Mensaje para la Cuaresma 1998

Juan Pablo II: "Exhorto a cada cristiano a hacer visible su conversión con un signo de amor"

La pobreza, "que para muchos de nuestros hermanos llega hasta la miseria, constituye un escándalo". Juan Pablo II escribe estas palabras, en su mensaje para la Cuaresma de 1998, tiempo privilegiado para reflexionar sobre las injusticias sociales, para sacudir las conciencias de los mil millones de católicos que existen en el mundo.

El texto, que lleva por título "¡Venid benditos de mi Padre, porque era pobre y marginado, y me habé is acogido!", está dedicado particularmente a presentar a la atención mundial el drama de los más de cincuenta millones de refugiados que existen en el mundo y así como el de los inmigrantes que se ven obligados a abandonar casa y familia para buscar fortuna en países más prósperos.

En el mensaje, el Pontífice confiesa su preocupación por el candente "problema de los millones de refugiados y exiliados", "por el fenómeno de la intolerancia racial" que sufren personas "cuya 'culpa' es la de buscar trabajo y mejores condiciones de vida fuera de su patria", por "el miedo a cuanto es distinto, y por ello, considerado como una amenaza". Como signo de reacción clara y decidida de los cristianos frente a este mal de las sociedades de finales de siglo, el Papa pide un gesto muy concreto a cada uno de los católicos.

El obispo de Roma pide que la Iglesia trabaje decididamente para mitigar los sufrimientos y la pobreza del hombre contemporáneo. Pero recuerda, que "puede y debe dar mucho más: lo que se espera de ella es sobre todo una palabra de esperanza". En la sociedad materialista, en la que todo se mide por el tener y no por el ser, esta afirmación podría parecer absurda. Por ello, explica: "Allí donde los medios materiales no son capaces de mitigar la miseria, como, por ejemplo, en el caso de las enfermedades del cuerpo o del espíritu, la Iglesia anuncia al pobre la esperanza que viene de Cristo".

"¡Venid benditos de mi Padre, porque era pobre y marginado, y me habé is acogido!"

Dice Juan Pablo II, en su mensaje para la Cuaresma:

En este año deseo proponer a la reflexión de todos los fieles las palabras, inspiradas en el Evangelio de Mateo: "Venid, benditos de mi Padre, porque era pobre y marginado y me habé is acogido" (cf. Mt 25, 34-36).

Diversas pobrezas

La pobreza tiene diversos significados. El más inmediato es la falta de medios materiales suficientes. Esta pobreza, que para muchos de nuestros hermanos llega hasta la miseria, constituye un escándalo. Se manifiesta de múltiples formas y estáen conexión con muchos y dolorosos fenómenos: la carencia del necesario sustento y de la asistencia sanitaria indispensable; la falta o la penuria de vivienda, con las consecuentes situaciones de promiscuidad; la marginación social para los más dé biles y de los procesos productivos para los desocupados; la soledad de quien no tiene a nadie con quien contar; la condición de prófugo de la propia patria y de quien sufre la guerra o sus heridas; la desproporción en los salarios; la falta de una familia, con las graves secuelas que se pueden derivar, como la droga y la violencia. La privación de lo necesario para vivir humilla al hombre: es un drama ante el cual la conciencia de quien tiene la posibilidad de intervenir no puede permanecer indiferente.

Existe también otra pobreza, igualmente grave, que consiste en la carencia, no de medios materiales, sino de un alimento espiritual de una respuesta a las cuestiones esenciales, de una esperanza para la propia existencia. Esta pobreza que afecta al espíritu provoca gravísimos sufrimientos. Tenemos ante nuestros ojos las consecuencias frecuentemente trágicas de una vida vacía de sentido. Tal forma de miseria se manifiesta sobre todo en los ambientes donde el hombre vive en el bienestar, materialmente satisfecho, pero espiritualmente desprovisto de orientación. Se confirma la palabra del Señor en el desierto: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de dios" (Mt 4, 4). En lo íntimo de su corazón, el ser humano pide sentido y pide amor. A esta pobreza se responde con el anuncio, corroborado con los hechos, del Evangelio que salva, que lleva luz tambié n a las tinieblas del dolor, porque comunica el amor y la misericordia de Dios. En última instancia lo que consume al hombre es el hambre de Dios: sin el consuelo que proviene de É l, el ser humano se encuentra abandonado a sí mismo, necesitado porque falto de la fuente de una vida auténtica.

Desde siempre la Iglesia combate todas las formas de pobreza. El tiempo de Cuaresma es especialmente indicado para recordar a los miembros de la Iglesia este compromiso suyo en favor de los hermanos.

Lo dice la Biblia

La Sagrada Escritura contiene continuos llamamientos a la solicitud para con el pobre, porque en é l se hace presente Dios mismo: "Quien se apiada del débil, presta a Yahveh, el cual le dará su recompensa (Pr 19, 17). La revelación del Nuevo Testamento nos enseña a no despreciar al menesteroso, porque Cristo se identifica con é l. En las sociedades opulenta, y en un mundo cada vez más marcado por el materialismo práctico que invade todos los ámbitos de la vida, no podemos olvidar las ené rgicas palabras con las que Cristo amonesta a los ricos (cf. Mt 19, 23-24; Lc 6, 24-25; Lc 16, 19-31).

No podemos olvidar, especialmente, que Él mismo "se hizo pobre" para que nosotros nos enriquecié ramos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9). El Hijo de Dios "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Fl 2, 7-8). La asunción por Cristo de la realidad humana en todos los aspectos, incluidos el de la pobreza, el sufrimiento y la muerte, hace que en é l pueda reconocerse toda persona. Hacié ndose pobre, Cristo ha querido identificarse con cada pobre.

Compartir

Todo cristiano está llamado a compartir las penas y las dificultades del otro, en el cual Dios mismo se encuentra oculto. Pero el abrirse a las necesidades del hermano implica una acogida sincera, que sólo es posible con una actitud personal de pobreza de espíritu. En efecto, no hay únicamente una pobreza de signo negativo. Hay tambié n una pobreza que es bendecida por Dios. El Evangelio la llama "dichosa" (cf. Mt 5, 3). Gracias a ella el cristiano reconoce que la propia salvación proviene exclusivamente de Dios y, al mismo tiempo, se hace disponible para acoger y servir a los hermanos, a los que considera "superiores a sí mismo" (cf. Fl 2, 3).

La pobreza espiritual es fruto del corazón nuevo que Dios nos da; en el tiempo de Cuaresma, este fruto debe madurar en actitudes concretas, tales como el espíritu de servicio, la disponibilidad para buscar el bien del otro, la voluntad de comunión con el hermano, el compromiso de combatir el orgullo que nos impide abrirnos al prójimo.(É). Exhorto a cada cristiano, en este tiempo cuaresmal, a hacer visible su conversión personal con un signo concreto de amor hacia quien están necesidad, reconociendo en é l el rostro de Cristo que le repite, casi de tú a tú: "Era pobre, estaba marginado y tú me has acogido" Gracias a este compromiso, se volverá a encender la luz de la esperanza para muchas personas.