Juan Pablo II en Malta

El Papa culmina su peregrinación tras las huellas de Pablo en Malta
Las aventuras de Pablo de Tarso en Malta


Juan Pablo II en Siria

Adiós del Papa a Siria: «El enfrentamiento no ha tenido éxito ni lo tendrá»
El Papa exige superar la manipulación religiosa en Oriente Medio
Los jóvenes de Siria dan una lección de unidad a los líderes religiosos



El Papa culmina su peregrinación tras las huellas de Pablo en Malta
Isla con vocación de acogida, afirma el pontífice nada más llegar

LA VALETTA, 8 mayo 2001 (ZENIT.org).- Tras visitar la ortodoxa Grecia y la mayoritariamente islámica Siria, Juan Pablo II llegó en la tarde de este martes a la católica Malta, donde culminará su histórica peregrinación tras las huellas de san Pablo que comenzó el jueves pasado.

El país, con un 91% de católicos y una práctica religiosa dominical en torno al 65%, está viviendo en clima de fiesta la segunda visita oficial del pontífice a esta isla que dispensó una gran acogida al apóstol de los Gentiles.

El avión de las líneas aéreas sirias, que llevaba por nombre «María», aterrizó procedente de Damasco en el aeropuerto de Gudja al inicio de la tarde. El pontífice fue recibido por el presidente del país, Guido DiMarco, por el arzobispo de Malta, Joseph Mercieca, y por los obispos de la isla.

Es la tercera vez que Juan Pablo II pisa la República insular mediterránea, con menos de 400 mil habitantes, aunque, en realidad se trata de su segundo viaje propiamente dicho. Vino en peregrinación del 25 al 27 de mayo de 1990. Después, en septiembre de ese mismo año hizo una escala técnica en la isla antes de proseguir hacia Tanzania, Burundi, Ruanda y Costa de Marfil.

En el discurso que pronunció el Papa, tras aterrizar en el aeropuerto internacional de la isla, recordó que san Pablo llegó a Malta como prisionero, de viaje a Roma, lugar de su martirio. «Aquí él y sus compañeros que habían naufragado fueron tratados con toda clase de atenciones, como se puede leer en los Hechos de los Apóstoles (28, 2). Aquí trajo el testimonio de Cristo y curó al padre de Publio y otras personas de la isla que estaban enfermas (cf. Hechos 28, 8)».

«Durante dos milenios habéis sido fieles a la vocación recibida en este encuentro singular». Y dejando claro el sentido de su visita, añadió: «Hoy el sucesor de Pedro desea confirmaros en la misma fe y alentaros en el espíritu de la esperanza y del amor cristiano».

El pontífice concluyó los actos públicos previstos por la agenda del viaje haciendo una visita de cortesía, al final de la tarde, al presidente de la isla, Di Marco en el palacio presidencial de La Valetta.

El momento más importante de las 30 horas de peregrinación pontificia por Malta será la elevacio'n a la gloria de los altares de los tres primeros beatos malteses, que tendrá lugar este miércoles por la mañana. Entre ellos, destaca el sacerdote George Preca (1880- 1962), fundador de la Sociedad de la Doctrina Cristiana, extendida por varios países del mundo.

El miércoles, al atardecer, tras visitar la tumba del mismo George Preca, regresará a Roma, concluyendo de este modo el periplo de peregrinaciones jubilares que había anunciado con una carta en junio de 1999 y que en el año 2000 le llevó al Monte Sinaí (Egipto) y Tierra Santa. La única etapa de esta gran peregrinación que queda truncada (no ha sido oficialmente descartada) ha sido la oración en Ur de los Caldeos, tierra de Abraham, localidad situada en lo que hoy es Irak.



Las aventuras de Pablo de Tarso en Malta
Una página inolvidable de los Hechos de los Apóstoles

LA VALETTA, 8 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II llegó en la tarde de este miércoles a Malta, en su peregrinación tras las huellas de san Pablo. En esta isla, que hoy tiene menos de 400 mil habitantes, el apóstol de los Gentiles vivió anécdotas que muestran la manera en que fue anunciado el Evangelio en los orígenes del cristianismo.

San Lucas, en los capítulos 27 y 28 de los Hechos de los Apóstoles, lo cuenta con lujo de detalles. El barco en el que Pablo era llevado por el Adriático prisionero a Roma encalló. El resto de la historia lo cuenta el mismo cronista tal y como aquí la presentamos.

* * *


Los soldados entonces resolvieron matar a los presos, no fuera que alguno se escapase a nado; pero el centurión, que quería salvar a Pablo, se opuso a su designio y dio orden de que los que supieran nadar se arrojasen los primeros al agua y ganasen la orilla; y los demás saliesen unos sobre tablones, otros sobre los despojos de la nave. De esta forma todos llegamos a tierra sanos y salvos.

Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Los nativos nos mostraron una humanidad poco común; encendieron una hoguera a causa de la lluvia que caía y del frío, y nos acogieron a todos.

Pablo había reunido una brazada de ramas secas; al ponerla sobre la hoguera, una víbora que salía huyendo del calor, hizo presa en su mano.

Los nativos, cuando vieron el animal colgado de su mano, se dijeron unos a otros: «Este hombre es seguramente un asesino; ha escapado del mar, pero la justicia divina no le deja vivir.»

Pero él sacudió el animal sobre el fuego y no sufrió daño alguno. Ellos estaban esperando que se hincharía o que caería muerto de repente; pero después de esperar largo tiempo y viendo que no le ocurría nada anormal, cambiaron de parecer y empezaron a decir que era un dios.

En las cercanías de aquel lugar tenía unas propiedades el principal de la isla llamado Publio, quien nos recibió y nos dio amablemente hospedaje durante tres días. Precisamente el padre de Publio se hallaba en cama atacado de fiebres y disentería. Pablo entró a verle, hizo oración, le impuso las manos y le curó.

Después de este suceso los otros enfermos de la isla acudieron y fueron curados. Tuvieron para con nosotros toda suerte de consideraciones y a nuestra partida nos proveyeron de lo necesario.

Transcurridos tres meses nos hicimos a la mar en una nave alejandrina que había invernado en la isla y llevaba por enseña los Dióscuros.

Hechos de los Apóstoles 27, 42-44 y 28, 1-11



Juan Pablo II en Siria



Adiós del Papa a Siria: «El enfrentamiento no ha tenido éxito ni lo tendrá»
Concluye la peregrinación del Santo Padre al país islámico

DAMASCO, 8 mayo 2001 (ZENIT.org).- Con un llamamiento a la «paz justa» y la constatación de que la violencia no resolverá los problemas en Oriente Medio, Juan Pablo II se despidió en la mañana de este martes de Siria para concluir en Malta su histórica peregrinación tras las huellas de san Pablo.

En el aeropuerto puerto internacional de Damasco, el pontífice agradeció, en presencia del presidente de Siria, Bashar Al-Assad y de miembros de su gobierno, la calurosa acogida que le ha dispensado la gente de este país, en un 90% musulmán.

El Santo Padre recordó los inolvidables momentos de su visita a la mezquita de los Omeyas, cuando el 6 de mayo un obispo de Roma entraba por primera vez en un templo islámico, y confío en que este gesto sirva para «testimoniar al mundo que la religión, como adoración de Dios omnipotente, constituye la semilla de la paz en el corazón de las personas».

Ahora bien, ante el presidente sirio, el pontífice explicó que para que pueda abrirse «la puerta de la paz tienen que resolverse las cuestiones fundamentales de la verdad, de la justicia, de los derechos humanos y de las responsabilidades».

«El mundo mira a Oriente Medio con esperanza y preocupación --constató--, esperando con gran expectativa todo signo de diálogo constructivo. Quedan muchos y graves obstáculos, pero el primer paso hacia la paz tiene que ser la convicción firme de que una solución es posible dentro de los parámetros del derecho internacional y de las resoluciones de las Naciones Unidas».

No las explicitó, pero según estas resoluciones, Siria debería retirarse del Líbano e Israel de los Altos del Golán, de los territorios palestinos ocupados y del Sur del Líbano. Estas mismas resoluciones garantizan el derecho a la seguridad de Israel.

Por último, el pontífice hizo un llamamiento «a todas las poblaciones involucradas y a sus responsables políticos para que reconozcan que el enfrentamiento no ha tenido éxito ni lo tendrá. Sólo una paz justa puede crear las condiciones necesarias para el desarrollo económico, cultural y social al que tienen derechos los pueblos de la región», dijo.

Por su parte Bashar al-Assad expresó su satisfacción por el éxito del viaje del Papa y por sus palabras sobre el restablecimiento de la justicia internacional en virtud de las resoluciones de la ONU. Pero una vez más utilizó el eco mediático que le ofrecía la presencia de Juan Pablo II para responder a Israel, explicando que no se puede acusar de antisemitismo al pueblo sirio, pues es un pueblo semita.

La visita del Papa a Siria, que comenzó el 5 de mayo pidiendo justicia y paz para cada uno de los pueblos de Oriente Medio se concluyó con esta misma reivindicación, que ha sido repetida en prácticamente todos los encuentros públicos en que ha participado el pontífice.



El Papa exige superar la manipulación religiosa en Oriente Medio
Conclusiones de su visita a Siria, según un experto en temas Iglesia-Israel

JERUSALÉN, 8 mayo 2001 (ZENIT.org-FIDES).- Uno de los máximos expertos en las relaciones Israel-Santa Sede constata que la visita de Juan Pablo II a Siria (5 al 8 de mayo) ha servido para superar las manipulaciones que algunos políticos hacen de la religión en el conflicto que tiene lugar en Oriente Medio.

El padre David Jaeger, franciscano israelí de la Custodia de Tierra Santa, en declaraciones a la agencia vaticana Fides, aclara: «A nivel espiritual, el Papa presenta un visión que desafía a los creyentes de todas las religiones de Oriente Medio. En esta región, la identificación religiosa es manipulada con frecuencia por el nacionalismo exasperado o como ideología que justifica la opresión. Sin embargo, las palabras del Papa constituyen un desafío a todo esto».

Por eso, aclara, «ha invitado a cristianos, judíos y musulmanes a superar este nivel de identificación religiosa y a concebir en su sentido profundo su creencia religiosa».

Un ejemplo de la manipulación religiosa que se da en Oriente Medio fueron las palabras del joven presidente Bashar al Assad en Damasco. «Es legítimo que el presidente sirio no esté de acuerdo con la política israelí --constata David Jaeger--. Pero lo que suscita críticas y perplejidad ha sido la referencia a los judíos y al judaísmo como tal, a quienes ha acusado de traición hacia Jesús y Mahoma. Esto no tiene nada que ver con la política».

En Israel, los medios de comunicación han apreciado las palabras de paz del pontífice, pero algunos han considerado que era cómplice con su presencia de las acusaciones de Assad. El padre Jaeger explica: «Más allá de algunas voces discordes, el mundo israelí ha comprendido que el Papa ha sido víctima de lo que se dijo en su presencia».



Los jóvenes de Siria dan una lección de unidad a los líderes religiosos
Ortodoxos y católicos exigen a sus pastores la unidad plena

DAMASCO, 8 mayo 2001 (ZENIT.org).- Los jóvenes cristianos de Siria han dado una lección de pasión por la reconciliación y la unidad de las Iglesias durante la visita de Juan Pablo II a Siria.

El encuentro que el Papa mantuvo el lunes por la tarde con varios miles de chicos y chicas ortodoxos y católicos, en Damasco, no tiene precedentes en los casi 23 años de este pontificado. En televisión y en directo exigieron a sus patriarcas, presentes con ellos, la unidad de la Iglesia porque «Cristo lo quiere».

La cita tenía lugar en la catedral greco-melquita (católica) de Damasco. El patio del atrio estaba plagado de jóvenes con jeans y camisetas, en ambiente festivo. Cantaban: «Cristo ha resucitado»; gritaban: «Bienvenido, Papa de la paz»; y coreaban un futuro para Siria, «Tierra de la Buena Nueva y de la paz».

La cultura cristiana en Siria es de una riqueza única. En esta tierra, en Antioquía, por la primera vez los discípulos de Jesús de Nazaret fueron llamados «cristianos». A través de los siglos han permanecido fieles a su fe, a pesar de que viven en un país que hoy día es en un 90% islámico.

El patriarca greco-melquita, Grégoire III Laham, caldeó el ambiente con una espontaneidad y un humor poco comunes en un patriarca oriental. Se dirigió al patriarca ortodoxo de Antioquía, Ignace IV Hazim, para proponerle avanzar juntos hacia la unidad completa con Roma y celebrar juntos la Pascua en la misma fecha.

Después, rompiendo el programa, Grégoire III pasó el micrófono al patriarca ortodoxo, quien en un primer momento se mostró sorprendido. Sonriendo, dijo: «Corréis muy aprisa hacia la comunión con Roma, aunque esa es la dirección hacia la que queremos avanzar. Sin embargo, vosotros vais con retraso a la hora de pedir la celebración en la misma fecha de la fiesta de la Pascua».

A continuación, la palabra pasó a los jóvenes. Varias muchachas, de cabello negro azabache, evocaron los dos mil años de cristianismo sirio e insistieron en el deseo de unidad que experimentan los jóvenes cristianos del país, así como su compromiso por un futuro de «paz» y «solidaridad» para su país.

Un joven scout tomó la palabra para exigir que nada ni nadie «divida» a los jóvenes sirios, llamados a vivir en una sociedad «en la que todas las diversidades sean respetadas».

Pero lo mejor vino al final. Una joven, sumamente despierta, hablando al micrófono reconoció que no podía concebir otro futuro si no era el de «la unidad de la Iglesia». En tres ocasiones lanzó una pregunta a los jóvenes y a los líderes cristianos presentes: «¿Queréis la unidad de la Iglesia?». En la primera ocasión, su interrogante fue recibido con gritos y aplausos. «¿Queréis la unidad de la Iglesia?». Siguieron después gritos típicamente árabes. «¿Queréis la unidad de la Iglesia?». Estalló el delirio. Nunca en la historia de los encuentros del Papa con los jóvenes había surgido esta pregunta, tan directa, fuerte y unánime, dirigida al pontífice y los patriarcas y obispos.

La muchacha se fue a saludar el Papa, quien la besó en la frente y la abrazó conmovido. Luego, la joven abrazó a los patriarcas.

En esos momentos, la peregrinación pontificia a Siria alcanzó el culmen de intensidad. Los jóvenes impresionaron a Juan Pablo II: «Vosotros, los jóvenes, sois mi esperanza», les dijo. «Profundizad en lo que os une. Como dijo Cristo: "¡Que todos sean uno!"».