La caridad y la oración común nos ayudan a avanzar por el camino que lleva a la unidad plena

Mensaje del Papa a Su Santidad Bartalomé I, arzobispo de Constantinopla, patriarca ecuménico

Siguiendo la tradición de intercambiarse delegaciones con motivo de la fiesta de sus respectivos patronos, el Papa Juan Pablo II envió al patriarcado ecuménico de Constantinopla, para la fiesta de San Andrés apóstol, celebrada el 30 de noviembre, una delegación, encabezada por el cardenal Edward Idris Cassidy, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, y mons. Walter Kasper, secretario de ese dicasterio. Publicamos a continuación el mensaje que el Vicario de Cristo envió al patriarca Bartolomé I con esta ocasión.

 

A Su Santidad BARTOLOMÉ I
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

«Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (Ef 1, 2).

La fiesta de san Andrés, celebrada por el patriarcado ecuménico, y la de san Pedro y san Pablo, en Roma, nos unen en un encuentro fraterno de diálogo y oración. La caridad recíproca, los intercambios regulares, la alabanza común elevada al Señor, son medios que contribuyen a la unidad plena entre nuestras Iglesias y nos permiten testimoniar la comunión en el único Señor Jesucristo.

Nuestra participación mutua en las celebraciones de los santos Apóstoles, patronos de nuestras Iglesias, es también fuente de alegría, la alegría que experimentamos cuando cumplimos la voluntad del Señor.

La delegación que envío este año a Su Santidad y a la Iglesia hermana de Constantinopla está encabezada, una vez más por el señor cardenal Edward Idris Cássidy, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Este año va acompañado por monseñor Walter Kasper, obispo emérito de Rottenburg-Stuttgart y nuevo secretario del Consejo. Les he confiado el encargo de transmitirle mis mejores deseos para usted, venerado hermano, para el Santo Sínodo que preside, para el clero y para los fieles del patriarcado ecuménico. ¡Que la paz del Señor esté con todos vosotros!

En este fin de siglo y en el umbral del nuevo milenio cristiano, nuestra voluntad de avanzar por el camino del diálogo y de las relaciones fraternas para llegar a la plena comunión se transforma en una exigencia más apremiante, un deseo más ardiente de curar las «dolorosas laceraciones que contradicen abiertamente la voluntad de Cristo y son un escándalo para el mundo» (Tertio millennio adveniente, 34). Sin embargo, este deseo se empaña de tristeza al pensar en lo que deberíamos hacer para que resplandezca más el verdadero rostro de Cristo y para que brille con una luz aún más hermosa a los ojos del mundo el rostro de su Iglesia que por el don del Espíritu, recibirá la gracia de la plena unidad entre nosotros.

Convencido de que «entre los pecados que exigen un mayor compromiso de penitencia y de conversión han de citarse, ciertamente, aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su pueblo» (ib.), recordé en esa carta apostólica las numerosas iniciativas ecuménicas emprendidas con generosidad y determinación y subrayé el enorme esfuerzo que hace falta realizar aún para proseguir el diálogo doctrinal y para un compromiso mas generoso en la oración ecuménica (cf. ib.). Encomendando a los santos apóstoles Andrés, Pedro y Pablo estas intenciones, que siguen siendo una de las metas jubilares decisivas para el futuro de la Iglesia, quisiera asegurarle una vez más que la Iglesia católica está dispuesta a hacer todo lo posible para allanar los obstáculos, apoyar el diálogo y colaborar en cualquier iniciativa encaminada a hacernos avanzar hacia la comunión plena en la fe y en el testimonio.

Animado por estos sentimientos y teniendo en cuenta la importancia de los intercambios directos y de la participación de nuestras Iglesias en los acontecimientos importantes de su vida, le doy gracias, Santidad, por haber enviado sus delegados fraternos a la reciente Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, en la persona del metropolita de Francia, nuestro venerado hermano Jeremías, así como a la Asamblea interreligiosa, en la persona del metropolita de Suiza, nuestro venerado hermano Damaskinos. Su presencia nos produjo mucha alegría y fue un ejemplo de la comunión a la que tienden los discípulos de Cristo. Experimento esa misma alegría ante la perspectiva de tener a mi lado a los representantes de Su Santidad el próximo 18 de enero con motivo de la apertura de la Puerta santa en la basilica de San Pablo extramuros, para el inicio solemne de las celebraciones en honor de Aquel que es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). A través de su representante en la comisión ecuménica del jubileo del año 2000, ha querido usted, Santidad, manifestar su apoyo y subrayar así su comunión de intención para esas celebraciones jubilares. Le doy gracias también por esta presencia y esta colaboración.

Alegrándome de todo corazón de que en el umbral del nuevo milenio se nos conceda anunciar juntos de alguna manera a las nuevas generaciones que Jesucristo es el Salvador del mundo, intercambio con Su Santidad el beso de la paz y le aseguro mi afecto fraterno.

Vaticano, 24 de noviembre de 1999

JUAN PABLO II