Mensaje a la Asamblea Mundial sobre
«Los problemas del envejecimiento de la población»

(Organizada por las Naciones Unidas
y celebrada en Viena. julio 1982)

Señor presidente:

Ya en muchas circunstancias, la Santa Sede ha saludado con mucho interés y esperanza la iniciativa de las Naciones Unidas de patrocinar una asamblea mundial sobre el problema del envejecimiento de la población y de sus consecuencias sobre cada persona y sobre la sociedad. Desde que esta decisión ha sido confirmada, se asiste a la expansión y a la profundización de una toma de conciencia de este fenómeno demográfico de nuestro tiempo, que obliga a los países y a la sociedad internacional a interpelarse sobre el destino, las necesidades, los derechos y las capacidades específicas de las generaciones ancianas, cuyo número va en aumento. Al margen de las personas, esta reflexión debe extenderse a la organización misma de la sociedad en función de esta capa de su población.

Aspectos de la vejez

El estudio atento de los trabajos preparatorios de esta Asamblea mundial y del plan de acción actualmente sometido al examen de todos los países miembros de las Naciones Unidas hace que aparezcan muchos puntos que merecen una adhesión particular por parte de la Santa Sede. Yo me permito enumerarlos: la atención prestada a las personas ancianas como tales y a la calidad de su vida hoy día; el respeto de sus derechos de seguir siendo miembros activos de una sociedad a cuya edificación han contribuido; la voluntad de promocionar una organización social a la que cada generación pueda prestar su contribución juntamente con las demás; finalmente, el llamamiento a la creatividad de cada medio sociocultural para que allí se encuentren respuestas satisfactorias al mantenimiento de los ancianos en actividades adecuadas a su gran diversidad de origen y de educación, de capacidades y de experiencia, de cultura y de creencias.

Visión humana y cristiana de la vejez

Los temas mencionados manifiestan ya que no se trata de problemas abstractos o solamente técnicos, sino más bien del destino de personas humanas, con su historia particular, hecha de raíces familiares, de lazos sociales, de éxitos o de fracasos profesionales que han marcado o marcan todavía su existencia. A vuestra importante Asamblea, volcada sobre estas realidades para profundizarlas y para encontrarlas concretas y juiciosas, la Iglesia querría ofrecer la contribución de su reflexión, de su experiencia y de su fe en el hombre.

Prácticamente, ella os propone su visión humana y cristiana de la vejez, su convicción a propósito de la familia o de instituciones de tipo familiar como los lugares más favorables para la realización de las personas ancianas, y su apoyo en el interés de la sociedad moderna al servicio de las generaciones ancianas.

La vejez, una fase natural de la vida

Yo me acuerdo con emoción del encuentro con los ancianos, en noviembre de 1980, en la catedral de Munich. Yo puse de relieve entonces que la vejez humana es una etapa natural de la existencia y que, generalmente, debe ser la coronación de la misma. Esta visión supone, evidentemente, que la vejez -cuando uno llega a la misma- sea comprendida como un elemento que tiene su valor particular en el seno de toda la vida humana, y requiere, igualmente, una concepción exacta de la persona que es a la vez cuerpo y alma.

Los ancianos en la Biblia

Bajo esta perspectiva, la Biblia habla frecuentemente de la edad avanzada o de los ancianos con respeto y admiración. El libro del Eclesiastés, por ejemplo, después de haber hecho el elogio de la sabiduría unida a los cabellos blancos (25, 4-6), inicia un largo panegírico de los antepasados cuyos cuerpos han sido sepultados en la paz, mientras que su nombre perdura durante generaciones» (cf. cap. 44 a 51).

Y el Nuevo Testamento rebosa veneración hacia los ancianos. San Lucas nos pinta con emoción el cuadro del anciano Simeón y de la profetisa Ana cuando reciben a Cristo en el templo. Y durante la época de las primeras comunidades cristianas vemos que los apóstoles encargan a los ancianos que cuiden de sus jóvenes fundaciones.

La vejez, una fase de la vida

La Iglesia desea ardientemente que el plan de acción permanezca abierto a esta concepción de la vejez contemplada no solamente como un proceso inexorable de degradación biológica o como un período desgajado de las demás estaciones de la existencia, sino como una fase posible del desarrollo natural de la vida de todo ser humano, del que la vejez representa el último toque.

Dignidad de la persona. Respeto a la vida

La vida es, en verdad, un don de Dios a los hombres, creados a su imagen y semejanza. Esta comprensión de la dignidad sagrada de la persona humana conduce a dar un valor a todas las etapas de la vida. Es una cuestión de coherencia y de justicia. Es, en efecto, imposible apreciar, en verdad, la vida de un anciano sin apreciar, en verdad, la vida de un niño desde el comienzo de su concepción. Nadie sabe hasta dónde se podría llegar si la vida no fuese respetada como un bien inalienable y sagrado.

Eutanasia. Muerte digna

Es necesario, pues, asegurar firmemente, con la Congregación para la Doctrina de la Fe, en su declaración sobre la eutanasia, del 5 de mayo de 1980, que, «nada ni nadie puede autorizar la supresión de la vida de un ser inocente, feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante... Hay en ello la violación de la ley divina, ofensa a la dignidad de la persona humana, crimen contra la vida, atentado contra la humanidad». Y es muy oportuno añadir también lo que la misma declaración decía sobre el empleo de los medios terapéuticos «Hoy día es muy importante proteger, en el momento de la muerte, la dignidad de la persona humana y la concepción cristiana de la vida contra un tecnicismo que corre el riesgo de tornarse abusivo.»

Muerte con dignidad y serenidad

La muerte forma parte de nuestro horizonte humano y le imprime su verdadera y misteriosa dimensión. El mundo moderno, sobre todo en Occidente, tiene necesidad de aprender a reintegrar la muerte en la vida humana. ¿Quién no puede desear para sus semejantes y desear para sí mismo el aceptar y asumir este postrer acto de la existencia terrena en la dignidad y la serenidad, sin duda alguna posible para los creyentes?

Características de la edad avanzada. Dificultades de la edad

Yo desearía ahora considerar con vosotros las características de la edad avanzada. Las unas son dolorosas, difíciles de aceptar, sobre todo cuando se está solo. Las otras son fuente de riquezas, para sí y para otro. Juntas, ellas forman parte de la experiencia humana de los que son ancianos hoy día y de los que lo serán mañana. Los aspectos fundamentales de la tercera y de la cuarta edad implican, naturalmente, el debilitamiento de las fuerzas físicas, la menor vivacidad de las facultades espirituales, un abandono progresivo de las actividades a las que se había estado entregado, las enfermedades y los achaques que sobrevienen, la perspectiva de las separaciones afectivas ocasionadas por la partida hacia el más allá. Estas características entristecedoras pueden ser transformadas por convicciones filosóficas y, sobre todo, por las seguridades de la fe para quienes tienen la suerte de creer. Para estos últimos, en efecto, la última etapa de la vida terrena puede ser vivida como misterioso acompañamiento de Cristo Redentor, recorriendo su dolorosa vía crucis antes de la aurora radiante de Pascua. Pero, más ampliamente, se puede afirmar que la forma en que una civilización asume la edad anciana y la muerte como un elemento constitutivo de la vida y la forma en que ayuda a sus miembros ancianos a vivir su muerte constituyen un criterio decisivo del respeto que dicha civilización tiene al hombre.

Aspectos positivos de la vejez

Los aspectos benéficos de la vejez existen también. Es el tiempo en el que los hombres y las mujeres pueden recoger la experiencia de toda su vida, hacer la separación entre lo accesorio y lo esencial, alcanzar un nivel de gran sabiduría y de profunda serenidad. Es la época en la que disponen de mucho tiempo, e incluso de todo su tiempo, para amar el entorno habitual u ocasional con un desinterés, una paciencia y una alegría discreta, de lo que tantos ancianos dan ejemplos admirables. Constituye también, para los creyentes, la feliz posibilidad de meditar sobre los esplendores de la fe y de orar más.

La fecundidad de estos valores y su supervivencia están unidos a dos condiciones inseparables. La primera requiere de las mismas personas ancianas que acepten profundamente su edad y estimen sus posibles recursos. La segunda condición concierne a la sociedad de hoy. Necesita hacerse capaz de reconocer los valores morales, afectivos, religiosos que habitan en el espíritu y en el corazón de los ancianos y necesita trabajar en favor de su inserción en nuestra civilización que sufre un desfase inquietante entre su nivel técnico y su nivel ético.

Marginación social de los mayores y sus efectos

Las personas ancianas, en efecto, no pueden vivir sino difícilmente en un mundo que se ha tornado inconsciente de su dimensión espiritual. Llegan a despreciarse a sí mismas cuando ven que la rentabilidad de los ciudadanos prima todo y que otros recursos de la persona humana son ignorados o despreciados. Semejante clima va contra el desarrollo y la fecundidad de la vejez y engendra necesariamente el repliegue sobre sí, los dolorosos sentimientos de inutilidad y, finalmente, la desesperación.

Pero, necesario es subrayar una vez más, es toda la sociedad la que se priva de elementos enriquecedores y reguladores cuando se aventura a no reconocer como válidos para su desarrollo más que a sus miembros jóvenes y adultos en plena posesión de sus fuerzas, y a colocar a los demás entre los improductivos, mientras que numerosas experiencias, juiciosamente realizadas, prueban lo contrario.

Los mayores y la familia

En mi exhortación apostólica «Familiaris consortio» he recordado, a la luz de los orígenes divinos de la familia humana, que su esencia y sus cometidos están definidos por el amor: «Constituida en tanto que, "comunidad de vida y de amor", la familia recibe la misión de guardar, de revelar y de comunicar el amor... Todos los miembros de la familia, cada uno según sus propios dones, tienen la gracia y la responsabilidad de construir, día tras día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una escuela de humanidad más completa y más rica» (nn. 17 y 21).

Integración de los mayores en la familia

Esto permite vislumbrar las posibilidades ofrecidas por la familia a las personas ancianas, tanto para el apoyo fiel que tienen derecho a esperar de ella, como por su aportación posible a su vida y a su misión. Es una verdad indiscutible que las condiciones de integración de los ancianos en el hogar de sus hijos, o de otros parientes no siempre existen y que esta integración, a veces, se revela incluso imposible. Es entonces cuando se impone contemplar otra solución, ya que corresponde a los hijos o a otros miembros de la familia conservar lazos regulares y calurosos con aquel o aquella que han debido marchar a una casa de ancianos.

Misión de los mayores en la familia

Dicho esto, es evidente que, permaneciendo en medio de los suyos, las personas ancianas pueden conseguir beneficiarios, observando la oportunidad y la discreción siempre requeridas, con el afecto y con la sabiduría, con la comprensión y la indulgencia, con los consejos y el consuelo, con la fe y la oración, que son, en la mayoría de las ocasiones, los carismas del ocaso de la vida. Comportándose de este modo contribuyen igualmente a honrar de nuevo, sobre todo con sus ejemplos, conductas frecuentemente devaluadas hoy día, tales como la escucha, la eliminación de sí, la serenidad, el don gratuito, la interioridad, la alegría discreta e irradiante...

La presencia de los ancianos: un factor de unión

Sería necesario incluso subrayar que la presencia habitual o episódico de los ancianos en medio de los suyos es, con frecuencia, un precioso factor de unión y de comprensión entre generaciones necesariamente distintas y complementarias. Por ello, este estrechamiento de la vida familiar, tal como acabo de evocarlo, y según las modalidades posibles, puede ser una fuente de equilibrio y de vitalidad, de humanidad y de espiritualidad, para esta célula fundamental de toda sociedad, y que lleva el nombre más evocador que existe en todos los idiomas del mundo: «la familia».

Retiro anticipado. Marginación social

Con la evolución demográfica actual, la sociedad ve que se abre ante ella un nuevo campo de acción al servicio de la persona humana, a fin de garantizar a los ancianos el sitio que les corresponde en la comunidad civil y de favorecer su contribución específica a su desarrollo.

Las generaciones ancianas, que, en ciertos sistemas legislativos y sociales, se ven cada vez más pronto retiradas del circuito de la producción económica, se interrogan -a veces con angustia- sobre el puesto y la función que les reserva este nuevo tipo de sociedad. Este retiro precoz, que les es impuesto, ¿para qué lo utilizarán? La sociedad actual, en su evolución y en sus orientaciones, ¿espera todavía algo de sus miembros ancianos retirados?

La sociedad debe satisfacer las necesidades de los mayores

Se deduce que frente a este nuevo y grande problema, toda la sociedad, y bien entendido sus responsables, deben estudiar seriamente las soluciones susceptibles de responder a las aspiraciones de las personas ancianas. Estas soluciones no pueden ser de una sola clase. Si es normal que la sociedad favorezca el mantenimiento de los ancianos en su familia y en su marco de vida cuando esta solución se demuestra posible y deseable, otros medios deben ser ofrecidos a la tercera y cuarta edad.

Servicios de la sociedad a los mayores

En este campo, una sociedad verdaderamente consciente de sus deberes hacia las generaciones que han contribuido a hacer la historia del país debe poner en marcha instituciones apropiadas. Y para mantener la continuidad con lo que los ancianos han conocido y vivido, nada hay más deseable que estas instituciones sean de tipo familiar, es decir, que se esfuercen por procurar a los ancianos el calor humano, tan necesario en toda época de la vida y particularmente en la etapa de la ancianidad, pero al mismo tiempo una cierta autonomía, compatible con las necesidades de la vida comunitaria, un abanico de actividades en sintonía con sus capacidades físicas y profesionales y, finalmente, todos los cuidados exigidos por la edad que avanza.

Servicios de la Iglesia a los mayores

Garantizarles un puesto y un papel en la comunidad humana. Yo pienso en la formación permanente practicada en muchos países y generadora, para aquellos y aquellas que se benefician de la misma, no sólo de enriquecimiento personal, sino también de capacidades de adaptación y de participación en la vida cotidiana de la sociedad.

Aprovechar el saber y experiencia de los mayores

Ciertamente, existen ya realizaciones de esta clase. Pero dichas instituciones deben desarrollarse. Me permitiréis, a este respecto, que recuerde la acción caritativa de la Iglesia a través de tantas instituciones destinadas a las personas ancianas, y desde un tiempo tan lejano. ¡Que sean felicitadas y estimuladas! Una sociedad se honra singularmente haciendo que converjan, de la mejor manera posible, dentro del respeto de los ancianos y de las diversas instituciones que los acogen, estos caminos del servicio del hombre.

Garantizar a los mayores un puesto y una misión en la sociedad

Me parece útil evocar todavía y brevemente algunos de los nuevos servicios que la sociedad podría prestar a los jubilados y a las personas ancianas para Efectivamente, los ancianos poseen reservas de saber y de experiencia que, alimentadas e incluso completadas por un proceso bien adaptado de formación permanente, podrían ser invertidas en sectores que van desde la educación a los humildes servicios socio-caritativos. En torno a este plan podrían buscarse iniciativas innovadoras con los mismos interesados o con las asociaciones que los representan. Yo pienso, igualmente, que la sociedad debe ingeniarse, teniendo cuidadosamente en cuenta las capacidades individuales de los ancianos y de las situaciones muy diferentes a través de los continentes, para establecer la posibilidad de una cierta diversificación de actividades.

Actividades de los mayores

Entre la uniformidad aburrida y la fantasía continua es posible encontrar una juiciosa articulación entre el trabajo profesional o de otra índole, la lectura o incluso el estudio, las diversiones, los encuentros libres u organizados con otras personas o con otros medios, tiempos de meditación serena y orante.

Estimular la creación de asociaciones de mayores y apoyar las existentes Un servicio que la sociedad puede prestar todavía a las generaciones ancianas, consiste en estimular la creación, cuando haya lugar, de asociaciones de personas ancianas y sostener las que ya existen. Dichas asociaciones han producido ya sus frutos.. sacando del aislamiento y de la terrible impresión de seres ya inútiles a los que llegan a la etapa del retiro y de la vejez.

Semejantes asociaciones tienen necesidad de ser reconocidas por los responsables de la sociedad como expresión legítima de la voz de los ancianos, y, entre ellos, de los que son más desfavorecidos.

Medios de comunicación y recto concepto de la vejez

Esto exige que los responsables del medio audiovisual y de la prensa estén convencidos o al menos se muestren respetuosos de una concepción de la vida humana fundada no ya solamente sobre su utilidad económica y puramente material, sino sobre su sentido pleno que puede conocer logros y una realización admirables hasta el término de la carrera terrena, sobre todo cuando el entorno favorece semejante posibilidad.

Por último, yo pienso en el papel que los medios de comunicación social, particularmente la televisión y la radio, podrían y deberían desempeñar, a fin de difundir una imagen más justa y renovada de la última etapa de la vida, de su contribución posible a la vitalidad y al equilibrio de la sociedad.

Naciones Unidas y futuro de la sociedad humana

Al término de estas reflexiones y de estas sugerencias, me resta, señor presidente, desear que las conclusiones de la asamblea mundial de Viena, sobre el problema de la ancianidad produzcan progresivamente frutos abundantes y duraderos. En este campo, como en muchos otros ya estudiados y promocionados por la Asamblea de las Naciones Unidas, la infancia, el mundo de los minusválidos, etc., está implicado, en definitiva, el presente y el futuro de la civilización humana.

Promoción de la persona desde el inicio hasta el final de la vida

Toda cultura, independientemente del continente o del país de que se trate y en toda época de la historia, no puede obtener su valor y su irradiación, sino de la primacía siempre otorgada al desarrollo integral de la persona humana, desde la primera a la última etapa de su carrera terrena, y esto en contra de la tentación de una sociedad dominada por el vértigo de la producción de las cosas y de su consumo.

Ojalá puedan los responsables del mundo actual trabajar al unísono con miras a una verdadera promoción del hombre y arrastrar a sus pueblos en esta singladura. Es no solamente el objeto de mis votos ardientes, sino también de mi oración constante ante Dios, autor de todo bien.