Juan Pablo II en Grecia
Reacción de la Ortodoxia rusa tras la visita del Papa a Atenas
Un Padrenuestro de Christodoulos y Juan Pablo II que cambiará la historia



Reacción de la Ortodoxia rusa tras la visita del Papa a Atenas
El patriarca Alejo II ni abre ni cierra las puertas de Moscú al pontífice

MOSCÚ, 6 mayo 2001 (ZENIT.org).- Desde la Ortodoxia rusa en estos momentos llegan reacciones contradictorias tras la visita de Juan Pablo II a Atenas, que tuvo lugar entre el 4 y el 5 de mayo. Se trata de respuestas interesantes pues de ellas depende la posibilidad de que el pontífice visite en el futuro Moscú.

Sobre el tema ha intervenido tanto el patriarca ortodoxo ruso, Alejo II, así como una de las revistas ortodoxas más importantes de Rusia, que ha publicado incisivos artículos escritos en vísperas de ese acontecimiento histórico.

Nada más terminar la peregrinación del obispo de Roma a Grecia, el sábado pasado, el arzobispo ortodoxo Christodoulos voló a la capital rusa para encontrarse con el patriarca ortodoxo Alejo II. El primado de la Iglesia griega llevaba una medalla como regalo de parte del pontífice para el líder de la Ortodoxia rusa.

Alejo II ha comentado la petición de perdón que pronunció el Papa por los pecados y ofensas históricos de católicos contra ortodoxos con estas palabras: «Es necesario ver cómo se realizará en la práctica esta declaración del Papa».

El patriarca ruso se refiería sobre todo a la cuestión del conflicto entre ortodoxos y católicos de rito oriental que se contienden en Ucrania los templos que Stalin había confiscado a la Iglesia greco-católica.

Por su parte, el arzobispo Christodoulos ha sido más optimista. El viaje a Grecia «ha dado resultados positivos», declaró ayer al llegar a Moscú. Y aclaró: la petición de perdón de Dios del Papa Wojtyla alcanza no sólo a los griegos, sino a todos los ortodoxos, incluidos los rusos.

«El Papa vino en peregrinación y nosotros no estábamos en contra», añadió, observando que al Papa Wojtyla se le recordaron «las heridas provocadas por la Iglesia católica romana a los hermanos ortodoxos», «la política del proselitismo», y la cuestión de los «uniatas», como llaman los ortodoxos despectivamente a los greco-católicos, que comparten sus tradiciones y liturgia, pero que obedecen a Roma.

En un largo comunicado difundido por el patriarcado de Moscú con motivo de la llegada de Christodoulos, no se mencionaba explícitamente el examen común de la visita del obispo de Roma a Atenas. Pero las declaraciones de los dos líderes ortodoxos demuestran que el tema ha sido afrontado, así como la próxima visita pontificia a Ucrania del mes de junio.

Alejo II, en sus declaraciones, no ha abierto las puertas de Moscú al Papa pero tampoco las ha cerrado definitivamente.

Mucho más dura y radical ha sido la última edición de «Pravoslavie» («Ortodoxia»), revista publicada por el monasterio «Sretenskij» (de la Presentación en el Templo), uno de los centros religiosos más importantes de Moscú. No es una publicación del patriarcado ortodoxo, pero es publicado «Con la bendición de Su Santidad el patriarca de Moscú, Alejo II».

En vísperas de la llegada del Papa a Atenas, «Pravoslavie» sólo publicó declaraciones contrarias a la visita de organizaciones y exponentes griegos. Ninguna de ellas era favorable, a pesar de que ha habido importantes exponentes que ya antes de la llegada del Papa aplaudieron la iniciativa.

Sobre la próxima visita a Ucrania, la revista publica un artículo que lleva por título «La visita del Papa coincide con el 60° aniversario de la invasión de Hitler». Una visita «sobre el territorio canónico de la Iglesia ortodoxa rusa», afirma «Pravoslavie», «no es sólo una acción hostil, sino también un acto de agresión provocante y pérfido».

Tras la visita del Papa, un sondeo televisivo realizado en la noche del 4 mayo reveló que el 99% de los griegos eran favorables a la visita tras escuchar las palabras de petición perdón a la Ortodoxia pronunciadas por el pontífice.


 

Juan Pablo II en Siria

Por primera vez un obispo de Roma pisa un mezquita
Juan Pablo II: La paz en Oriente Medio es posible
El Papa vuelve a proponer la celebración de la Pascua en una misma fecha



Por primera vez un obispo de Roma pisa un mezquita
Juan Pablo II quiere instaurar una nueva era de relaciones con el Islam

DAMASCO, 6 mayo 2001 (ZENIT.org).- Después de haberse quitado los zapatos, con paso lento pero seguro, Juan Pablo II entró en la tarde del domingo en la mezquita de los Omeyas (Mosquée Omeyade). Era la primera vez que un Papa pisaba un templo musulmán.

El pontífice penetró en el recinto islámico acompañado por la máxima autoridad religiosa de los musulmanes de Damasco, el gran mufti Ahmad Kuftaro, quien le dispensó los máximos honores típicos de la hospitalidad árabe.

Mientras entraba, rodeado de representantes religiosos musulmanes, de miembros del gobierno sirio y de exponentes de la Iglesia católica que vinieron de todo el mundo para participar en este acontecimiento histórico, el pontífice pudo admirar la belleza de la impresionante mezquita de los Omeyas, en la que se encuentra, según la tradición, la cabeza de Juan Bautista, conocido con el nombre de «Yahya» en el Islam.

Desde ese recinto sagrado, que sintetiza la historia siria --a través de los siglos ha sido templo pagano, iglesia cristiana y mezquita musulmana--, Juan Pablo II propuso una nueva era de relaciones entre musulmanes y cristianos para que no se haga «un mal uso de la religión para promover o justiciar el odio y la violencia».

«La violencia --aclaró el pontífice-- destruye la imagen del Creador en sus criaturas, y no debería ser nunca considerada como fruto de convicciones religiosas».

Tras la visita del recinto sagrado, Juan Pablo II fue conducido al patio de la mezquita desde donde escuchó la lectura de versículos del Corán y la letanía de los nombres de Dios, Alá. A continuación tomó la palabra el gran mufti Ahmad Kuftaro (Damasco, 1915) para pronunciar un discurso de características religiosas y claramente políticas.

Ante todo, dio la bienvenida con gran cordialidad a «Su Santidad Juan Pablo II, presidente del Estado del Vaticano», al templo principal de Damasco, «cuna de profetas», y aseguró que «el Islam es la religión de la hermandad y de la paz».

«Todos adoramos al mismo Dios --añadió el jeque musulmán--. De nuestro Dios viene la paz y a él regresa. Nosotros somos expresión de paz. Dios, Alá, llama a todas sus criaturas a la paz, a creer en el amor».

Poco después pronunció palabras durísimas contra el Estado de Israel, a quien acusó de «saquear las mezquitas» de Tierra Santa. En particular, se reveló contra los bloqueos al acceso de la mezquita de El Aqsa de Jerusalén, el tercer lugar más sagrado del Islam. Y se preguntó, «¿dónde está la paz de Estados Unidos».

El tono del discurso del Papa fue muy diferente. No afrontó cuestiones ligadas a la situación de Oriente Medio, sino que se concentró en las relaciones entre cristianos y musulmanes.

«Cada vez que los musulmanes y los cristianos se ofenden unos a otros --dijo--, tenemos que buscar el perdón que viene del Todopoderoso y ofrecernos mutuamente ese perdón. Jesús nos enseña que tenemos que perdonar las ofensas de los otros para que Dios pueda perdonar nuestros pecados».

Esta nueva era de diálogo y colaboración entre musulmanes y cristianos, según el Papa, debe «conducir hacia formas de cooperación, especialmente en respuesta a nuestro deber de atender al pobre y débil. Estos son los signos de que nuestra adoración a Dios es verdadera».

Horas antes del acontecimiento, en declaraciones a los periodistas, Joaquín Navarro-Valls, portavoz del Vaticano, reconoció que Juan Pablo II se encontraba emocionado por el respeto y cariño que los musulmanes de Siria (son el 90% de la población) le están demostrando.

El mismo portavoz reconoció que el pontífice sentía el peso que implicaba la primera visita de un Papa a una mezquita musulmana --Karol Wojtyla tampoco había tenido esta oportunidad ni como sacerdote ni como obispo-- y espera que traiga nuevos frutos en el diálogo entre el Islam y el cristianismo.

Su deseo, añadió Navarro-Valls, es que las tres religiones de Abraham superen diferencias históricas y puedan trabajar con confianza y audacia al servicio de sus hermanos y del entendimiento mutuo.

Este lunes, tercer día de su visita a Siria, el Papa viajará a Quneitra, bajo los altos del Golán sirios ocupados por Israel desde 1967, localidad destruida al final de la guerra de los Seis Días. Allí rezará por la paz en Oriente Medio, antes de regresar a Damasco, donde mantendrá un encuentro con los jóvenes sirios esa misma noche.

El martes, 8 de mayo, el avión pontificio despegará rumbo a Malta, tercera y última escala de su peregrinación tras las huellas de san Pablo.



Juan Pablo II: La paz en Oriente Medio es posible
Cincuenta mil peregrinos en la misa celebrada en el estadio de Damasco

DAMASCO, 6 mayo 2001 (ZENIT.org).- En momentos decisivos para la paz en Oriente Medio, Juan Pablo II exigió en la mañana de este domingo que cristianos, musulmanes y judíos trabajen juntos para que llegue el día «en el que cada pueblo vea sus legítimos derechos respetados».

El calor, y el cansancio de este maratón que le está llevando tras las huellas de san Pablo por Grecia, Siria y Malta no quitaron emoción ni entusiasmo al pontífice, que en este mes cumple 81 años. En el estadio de la capital siria, «Abbassyine», 50 mil personas, en su mayoría jóvenes, le dispensaron una acogida desbordante, en un país compuesto por un 90% de fieles islámicos.

De hecho, entre los presentes no faltaban los musulmanes, que asistían por primera vez en su vida a una misa.

La liturgia dominical fue ante todo un homenaje a Saulo de Tarso, quien en su camino a Damasco pasó de ser el perseguidor de los cristianos al gran apóstol de los Gentiles. Este regreso a los orígenes del cristianismo, que en estas tierras fue cuna de las primeras comunidades, ofreció al pontífice la oportunidad para afrontar el compromiso que en estos momentos deben afrontar los discípulos de Cristo en la región.

«Con todos vuestros compatriotas sin distinción, continuad sin descanso vuestros esfuerzos de cara a la edificación de una sociedad fraterna, justa y solidaria en la que cada quien sea reconocido plenamente en su dignidad y en sus derechos fundamentales», afirmó el Papa durante la homilía, en la que en varias ocasiones fue interrumpido por los aplausos de los fieles que abarrotaban el estadio.

Banderas de Siria y del Vaticano ondeaban desde horas antes de la llegada del pontífice agitados por chicos y chicas que dispensaron al pontífice una acogida típica del entusiasmo árabe.

«Sobre esta tierra santa --añadió el primer obispo de Roma que visita el país--, cristianos, musulmanes y judíos están llamados a trabajar juntos con confianza y audacia para hacer que llegue sin tardanza el día en el que a cada pueblo se le respeten sus legítimos derechos y pueda vivir en la paz y el entendimiento mutuo».

Para los cristianos, este objetivo no es una utopía, pues según explicó hablando en francés, «el Evangelio es un potente factor de transformación del mundo. ¡Que con vuestro testimonio de vida los hombres de hoy puedan descubrir la respuesta a sus aspiraciones más profundas y a los fundamentos de la convivencia en el seno de la sociedad!».

Escuchaban al pontífice peregrinos de varios países de la región, sobre todo del Líbano. Plagaban el estadio carteles de bienvenida escritos en varios idiomas. La misa fue celebrada en árabe y en francés. Las oraciones de los fieles se elevaron en armenio, arameo, caldeo, sirio, árabe e inglés. Los católicos presentes pertenecían a varios de los ritos de la Iglesia católica. El pontífice fue acogido por el patriarca de Antioquía de los griegos melquitas, Grégoire III Laham.

«¡Estad orgullos de las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales de vuestras Iglesias de Oriente!», exclamó el Papa arrancando sonoros aplausos entre los presentes. «Pertenecen al patrimonio de la única Iglesia de Cristo y constituyen puentes entre las diferentes sensibilidades».

En la liturgia participaron también representantes de las Iglesias ortodoxas presentes en Siria. El pontífice agradeció su presencia, testimonio de las «relaciones fraternas» que se dan en este país entre los cristianos de las diferentes confesiones. En total, no llegan al 10% de la población. De este modo, volvió a pronunciar un sentido llamamiento a favor de la unidad perdida.

La buena nueva del Evangelio, explicó el Papa, «debe incitar a los discípulos de Cristo a buscar ardientemente los caminos de unidad para que, haciendo suya la oración del Señor --"Que todos sean uno"--, den un testimonio más auténtico y creíble».

El Papa invitó a las familias a la fidelidad y la apertura, les alentó a defender «siempre» el derecho a la vida desde su concepción, y les recordó la importancia de la oración y de la formación cristiana de los hijos. Por último, animó a los sirios a abrirse al mundo con lucidez y sin temor.

Al final de la eucaristía, el Papa almorzó en el Patriarcado greco-católico con los patriarcas y obispos sirios. En particular, apreció el que en estas tierras los católicos vivan en armonía con la comunidad ortodoxa y musulmana.

Constató también con tristeza el drama de la emigración, que afecta a los jóvenes de las familias cristianas que en el país no tienen un porvenir. El índice de desempleo supera el 30%. Por ello, pidió a patriarcas y obispos que luchen para que todos los ciudadanos gocen de los mismos derechos.



El Papa vuelve a proponer la celebración de la Pascua en una misma fecha
Emocionante encuentro ecuménico con los líderes cristianos de Siria

DAMASCO, 6 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II quiere que su visita a Siria, tierra de ecumenismo, dé un decidido impulso a la unidad entre los cristianos y ha propuesto alcanzar un acuerdo para cristianos de oriente y occidente celebren la Pascua en la misma fecha.

El momento ecuménico más significativo del primer viaje de un obispo de Roma a Siria, de cuatro días, tuvo lugar en la tarde del sábado, cuando participó en un encuentro los representantes de todas las comunidades cristianas presentes en el país. El histórico acontecimiento tuvo lugar en la catedral greco-ortodoxa de la Dormición de la Virgen María, de la que se tiene noticia desde el siglo II.

Entre los presentes se encontraban patriarcas y obispos de comunidades cristianas que hunden sus raíces en la predicación de los apóstoles. El patriarca greco-ortodoxo de Antioquía (con sede actual en Siria) y de todo el Oriente, Ignace I Hazim, fue el encargado de dirigir las cálidas palabras de bienvenida. Estaban también presentes el patriarca sirio-ortodoxo de Antioquía y jefe supremo de la Iglesia siro-ortodoxa universal, Ignatius Zakka I Iwas, así como el patriarca greco-melquita (católico) Grégoire III Laham.

Los cristianos presentes representaban antiguos ritos de estupenda riqueza. Rezan en árabe, griego o arameo, la lengua que Jesús hablaba hace dos mil años. En este país de mayoría islámica, en el que no constituyen ni siquiera el 10% de la población, los discípulos de Jesús han dejado a un lado sus diferencias de siglos para ofrecer una sorprendente bienvenida al obispo de Roma. No hay que olvidar que el apóstol Pedro, antes de ir a la Ciudad Eterna, había tenido en Antioquía su sede episcopal.

Algunas de las comunidades cristianas, que tienen ahora su sede en Siria, llegaron a este país huyendo de persecuciones, particularmente a inicios del siglo XX. Los barrios cristianos de Damas, Aleppo y Homs se convirtieron para ellos en rincones de acogida.

Desde el momento en que el avión del Papa aterrizó en el aeropuerto de Damasco, en la mañana del sábado, todos los líderes cristianos sirios ya habían manifestado su cercanía con su presencia y aplausos. El pontífice pudo comprobar al bajar la escalerilla del avión que en esta tierra el ambiente ecuménico en es muy diferente al que había afrontado en su anterior escala, Atenas.

Las palabras del patriarca greco-ortodoxo, al acoger al Papa en su sede, fueron conmovedoras: «Yo os abrazo con el sínodo que me rodea --sacerdotes, monjes y fieles-- en el amor por Jesucristo nuestro Señor», afirmó Ignatius IV Hazim.

Una nueva era ecuménica
Por su parte, el Papa estimuló en Siria «el proceso de acercamiento ecuménico» que en este país tiene lugar desde hace años «en el marco de un proceso más amplio de reunión entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas».

«En virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía unen de hecho con lazos muy estrechos nuestras Iglesias particulares, que se llaman y les gusta llamarse Iglesias hermanas», reconoció el Papa.

«Ahora, después de un largo período de división e incomprensión recíproca, el Señor nos concede redescubrirnos como Iglesias hermanas, a pesar de los obstáculos que en el pasado se interpusieron entre nosotros. Si hoy, a las puertas del tercer milenio, buscamos el restablecimiento de la plena comunión, debemos tender a la realización de este objetivo y debemos hacer referencia al mismo», aclaró.

Un signo de voluntad ecuménica
A continuación, Juan Pablo II volvió a relanzar una iniciativa que viene proponiendo desde hace años: la celebración en la misma fecha de la Pascua de Resurrección por parte de cristianos de oriente y occidente, como signo visible de esta búsqueda de la unidad plena.

La diferencia de fechas en la celebración de la Pascua surgió con motivo de la reforma del calendario litúrgico realizada por el Papa Gregorio XIII en 1582. Los cristianos de oriente, en su mayoría ortodoxos, sin embargo, siguen calculando la fecha de la Pascua según el antiguo calendario Juliano, establecido por Julio César, en el año 46 antes de Cristo. En ocasiones, sin embargo, el día de Pascua en estos dos calendarios coincide, como sucedió en el año 2001.

«Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica se ha declarado favorable a todo intento capaz de restablecer la celebración común de la fiesta pascual. Este proceso parece sin embargo más difícil de lo previsto». Ante esta constatación el pontífice lanzó un hipótesis: «¿Podrían vislumbrarse etapas intermedias o diferenciadas para preparar los espíritus y los corazones a la aplicación de un cómputo aceptable para todos los cristianos de oriente y occidente?».

Una pregunta, concluyó, que debería encontrar una respuesta y apoyo por parte de los patriarcas y obispos cristianos de Oriente Medio, concluyó el Santo Padre.



Un Padrenuestro de Christodoulos y Juan Pablo II que cambiará la historia
En el encuentro privado, los dos líderes cristianos rezaron juntos

MOSCÚ, 6 mayo 2001 (ZENIT.org).- Contradiciendo las previsiones, el arzobispo ortodoxo de Atenas y Juan Pablo II vivieron un momento de oración común, a pesar de que en un primer momento los representantes ortodoxos habían excluido tajantemente esta posibilidad.

El episodio tuvo lugar en la noche del 4 de mayo, según refirió este sábado Joaquín Navarro-Valls, en el vuelo de la capital griega a Damasco.

De hecho, en el programa oficial de la visita papal no se había reservado ningún momento de oración común entre los dos líderes cristianos. Para algunos sectores radicales de la Iglesia ortodoxa griega no es posible rezar con exponentes de la «herejía» católica.

Al final del tercer encuentro entre Juan Pablo II y el primado de la ortodoxa griega, mientras se despedía la delegación guiada por Su Beatitud Cristodoulos, el Papa propuso: «¿Por qué no rezamos juntos el Padrenuestro en griego?». El arzobispo acogió con gusto la propuesta.

El acontecimiento ha tenido lugar tras la petición de perdón a la Ortodoxia lanzada por el Papa. De hecho, según explicó Navarro-Valls, el primado ortodoxo griego, en ese encuentro privado con el obispo de Roma, dijo: «Estamos orgullosos por esta visita. Se abre una nueva era».

Según la edición italiana del domingo de «L'Osservatore Romano», diario oficioso de la Santa Sede, este momento ha sido «uno de los más significativos de la peregrinación». «Un gran testimonio de comunión realizado con sencillez» en un día «histórico e inolvidable».