromisos, lo cual incluye "tiempos" especialmente dedicados a ella?.

Un precio y una esperanza eficaz en las posibilidades de tal experiencia. Algunos hemos vivido demasiado tiempo en el esquema poco evangélico de las obras que fuerzan a la Gracia, del Dios que se hace presente por nuestro empeño de fidelidad, hasta que un día nos dimos cuenta de que todo sucede al revés: que El nos amó primero y gratuitamente y que es esa experiencia primigenia y fontal la que posibilita en nosotros ser nueva creatura y obrar correctamente en la historia. Desde entonces el empeño consiste en que esa experiencia que funda el nuevo ser y exorciza al antiguo de sus miedos, autoafirmaciones, mecanismos de dominación, falta de humor, se haga cada vez mayor y genere eficazmente mayor capacidad de dar vida, de resistencia y de esperanza.

Durante demasiado tiempo también creímos que el progreso o las ideologías o la revolución sin más, podrían dar a luz una ciudad humana para todos, de la que hubiera desaparecido todo rastro de dominación del hombre por el hombre, hasta que un día nos dimos cuenta de que eso no sucederá nunca si Dios no está presente como constructor en la ciudad de la que la piedra angular es Jesús. Desde entonces creemos que progreso, ciencia, revolución siguen siendo palancas del Reino pero sólo si están mediadas por el ser de Dios y si se inscriben en los objetivos de Dios sobre la historia y el mundo.

¿Tendremos todavía razón para seguir temiendo esa experiencia de Dios, para seguir siendo "secretos y reprimidos ateos", para considerarla irrelevante en la construcción de una sociedad alternativa?.

3. ESTRUCTURAS DE APOYO PARA UNA FIDELIDAD CONFLICTIVA Y PERSEVERANTE.

La sociología del conocimiento dice que no hay convicción que se mantenga sin una estructura social de apoyo que la haga plausible. Y la experiencia de cada día nos enseña que es muy difícil perseverar en el seguimiento de Jesús cuando la situación circundante tiende a socavar las bases sobre las que se asienta. Entre el desencanto político y la ofensiva neo-liberal, la lucha por la supervivencia y las tendencias restauracionistas en la Iglesia, "buscar el Reino de Dios ante todo" puede convertirse en algo tan contra-cultural que resulte intolerable incluso para el que intenta practicarlo. La realidad es dura como un muro, la eficacia pequeña. Surge como un letargo de cansancio ante la dificultad de encontrar y poner en práctica nuevas estrategias. Nuestra situación se parece bastante a la de la segunda etapa de Jesús. ¿No tendremos que aplicarnos también su terapia: dar a Dios y su Reino no sólo acción sino también nuestros pensamientos y nuestra propia vida?.

Al hablar de estructuras de apoyo de una espiritualidad para tiempos difíciles, hay que referirse a ésa en primer lugar: la cruz y todo lo que ella significa como fuerza de perseverancia y de paciencia histórica sin que la desilusión, el reflujo o la contradicción nos hagan volver a posiciones fáciles. Pero tal vez eso sólo no baste porque sigue en pie la pregunta de qué o quién mantendrá en nosotros esa convicción y la decisión misma de existir totalizadoramente para el Reino de Dios.

En mi opinión es éste el momento en que la comunidad está llamada a ser la estructura social de apoyo fundamental de la fe: el lugar donde la opción por el Reino se experimenta como fraternalmente recibida e impulsada, agradecidamente celebrada y pedida en la oración personal y sacramental, exigentemente discernida en sus traducciones históricas concretas. Porque tampoco lo anterior, sin esto, basta. Lo que hará que esta necesidad de la fe no termine en involución es su referencia continua a los "reversos de la historia" desde donde Dios nos llama. Establecer sistemas de análisis de la realidad que vivimos y dar con las estrategias que sean posible en cada momento (no hay pared que no tenga un buraco) es la tercera estructura de apoyo necesaria para una espiritualidad del seguimiento de Jesús, hoy.