EL ESPIRITU SANTO, EL REINO Y LA OPCION POR LOS POBRES

LOS DESAFÍOS SOCIO POLÍTICOS...

P. Nicolas Alessio, Argentina

“El Gran Jubileo es inseparable de la reflexión sobre el Espíritu Santo, ya que la Encarnación se realizó por obra suya...Espíritu de Verdad, de Vida y de Amor...”

Caminando hacia el Tercer Milenio, 27 de Abril 1996 (Conf. Episc. Argentina)

"allí donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad." (II Cor. 3,17)

"es muy grande la exigencia de fidelidad al Dador de toda la vida, al Espíritu Santo...”  JEP 145 (Doc. sobre Catequesis del  Episcopado Argentino)

Introducción

 1.Sigue siendo verdad que, en líneas generales, para nuestras comunidades, el Espíritu Santo es el "gran desconocido". La fiesta litúrgica de Pentecostés es un desafío. De hecho, queda como muy pequeña, entre las fiestas Pascuales, las Navideñas, las Marianas y la de los Santos patronos. Hay que reconocer que muchas veces falta creatividad pastoral (litúrgica y catequética) como para explicitar más y mejor, la actividad del Espíritu, en los tiempos litúrgicos anteriores y posteriores a Pentecostés.

 2.Tambien hay que reconocer que, en nuestra cultura dualista, la falta de "concretes" (si cabe la expresión) del "espíritu" y de lo "espiritual", no ayuda a la hora de tomar conciencia de esta presencia personal del Dios trinitario en nosotros y en nuestra historia.

3. Por otro lado, hace falta superar el temor y la reacción que nos generan los "espiritualismos" de ciertos movimientos exageradamente devocionales o desencarnados, muy ligados a cierto “pentecostalismo”, a nuevos movimientos religiosos, o a sectas. Lo tendremos que hacer convencidos de que el verdadero Espíritu, es el de la encarnación, aquél que nos cubre con su sombra y aleteaba en las aguas del génesis, muy lejos entonces de la alienación de ciertas propuestas fideístas, devocionalistas o fundamentalistas. Aunque parezca paradójico, vamos a discernir ciertos escapismos espirituales desde el mismo Espíritu.

Por todo esto, creo que se hace urgente ayudar a despertar una conciencia religiosa más marcada por el Espíritu. La preparación al Jubileo, en el año dedicado al Espíritu, será una oportunidad más para este trabajo pastoral. Se trata de ayudar a una nueva espiritualidad (“caminar en el Espíritu”),una nueva espiritualidad más signada por la fuerza y la acción del "Viento" de Dios. Vamos a intentar entonces, brindar algunos ejes de reflexión, que permitan a nuestras comunidades, ligar y articular, los desafíos creyentes de la realidad socio- política con el Espíritu de Jesús, el defensor (“paráclito”) de los pobres y el garante del Reino.

Por otro lado, también es bueno apuntar, que una auténtica dimensión cristológica de la pastoral (cristocentrismo en la catequesis, p.ej.), supone una permanente referencia a la promesa de Jesús. Sin una correcta e insistente “pneumatología" se reduce, se achica, se parcializa el misterio de Cristo Jesús.

l. El Espíritu y la Creación...el Viento.

 El Espíritu del Dios que crea es universal. La creación es un gesto que abarca la totalidad de lo existente, el macro y el micro cosmos. Los bienes de la creación son entonces gracia y regalo para todos. Nadie en particular se los puede apropiar, son de todos y para todos, es la destinación universal de los bienes. Sin embargo, asistimos cada vez más a un sistema económico mundial que concentra bienes y poder en manos de grupos privilegiados en desmedro de la vida de las mayorías y en desmedro de la vida del planeta.

 El Espíritu en la creación, nos ayuda a reflexionar sobre su presencia en todo tiempo (historia) y en todo espacio (geografía), desde el principio, desde el origen. Un universo “sacro”, “santo”, “consagrado” desde sus inicios. El universo es así lugar y templo del Espíritu. Todo lo creado trasluce la presencia de los vestigios de Dios, semillas del Verbo, trascendentalidad de lo inmanente. Presencia del “Reino” (como lugar del “reinado”, acción de Dios) anterior a toda institución. Desde aquí podemos entender el valor de las religiones nativas, el valor de toda cultura, como expresiones de este Espíritu. Desde aquí podemos evitar ciertos dualismos maniqueístas: lo “material” (la tierra, el cuerpo) igual a pecado; lo “espiritual” (el cielo, el alma)igual a santidad. El Espíritu está “metido”, “encarnado”, “presente” en todo lo creado. Así, la historia, es siempre “historia de salvación” (que no excluye el pecado), es historia “santa”, no hay dos historias. Es así que debemos incluir la perspectiva ecológica, el cuidado de la casa común, y una visión ética de la “eco-nomos” que supere la perspectiva neoliberal, como una de las dimensiones de la vida espiritual, es decir, de la vida según el Espíritu.

La creación es una actividad permanente del Espíritu. No queda atada al pasado. Dinamismo que “suscita” siempre cosas nuevas. Es el que “resucita” (suscitar de nuevo) siempre. Así, lo auténticamente nuevo, como fruto del Espíritu, es siempre una interpelación a superar barreras, a transitar nuevos caminos, es siempre crítica de todo modelo estático, cerrado, conservador o absolutista: es llamada a la libertad.

En el vértice de la creación el varón y la mujer, son particularmente “vivificados” por el Espíritu: Dios “sopló”. El Espíritu es Vida, es Sangre que corre en los cuerpos femeninos y masculinos. Un mismo Espíritu, una misma dignidad e igualdad originaria que debe ser recuperada en tiempos fuertemente “patriarcales”. El mismo Espíritu que ha fecundado a la tierra madre, “unge” al varón y a la mujer para una tarea: dominar (como cuidado y servicio) y fecundar. Tareas reveladoras de una dignidad sin igual, las raíces de todo lo cultivado, de toda cultura. La “universalidad” de esta presencia no es “uniformidad”. Cada tiempo y lugar tiene una “encarnación” necesariamente particular, especial, diferente: no hay lugar para las pretendidas hegemonías culturales. Así, ningún hombre puede ser tratado como cosa, ni como medio, ni como instrumento, ni como variable de ajuste, ni como mercancía del mercado, ni como estadística en los planes de ajuste.

El “Ruah” (soplo del viento en hebreo) es femenino. Nada más ligado a lo femenino que gestar y parir, la vida que nace, fecundidad permanente. Dimensiones femeninas de lo divino. Dimensiones a profundizar de la fe popular en la mujer madre-virgen de Jesús, tocada, embarazada, gratificada por el Espíritu.

2.El Espíritu y el trabajo... la Tierra.

La “fuerza de lo alto” (Lc 24,49), es fuerza y energía creadora, liberadora. El Espíritu ha ungido al varón y a la mujer para que con su fuerza sean creadores, autores, “señores”. El “soplo”, que es “vida”, es también esta capacidad de ser fecundos, artistas, creativos. El trabajo, participación concreta en este dinamismo, tiene sentido en orden a lograr cada vez más vida, vida en plenitud, en permanente ensanchamiento. El trabajo aparece como don del Espíritu, para ser y crecer, para construir y cuidar, para recrear y servir. Esta permanente “creación de nuevo” que se realiza por el trabajo es fruto del Espíritu. El desempleo estructural, la falta de un trabajo digno para millones de hermanos, es un pecado contra el Espíritu, porque mata en el hombre la capacidad de ser imagen del Dios viviente. Trabajar es desplegar todas las fuerzas interiores, para hermosear la casa común, para que no deje la tierra de fructificar. El trabajo nos hace “amigos” de la tierra, sus custodios celosos, sus “jardineros”. Así nos reconciliamos con la tierra, en una actitud de respeto y simpatía con lo creado. Nunca el uso destructivo. Por el trabajo la tierra se va haciendo “pachamama”. Pero no hay trabajo sin trabajadores. El robot no trabaja, obedece. El trabajador tiene la vida que es don del Espíritu. Pecar contra el trabajador es pecar contra el Espíritu, es atentar contra su vida. Robarle es quitarle vida. Robar el fruto del trabajo (apropiarse del salario), obligar al trabajo-esclavo (en condiciones indignas), o impedir la posibilidad de trabajar (para obtener ganancias económicas) son pecados graves contra el Espíritu.

El trabajo, como posibilidad de que cada cultura se desarrolle, crezca y se exprese, va haciendo posible el Reino, lo va instaurando. El Reino, expresado en la pluralidad y multiplicidad de expresiones diferentes de una misma universalidad es fruto del Espíritu. Pero no hay que confundir universalidad con dominación. La casi mítica nueva realidad de la “globalización”, en un intento hegemónico pocas veces conocido, pretende imponer modelos culturales. Dominar es uniformar, nadie se sale del esquema. En estos tiempos, el “espíritu” del capitalismo renovado es el que se impone, y se impone uniformando la miseria para las mayorías y el despilfarro para unos pocos. Este “mal espíritu” del capitalismo, es también agresivo con la tierra: la destruye, no la domina para cuidarla, sino para devastarla. Es así que el Espíritu de Jesús, se hace también fuerza para resistir. Si nos han encerrado los miedos, el “no teman” es una invitación a la acción. Esta fuerza se hace esperanza para aquellos en quienes viven según el Espíritu, los dañados, los torturados, los despojados. El Espíritu clama libertad, justicia, vida digna de aquellos que se descubren hermanos e hijos de su “Abba”. Gemidos de los que no se someten a vivir de las migajas y de los restos.

Así, los desafíos económicos, sociales y políticos (desempleo, concentración de capital, nuevas tecnologías, modelos, sistemas, ideologías, etc.) aparecen no sólo como una cuestión teórica de eficacia, rendimiento técnico o de posibilismos, sino cómo una cuestión principalmente ético-teológica: afecta a nuestra fe en el Dios Espíritu viviente. Hay un imperativo nacido de la espiritualidad (seguimiento del Espíritu): cuidar, sostener y multiplicar la vida.

El Espíritu en la comunión...el Fuego.

No se puede entrar en el Reino sino se es nacido del Espíritu, de aquel río de agua viva que brota del corazón inocente crucificado. Así es que el Espíritu es amor (Rom 5,5), comunicación, encuentro, nexo, relación, comunión. La vida en el Espíritu tiende necesariamente a reunir, a reconciliar, a congregar, a ponernos en “sínodo” permanente, en asamblea convocada (“qahal”, “ekklesia”) de aquellos que superan la noche y el desierto. Nos hacemos pareja, familia, amistad, comunidad, pueblo en el Espíritu que nos une y nos redescubre un rostro común: el de hijos, el de hermanos, el de amigos y compañeros (los que comparten el pan). Sin Espíritu, las estructuras institucionales, son vacías e inertes. Son atadura y represión, son esquemas vetustos sin vida. El Espíritu, que permite la igualdad, también sostiene las diferencias. Reúne y enriquece la reunión “con” y “en” las diferencias. Es fuente de carismas, particularidades al servicio de la vida, riquezas diferentes al servicio de la comunión. Sopla donde y cómo quiere si atarse a ningún templo, santuario o altar. El servicio, la solidaridad, la entrega, son signos de su presencia. Así, las rupturas de la comunión, los divisionismos, las exclusiones, los prejuicios, son pecados contra el Espíritu. Excluir del disfrute de los bienes creados a millones de hermanos y hermanas, excluirlos de la mesa común, tal como lo realiza el neoliberalismo, es un pecado contra el Espíritu. Por otro lado, vivir en comunión, en amistad con lo y los diferentes, vivir en códigos de fraternidad y macro-ecumenismo, son explicitaciones y experiencias, aunque frágiles y nunca acabadas, del Reino de Jesús. Así, cuando el Espíritu está presente, se pueden encauzar las tensiones comunitarias, no hay anarquía (el Espíritu anima, orienta, conduce) ni tiranía (el Espíritu es siempre nuevo, inabarcable, impredecible, abierto).

Desde esta perspectiva debemos también revalorizar la comunión en su dimensión sexual: la pareja, el matrimonio, la amistad. Redescubriendo el cuerpo, los sentidos (especialmente el tacto),la piel, la sexualidad como posibilidad y espacio para el encuentro y la comunión. Espíritu y carne no son vocablos contradictorios, no se niegan el uno al otro, por el contrario, son armónicos, complementarios, dimensiones de una única realidad.[1] El cuerpo hace patente toda su dignidad cuando afirmamos que es “templo” del Espíritu. El cuerpo le permite al Espíritu explayarse, difundirse, comunicarse, impregnarlo todo. Notemos entonces la gravedad de aquellos pecados contra la “corporeidad”: negar la comida, negar el vestido, negar el hábitat, negar la salud, negar la libertad por la explotación genital, negar el placer por la represión-culpa, etc...paradójicamente, esos pecados contra el Espíritu, son decididamente “materiales”.

Los pueblos son también, analógicamente, “templos” del Espíritu, lugares de su epifanía. El Espíritu conduce la historia de los pueblos hacia la tierra sin males. Conduce, guía, orienta, fortalece, anima, recrea la esperanza, defiende, consuela (el “paráclito”) y libera. Conduce a la verdad, esa verdad que es vida en plenitud, que es camino a recorrer, que estará siempre un poco más halla del horizonte (Jn 14,15ss). Todo proceso de liberación, todas las luchas, todos los intentos populares por vivir en la verdad, en esta perspectiva, son frutos del Espíritu. Por eso, los movidos por el Espíritu tienen el coraje de los mártires, resisten siempre al temor paralizante, niegan siempre la cobardía de los que se encierran, rechazan las falsas prudencias de los que inmovilizan o sólo se atienen a los posibilismos. Este Espíritu de la Verdad es la matriz de las utopías. En este sentido, la paz que procede del Espíritu, no tiene nada que ver con la ausencia de conflictos. Por el contrario, el “habitado” por el Espíritu, necesariamente entrará y provocará conflictos. Este Espíritu pone siempre en conflicto, en crisis, siempre cuestionará cierto “orden” que no es más que la imposición de los que dominan. Es el “fuego” que con pasión Jesús desea que estuviera ardiendo. Es el que nos defenderá y nos consolará comunicándonos su propia elocuencia en aquellos momentos donde seremos juzgados por los tribunales de la iniquidad(Mc 13,11ss).

El Espíritu y la fiesta...el Agua.

El Espíritu es Vida, y no hay vida plena sin celebración. Con las celebraciones el hombre se apropia de las energías primordiales del universo. Celebrar es hacer de lo cotidiano (una cosecha, un nacimiento, una comida, una reconciliación, una muerte...)un espacio de gratuidad, de promesa, de resistencia, de contención, de gozo, de magia creadora. El Espíritu nos mueve a celebrar, nos inspira al canto y al júbilo (Efes 5,18ss) y eso ayuda al peregrino, al caminante, María de Nazareth y su prima Isabel, llenas del Espíritu cantan de felicidad...En la fiesta nos ayudamos a disfrutar y a percibir mejor el sentido de lo gratuito, de lo puramente otro. Lo gratuito remite siempre al Espíritu creador y liberador. Con la fiesta podemos elaborar y resignificar los duelos existenciales, la fiesta los acoge, los asume, los ritualiza y, sin negarlos, los trasciende. A través de la fiesta canalizamos el sentido mágico, simbólico, ritual, religioso de todo hombre. La fiesta descubre siempre un más allá de lo que vemos, del mero fenómeno. La fiesta ayuda a percibir, sentir, descubrir la trascendencia (eso que no es visible a los ojos) sin salir de la inmanencia, al contrario, a partir de lo inmanente. Por otro lado, la celebración remite siempre a la comunidad, celebrar solo es un contrasentido. La comunidad es el lugar para la fiesta y cuando la comunidad está amenazada, en la fiesta puede “ver” el horizonte de sus luchas y “resistir” la conflictividad. La fiesta cicatriza heridas y restaura para la lucha. La fiesta anticipa la promesa y hace patente la utopía. Para los que dominan, la fiesta es siempre peligrosa, sobre todo cuando se trata de la fiesta de los pobres, de los que no tienen permiso para festejar, porque congrega y da fuerzas. La fiesta es siempre transgresión, exceso, desmesura...se baila y canta aún cuando la racionalidad nos exigiría recato y orden, es siempre un buen vino que sobra, sacramento del Espíritu abundante y sin fronteras, excesivamente generoso, no mezquino. El sentido festivo expresa una profunda sabiduría: el lugar del placer y del gozo como connaturales al vivir, a la vida “abundante”. Vivir no es sobrevivir en los límites de la dignidad. Expresa la primacía del “eros” sobre el “logos”. Cuando la globalización impone la lógica fría de la eficacia pragmática, sin consideraciones ni éticas ni humanas, la fiesta afirma la necesidad y el derecho a la ternura, a la pasión, al afecto, a la poesía.  No es casual que sean los pobres los que genuinamente conservan casi virgen el sentido de la fiesta. Las fiestas de los ricos es para hacer negocios o para ostentar poder. La fiesta del pobre es un momento donde se expresa toda la riqueza de los valores de su espiritualidad. Una espiritualidad sin reglamentos ni fundadores, una espiritualidad nacida en el frío, la impotencia, el hambre y el barro. Por eso, en la fiesta de los pobres, se pone toda su realidad, todo el cuerpo, toda su sexualidad, todos sus bienes(comer y bailar son los núcleos simbólicos esenciales de esta riqueza popular). Adorna todo lo que puede, pero no se pone máscaras. La fiesta del pobre expresa lo cotidiano, lo espontáneo, el encuentro, el gozo sin culpa, la transgresión, liberadora, no excluye, hay lugar para todos, personalizada, comunitaria, solidaria, dan lo que tienen, desinteresada, comprometida.

La Fiesta es sacramento del Espíritu. El Espíritu es el que resucita a Jesús (Rom 8,11 ss). Toda fiesta anticipa la resurrección y participa de ella. La fiesta es, por eso, siempre sacramento: memoria, actualización y promesa. El Espíritu es el que da vida a los ritos y signos sacramentales. Con la fiesta se resiste y lucha contra el dominador, contra el que quiere la muerte. La fiesta anticipa siempre la vida y revela, en el ritual

simbólico, en el canto, la comida y la danza, la utopía mesiánica. La fiesta permite, aún en medio de la muerte y el sufrimiento, un espacio gratuito de vida. El Espíritu es el que “unge” al profeta para anunciar el año de gracia y de fiesta para los pobres, los esclavos, los excluidos, los marginales. La fiesta anticipa el futuro, el último día, que siempre será de Dios. La fiesta es también memoria, recuerdo, es ritmo histórico donde los instantes de lo eterno son “kairós”,  tiempo de siembra y cosechas. Desde la fiesta se alienta, contagia y multiplica la esperanza, aquella que se sostiene con la presencia rebosante de la fuerza del Espíritu (Rom 15,13),donde la aridez y la esterilidad se abre siempre a la simiente nueva y al gozo de nuevos partos. Sin fiesta no hay espiritualidad posible. En las situaciones de rupturas comunitarias, la fiesta se presenta también como posibilidad de reencuentro y perdón, de arrepentimiento y reconciliación, de “nueva vida”.

Consideración abierta

Los “espiritualismos” (que pretenden siempre hegemonizar lo espiritual) son negaciones profundas del Espíritu. Intimidad, soledad fecunda, oración, contemplación, mística...jamás exigen “extrañarnos” del “siglo” presente, por el contrario, exigen una presencia cada vez más “embarrada” en las miserias y las expectativas de la historia. El Espíritu, que habita en lo secreto de nuestro cuarto y en lo secreto de nuestros rincones síquicos, es el que cubriendo con su sombra a la pequeña de Nazareth ayuda a Jesús a poner su tienda entre nosotros. Así, el Espíritu, como fuerza interior (no intimista) es la raíz y la posibilidad de la liberación de todos los fantasmas y demonios introyectados. Es consistencia, profundidad, densidad de lo divino y así, presagio de las más absoluta de todas las libertades.


 

[1] No negamos que en ciertos contextos bíblicos, lo “espiritual” y lo “carnal”, expresen realidades opuestas: las tendencias al pecado-muerte como adversarias de las tendencias al bien-vida. Simplemente queremos subrayar la unidad de las dimensiones. Obviamente que estamos hablando desde una perspectiva integradora, de concepción unitaria, y no desde la mentalidad dual o patriarcal. Cuando decimos “cuerpo” o “carne” nos estamos refiriendo siempre a la totalidad de la persona en su dimensión material, biológica.