CATECHESI TRADENDAE
Exhortación de Juan Pablo II sobre la catequesis


 

V

TODOS TIENEN NECESIDAD DE LA CATEQUESIS

La importancia de los niños y de los jóvenes

35. El tema señalado por mi predecesor Pablo VI para la IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos versaba sobre "la catequesis en nuestro tiempo con especial atención a los niños y a los jóvenes". El ascenso de los jóvenes constituye, sin duda, el hecho más rico de la esperanza y, al mismo tiempo, de inquietud para una buena parte del mundo actual. En algunos países, sobre todo los del Tercer Mundo, más de la mitad de la población está por debajo de los veinticinco o treinta años.

Ellos significa que millones y millones de niños y de jóvenes se preparan para su futuro de adultos. Y no es sólo el factor numérico: acontecimientos recientes, y la misma crónica diaria, nos dicen que esta multitud innumerable de jóvenes, aunque esté dominada aquí y allí por la incertidumbre y el miedo, o seducida por la evasión en la droga y la indiferencia, incluso tentada por el nihilismo y la violencia, constituye, sin embargo, en su mayor parte la gran fuerza que, entre muchos riesgos se propone construir la civilización del futuro.

Hora bien, en nuestra solicitud pastoral nos preguntamos: ¿Cómo revelar a esa multitud de niños y jóvenes a Jesucristo, Dios hecho hombre? ¿Cómo revelarlo no simplemente en el deslumbramiento de un primer encuentro fugaz, sino a través del conocimiento cada día más hondo y más luminoso de su persona, de su mensaje, del Plan de Dios que El quiso revelar, del llamamiento que dirige a cada uno, del Reino que quiere inaugurar en este mundo con el "pequeño rebaño" de quienes creen en él, y que no estará completo más que en la eternidad? ¿Cómo dar a conocer el sentido, el alcance, las exigencias fundamentales, la ley del amor, las promesas, las esperanzas de ese Reino?

Habría que hacer muchas observaciones sobre las características propias que adopta la catequesis en las diferentes etapas de la vida.

Párvulos

36 . Un momento con frecuencia destacado en aquel en que el niño pequeño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros rudimentos de la catequesis, que acaso no serán sino una sencilla revelación del Padre celeste, bueno y providente, al cual aprende a dirigir su corazón. Las brevísimas oraciones que el niño aprenderá a balbucir serán el principio de un diálogo cariñoso con ese Dios oculto, cuya Palabra comenzará a escuchar después. Ante los padres cristianos nunca insistiríamos demasiado en esta iniciación precoz, mediante la cual son integradas las facultades del niño en una relación vital con Dios: obra capital que exige amor y profundo respeto al niño, el cual tiene derecho a una presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana.

Niños

37. Pronto llegará, en la escuela y en la Iglesia, en la parroquia o en la asistencia espiritual recibida en el colegio católico o en el instituto estatal, a la vez que la apertura en un círculo social más amplio, el momento de una catequesis destinada a introducir al niño de manera orgánica en la vida de la Iglesia, incluida también una preparación inmediata a la celebración de los sacramentos: catequesis didáctica, pero encaminada a dar testimonio de la fe: catequesis inicial, mas no fragmentaria, puesto que deberá revelar, si bien de manera elemental, todos los principales misterios de la fe y su repercusión en la vida moral y religiosa del niño; catequesis que da sentido a los sacramentos, pero a la vez recibe de los sacramentos vividos una dimensión vital que le impide quedarse en meramente doctrinal, y comunica al niño la alegría de ser testimonio de Cristo en su ambiente de vida.

Adolescentes

38. Luego vienen la pubertad y la adolescencia, con las grandezas y los riesgos que presenta esa edad. Es el momento del descubrimiento de sí mismo y del propio mundo interior; el momento de los proyectos generosos, momento en que brota el sentimiento del amor, así como los impulsos biológicos de la sexualidad, del deseo de estar juntos; momento de una alegría particularmente intensa, relacionada con el embriagador descubrimiento de la vida.

Pero también es a menudo la edad de los interrogantes más profundos, de búsquedas angustiosas, incluso frustrantes, de desconfianza de los demás y de peligrosos repliegues sobre sí mismo; a veces también la edad de los primeros fracasos y de las primeras amarguras. La catequesis no puede ignorar esos aspectos fácilmente cambiantes de un período tan delicado de la vida. Podrá ser decisiva una catequesis capaz de conducir al adolescente a una revisión de su propia vida y al diálogo, una catequesis que no ignore sus grandes temas -la donación de sí mismo, la fe, el amor y su mediación que es la sexualidad-.

La revelación de Jesucristo, como amigo, como guía y como modelo, admirable y, sin embargo, imitable; la revelación de su mensaje que da respuesta a las cuestiones fundamentales; la revelación del Plan de amor de Cristo Salvador como encarnación del único amor verdadero y de la única posibilidad de unir a los hombres, todo eso podrá constituir la base de una auténtica educación en la fe.

Y, sobre todo, los misterios de la pasión y de la muerte de Jesús, a los que San Pablo atribuye el mérito de su gloriosa resurrección, podrán decir muchas cosas a la conciencia y al corazón del adolescente y arrojar luz sobre sus primeros sufrimientos y los del mundo que va descubriendo.

Jóvenes

39. Con la edad de la juventud llega la hora de las primeras decisiones. Ayudado tal vez por los miembros de su familia y por los amigos, mas a pesar de todo solo consigo mismo y con su conciencia moral, el joven, cada vez más a menudo y de modo más determinante, deberá asumir su destino. Bien y mal, gracia y pecado, vida y muerte, se enfrentarán cada vez más en su interior como categorías morales, pero también y, sobre todo, como opciones fundamentales que habrá de efectuar o rehusar con lucidez y sentido de responsabilidad.

Es evidente que una catequesis que denuncie el egoísmo en nombre de la generosidad, que exponga sin simplismos ni esquematismos ilusorios el sentido cristiano del trabajo, del bien común, de la justicia y de la caridad, una catequesis sobre la paz entre las naciones, sobre la promoción de la dignidad humana, del desarrollo, de la liberación tal como las presentan documentos recientes de la Iglesia, completará felizmente en los espíritus de los jóvenes una buena catequesis de las realidades propiamente religiosas, que nunca ha de ser desatendida.

La catequesis cobra entonces una importancia considerable, porque es el momento en que el Evangelio podrá ser presentado, entendido y aceptado como capaz de dar sentido a la vida y, por consiguiente, de inspirar actitudes de otro modo inexplicables: renuncia, desprendimiento, mansedumbre, justicia, compromiso, reconciliación, sentido de lo Absoluto y de lo invisible, etc., rasgos todos ellos que permitirán identificar entre sus compañeros a este joven como discípulo de Jesucristo.

La catequesis prepara así para los grandes compromisos cristianos de la vida adulta. En lo que se refiere, por ejemplo a las vocaciones par ala vida sacerdotal y religiosa, es cosa cierta que muchas de ellas han nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo largo de la infancia y de la adolescencia.

Desde la infancia hasta el umbral de la madurez, la catequesis se convierte, pues, en una escuela permanente de la fe y sigue de este modo as grandes etapas de la vida como faro que ilumina la ruta del niño, del adolescente y del joven.

Adaptación de la catequesis a los jóvenes

40 . Es consolador comprobar que, durante la IV Asamblea general del Sínodo y a lo largo de estos años que lo han seguido, la Iglesia ha compartido ampliamente esta preocupación: ¿Cómo impartir la catequesis a los niños y a los jóvenes? ¡Quiera Dios que la atención así despertada perdure mucho tiempo en la conciencia de la Iglesia! En ese sentido, el Sínodo ha sido precioso para la Iglesia entera, al esforzarse por delinear con la mayor precisión posible el rostro complejo de la juventud actual; al mostrar que esta juventud emplea un lenguaje al que es preciso saber traducir, con paciencia y buen sentido, sin traicionarlo, el mensaje de Jesucristo; al demostrar que, a despecho de las apariencias, esta juventud tiene, aunque sea confusamente, no sólo la disponibilidad y la apertura, sino también verdadero deseo de conocer a "Jesús, llamado Cristo".

Al revelar, finalmente, que la obra de la catequesis, si se quiere llevar a cabo con rigor y seriedad, es hoy día más ardua y fatigosa que nunca a causa de los obstáculos y dificultades de toda índole con que tipo, pero también es más reconfortante que nunca a causa de la hondura de las respuestas que recibe por parte de los niños y de los jóvenes. Ahí hay un tesoro con el que la Iglesia puede y debe contar en los años venideros.

Algunas categorías de jóvenes destinatarios de la catequesis, dada su situación peculiar, postulan también una atención especial.

Minusválidos

41. Se trata, ante todo, de los niños y de los jóvenes física o mentalmente minusválidos. Estos tienen derecho a conocer como los demás coetáneos el "Misterio de la fe". Al ser mayores las dificultades que encuentran, son más meritorios los esfuerzos de ellos y de sus educadores. Es motivo de alegría comprobar que organizaciones católicas especialmente consagradas a los jóvenes minusválidos tuvieron a bien aportar al Sínodo su experiencia en la materia, y sacaron del Sínodo el deseo renovado de afrontar mejor este importante problema. Merecen ser vivamente alentadas en esta tarea.

Jóvenes sin apoyo religioso

42. Mi pensamiento se dirige después a los niños y a los jóvenes, cada vez más numerosos, nacidos y educados en un hogar no cristiano, o al menos no practicante, pero deseosos de conocer la fe cristiana. Se les deberá asegurar una catequesis adecuada para que puedan creer en la fe y vivirla progresivamente, a pesar de la oposición que encuentren en su familia y en su ambiente.

Adultos

43. Continuando la serie de destinatarios de la catequesis, no puedo menos de poner de relieve ahora una de las preocupaciones más constantes de los Padres del Sínodo, impuesta con vigor y con urgencia por las experiencias que se están dando en el mundo entero: se trata del problema central de la catequesis de los adultos. Esta es la forma principal de la catequesis porque está dirigida a las personas que tienen las mayores responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada.

La comunidad cristiana no podría hacer una catequesis permanente sin la participación directa y experimentada de los adultos, bien sean ellos destinatarios o promotores de la actividad catequética. El mundo en que los jóvenes están llamados a vivir y dar testimonio de la fe que la catequesis quiere ahondar y afianzar, está gobernado por los adultos: la fe de éstos debería igualmente ser iluminada, estimulada o renovada sin cesar con el fin de penetrar las realidades temporales de las que ellos son responsables. Así, pues, para que sea eficaz, la catequesis ha de ser permanente y sería ciertamente vana si se detuviera precisamente en el umbral de la edad madura, puesto que, si bien ciertamente de otra forma, se revela no menos necesaria para los adultos.

Cuasi catecúmenos

44. Entre estos adultos que tienen necesidad de la catequesis, nuestra preocupación pastoral y misionera se dirige a los que, nacidos y educados en regiones todavía no cristianizadas, no han podido profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias de la vida les hicieron encontrar; a los que en su infancia recibieron una catequesis proporcionada a esa edad, pero que luego se alejaron de toda práctica religiosa y se encuentran en la edad madura con conocimientos religiosos más bien infantiles; a los que se resienten de una catequesis sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; a los que, aun habiendo nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro sociológicamente cristiano, nunca fueron educador en su fe y, en cuanto adultos, son verdaderos catecúmenos.

Catequesis diversificadas y complementarias

45. Así, pues, los adultos de cualquier edad, incluidas las personas de edad avanzada -que merecen atención especial dada su experiencia y sus problemas- son destinatarios de la catequesis igual que los niños, los adolescentes y los jóvenes. Habría que hablar también de los emigrantes, de las personas marginadas por la evolución moderna, de las que viven en las barriadas de las grandes metrópolis, a menudo desprovistas de iglesias, de locales y de estructuras adecuadas.

Por todos ellos quiero formular votos a fin de que se multipliquen las iniciativas encaminadas a su formación cristiana con los instrumentos apropiados (medios audiovisuales, publicaciones, mesas redondas, conferencias), de suerte que muchos adultos puedan suplir las insuficiencias o deficiencias de la catequesis, o completar armoniosamente, a un nivel más elevado, la que recibieron en la infancia, o incluso enriquecerse en este campo hasta el punto de poder ayudar más seriamente a los demás.

Con todo, es importante que la catequesis de los niños y de los jóvenes, la catequesis permanente y la catequesis de adultos no sean compartimientos estancos e incomunicados. Más importante aún es que no haya ruptura entre ellas. Al contrario, es menester propiciar su perfecta complementariedad: los adultos tienen mucho que dar a los jóvenes y a los niños en materia de catequesis, pero también pueden recibir mucho de ellos para el crecimiento de su vida cristiana.

Hay que repetirlo, en la Iglesia de Jesucristo nadie debería sentirse dispensado de recibir la catequesis; pensamos incluso en los jóvenes seminaristas y religiosos, y en todos los que están destinados a la tarea de pastores y catequistas, los cuales desempeñarán mucho mejor ese ministerio si saben formarse humildemente en la escuela de la Iglesia, la gran catequista y a la vez la gran catequizada.

VI

MÉTODOS Y MEDIOS DE LA CATEQUESIS

Medios de comunicación social

46. Desde la enseñanza oral de los Apóstoles a las cartas que circulaban entre las Iglesias y hasta los medios más modernos, la catequesis no ha cesado de buscar los métodos y los medios más apropiados a su misión, con la participación activa de las comunidades, bajo impulso de los Pastores. Este esfuerzo debe continuar.

Me vienen espontáneamente al pensamiento las grandes posibilidades que ofrecen los medios de comunicación social y los medios de comunicación de grupos: televisión, radio, prensa, discos, cintas grabadas, todo lo audiovisual. Los esfuerzos realizados en estos campos son de tal alcance que pueden alimentar las más grandes esperanzas.

La experiencia demuestra, pro ejemplo, la resonancia de una enseñanza radiofónica o televisiva, cuando sabe unir una apreciable expresión estética con una rigurosa fidelidad al Magisterio. La Iglesia tiene hoy muchas ocasiones de tratar problemas -incluidas las jornadas de los medios de comunicación social-, sin que sea necesario extenderse aquí sobre ello, no obstante su capital importancia.

Múltiples lugares, momentos o reuniones por valorizar

47. Pienso asimismo en diversos momentos de gran importancia en que la catequesis encuentra cabalmente su puesto: por ejemplo, las peregrinaciones diocesanas, regionales o nacionales, que son más provechosas si están centradas en un tema escogido con acierto a partir de la vida de Cristo, de la Virgen y de los Santos; las misiones tradicionales, tantas veces abandonadas con excesiva prisa y que son insustituibles para una renovación periódica y vigorosa de la vida cristiana -hay que reanudarlas y remozarlas-; los círculos bíblicos , que deben ir más allá de la exégesis para hacer vivir la Palabra de Dios; las reuniones de las comunidades eclesiales de base, en la medida en que se atengan a los criterios expuestos en la Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi".

Quiero recordar también los grupos de jóvenes que en ciertas regiones, con denominaciones y fisonomías distintas -más con el mismo fin de dar a conocer a Jesucristo y de vivir el Evangelio-, se multiplican y florecen como en una primavera muy reconfortante para la Iglesia grupos de acción católica, grupos caritativos, grupos de oración, grupos de reflexión cristiana, etc.

Estos grupos suscitan grandes esperanzas para la Iglesia del mañana. Pero en el nombre de Jesús conjuro a los jóvenes que los forman, a sus responsables y a los sacerdotes que les consagran lo mejor de su ministerio: no permitáis por nada del mundo que en estos grupos, ocasiones privilegiadas de encuentro, ricos en tantos valores de amistad y solidaridad juveniles, de alegría y de entusiasmo, de reflexión sobre los hechos y las cosas, falte un verdadero estudio de la doctrina cristiana.

En ese caso se expondrían -y el peligro, por desgracia, se ha verificado sobradamente- a decepcionar a sus miembros y a la Iglesia misma.

El esfuerzo catequético, posible en estos lugares y en otros muchos, tiene tantas más probabilidades de ser acogido y de dar sus frutos, cuanto más se respete su naturaleza propia. Con una inserción apropiada, conseguirá esa diversidad y complementariedad de contactos que le permite desarrollar toda la riqueza de su concepto, mediante la triple dimensión de palabra, de memoria y de testimonio -la doctrina, de celebración y de compromiso en la vida- que el mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios ha puesto en evidencia.

Homilía

48. Esta observación vale más aún para la catequesis que se hace dentro del cuadro litúrgico y concretamente en la Asamblea litúrgica: respetando lo específico y el ritmo propio de este cuadro, la homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis y lo conduce a su perfeccionamiento natural; al mismo tiempo impulsa a los discípulos del Señor a emprender cada día su itinerario espiritual en la verdad, la oración y la acción de gracias.

En este sentido se puede decir que la pedagogía catequética encuentra, a su vez, su fuente y su plenitud en la eucaristía dentro del horizonte completo del año litúrgico. La predicación centrada en los textos bíblicos debe facilitar entonces, a su manera, el que los fieles se familiaricen con el conjunto de los misterios de la fe y de las normas de la vida cristiana.

Hay que prestar una gran atención a la homilía; ni demasiado larga, ni demasiado breve, siempre cuidadosamente preparada, sustanciosa y adecuada, y reservada a los ministros autorizados. Esta homilía debe tener su puesto en toda eucaristía dominical o festiva, y también en la celebración de los bautizados, de las liturgias penitenciales, de los matrimonios, de los funerales. Es éste uno de los beneficios de la renovada liturgia.

Publicaciones catequéticas

49. En medio de este conjunto de vías y de medios -toda actividad de la Iglesia tiene una dimensión catequética- las obras de catecismo, lejos de perder su importancia esencial, adquieren nuevo relieve. Uno de los aspectos más interesantes del florecimiento actual de la catequesis consiste en la renovación y multiplicación de los libros catequéticos que en la Iglesia se ha verificado un poco por doquier. Han visto la luz obras numerosas y muy logradas, y constituyen una verdadera riqueza al servicio de la enseñanza catequética.

Pero hay que reconocer igualmente, con honradez y humildad, que esta floración y esta riqueza han llevado consigo ensayos y publicaciones equívocas y perjudiciales para los jóvenes y para la vida de la Iglesia. Bastante a menudo, aquí y allá, con el afín de encontrar el lenguaje más apto o de estar al día en lo que atañe a los métodos pedagógicos, ciertas obras catequéticas desorientan a los jóvenes y aun a los adultos, ya por la omisión, consciente o inconsciente, de elementos esenciales a la fe de la Iglesia, ya por la excesiva importancia dada a determinados temas con detrimento de los demás, ya sobre todo por una visión global harto horizontalista, no conforme con la enseñanza del Magisterio de la Iglesia.

No basta, por tanto, que se multipliquen las obras catequéticas. Para que respondan a su finalidad, son indispensables algunas condiciones:

- que conecten con la vida concreta de la generación a la que se dirigen, teniendo bien presentes sus inquietudes y sus interrogantes, sus luchas y sus esperanzas;

- que se esfuercen por encontrar el lenguaje que entiende esa generación;

- que se propongan decir todo el mensaje de Cristo y de su Iglesia, sin pasar por alto ni deformar nada, exponiéndolo todo según un eje y una estructura que hagan resaltar lo esencial;

- que tiendan realmente a producir en sus usuarios un conocimiento mayor de los misterios de Cristo en orden a una verdadera conversión y a una vida más conforme con el querer de Dios.

Catecismos

50. Todos los que asumen la pesada tarea de preparar estos instrumentos catequéticos, y con mayor razón el texto de los catecismos, no pueden hacerlo sin la aprobación de los Pastores que tienen autoridad para darla, ni sin inspirarse lo más posible en el Directorio general de Catequesis que sigue siendo norma de referencia.

A este respecto, no puedo menos de animar fervientemente a las Conferencias episcopales del mundo entero: que emprendan, con paciencia, pero también con firme resolución, el imponente trabajo a realizar de acuerdo con la Sede Apostólica, para lograr catecismos fieles a los contenidos esenciales de la Revelación y puestos al día en lo que se refiere al método, capaces de educar en una fe robusta a las generaciones cristianas de los tiempos nuevos.

Esta breve mención a los medios y a las vías de la catequesis contemporánea no agota la riqueza de las proposiciones elaboradas por los Padres del Sínodo. Es reconfortante pensar que en cada país se realiza actualmente una preciosa colaboración para una renovación más orgánica y más segura de estos aspectos de la catequesis. ¿Cómo es posible dudar de que la Iglesia pueda encontrar personas competentes y medios adaptados para responder, con la gracia de Dios, a las exigencias complejas de la comunicación con los hombres de nuestro tiempo?

VII

COMO DAR LA CATEQUESIS

Diversidad de métodos

51. La edad y el desarrollo intelectual de los cristianos su grado de madurez eclesial y espiritual y muchas otras circunstancias personales postulan que la catequesis adopte métodos muy diversos para alcanzar su finalidad específica: la educación en la fe. Esta variedad es requerida también, en un plano general, por el medio socio-cultural en que la Iglesia lleva a cabo su obra catequética.

La variedad en los métodos es un signo de vid ay una riqueza. Así lo han considerado los Padres de la IV Asamblea general del Sínodo, llamando la atención sobre las condiciones indispensables para que sea útil y no perjudique a la unidad de la enseñanza de la única fe.

Al servicio de la Revelación y de la conversión

52. La primera cuestión de orden general que se presenta concierne el riesgo y la tentación de mezclar indebidamente la enseñanza catequética con perspectivas ideológicas, abierta o larvadamente, sobre todo de índole político-social, o con opciones políticas personales. Cuando estas perspectivas predominan sobre el mensaje central que se ha de transmitir, hasta oscurecerlo y relegarlo a un plano secundario, incluso queda desvirtuada en sus raíces.

El Sínodo ha insistido con razón en la necesidad de que la catequesis se mantenga por encima de las tendencias unilaterales divergentes -de evitar las "dicotomías"- aun en el campo de las interpretaciones teológicas dadas a tales cuestiones. La pauta que ha de procurar seguir es la Revelación, tal como la transmite el Magisterio universal de la Iglesia en su forma solemne u ordinaria.

Esta Revelación es la de un Dios creador y redentor, cuyo Hijo, habiendo venido entre los hombres hecho carne, no sólo entra en la historia personal de cada hombre, sino también en la historia humana, conviertiéndose en su centro. Esta es, por tanto, la Revelación de un cambio radical del hombre y del universo, de todo lo que forma el tejido de la existencia humana, bajo la influencia de la Buena Nueva de Jesucristo. Una catequesis así entendida supera todo moralismo formalista, aun cuando incluya una verdadera moral cristiana. Supera principalmente todo mesianismo temporal, socio o político. Apunta a alcanzar el fondo del hombre.

Encarnación del mensaje en las culturas

53. Abordo ahora una segunda cuestión. Como decía recientemente a os miembros de la Comisión bíblica "el término "aculturación" o "inculturación", además de ser un hermoso neologismo, expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación". De la catequesis como de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas.

Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos. Se recordará a menudo dos cosas:

- por una parte, el Mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislarlo de la cultura en la que está inserto desde el principio (el mundo bíblico, y más concretamente el medio cultural en el que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos; dicho Mensaje no surge de manera espontánea en ningún "humus" cultural; se transmite siempre a través de un diálogo apostólico que está inevitablemente inserto en un cierto diálogo de culturas;

- por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura, ¿quién puede sorprenderse de que cambien en ella no pocos elementos? No habría catequesis si fuere el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas.

En ese caso ocurría sencillamente lo que San Pablo llama, con una expresión muy fuerte, "reducir a nada la cruz de Cristo".

Otra cosa sería tomar como punto de arranque, con prudencia y discernimiento, elementos -religiosos o de otra índole- que forman parte del patrimonio cultural de un grupo humano para ayudar a las personas a entender mejor la integridad del misterio cristiano. Los catequistas auténticos saben que la catequesis " se encarna" en las diferentes culturas y ambientes: baste pensar en la diversidad tan grande de los pueblos, en los jóvenes de nuestro tiempo, en las circunstancias variadísimas en que hoy día se encuentran las gentes; pero no aceptan que la catequesis se empobrezca por abdicación o reducción de su mensaje, por adaptaciones, aun de lenguaje, que comprometan el "buen depósito" de la fe, o por concesiones en materia de fe o de moral; están convencidos de que la verdadera catequesis acaba por enriquecer a esas culturas, ayudándolas a superar los puntos deficientes o incluso inhumanos que hay en ellas y comunicando a sus valores legítimos la plenitud de Cristo.

Aportaciones de las devociones populares

54. Otra cuestión de método concierne a la valorización, mediante la enseñanza catequética, de los elementos válidos de la piedad popular. Pienso en las devociones que en ciertas regiones practica el pueblo fiel con un fervor y una rectitud de intención conmovedores, aun cuando en muchos aspectos haya que purificar, o incluso rectificar, la fe en que se apoyan. Pienso en ciertas oraciones fáciles de entender y que tantas gentes sencillas gustan de repetir.

Pienso en ciertos actos de piedad practicados con deseo sincero de hacer penitencia o de agradar al Señor. En la mayor parte de esas oraciones o de esas prácticas, junto a elementos que se han de eliminar, hay otros que, bien utilizados, podrían servir muy bien para avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo o de su mensaje: el amor y la misericordia de Dios, la Encarnación de Cristo, su cruz redentora y su resurrección, la acción del Espíritu en cada cristiano y en la Iglesia, el misterio del más allá, la práctica de las virtudes evangélicas, la presencia del cristiano en el mundo, etc. ¿Y por qué motivo íbamos a tener que utilizar elementos no cristianos -incluso anticristianos- rehusando apoyarnos en elementos que, aun necesitando revisión y rectificación, tienen algo cristiano en su raíz?

Memorización

55. La última cuestión metodológica que conviene al menos subrayar -más de una vez se hizo alusión a ella en el Sínodo- es la memorización. Los comienzos de la catequesis cristiana, que coincidieron con una civilización eminentemente oral, recurrieron muy ampliamente a la memorización. Y la catequesis ha conocido una larga tradición de aprendizaje por la memoria de las principales verdades. Todos sabemos que este método puede presentar ciertos inconvenientes: no es el menor el de presentarse a una asimilación insuficiente, a veces casi nula, reduciéndose todo el saber a fórmulas que se repiten sin haber calado en ellas.

Estos inconvenientes, unidos a las características diversas de nuestra civilización, han llevado aquí y allí a la supresión casi total -definitiva, por desgracia, según algunos- de la memorización en la catequesis. Y, sin embargo, con ocasión de la IV Asamblea general del Sínodo, se han hecho oír voces muy autorizadas para reequilibrar con buen criterio la parte de la reflexión y de la espontaneidad, del diálogo y del silencio, de los trabajos escritos y de la memoria. Por otra parte, determinadas culturas tienen en gran aprecio la memorización.

¿Por qué mientras en la enseñanza profana de ciertos países se elevan críticas cada vez más numerosas contra las lamentables consecuencias que se siguen del menosprecio de esa facultad humana que es la memoria, por qué no tratar de revalorizarla en la catequesis de manera inteligente y aun original, tanto más cuanto la celebración o "memoria" de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación exige que se tenga un conocimiento preciso?

Una cierta memorización de las palabras de Jesús, de pasajes bíblicos importantes, de los diez mandamientos, de fórmulas de profesión de fe, de textos litúrgicos, de algunas oraciones esenciales, de nociones-clave de la doctrina..., lejos de ser contraria a la dignidad de los jóvenes cristianos, o de constituir un obstáculo para el diálogo personal con el Señor, es una verdadera necesidad como lo han recordado con vigor los Padres sinodales.

Hay que ser realistas. Estas flores, por así decir, de la fe y de la piedad no brotan en los espacios desérticos de una catequesis sin memoria. Lo esencial es que esos textos memorizados sean interiorizados y entendidos progresivamente en su profundidad, para que sean fuente de vida cristiana personal y comunitaria.

La pluralidad de métodos en la catequesis contemporánea puede ser signo de vitalidad y de ingeniosidad. En todo caso, conviene que el método escogido se refiera en fin de cuentas a una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia: la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre, en una misma actitud de amor.

VIII

LA ALEGRÍA DE LA FE EN UN MUNDO DIFÍCIL

Afirmar la identidad cristiana...

56. Vivimos en un mundo difícil donde la angustia de ver que las mejores realizaciones del hombre se le escapan y se vuelven contra él, crea un clima de incertidumbre. Es en este mundo donde la catequesis debe ayudar a los cristianos a ser, para su gozo y para el servicio de todos, "luz" y "sal". Ello exige que la catequesis les dé firmeza en su propia identidad y que se sobreponga sin cesar a las vacilaciones, incertidumbres y desazones del ambiente. Entre otras muchas dificultades, que son otros tantos desafíos para la fe, pongo de relieve algunas para ayudar a la catequesis a superarlas.

... en un mundo indiferente...

57. Se habla mucho, hace algunos años, de un mundo secularizado, de una era postcristiana. la moda pasa... Pero permanece una realidad profunda. Los cristianos de hoy deben ser formados para vivir en un mundo que ampliamente ignora a Dios o que, en materia religiosa, en lugar de un diálogo exigente y fraterno, estimulante para todos, cae muy a menudo en un indiferentismo nivelador, cuando no se queda en una actitud menospreciativa de "suspicacia" en nombre de sus progresos en materia de "explicaciones" científicas.

Para "entrar" en este mundo, para ofrecer a todos un "diálogo de salvación" donde cada uno se siente respetado en su dignidad fundamental, la de buscador de Dios, tenemos necesidad de una catequesis que enseñe a los jóvenes y a los adultos de nuestras comunidades a permanecer lúcidos y coherentes en su fe, a afirmar serenamente su identidad cristiana y católica, a "ver lo invisible" y a adherirse de tal manera al absoluto de Dios que puedan dar testimonio de El en una civilización materialista que lo niega.

... con la pedagogía original de la fe

58. La originalidad irreductible de la identidad cristiana tiene como corolario y condición una pedagogía no menos original de la fe. Entre las numerosas y prestigiosas ciencias del hombre que han progresado enormemente en nuestros días, la pedagogía es ciertamente una de las más importantes. Las conquistas de las otras ciencias -biología, psicología, sociología- le ofrecen aportaciones preciosas. La ciencia de la educación y el arte de enseñar son objeto de continuos replanteamientos con miras a una mejor adaptación o a una mayor eficacia, con resultados por lo demás desiguales.

Pues bien, también hay una pedagogía de la fe y nunca se ponderará bastante lo que ésta pude hacer en favor de la catequesis. En efecto, es cosa normal adaptar, en beneficio de la educación de la fe, las técnicas perfeccionadas y comprobadas de la educación en general. Sin embargo, es importante tener en cuenta en todo momento la originalidad fundamental de la fe.

Cuando se habla de pedagogía de la fe, no se trata de transmitir un saber humano, aun el más elevado; se trata de comunicar en su integridad de Revelación de Dios. Ahora bien, Dios mismo, a lo largo de toda la historia sagrada y principalmente en el Evangelio, se sirvió de una pedagogía que debe seguir siendo el modelo de la pedagogía de la fe. En catequesis, una técnica tiene valor en la medida en que se pone al servicio de la fe que se ha de transmitir y educar, en caso contrario, no vale.

Lenguaje adaptado al servicio del Credo

59. Un problema, próximo al anterior, es el del lenguaje. Todos saben la candente actualidad de este tema. ¿No es paradójico constatar también que los estudios contemporáneos, en el campo de la comunicación, de la semántica y de la ciencia de los símbolos, por ejemplo, dan una importancia notable al lenguaje; más por otra parte, el lenguaje es utilizado abusivamente hoy al servicio de la mistificación ideológica, de la masificación del pensamiento y de la reducción del hombre al estado de objeto?

Todo eso influye notablemente en el campo de la catequesis. En efecto, ésta tiene el deber imperioso de encontrar el lenguaje adaptado a los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo en general, y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los intelectuales, de los hombres de ciencia, lenguaje de los analfabetos o de las personas de cultura primitiva; lenguaje de los minusválidos, etc. San Agustín se encontró ya con ese problema y contribuyó a resolverlo para su época con su famosa obra "De catechizandis rudibus".

Tanto en catequesis como en teología, el tema del lenguaje es sin duda alguna primordial. Pero no está de más recordarlo aquí: la catequesis no puede aceptar ningún lenguaje que, bajo el pretexto que sea, aun supuestamente científico, tenga como resultado desvirtuar el contenido del Credo. Tampoco es admisible un lenguaje que enseñe o seduzca. Al contrario, la ley suprema es que los grandes progresos realizados en el campo de la ciencia del lenguaje han de poder ser utilizados por la catequesis para que ésta pueda "decir" o "comunicar" más fácilmente al niño, al adolescente, a los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido doctrinal sin deformación.

Búsqueda y certeza de la fe

60. Un desafío muy sutil viene algunas veces del modo mismo de entender la fe. Ciertas escuelas filosóficas contemporáneas que parecen ejercer gran influencia en algunas corrientes teológicas, y, a través de ellas, en la práctica pastoral, acentúan de buen grado, que la actitud humana fundamental es la de una búsqueda sin fin, una búsqueda que no alcanza nunca su objeto. En teología, este modo de ver las cosas afirmará muy categóricamente que la fe no es una certeza sino un interrogante, no es una claridad sino un salto en la oscuridad.

Estas corrientes de pensamiento, no cabe duda, tienen la ventaja de recordarnos que la fe dice relación a cosas que no se poseen todavía, puesto que se las espera, que todavía no se ven más que "en un espejo y oscuramente" y que Dios habita una luz inaccesible. Nos ayudan a no hacer de la fe cristiana una actitud de instalado, sino una marcha hacia adelante, como la de Abraham. Con mayor razón conviene evitar el presentar como ciertas las cosas que no lo son.

Con todo, no hay que caer en el extremo opuesto, como sucede con demasiada frecuencia. La misma carta a los Hebreos dice que "la fe es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de las realidades que no se ven". Si no tenemos la plena posesión, tenemos una garantía y una prueba.

En la educación de los niños, de los adolescentes y de los jóvenes, no les demos un concepto totalmente negativo de la fe -como un no-saber absoluto, una especie de ceguera, un mundo de tinieblas-, antes bien, sepamos mostrarles que la búsqueda humilde y valiente del creyente, lejos de partir de la nada, de meras ilusiones, de opiniones falibles y de incertidumbres, se funda en la Palabra de Dios que ni se engaña ni engaña, y se construye sin cesar sobre la roca inamovible de esa Palabra. En la búsqueda de los Magos a merced de una estrella, búsqueda a propósito de la cual Pascal, recogiendo un pensamiento de San Agustín escribía en términos muy profundos: "No me buscarías si no me hubieras encontrado".

Finalidad de la catequesis es también dar a los jóvenes catecúmenos aquellas certezas, sencillas pero sólidas, que les ayuden a buscar cada vez más y mejor, el conocimiento del Señor.

Catequesis y teología

61. En este contexto, me parece importante que se comprenda bien la correlación existente entre catequesis y teología.

Esta correlación es evidentemente profunda y vital para quien comprende la misión irreemplazable de la teología al servicio de la fe. Nada tiene de extraño que toda conmoción en el campo de la teología provoque repercusiones igualmente en el terreno de la catequesis. Ahora bien, en este inmediato post-concilio, la Iglesia vive un momento importante pero arriesgado de investigación teológica. Y lo misma habría que decir de la hermenéutica en exégesis.

Padres sinodales provenientes de todos los continentes han abordado la cuestión con un lenguaje muy neto: han hablado de un "equilibrio inestable" que amenaza con pasar de la teología a la catequesis, y han señalado la necesidad de atajar este mal. El Papa Pablo VI había abordado personalmente el problema, con términos no menos netos, en la introducción a su solemne Profesión de Fe y en la Exhortación Apostólica que conmemoró el V aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II.

Conviene insistir nuevamente en este punto. Conscientes de la influencia que sus investigaciones y afirmaciones ejercen en la enseñanza catequética, los teólogos y los exegetas tienen el deber de estar muy atentos para no hacer pasar por verdades ciertas lo que, por el contrario, pertenece al ámbito de las cuestiones opinables o discutidas entre expertos.

Los catequistas tendrán a su vez el buen criterio de recoger en el campo de la investigación teológica lo que pueda iluminar su propia reflexión y su enseñanza, acudiendo como los teólogos a las verdaderas fuentes, a la luz del Magisterio. Se abstendrán de turban el espíritu de los niños y de los jóvenes, en esa etapa de su catequesis, con teorías extrañas, problemas fútiles o discusiones estériles, muchas veces fustigadas por San Pablo en sus cartas pastorales.

El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el formar unos cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe. La catequesis les enseñará esto y desde el principio sacará su provecho: "El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo- no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo.

IX

LA TAREA NOS CONCIERNE A TODOS

Aliento a todos los responsables

62. Ahora, Hermanos e Hijos queridísimos, quisiera que mis palabras, concebidas como una grave y ardiente exhortación de mi ministerio de Pastor de la Iglesia universal, enardecieran vuestros corazones a la manera de las cartas de San Pablo a sus compañeros de Evangelio Tito y Timoteo, a la manera de San Agustín cuando escribía al diácono Deogracias, desalentado sobre el gozo de catequizar. ¡Sí, quiero sembrar pródigamente en el corazón de todos los responsables, tan numerosos y diversos, de la enseñanza religiosa y del adiestramiento en la vida según el Evangelio, el valor, la esperanza y el entusiasmo!.

Obispos

63. Me dirijo ante todo a vosotros mis Hermanos Obispos: el Concilio Vaticano II ya os recordó explícitamente vuestra tarea en el campo catequético, y los Padres de la IV Asamblea general del Sínodo lo subrayaron expresamente.

En el campo de la catequesis tenéis vosotros, queridísimos Hermanos, una misión particular en vuestras Iglesias: en ellas sois los primeros responsables de la catequesis, los catequistas por excelencia. Lleváis también con el Papa en el espíritu de la colegialidad episcopal, el peso de la catequesis en la Iglesia entera. permitid, pues que os hable con el corazón en la mano.

Sé que el ministerio episcopal que tenéis encomendado es cada día más complejo y abrumador. Os requieren mil compromisos, desde la formación de nuevos sacerdotes, a la presencia activa en medio de las comunidades de fieles, desde la celebración viva y digna del culto y de los sacramentos, a la solicitud por la promoción humana y por la defensa de los derechos del hombre. Pus bien, ¡que la solicitud pro promover una catequesis activa y eficaz no ceda en nada a cualquier otras preocupación!.

Esta solicitud os llevará a transmitir personalmente a vuestros fieles la doctrina de vida. pero debe llevaros también a haceros cargo en vuestras diócesis, en conformidad con los planes de la Conferencia episcopal a la que pertenecéis, de la alta dirección de la catequesis, rodeándoos de colaboradores competentes y dignos de confianza. Vuestro cometido principal consistirá en suscitar y mantener en vuestras Iglesias una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que se encarne en una organización adecuada y eficaz, haciendo uso de las personas, de los medios e instrumentos, así como de los recursos necesarios.

Tened la seguridad de que, si funciona bien la catequesis en las Iglesias locales, todo el resto resulta más fácil. Por lo demás -¿hace falta decíroslo?- vuestro celo os impondrá eventualmente la tarea ingrata de denunciar desviaciones y corregir errores, pero con mucha mayor frecuencia os deparará el gozo y el consuelo de proclamar la sana doctrina y de ver cómo florecen vuestras Iglesias gracias a la catequesis impartida como quiere el Señor.

Sacerdotes

64. En cuanto a vosotros, sacerdotes, aquí tenéis un campo en el que sois los colaboradores inmediatos de vuestros Obispos. El Concilio os ha llamado "educadores de la fe": ¿Cómo serlo más cabalmente que dedicando lo mejor de vuestros esfuerzos al crecimiento de vuestras comunidades en la fe? Lo mismo si tenéis un cargo parroquial que si sois capellanes en una escuela, instituto o universidad, si sois responsables de la pastoral a cualquier nivel o animadores de pequeñas o grandes comunidades, pero sobre todo de grupos de jóvenes, la Iglesia espera de vosotros que no dejéis nada por hacer con miras a una obra catequética bien estructurada y bien orientada.

Los diáconos y demás ministros que pueda haber en torno vuestro son vuestros cooperadores natos. Todos los creyentes tienen derecho a la catequesis; todos los pastores tienen el deber de impartirla. A las autoridades civiles pediremos siempre que respeten la libertad de la enseñanza catequética; a vosotros, ministros de Jesucristo, os suplico con todas mis fuerzas: no permitáis que, por una cierta falta de celo, como consecuencia de alguna idea inoportuna, preconcebida, los fieles queden sin catequesis. Que no se pueda decir: "los pequeñuelos piden pan y no hay quien se lo parta".

Religiosos y religiosas

65. Muchas familias religiosas masculinas y femeninas nacieron para la educación cristiana de los niños y de los jóvenes, principalmente los más abandonados. En el decurso de la historia, los religiosos y las religiosas se han encontrado muy comprometidos en la actividad catequética de la Iglesia, llevando a cabo un trabajo particularmente idóneo y eficaz. En un momento en que se quiere intensificar los vínculos entre los religiosos y los pastores y, en consecuencia, la presencia activa de las comunidades religiosas y de sus miembros en los proyectos pastorales de las Iglesias locales, os exhorto de todo corazón a vosotros, que en virtud de la consagración religiosa debéis estar aún más disponibles para servir a la Iglesia, a prepararos lo mejor posible para la tarea catequética, según las distintas vocaciones de vuestros institutos y las misiones que os han sido confiadas, llevando a todas partes esta preocupación. ¡Que las comunidades dediquen el máximo de sus capacidades y de sus posibilidades a la obra específica de la catequesis!.

Catequistas laicos...

66. En nombre de toda la Iglesia quiero dar las gracias a vosotros, catequistas parroquiales, hombres y, en mayor número aún, mujeres, que en todo el mundo os habéis consagrado a la educación religiosa de numerosas generaciones de niños. Vuestras actividad, con frecuencia humilde y oculta, mas ejercida siempre con celo ardientes y generosos, en una forma eminente de apostolado seglar, particularmente importante, allí donde, por distintas razones, los niños y los jóvenes no reciben en sus hogares una formación religiosa conveniente. En efecto, ¿cuántos de nosotros hemos recibido de personas como vosotros las primeras nociones de catecismo y la preparación para el sacramentos de la reconciliación, para la primera comunión y para la confirmación? La IV Asamblea general del Sínodo no os ha olvidado. Con ella os animo a proseguir vuestra colaboración en la vida de la Iglesia.

Pero el título de "catequista" se aplica por excelencia a los catequistas de tierras de misión. Habiendo nacido de familias ya cristianas o habiéndose convertido un día al cristianismo e instruidos por los misioneros o por otros catequistas, consagran luego su vida, durante largos años, a catequizar a los niños y adultos de sus países. Sin ellos no se habrían edificado Iglesias hoy día florecientes.

Me alegro de los esfuerzos realizados por la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos con miras a perfeccionar cada vez más la formación de esos catequistas. Evoco con reconocimiento la memoria de aquellos a quienes el Señor llamó ya a Sí. Pido la intercesión de aquellos a quienes mis predecesores elevaron a la gloria de los altares. Aliento de todo corazón a los que ahora están entregados a esa obra. Deseo que otros muchos los releven y que su número se acreciente en favor de una obra tan necesaria para la misión.

... en parroquia...

67. Quiero evocar ahora el marco concreto en que actúan habitualmente todos estos catequistas, volviendo todavía de manera más sintética sobre los "lugares" de la catequesis, algunos de los cuales han sido ya evocados en el capítulo VI: parroquia, familia, escuela y movimiento.

Aunque es verdad que se puede catequizar en todas partes, quiero subrayar -conforme al deseo de muchísimos Obispos- que la comunidad parroquial debe seguir siendo la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado. Ciertamente en muchos países, la parroquia ha sido como sacudida por el fenómeno de la urbanización. Algunos quizás han aceptado demasiado fácilmente que la parroquia sea considerada como sobrepasada, si no destinada a la desaparición, en beneficio de pequeñas comunidades más adaptadas y más eficaces.

Quiérase o no, la parroquia sigue siendo una referencia importante para el pueblo cristiano, incluso para los no practicantes. El realismo y la cordura piden, pues, continuar dando a la parroquia, si es necesario, estructuras más adecuadas y sobre todo un nuevo impulso gracias a la integración creciente de miembros cualificados, responsables y generosos.

Dicho esto, y teniendo en cuenta la necesaria diversidad de lugares de catequesis, en la misma parroquia, en las familias que acogen a niños o adolescentes, en las capellanías de las escuelas estatales, en las instituciones escolares católicas, en los movimientos de apostolado que conservan unos tiempos catequéticos, en centros abiertos a todos los jóvenes, en fines de semana de formación espiritual, etc., es muy conveniente que todos estos canales catequéticos converjan realmente hacia una misma confesión de fe, hacia una misma pertenencia a la Iglesia, hacia unos compromisos en la sociedad vividos en el mismo espíritu evangélico: "... un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre...".

Por esto, toda parroquia importante y toda agrupación de parroquias numéricamente más reducidas tienen el grave deber de formar responsables totalmente entregados a la animación catequética -sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares-, de prever el equipamiento necesario para una catequesis bajo todos sus aspectos, de multiplica r y adaptar los lugares de catequesis en la medida que sea posible y útil, de velar por la cualidad de la formación religiosa y por la integración de distintos grupos en el cuerpo eclesial.

En una palabra, sin monopolizar y sin uniformar, la parroquia sigue siendo, como he dicho, el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación, el ser una casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de ser pueblo de Dios. Allí, el pan de la buena doctrina y el pan de la Eucaristía son repartidos en abundancia en el marco de un solo acto de culto; desde allí son enviados cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo.

... en familia...

68. La acción catequética de la familia tiene un carácter peculiar y en cierto sentido insustituible, subrayado con razón por la Iglesia, especialmente por el Concilio Vaticano II. Esta educación en la fe, impartida por los padres -de debe comenzar desde la más tierna edad de los niños- se realiza ya cuando los miembros de la familia se ayudan unos a otros a crecer en la fe por medio de sus testimonio de vida cristiana, a menudo silencioso, mas perseverante a lo largo de una existencia cotidiana vivida según el Evangelio.

Será más señalada cuando, al ritmo de los acontecimientos familiares -tales como la recepción de los sacramentos, la celebración de grandes fiestas litúrgicas, el nacimiento de un hijo o la ocasión de un luto- se procura explicitar en familia el contenido cristiano o religioso de esos acontecimientos. Pero es importante ir más allá: los padres cristianos han de esforzarse en seguir y reanudar en el ámbito familiar la formación más metódica recibida en otro tiempo.

El hecho de que estas verdades sobre las principales cuestiones de la fe de la vida cristiana sean así transmitidas en un ambiente familiar impregnado de amor y respeto permitirá muchas veces que deje en los niños una huella de manera decisiva y para toda la vida. Los mismos padres aprovechen el esfuerzo que esto le s impone, porque en un diálogo catequético de este tipo cada uno recibe y da.

La catequesis familiar precede, pues, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis. Además, en los lugares donde una legislación antirreligiosa pretende incluso impedir la educación en la fe, o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia religiosa, la iglesia doméstica es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis.

Nunca se esforzarán bastante los padres cristianos por prepararse a este ministerio de catequistas de sus propios hijos y por ejercerlo con celo infatigable. Y es preciso alentar igualmente a las personas o instituciones que, por medio de contactos personales, encuentros o reuniones y toda suerte de medios pedagógicos, ayudan a los padres a cumplir su cometido: el servicio que prestan a la catequesis es inestimable.

... en la escuela...

69. Al lado de la familia y en colaboración con ella, la escuela ofrece a la catequesis posibilidades no desdeñables. En los países, cada vez más escasos por desgracia, donde es posible dar dentro del marco escolar una educación en la fe, la Iglesia tiene el deber de hacerlo lo mejor posible. Esto se refiere, ante todo, a la escuela católica: ¿Seguiría mereciendo este nombre si, aun brillando por su alto nivel de enseñanza en la s materias profanas, hubiera motivo justificado para reprocharle su negligencia o desviación en la educación propiamente religiosa? ¡Y no se diga que ésta se dará siempre implícitamente o de manera indirecta!.

El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el motivo por el cual deberían preferirla los padres católicos, es precisamente la calidad d e la enseñanza religiosa integrada en la educación d e los alumnos. Si es verdad que las instituciones católicas deben respetar la libertad de conciencia, es decir, evitar cargar sobre ella desde fuera, por presiones físicas o morales, especialmente en lo que concierne a los actos religiosos de los adolescentes, no lo es menos que tienen el grave deber de ofrecer una formación religiosa adaptada a las situaciones con frecuencia diversas de los alumnos, y también hacerles comprender que la llamada de Dios a servirle en espíritu y en verdad, según los mandamientos de Dios y los preceptos d e la Iglesia, sin constreñir al hombre, no lo obliga menos en conciencia.

Pero me refiero también a la escuela no confesional y a la estatal. Expreso el deseo ardiente de que, respondiendo a un derecho claro de la persona humana y de las familias y en el respeto de la libertad religiosa de todos, sea posible a todos los alumnos católicos el progresar en su formación espiritual con la ayuda d e una enseñanza religiosa que dependa de la Iglesia, pero que, según los países, pueda ser ofrecida a la escuela o en el ámbito de la escuela, o más aún en el marco de un acuerdo con los poderes públicos sobre los programas escolares, si la catequesis tiene lugar solamente en la parroquia o en otro centro pastoral.

En efecto, donde hay dificultades objetivas, por ejemplo, cuando los alumnos son de religiones distintas, conviene ordenar los horarios escolares de cara a permitir a los católicos que profundicen su fe y su experiencia religiosa, con unos educadores cualificados, sacerdotes o laicos.

Ciertamente, muchos elementos vitales además d e la escuela contribuyen a influenciar la mentalidad d e los jóvenes: asueto, medio social, medio laboral. Pero los que han realizado estudios están fuertemente señalados por ellos, iniciados a unos valores culturales o morales aprendidos en el clima de la institución de enseñanza, interpelados por múltiples ideas recibidas en la escuela: conviene que la catequesis tenga muy en cuenta esta escolarización para alcanzar verdaderamente los demás elementos del saber y de la educación, a fin de que el Evangelio impregne la mentalidad de los alumnos en el terreno de su formación y que la armonización de su cultura se logre a la luz de la fe.

Aliento, pues, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares que se ocupen de ayudar a estos alumnos en el plano de la fe. Por lo demás, es el momento de declarar aquí mi firme convicción de que el respeto demostrado a la fe católica de los jóvenes, incluso facilitando su educación, arraigo, consolidación, libre profesión y práctica, honraría, ciertamente a todo Gobierno, cualquiera que sea el sistema en que se basa o la ideología en que se inspira.

... en los movimientos

70. Reciban finalmente mi palabra de aliento las asociaciones, movimientos y agrupaciones de fieles que se dedican a la práctica de la piedad, al apostolado, a la caridad y a la asistencia, a la presencia cristiana en las realidades temporales. Todos ellos alcanzarán tanto mejor sus objetivos propios y servirán tanto mejor a la Iglesia, cuanto más importante sea el espacio que dediquen, en su organización interna y en su método de acción, a una seria formación religiosa de sus miembros. En este sentido, toda asociación de fieles en la Iglesia debe ser, por definición, educadora de la fe.

Así aparece más ostensiblemente la parte que corresponde hoy a los seglares en la catequesis, siempre bajo la dirección pastoral de sus Obispos, como en otra parte han subrayado en varias ocasiones las Proposiciones formuladas por el Sínodo.

Institutos de formación

71. Esta contribución d e los seglares, por el cual hemos de estar reconocidos al Señor, constituye al mismo tiempo un reto a nuestra responsabilidad de Pastores. En efecto, esos catequistas seglares deben en recibir una formación esmerada para lo que es, si no un ministerio formalmente instituido, sí al menos una función de altísimo relieve en la Iglesia. Ahora bien, esa formación nos invita a organizar Centros e Instituciones idóneos, sobre los que los Obispos mantendrán una atención constante.

Es un campo en el que una colaboración diocesana, interdiocesana e incluso nacional se revela fecunda y fructuosa. Aquí, igualmente, es donde podrán manifestar su mayor eficacia la ayuda material ofrecida por las Iglesias más acomodadas a sus hermanas más pobres. En efecto, ¿es que puede una Iglesia hacer en favor de otra algo mejor que ayudarla a crece r por sí misma como Iglesia?.

A todos los que trabajan generosamente al servicio del Evangelio y a quienes he expresado aquí mis vivos alientos, quisiera recordar una consigna muy querida a mi venerado predecesor Pablo VI: "Evangelizadores: nosotros debemos ofrecer ... la imagen ... de hombres adultos en la fe, capaces de encontrarse más allá de las tensiones reales gracias a la búsqueda común, sincera y desinteresada de la verdad. Sí, la suerte de la evangelización está ciertamente vinculada al testimonio d e unidad dado por la Iglesia. He aquí una fuente de responsabilidad, pero también de consuelo".

CONCLUSIÓN

El Espíritu Santo Maestro interior

72. Al final de esta Exhortación Apostólica, la mirada se vuelve hacia Aquél que es el principio inspirador de toda la obra catequética y de los que la realizan: el Espíritu del Padres y del Hijo: el Espíritu Santo.

Al exponer la misión que tendría este Espíritu en la Iglesia, Cristo utiliza estas palabras significativas: "El os lo enseñará o os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho". Y añade: "Cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa..., os comunicará las cosas venideras".

El Espíritu es, pues, prometido a la Iglesia y a cada fiel como un Maestro interior que, en la intimidad d e la conciencia y del corazón, hace comprender lo que se había entendido, pero que no se había sido capaz de captar plenamente. "El Espíritu Santo desde ahora instruye a los fieles -decía a este respecto San Agustín- según la capacidad espiritual de cada uno. Y él enciende en sus corazones un deseo más vivió en la media en la que cada uno progresa en esta caridad que le hace amar lo que ya conocía y desear lo que todavía no conocía".

Además, misión del Espíritu es también transformar a los discípulos en testigos de Cristo: "El dará testimonio de mí y vosotros daréis también testimonio".

Más aún. Para San Pablo, que sintetiza en este punto una teología latente en todo el Nuevo Testamento, la vida según el Espíritu, es todo el "ser cristiano", toda la vida cristiana, la vida nueva d e los hijos de Dios. Sólo el Espíritu nos permite llamar a Dios: "Abba, Padre". Sin el Espíritu no podemos decir: "Jesús es el Señor".

Del Espíritu proceden todos los carismas que edifican la Iglesia, comunidad de cristianos. En este sentido San Pablo da a cada discípulo de Cristo esta consigna: "Llenaos del Espíritu". San Agustín es muy explícito: "El hecho de creer y de obrar bien son nuestros como consecuencia d e la libre elección de nuestra voluntad, y sin embargo uno y otro son un don que viene del Espíritu de fe y de Caridad".

La catequesis, que es crecimiento en la fe y maduración de la vida cristiana hacia la plenitud, es pos consiguiente una obra del Espíritu Santo, obra que sólo El puede suscitar y alimentar en la Iglesia.

Esta constatación, sacada de la lectura de los textos citados más arriba, y de otros muchos pasajes del Nuevo Testamento, nos lleva a dos convicciones.

Ante todo está claro que la Iglesia, cuando ejerce su misión catequética -como también cada cristiano que la ejerce en la Iglesia y en nombre d e la Iglesia- debe ser muy consciente de que actúa como instrumento vivo y dócil del Espíritu Santo. Invocar, constantemente este Espíritu, estar en comunión con El, esforzarse en conocer sus auténticas inspiraciones debe ser la actitud de la Iglesia docente y de todo catequista.

Además, es necesario que el deseo profundo de comprender mejor la acción del Espíritu y de entregarse más a él -dado que "nosotros vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu", como observaba mi Predecesor Pablo VI en su Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi"- provoca un despertar catequético. En efecto, la "renovación en el Espíritu" será auténtica y tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no tanto en la medida en que suscite carismas extraordinarios, cuanto si conduce al mayor número posible de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo humilde, paciente, y perseverante para conocer siempre mejor el misterio de Cristo y dar testimonio de El.

Yo invoco ahora sobre la Iglesia catequizadora este Espíritu del Padres y del Hijo, y le suplicamos que renueve en esta Iglesia el dinamismo catequético.

María, madre y modelo de discípulo

73. Que la Virgen de Pentecostés nos lo obtenga con su intercesión. Por una vocación singular, ella vio a su Hijo Jesús "crecer en sabiduría, edad y gracia". En su regazo y luego escuchándola, a lo largo de la vida oculta en Nazaret, este Hijo, que era el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, ha sido formado por ella en el conocimiento humano de las Escrituras y de la historia del designio de Dios sobre su Pueblo, en la adoración al Padre.

Por otra parte, ella ha sido la primera de sus discípulos: primera en el tiempo, pues ya al encontrarle en el Templo, recibe de su Hijo adolescente unas lecciones que conserva en su corazón; la primera, sobre todo, porque nadie ha sido enseñado por Dios con tanta profundidad: "Madre y a la vez discípula", decía de ella San Agustín, añadiendo atrevidamente que esto fue para ella más importante que lo otro. No sin razón en el Aula Sinodal se dijo de María que es "un catecismo viviente", "madre y modelo de los catequistas".

Quiera, pues, la presencia del Espíritu Santo, por intercesión de María, conceder a la Iglesia un impulso creciente en la obra catequética que le es esencial. Entonces la Iglesia realizará con eficacia, en esta hora de gracia, la misión inalienable y universal recibida de su Maestro: "Id, pues, enseñad a todas las gentes".

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 16 de octubre del año 1979, segundo de pontificado.

JOANNES PAULUS PP. II