EL HOMBRE Y LA VIDA

Carlos Bazarra, ofm. cap.

Cuadernos Franciscanos, Chile, 1989 Nº 86

 

 

"El hombre se deshumaniza si se aleja de Dios, del hermano y del mundo. No será más hombre, buscando su autonomía contra Dios, ni rechazando al otro, ni abusando despóticamente de las criaturas. Será verdaderamente hombre abriéndose a Dios y al hermano, y dignificando la tierra que le rodea. El daño causado a los demás, revierte sobre nosotros mismos. Un ambiente deshumanizado, nos deshumaniza. Lo que lleva a la divinización es una genuina humanización trascendente".

En los cerros y en la periferia, en las favelas y en los ranchos, la gente se esfuerza por crear una vida nueva. Las condiciones son infrahumanas. Desde el no‑hombre, intenta ponerse en pie el hombre. El agua, o no llega o es escasa. La suciedad de las cloacas corre entre las casas de latón. Y los niños se han familiarizado con las cucarachas, con las ratas y con una infinidad de gérmenes patológicos. ¿Será una trágica ironía lo del profeta Isaías: "El niño de pecho pisará el hoyo de la víbora, y sobre la cueva de la culebra el pequeñuelo colocará su mano" (Is 11, 8)?

¿Es éste el mundo que Dios soñó? ¿El mundo de la contaminación, de la superpoblación, de la extenuación de los recursos naturales, de la carrera armamentista, de la manipulación genética?

Nos vamos a asomar al Paraíso, representación antropomórfica del proyecto divino. La Teología de la creación, desde la realidad latinoamericana, ¿tiene algo que decirnos?

¿Los movimientos ecologistas, como Greenpeace, Die Grünen, Amigos de la Tierra, etc .... están respondiendo a las exigencias del Creador o es un capricho sentimental?

Y frente al ecocidio contra la fauna y la flora, y hasta contra la misma población humana, frente a la precipitación ácida que afecta los ecosistemas, frente a los desperdicios atómicos, ¿tiene el hombre que cruzarse de brazos pasivamente?

Los franciscanos también nos preguntamos: En este caos, ¿dónde está Dios? ¿Y dónde tenemos que estar nosotros? No es un problema meramente mundano. Hay un trasfondo teológico y humano. ¿Qué nos pide Dios en esta crisis ecológica?

1. REFERENCIA BIBLICA

Composición de lugar

Primero es la vida; después la reflexión y la escritura. El pueblo israelita ha vivido su historia. "Yavéh dijo a Moisés: Escribe esto en un libro para que sirva de recuerdo" (Ex 17, 14).

El Credo de Israel es historia, no metafísica: "Eramos esclavos del Faraón en Egipto y Yavéh nos sacó con mano fuerte" (Deut 6, 21).

Con gran probabilidad el primer escrito (llamado yavista) se hace durante la segunda mitad del reinado de Salómón, en el siglo X antes de Cristo[1]. Y el relato de los orígenes refleja la historia de bendiciones y maldiciones que el pueblo experimentó en su vida.

El proceso de Israel fue un camino desde la liberación a la creación[2]. El dato de partida es la liberación. El sustrato es el poder creador de Dios. La fe en la creación es punto de llegada. Esto nos explica cómo en esta fe se recogen y reflejan los rasgos de la historia. Para el yavista, la historia es un entresijo de bendición y maldición.

1.2 Bendiciones y maldiciones

La clave para entender el documento yavista pueden ser los primeros versículos del capítulo 12 del Génesis: "Te bendeciré... sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra" (Gen 12, 2‑3).

Pero antes se han tenido que masticar con lágrimas una serie de maldiciones como consecuencia del pecado. A la serpiente: "Maldita entre todas las bestias" (Gen 3, 14). "Maldito sea el suelo por tu causa" (Gen 3, 17). A Caín: "Maldito seas lejos de este suelo" (Gen 4, 11). "Por causa del suelo que maldijo Yavéh" (Gen 5, 29). "Maldito sea Canaán (Gen 9, 25).

A una tierra llena de violencias (Gen 6, 11 y 13) y exterminada por las aguas torrenciales, seguirá la bendición del arco iris (Gen 9, 13) como fin de las lluvias devastadoras.

Bendición y maldición se van a reflejar en la narración de los orígenes. Porque la vida es objeto de bendición. Pero a la vida ha precedido el llamado de Dios. Desde el signo de muerte que fue la esclavitud de Egipto, Dios los llama a ponerse en camino, en seguimiento del mismo Yavéh. Es la cultura nómada, el peregrinar por el desierto. Después alcanzarán la tierra prometida, la cultura sedentaria, la bendición.

Sin embargo, no debemos precipitarnos a separar vocación y bendición, historia y vida. En la Biblia coexisten llamada y bendición. El culto celebra los acontecimientos históricos salvadores, pero va en busca de la bendición[3].

1.3 Hombre y naturaleza

La narración yavista describe al mundo sin el hombre como un erial. "No había arbusto ni hierba..." (Gen 2, 5). La razón de esta sequedad: "Ni Dios había hecho llover, ni había hombre que labrara el suelo" (Gen 2, 5). ¿Es la experiencia del pueblo caminando 40 años por el desierto? ¿Es el caos y la confusión de que habla el documento sacerdotal en Gén 1, 2 [4].

El desierto es un paradigma bíblico. El problema de la sed es relevante: "Caminando tres días por el desierto sin encontrar agua... El pueblo protestó contra Moisés diciendo: ¿Qué bebemos?" (Ex 15, 22‑24). "¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed?" (Ex 17, 3).

El hombre se forja así, en la sequedad; se va curtiendo en el desierto. El hombre, dice el yavista, es creado del polvo de la tierra (Gen 2, 7).

El hombre surge del desierto. Y a su vez, con la lluvia de Dios, el hombre transformará el desierto en un jardín. Brota la vida (el árbol de la vida) y la inteligencia (el árbol de la ciencia) (Gen 2, 9). La vida se humaniza. Del paradigma del desierto se llega al paradigma del Edén. Dios y el hombre, en armonía, han realizado el milagro.

Pero el yavista, cuando escribe, es testigo de los jardines cerrados, de árboles frutales y animales domesticados, que pertenecían a los reyes y a sus magnates, que se creían dioses[5]. Era el egoísmo, la soberbia, la apropiación indebida, que en la institución de la monarquía había previsto el profeta: "Tomará los campos de ustedes, sus viñas, sus mejores olivares... sus mejores bueyes y asnos y les hará trabajar para él... Ese día se lamentarán ustedes a causa del rey que se han elegido" (1 Sam 8, 14‑18).

Viene el primer juicio negativo en la creación: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gen 2, 18). Es el hombre que se aísla, que rehúye la comunicación, que se encierra. El hombre es un ser abierto, social. Dándose a los demás, se encuentra a sí mismo.

El desfile de animales ante el hombre es ambivalente. Debe comenzar por reconocerlos, respetarlos. Es lo que significa ponerles nombre (Gen 2, 20). En algún modo los dignifica. Pero al mismo tiempo debe cuidar el hombre de no animalizarse, degradándose. El hombre debe reconocerse hombre, y descubrir que el animal "no es una ayuda adecuada" (Gen 2, 20). La mujer sí. Igualdad fundamental del hombre y la mujer. Nada de qué avergonzarse (Gen 2, 25).

Hasta aquí la narración de una historia de vida humanizadora, del desierto al vergel, del hombre solitario al hombre solidario. La bendición original es la armonía de la creación. En seguida, la maldición, el absurdo del pecado.

1.4 El pecado deshumanizador

Sin adentrarnos en toda la narración yavista, los capítulos 3 y 4 del Génesis ofrecen lo nuclear del pecado. Se ha formado un círculo familiar entre Dios, el varón y la mujer, y el animal. Con su jerarquía patente. Dios Creador, por encima. En medio, hombre y mujer en igualdad solidaria. Debajo, el animal amistoso.

Por insinuación de la serpiente, el hombre quiere ser Dios (Gen 3, 5). En el fondo, de lo que se trata es de renegar su condición humana, esencialmente precaria y creatural. No acepta ser hombre, humano‑Adán. Pero su osadía subraya su debilidad. En vez de subir, baja. Se degrada poniéndose al nivel de los animales. Ahora sí tiene de qué avergonzarse (Gen 3, 7). Ha abusado de su inteligencia, devorando su fruto. El hombre es humano respetando su racionalidad, no actuando en contra de ella:

Se ha roto la armonía. Ahora el hombre degradado ya no merece respeto a los animales, que se le vuelven hostiles y rivales (Gen 3, 15). El mundo ha dejado de ser paraíso.

El capítulo 4 del Génesis describe el otro pecado, el de Caín. Porque el hombre no ha aceptado ser humano, tampoco aceptará ser hermano. Fuera del ámbito de la cordialidad humana, no hay hermandad. Caín mata al hermano. No es preciso llegar a la desaparición física. Basta el odio, como nos dice Juan: "Todo el que aborrece a su hermano es un asesino" (1 Jn 3, 15), y como lo señaló claramente el mismo Jesús: "Han oído que se dijo a los antiguos: `No matarás, y el que mate, será reo ante el tribunal'. Pues yo les digo: `Todo el que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal' " (Mt 5, 21‑22).

He aquí la narración de una historia deshumanizadora: del hombre al no‑hombre, del jardín al desierto, de la vida a la muerte. Es la maldición intrahistórica. Se ha perdido la humanidad y la hermandad, nos alejamos de Dios, y la fauna y la flora sufren las consecuencias deshumanizadoras.

La conclusión que se deduciría del relato yavista sería simple y a la vez muy densa: El hombre se deshumaniza si se aleja de Dios, del hermano y del mundo. No será más hombre, buscando su autonomía contra Dios, ni rechazando al otro, ni abusando despóticamente de las criaturas. Será verdaderamente hombre abriéndose a Dios y al hermano, y dignificando la tierra que le rodea. El daño causado a los demás, revierte sobre nosotros mismos. Un ambiente deshumanizado, nos deshumaniza. Lo que lleva a la divinización, es una genuina humanización transcendente[6].

2. HISTORIA MONACAL

2.1 Huida al desierto

Durante los 3 primeros siglos de la iglesia, los cristianos eran pocos, pero con un grado notable de autenticidad. Las persecuciones garantizaban la sinceridad de los discípulos. Se jugaban la vida, y asumían el riesgo conscientemente.

Con la paz del emperador Constantino, año 313, la Iglesia dejó de ser "subversiva" y se transformó en religión privilegiada. Las conversiones en masa aumentan el número, pero la calidad decrece. Se inicia, con la era constantiniana, una época de mediocridad eclesial. En estas circunstancias se da el fenómeno del Monacato, la huida al desierto. En estos hombres y mujeres que lo abandonan todo, revive con fuerza el pensamiento de la creación original. Hay que re‑crear el mundo desde sus cimientos. La ciudad se ha corrompido; la vida sedentaria e instalada ha favorecido la decadencia. El confort termina por deshumanizar al hombre.

Se refugian en el desierto para comenzar el proceso de re‑creación en el erial, donde Dios creó al hombre del polvo. Es la evocación del peregrinaje del pueblo a través del desierto durante 40 años. Los monjes se consideran peregrinos en busca de la tierra prometida, que para ellos se sitúa en la otra vida del más allá, si bien tiene sus raíces en este mundo[7].

La espiritualidad del desierto recobra nueva pujanza. En tiempos de Cristo existían los esenios, que habitaban en el desierto junto al mar Muerto. Juan el Bautista predicó en el desierto. Y el mismo Jesús pasó una temporada en el desierto, antes de iniciar su vida pública (cfr. Mt 4, 1‑11). En nuestros días destaca la figura de Charles de Foucauld, que vivió en el desierto de Marruecos y donde murió asesinado el 1 de diciembre de 1916. Los Hermanitos de Jesús, con gran sentido evangélico, están profundizando esta espiritualidad de desierto[8].

2.2 Espiritualidad monacal

Indudablemente, detrás de esta retirada al desierto hay toda una motivación evangélica. Los monjes consideraban la vida como un combate, una ascética, y quienes sabían afrontar la batalla, llegaban a la perfección que se manifestaba como regreso al Paraíso. San Benito alude a la escala que une la tierra con el cielo, mediante la humildad: "Subidos, pues, finalmente todos estos grados de humildad, llegará el monje en seguida a aquella caridad de Dios que, siendo perfecta, excluye todo temor (1 Jn 4, 18). Por ella todo cuanto antes observaba no sin recelo, empezará a guardarlo sin trabajo alguno, como naturalmente y por costumbre; no ya por temor al infierno, sino por amor de Cristo y cierta costumbre santa y por la delectación de las virtudes. Lo cual se dignará el Señor manifestar por el Espíritu Santo en su obrero purificado ya de vicios y pecados"[9].

Este Paraíso al que se regresa no es un lugar, obviamente, sino un estado de madurez personal y cristiana, en el que lo difícil se troca en fácil, la ignorancia en sabiduría, el temor en amor. El monje en esta fase de victoria recupera el estado de Adán inocente. Así lo describe, por ejemplo, S. Juan Crisóstomo: "El trabajo de los monjes es el mismo que el de Adán al principio, antes de su pecado, cuando estaba revestido de gloria y conversaba familiarmente con Dios"[10].

Aunque tenía su comienzo ya en este mundo, se trataba más bien del Paraíso escatológico, en el que el hombre llegaba a disfrutar del cuerpo espiritual del que habla Pablo en 1 Cor 15. Por eso el propiamente prototipo para el monje era el segundo Adán, Cristo resucitado.

Es nota característica la cantidad de anécdotas que se cuentan en las vidas de los anacoretas y cenobitas, que describen a los animales dañinos, leones, serpientes, cuervos, escorpiones, respetando y obedeciendo a los ascetas del desierto. Gracias a su ascetismo y a la gracia de Dios, el santo llega a disfrutar una perfecta armonía interior y exterior con el mundo ambiental; no se deja exaltar ni abatir; conserva un sano equilibrio.

A esto hay que añadir el alto grado de contemplación que, se decía, alcanzaban. Era la llamada oración pura. La mente quedaba despejada de lo terreno y se unía a la divinidad, que de por sí excluye toda representación imaginativa, todo elemento discursivo[11].

2.3 Sábado y Domingo

Este tipo de espiritualidad suscita algunas reflexiones. Se intuye cierta dicotomía, y la preferencia se la lleva la contemplación, en el binomio "Ora et labora". Se acentúa la índole intimista, y no se ve muy marcada la preocupación social. El mundo es el escenario del drama, y no aflora una teología de la creación que exija nuestra colaboración para forjar aquí en la tierra una sociedad más humana y más fraterna. Ciertamente no se le puede pedir a una época la comprensión de la globalidad, pero el equilibrio ecológico no era una preocupación de los que se refugiaban en el desierto. La relación creación‑justicia-ecología‑paz se irá descubriendo progresivamente bajo la iluminación del Espíritu.

Hoy afirmamos que la creación no es simplemente el establecimiento de un orden natural sobre el que se edificaría después el sobrenatural. La creación es ya un acto salvífico, es histórica, y a través de ella se va revelando la palabra de Dios[12].

Pero es sugerente ver cómo para los judíos, con el documento sacerdotal (Gen 2, 2‑3) se cierra la obra creadora con el Sabat, y se institucionaliza el día sábado, como el reposo de Yavéh y el de los hombres, mientras que el Cristianismo ha pasado la importancia de la semana al primer día, el día del sol, el domingo, como retomando la obra creadora que hay que continuar. Escribió en este sentido San Justino: "Nos reunimos precisamente el día del sol, porque éste es el primer día de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia, y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron, en efecto, la vigilia del día de Saturno, y a la mañana siguiente de ese día, es decir, en el día del sol, fue visto por sus apóstoles y discípulos[13].

Creación y Resurrección aparecen en conexión y continuidad lógica. Cristo rompe con el sábado para continuar trabajando como su Padre (Jn 5, 17) y estableciendo con esta ruptura un signo de esperanza y de vida[14]. Los cristianos asumimos como fundamental el primer día de la semana para construir‑crear‑ nuevo cielo y nueva tierra (Apoc 21, 1). Así lo afirma el Señor: "Mira que hago un mundo nuevo" (Apoc 21, 5).

Hay que notar, sin embargo, que tanto el sábado judío como el domingo cristiano son días de descanso y ocio. Lo que se insinúa es muy valioso: el descanso es también creador, porque es humanizador. Lo fructífero no es sólo la eficiencia. Hay que saber, a su tiempo, reposar para no deshumanizarnos. La fiesta es profundamente humana. Y en la escuela, con el estudio está el tiempo del juego, que precisamente llamamos recreo, re‑creo, hacer posible el rendimiento humano[15].

3. FRANCISCO DE ASIS

3.1 Novedad de Francisco

Evitando comparaciones odiosas, hay que afirmar que Francisco aportó una novedad en la vida de la iglesia después del Monacato. Cuando le instaban a que ,asumiera otras Reglas, respondió tajantemente: "Hermanos míos, Dios me llamó a caminar por la vía de la simplicidad. No quiero que me mencionéis regla alguna, ni la de S. Agustín, ni la de S. Bernardo, ni la de S. Benito. El Señor me dijo que quería hacer de mí un nuevo loco en el mundo, y el Señor no quiso llevarnos por otra sabiduría que ésta"[16].

El mundo presenta nuevos desafíos. Las Ordenes Monásticas antiguas habían respondido del modo adecuado a los tiempos de la sociedad feudal. Pero ahora hacen falta estructuras religiosas nuevas. La figura del Mendicante ya no es la del "Monachus" solitario, sino la del "frater", el hermano que convive horizontalmente, como horizontalmente conviven los nuevos ciudadanos de los burgos, en contraposición al verticalismo del señor feudal[17].

Francisco no huye al desierto; quiere, quedarse en medio del pueblo, en medio del mundo, con todo lo que esto significa. Es amor a los hombres y es amor a todo lo creado. Percibió la belleza conferida por Dios a las cosas. Y se propuso la tarea de recrear la humanidad y la hermandad, las dos grandes bendiciones de Dios contrarrestadas por el pecado de Adán y el de Caín. Adán deshumanizó el mundo y se perdió el Edén; Caín en un ambiente hostil desfraternizó la humanidad. Ahora Francisco rehará el camino: por la confraternización universal recuperará la humanidad y el paraíso.

3.2 El franciscano y el paraíso

Francisco tiene un sentido vivo de la creación como obra de vida y amor. En su Regla no bulada compone una oración reconociendo esta obra creadora: "Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey de cielo y tierra, te damos gracias por ti mismo, pues por tu santa voluntad, y por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos colocaste en el paraíso (Gén 1, 26 y 2, 15). Y nosotros caímos por nuestra culpa. Y te damos gracias porque, al igual que nos creaste por tu Hijo, así por el santo amor con que nos amaste, quisiste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz, sangre y muerte"[18].

Creación, Redención y Salvación son para Francisco una única historia de amor. "Ninguna otra cosa deseemos... sino nuestro Creador, Redentor y Salvador" 19. "Nada, pues, impida, nada separe... nosotros todos amemos al Dios eterno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos"[19].

La otra alusión al Paraíso la encontramos en sus avisos espirituales. Citando al Gén 2, 16‑17, menciona el árbol del bien y del mal. La interpretación "sanfranciscana" es profunda: comer de ese árbol es la apropiación indebida de lo que Dios le dio. "Come, en efecto, del árbol de la ciencia del bien el que se apropia para sí su voluntad y se enaltece de lo bueno que el Señor dice o hace en él"[20] Por esta apropiación lo bueno se hace malo: "lo que comió se convierte en fruto de la ciencia del mal”[21].

Nótese cómo distingue Francisco. No dice "ciencia del bien y del mal" sino que los separa para dejar claro que el mal no es original, sino posterior y producto del hombre en la historia. Al principio era sólo lo bueno. Adán comió de la ciencia del bien, apropiándoselo, y así se convirtió en fruto de la ciencia del mal. Por esta razón, Francisco es radical frente a la apropiación: "Nada se apropien para sí, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna"[22]. Este es el motivo profundo de la pobreza en conexión con la creación y el Paraíso. La apropiación es riqueza y egocentrismo, es la maldición que transforma lo bueno en malo y nos expulsa del paraíso. La riqueza es anti‑humana y anti‑fraterna.

El camino de regreso al Paraíso será la pobreza, que transforma lo malo en bueno, y fundamenta la fraternidad y humanidad. La solidaridad nos hace hermanos, misericordiosos, humanos. "Esta es la excelencia de la altísima pobreza, la que a vosotros, mis queridísimos hermanos, os ha constituido en herederos y reyes del reino de los cielos, os ha hecho pobres en cosas y os ha sublimado en virtudes. Sea ésta vuestra porción, la que conduce a la tierra de los vivientes"[23].

Esta es también la explicación que dará un autor franciscanista del siglo XIII. Hace hablar en primera persona a Dama Pobreza: "Estuve una temporada en el paraíso de mi Dios, donde el hombre andaba desnudo... después del pecado, el Señor lo expulsó del paraíso de delicia. Dicho juicio era justo, pero también misericordioso. Y para que volviera a la tierra de la que había sido sacado, pronunció sobre él ‑muy suavizada‑ la sentencia de maldición... Me alejé por completo de él, ya que su única aspiración consistía en multiplicar trabajos para hacerse rico. Desde entonces no he hallado dónde posar mi pie... Busqué descanso y no lo encontré, estando como estaba a la puerta del paraíso un querubín que blandía flameante espada hasta que descendiera el Altísimo, el cual tuvo la singular dignación de requerirme"[24].

Pobreza y Paraíso son la clave del Evangelio y la gran intuición de Francisco. Solamente. los pobres podrán entrar en el Paraíso, en el Reino de Dios: "Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios" (Lc 6, 20).

3.3 Contemplación y transformación

El mundo para Francisco es don y es tarea. Captarlo como don (contemplación) y renovarlo creativamente (acción) es fruto, desde la vertiente humana, de la altísima pobreza. Explica San Buenaventura: "La contemplación sólo puede darse en la simplicidad suma, y la suma simplicidad sólo puede realizarse en la pobreza suma, que es a lo que aspira esta Orden religiosa. El bienaventurado Francisco aspiraba a la pobreza suma"[25].

Igualmente por lo que se refiere a la transformación social, Francisco no buscaba cualquier eficacia, sino precisamente la de la pobreza. Porque si el mundo ha dejado de ser Paraíso, se debe a la apropiación. Volverá a ser Paraíso por la desapropiación, esto es, por la solidaridad del compartir, por la pobreza voluntaria. Cuando el Obispo de Asís le dijo que le parecía dura su forma de vida, por no poseer ni tener nada en el mundo, le contestó el Santo: "Si tuviésemos algunas propiedades, necesitaríamos también armas para defenderlas. Pues son ellas motivo de sinfín de querellas y pleitos,. que suelen estorbar el amor de Dios y del prójimo. Esta es la razón por la cual no queremos poseer ningún bien material en este mundo[26].

Como ejemplos paradigmáticos de esta doble dimensión de la actitud de Francisco frente a las creaturas, podríamos citar como contemplación el Cántico de las creaturas[27] y como transformación el caso del lobo de Gubbio[28], aunque en ambos ejemplos, como en toda la vida del Poverello, se entremezclan de alguna manera las dos dimensiones.

3.4 Contemplación activa

El Cántico nos descubre que la contemplación de Francisco no se reducía a las iglesias. "Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas". La enumeración de éstas es bastante completa, según la cosmología de su tiempo: los cuatro elementos (aire, agua, tierra y fuego) y los seres que los pueblan (sol, luna, estrellas). Pasando al mundo de los hombres, se insinúa no sólo la contemplación sino la transformación, puesto que hay una exhortación implícita a sufrir en paz y a perdonar. Se cierra con la alabanza a la hermana muerte, sorprendente integración de lo negativo. La muerte corporal no logra eclipsar para el crucificado del Alverna, la gracia de la vida: "la muerte segunda no les hará mal"[29].

Sería alargarnos innecesariamente enumerando las escenas en las que Francisco aparece alabando y agradeciendo todas las criaturas que Dios Creador nos ha dado como hermanas: las aves, los peces, los corderillos, los gusanos, las abejas, las cigarras, las mieses, las selvas, las viñas, las flores, hasta las piedras. El epíteto de "hermanas" es resultado de su contemplación: las ve brotando del acto creador divino. "A todas las criaturas las llamaba hermanas, como quien había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios y con la agudeza de su corazón penetraba, de modo eminente y desconocido a los demás, los secretos de las criaturas"[30].

"Quién será capaz de narrar de cuánta dulzura gozaba al contemplar en las creaturas la sabiduría del Creador, su poder y su bondad? En verdad, esta consideración le llenaba muchísimas veces de admirable e inefable gozo viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firmamento. ¡Oh piedad simple! ¡Oh simplícísima piedad!"[31].

"Se valía del mundo, en cuanto a Dios, como de espejo lucidísimo de su bondad. En una obra cualquiera canta al Artífice de todas; cuanto descubre en las hechuras, lo refiere al Hacedor. Se goza en todas las obras de las manos del Señor, y a través de tantos espectáculos de encanto intuye la razón y la causa que les da vida. En las hermosas reconoce al Hermosísimo; cuanto hay de bueno le grita: `El que nos ha hecho es el mejor'. Por las huellas impresas en las cosas sigue dondequiera al Amado, hace con todas una escala por la que sube hasta el trono"[32].

"La piedad del Santo se llenaba de una mayor terneza cuando consideraba el primer y común origen de todos los seres, y llamaba a las creaturas todas ‑por más pequeñas que fueran‑ con los nombres de hermano o hermana, pues sabía que todas ellas tenían con él un mismo principio"[33].

Esta contemplación teo‑lógica se concretaba en la referencia Cristo‑lógica, como sigue explicando S. Buenaventura: 'Pero profesaba un afecto más dulce y entrañable a aquellas creaturas que por su semejanza natural reflejan la mansedumbre de Cristo y queda constancia de ello en la Escritura. Muchas veces rescató corderos que eran llevados al matadero, recordando al mansísimo Cordero, que quiso ser conducido a la muerte para redimir a los pecadores"[34].

Igualmente con los gusanos: ."porque había leído que se dijo del Salvador: ‘Yo soy gusano y no hombre' "[35]. Las mismas piedras le hablan de Cristo: "Anda con respeto sobre las piedras, por consideración al que se llama Piedra”[36]

Desde esta perspectiva, comprendemos la oración continua en la que vivió Francisco. Celano resumió en una genial pincelada esta postura "sanfranciscana: "interiorizando todo lo externo, elevaba su espíritu a los cielos. Así, hecho todo él no ya sólo orante, sino oración, enderezaba todo en él ‑mirada interior y afectos‑ hacia lo único que buscaba en el Señor"[37].

3.5 Operatividad caritativa

La actitud contemplativa, si es auténtica, se orienta a la acción. La contemplación no es inoperante. San Francisco no quiso encerrarse en muda contemplación. Consultó con la hermana Clara y el hermano Silvestre, y la respuesta de lo alto no dejó lugar a dudas: "Ha respondido y revelado Cristo que su voluntad es que vayas por el mundo predicando, ya que no te ha elegido para ti solo, sino también para la salvación de los demás"[38].

La relación con las creaturas no sólo le llevaba al reconocimiento y alabanza, sino también a un trabajo de transformación, de apostolado, de luchar contra la maldición para conseguir la bendición, para crear el mundo paradisíaco que era el proyecto eterno de Dios. Resume S. Buenaventura los cuatro polos cardinales de la piedad del Poverello: "Esta piedad es la que por la devoción le remontaba hasta Dios; por la compasión le transformaba en Cristo; por la condescendencia le inclinaba hacia el prójimo; por la reconciliación universal con cada una de las criaturas, lo retornaba al estado de inocencia"[39].

Se puede tomar como ejemplar de esta actitud operativa el pasaje del lobo de Gubbio. No se conforma Francisco con contemplar en el lobo una criatura salida del Creador, sino que intenta introducirlo en la armonía y fraternidad de toda la creación. Se hace justicia al lobo, y por la justicia se conquista la hermandad y se forja la paz: la gente promete proporcionarle alimentos al lobo. Porque, como dice Francisco: "sé muy bien que por hambre has hecho el mal que has hecho"[40].

Algo parecido ocurrió en Greccio, con las manadas de lobos y las tempestades de granizo. Francisco busca la reconciliación, logrando que el hombre sea humano y haga frutos dignos de penitencia[41]. Hay una intención clara de ser instrumento de paz en respuesta a la actitud contemplativa. El Santo detesta los actos despóticos entre los mismos animales. El pájaro que impide comer a los pajarillos sus hermanos, muere ahogado como castigo y maldición. Comenta Celano: "Horrenda tiene que ser la codicia en los hombres, cuando en las aves es castigada con tanto rigor"[42].

La mística del actuar se fundamenta en el amor. Para el amor no hay límites, se extiende hasta los seres irracionales con los que se quiere labrar un mundo más humano. No debe ser la explotación el criterio de trabajo. Lo gratuito y lo estético revierten en ventaja nuestra, pues nos humanizan. "Al hermano que hacía leña para el fuego le recomendaba que no cortase el árbol entero, sino una parte tan sólo, para que continuara viviendo la planta... Al hermano que cultivaba el huerto le decía que no dedicara todo el terreno al cultivo de verduras comestibles, sino que reservara parte de él para que produjera hierba verde y a su tiempo las hermanas flores... porque toda creatura dice y proclama: `Es Dios quien me creó para ti, hombre!' ".

Este respeto a la vida le lleva (sorpresivamente para nosotros, preocupados por el ahorro, a no extinguir la mecha humeante (Mt 12, 20): "Deja que los candiles, las lámparas y las candelas se consuman por sí, no queriendo apagar con su mano la claridad, que le era símbolo de la luz eterna"45.

Es la actitud apostólica que busca ante todo el bien de los demás, la operatividad caritativa fruto de un corazón generoso. Re‑crear el paraíso terrenal es incumbencia de todos.

3.6 El hombre nuevo

Detrás de todo este espectáculo, y sosteniéndolo con su acción, está el hombre nuevo creado según Dios en la justicia y santidad verdadera (Ef 4, 24). "El que está en Cristo es una nueva creación... todo es nuevo... Cristo nos confió el ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5, 17‑18).

Bajo la moción de la gracia, Francisco inició su conversión besando al leproso[43] y desnudándose ante su padre, con lo que renunció a las seguridades humanas para vivir en fe la filiación de Dios, que oye el clamor de los pobres. Estos gestos de Francisco, besar al leproso y desnudarse ante su padre, son los antagónicos a los de Caín y Adán. Vivir la fraternidad con los pobres es aceptar la filiación de Dios como Padre.

Francisco vive la fraternidad desde la minoridad. Porque los que buscan el primer lugar, inevitablemente tienen que rebajar a los demás. Pero desde el último lugar asumido libremente, no cabe otra postura que la de ensalzar a los otros. Este es el camino de humanización del mundo que vivimos. Por eso el nombre que da a sus religiosos es el de Hermanos Menores.

Nuestro Santo se expone a la privación y a la inclemencia. No en vano buscó el último lugar. Esto es ser menor. "Pero desde esa honradez con las consecuencias de sus opciones, que otorga un realismo escalofriante a la vida de Francisco y que la distancia de cualquier exaltación romántica, acontece la comunión con los elementos. Y esta comunión alcanza una articulación que puede parecer mítica, mágica; hermosa y aun válida como metáfora, pero intolerable como acontecimiento"[44].

Porque Francisco se arriesgó a ser hombre nuevo, logró la hermandad, la armonía y la re‑creación del Paraíso, efectuada inicialmente por Cristo, segundo Adán, que también se desnudó en la cruz, sujeto al árbol de la vida. Queda atrás el mundo viejo (Apoc 21, 4). Ahora, hasta el mismo Dios se ha humanizado y "salé a pasear por el jardín a la hora de la brisa" (Gen 3, 8).

El mundo de la inmanencia es también el de la trascendencia. Ha comenzado la bendición de una nueva semana con el día del Señor, el domingo, en camino hacia el sábado de la eternidad.

4. MENSAJE FINAL: DE LA CARIDAD A LA ECOLOGIA

Francisco es considerado el patrono de los ecologistas48. El tema nos invita a vivir y reflexionar.

Cuando nos comprometemos con una vida de amor, descubrimos que hubo un amor anterior que nos impulsa a difundir el amor: "Nosotros amamos, porque El nos amó primero" (1 Jn 4, 19).

El amor es creador, porque el Creador tiene un nombre: "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8 y 16). Todo el que ama, es capaz de crear.

El amor no encuentra un límite en la pequeñez ni en la debilidad. Al contrario, la pequeñez y la debilidad suscitan el amor del corazón generoso. Los poderosos son respetados. Los niños, los pobrecillos, son amados.

Amando y creando, uno se humaniza, se hace más hombre, y también se hace más imagen de Dios, más hijo de Dios.

La ecología no puede sernos indiferente, es parte de nuestra realidad. La crisis de la ecología lleva también a una crisis de humanidad. No se construye un mundo humano y fraterno con relaciones de explotación, sino con relaciones de comunión.

El árbol de la vida reclama también el respeto al árbol de la sabiduría. Es sabio quien comparte. Es necio quien se apropia. "Nada se apropien".

Hay que liberar la creación:

"Toda la creación espera ansiosamente que los hijos de Dios salgan a la luz. Pues si la creación se ve obligada a trabajar para la nada, no es poque ella hubiese deseado esa suerte, sino que le vino del que la sometió.

Con todo, ella aguarda la esperanza de ser liberada del destino de muerte que pesa sobre ella y de poder así compartir la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación sigue con sus gemidos y dolores de parto. Lo mismo nosotros, aunque se nos dio el Espíritu como un anticipo de lo que hemos de recibir, gemimos interiormente, anhelando el día en que Dios nos adopte y libere nuestro cuerpo. La salvación que se nos dio, la debemos esperar. Pero ver lo que se espera, ya no es esperar. ¿Cómo se podría esperar lo que se ve? Pues bien, esperar cosas que no vemos, significa tanto constancia como esperanza" (Rom 8, 19‑25).

El hombre ha sido creado para vivir. Pero sólo vive quien ama. Triunfará de la muerte cuando supere la tendencia, egolátrica y se abra para dar vida y amor a la creación entera.

"Dando, se recibe; perdonando, se es perdonado; muriendo, se resucita a la vida eterna".

"La ecología no puede sernos indiferente, es parte de nuestra realidad. La crisis de la ecología lleva también a una crisis de humanidad. No se construye un mundo humano y fraterno con relaciones de explotación, sino con relaciones de comunión"[45].


 

[1]           J. BRIEND, El Pentateuco. Verbo Divino, Estella, 1981; pág. 10.

[2]           Equipo Cahiers Evangile, Liberación humana y salvación en Jesucristo. Verbo Divino, Estella, 1980.

[3]           . TRIGO, Creación e historia en el proceso de liberación. Ed. Paulinas, Madrid, 1988; pp. 286‑300.

[4]        Se trata de una tierra estéril, privada de la bendición del agua. Para el Sacerdotal, el caos de las aguas primordiales sería sustituido por un cosmos organizado; para el Yavista, el caos de la esterilidad sería sustituido por un jardín fecundo. La referencia al hombre como cultivador del suelo refleja un interés sedentario. V.6‑ Sólo se disponía del agua que brotaba de la tierra". E. MALY, Génesis en el Comentario Bíblico de S. jerónimo. Cristiandad, Madrid, 1971; tomo I, pág. 71.

[5]           P. TRIGO, o.c.; pp. 138‑139.

[6]           Sobre el tema la Bibliografía es abundante. Aparte de la que acabo de citar, puede consultarse: Mysterium Salutis, II/1 y II/2. Cristiandad, Madrid, 1969 pp. 454‑601 y 638‑1042. P. GRELOT, Hombre ¿quién eres? Verbo Divino, Estella 1979. A. GANOCZY, Doctrina de la creación. Herder, Barcelona 1986. G. AUZOU, En un principio Dios creó el mundo. Verbo Divino Estella 1982. G. VON RAD, El libro del Génesis. Sígueme, Salamanca 1977. C. MESTERS Paraíso terrestre: ¿nostalgia o esperanza? Bonum, Buenos Aires, 1972.

[7]           J. ALVAREZ GOMEZ, La vida religiosa ante los retos de la historia. Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid, 1979; pp. 41‑50.

[8]           Véanse por ejemplo, C. CARRETTO, Cartas del desierto. Paulinas, Caracas, 1966. R. VOILLAUME, Oración en el desierto. Paulinas, Madrid, 1973. También N. ZEVALLOS, Espiritualidad del desierto, espiritualidad de la inserción. Indo‑American Press Service, Bogotá, 1981.

[9]           S. BENITO, Regla; Cap. 7, nn. 67‑70. BAC, Madrid, 1979; pp. 99‑100.

[10]          S. JUAN CRISOSTOMO, Homilía sobre S. Mateo, 68, 3.

[11]          G. M. COLOMBAS, La espiritualidad del Monacato Primitivo, en la obra Historia de la Espiritualidad, Juan Flors editor, Barcelona, 1969; tomo I, pp. 499-603.

[12]          Para la comprensión de los conceptos "natural y sobrenatural" puede verse L. BOFF, Gracia y liberación del hombre. Cristiandad, Madrid 1976; pp. 62‑68. L. BOFF, Teología desde el lugar del pobre. Sal Terrae, Santander, 1986; pp. 79‑100. Para la unicidad de la historia de la salvación y la revelación histórica: G. GUTIERREZ, Teología de la liberación. Perspectivas. Sígueme, Salamanca 1980; pp. 199‑241. L. GONZALEZ‑CARVAJAL, Los signos de los tiempos. Sal Terrae Santander, 1987; pp. 19‑56. W. PANNENBERG y otros, La revelación como historia. Sígueme, Salamanca, 1977.

[13]          13 S. JUSTINO, Apología primera, cap. 67.

[14]          C. BAZARRA, "Quebrantaba el sábado", en Nuevo Mundo (Caracas) (1987) 139‑143.

[15]          J. MOLTMANN, Dios en la creación. Sígueme, Salamanca, 1987; pp. 19‑20.

[16]          Leyenda de Perusa, 18; Espejo de Perfección, 68.

[17]          J. ALVAREZ GOMEZ, o.c.; pp. 121‑ 127.

[18]          Primera Regla, cap. 23, 1‑3.

[19]          Primera Regla, cap. 23, 9.

[20]          Primera Regla, cap. 23, 10.

[21]          Avisos Espirituales, 2, 5.

[22]          Segunda Regla, cap. 6, 1.

[23]          Segunda Regla, cap. 6, 4‑5.

[24]          Sacrum Commercium, nn. 25‑30, en S. FRANCISCO DE ASIS, Escritos, Biografías, Documentos. BAC, Madrid, 1978; pp. 942‑944.

[25]          S. BUENAVENTURA, Colaciones sobre el Hexaémeron, col. 20, n. 30.

[26]          Anónimo de Perusa, 17, d. Leyenda de los tres compañeros, 35, c.

[27]          Espejo de Perfección, 120.

[28]          Florecillas, 21.

[29]          Bibliografía sobre el Cántico: Selecciones de Franciscanismo, n. 13‑14 (1976). N. ZEVALLOS, Comentario al Cántico del Hermano Sol. CEP, Lima, 1987.

[30]          CELANO, Vida primera, 81.

[31]          CELANO, Vida primera, 80.

[32]          CELANO, Vida segunda, 165.

[33]          S. BUENAVENTURA, Leyenda Mayor, 8, 6.

[34]          S. BUENAVENTURA, Leyenda Mayor, 8, 6. Cfr. CELANO, Vida segunda, 165.

[35]          CELANO, Vida primera, 80.

[36]          CELANO, Vida segunda, 165. CELANO, Vida segunda, 95.

[37]          Florecillas, 16. S. BUENAVENTURA, Leyenda Mayor, 8, 1.

[38]          Florecillas, 21. A. BERGAMASCHI, S. Francisco, Gubio, el lobo y la lucha de clases, en Selecciones deFranciscanismo (1974) 310‑317.

[39]          S. BUENAVENTURA, Leyenda Mayor, 8, 11.

[40]          CELANO, Vida segunda, 47.

[41] Leyenda de Perusa, 88.

[42] CELANO, Vida segunda, 165.

[43]          Testamento de San Francisco, 1‑3.

[44]          P. TRIGO, o.c., pág. 184.

[45]          49 Cada vez se acentúa más en Teología la relación creación‑ecología. Para el lector interesado, recomiendo: A. BENTUE, La cultura o Dios. Sígueme, Salamanca, 1982. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, Teología de la creación. Sal Terrae, Santander, 1986. J. MOLTMANN, Dios en la creación. Sígueme, Salamanca, 1987. I. HEDSTRÚM, ¿Volverán las golondrinas? DEI, S. José de Costa Rica, 1988.