LOS BAUTIZADOS, CRISTIANOS HASTA LAS ULTIMAS CONSECUENCIAS

Homilía del Santo Padre en la vigilia pascual
4 de abril de 1999

1. "La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular" (Sal 117,22).

Esta noche, la liturgia nos habla con la abundancia y la riqueza de la palabra de Dios. Esta Vigilia es no sólo el centro del año litúrgico, sino de alguna manera su matriz. En efecto, a partir de ella se desarrolla toda la vida sacramental. Podría decirse que está preparada abundantemente la mesa en torno a la cual la Iglesia reúne esta noche a sus hijos; reúne, de manera particular, a quienes han de recibir el Bautismo.

Pienso directamente en vosotros, queridos catecúmenos, que dentro de poco renaceréis del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5). Con gran gozo os saludo y saludo, al mismo tiempo, a los Países de donde venís: Albania, Cabo Verde, China, Francia, Marruecos y Hungría.

Con el Bautismo os convertiréis en miembros del Cuerpo de Cristo, partícipes plenamente de su misterio de comunión. Que vuestra vida permanezca inmersa constantemente en este misterio pascual, de modo que seáis siempre auténticos testigos del amor de Dios.

2. No sólo vosotros, queridos catecúmenos, sino también todos los bautizados están llamados esta noche a hacer en la fe una experiencia profunda de lo que poco antes hemos escuchado en la Epístola: "Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del padre, así también nosotros andemos en una vida nueva" (Rm 6,3-4).

Ser cristianos significa participar personalmente en la muerte y resurrección de Cristo. Esta participación es realizada de manera sacramental por el Bautismo sobre el cual, como sólido fundamento, se edifica la existencia cristiana de cada uno de nosotros. Y es por esto que el Salmo responsorial nos ha exhortado a dar gracias: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia... La diestra del Señor... es excelsa. No he de morir, viviré, para contar las hazañas del Señor" (Sal 117,1-2.16-17). En esta noche santa la Iglesia repite estas palabras de acción de gracias mientras confesa la verdad sobre Cristo que "padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día" (cf. Credo).

3. "Noche en que veló el Señor... por todas las generaciones" (Ex 12,42). Estas palabras del Libro del Éxodo concluyen la narración de la salida de los Israelitas de Egipto. Resuenan con una elocuencia singular durante la Vigilia pascual, en cuyo contexto cobran la plenitud de su significado. En este año dedicado a Dios Padre, ¿cómo no recordar que esta noche, la noche de Pascua, es la gran "noche de vigilia" del Padre? Las dimensiones de esta "vigilia" de Dios abarcan todo el Triduo pascual. Sin embargo, el Padre "vela" de manera particular durante el Sábado Santo, mientras el hijo yace muerto en el sepulcro. El misterio de la victoria de Cristo sobre el pecado del mundo está encerrado precisamente en el velar del Padre. Él "vela" sobre toda la misión terrena del Hijo. Su infinita compasión llega a su culmen en la hora de la pasión y de la muerte: la hora en que el Hijo es abandonado, para que los hijos sean encontrados; el Hijo muere, para que los hijos puedan volver a la vida.

La vela del Padre explica la resurrección del Hijo: incluso en la hora de la muerte, no desaparece la relación de amor en Dios, no desaparece el Espíritu Santo que, derramado por Jesús moribundo en la cruz, llena de luz las tinieblas del mal y resucita a Cristo, constituyéndolo Hijo de Dios con poder y gloria (cf. Rm 1,4).

4. "La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular" (Sal 117,22). A la luz de la Resurrección de Cristo, ¡cómo sobresale en plenitud esta verdad que canta el Salmista! Condenado a una muerte ignominiosa, el Hijo del hombre, crucificado y resucitado, se ha convertido en la piedra angular para la vida de la Iglesia y de cada cristiano.

"Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente" (Sal 117,23). Esto sucedió en esta noche santa. Lo pudieron constatar las mujeres que "el primer día de la semana... cuando aún estaba oscuro" (Jn 20,1), fueron al sepulcro para ungir el cuerpo del Señor y encontraron la tumba vacía. oyeron la voz del ángel: "No temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado" (cf. Mt 28,1-5).

Así se cumplieron las palabras proféticas del Salmista: "La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular". Ésta es nuestra fe. Ésta es la fe de la Iglesia y nosotros nos gloriamos de profesarla en el umbral del tercer milenio, porque la Pascua de Cristo es la esperanza del mundo, ayer, hoy y siempre.


 

«¡BASTA CON LA SANGRE DEL HOMBRE, DERRAMADA CRUELMENTE!»

Mensaje Pascual de Juan Pablo II

"Haec est dies quam fecit Dominus". "Éste es el día en que actuó el Señor". En el libro del Génesis se dice que primero fueron los días de la creación, durante los cuales Dios llevó a cabo "los cielos, la tierra y sus ejércitos" (2,1); modeló al hombre a su imagen y semejanza, y el séptimo día dio por concluida la labor que había hecho (cf. 2,2). Durante la Vigilia pascual hemos escuchado esta narración sugestiva, que nos remonta a los orígenes del universo, cuando el Señor puso al hombre como responsable de la creación, haciéndole partícipe de su misma vida. Lo creó para que tuviera la plenitud de la vida. Sin embargo, vino el pecado y, con él, entró la muerte en la historia del hombre. Con el pecado el hombre fue como separado de los días de la creación.

2. ¿Quién podía volver a unir la tierra al cielo y el hombre a su Creador? La respuesta a esa pregunta inquietante nos viene de Cristo, quien rompiendo las cadenas de la muerte, ha hecho brillar sobre los hombres su luz admirable. He ahí porqué esta mañana podemos gritar al mundo: "Éste es el día en que actuó el Señor" Es un día nuevo: Cristo ha entrado en la historia humana cambiando su curso. Es el misterio de la nueva creación, del que la liturgia nos ha dado sorprendentes testimonios en estos días. Con su sacrificio en la cruz Cristo canceló la condena de la antigua culpa, y reconcilió a los creyentes con el amor del Padre. "¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!", canta el Pregón pascual. Aceptando la muerte destruyó el pecado de Adán. Su victoria es el día de nuestra redención.

3. "Haec est dies quam fecit Dominus". El día en que actuó el Señor es el día del asombro. Al alborear del primer día después del sábado, "María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro" (Mt 28,1), y fueron las primeras en encontrar la tumba vacía. Testigos privilegiados de la resurrección del Señor, dieron esta noticia a los Apóstoles. Pedro y Juan corrieron hacia el sepulcro, vieron y creyeron. Cristo les había hecho sus discípulos, ahora se convierten en sus testigos. Así se realiza su vocación: ser testigos del hecho más extraordinario de la historia, la tumba vacía y el encuentro con el Resucitado.

4. "Haec est dies quam fecit Dominus". Éste es el día en que, como los discípulos, todo creyente es invitado a proclamar la sorprendente novedad del Evangelio. Pero, ¿cómo hacer resonar este mensaje de alegría y de esperanza, cuando las tristezas y las lágrimas inundan tantas regiones del mundo? ¿Cómo hablar de paz, cuando se obliga a huir a las poblaciones, cuando se da caza a los hombres y se incendian las viviendas, cuando el cielo se estremece con el estruendo de la guerra, cuando resuena sobre las casas el silbido de los proyectiles y el fuego destructor de las bombas devora las ciudades y aldeas? ¡Basta con la sangre del hombre, derramada cruelmente! ¿Cuándo se quebrará la espiral diabólica de las venganzas y de los absurdos conflictos fratricidas?

5. Imploro al Señor resucitado el don precioso de la paz ante todo para la martirizada tierra del Kosovo, donde continúan mezclándose lágrimas y sangre en un dramático escenario de odio y violencia. Pienso en los muertos, en los que se quedan sin casa, en quienes son arrancados de sus familias, en quienes son obligados a huir lejos. ¡Que se movilice la solidaridad de todos, para que la paz y la hermandad, finalmente, vuelvan a tomar la palabra! Y, ¿cómo permanecer insensibles frente al aluvión sufriente de hombres y mujeres del Kosovo que llaman a nuestras puertas buscando ayuda? En este santo día, siento el deber de dirigir una llamada apremiante a las Autoridades de la República Federal de Yugoslavia para que permitan la apertura de un corredor humanitario, que haga posible el llevar ayuda a las poblaciones hacinadas a lo largo de la frontera del Kosovo. Para la acción de solidariedad no pueden haber fronteras son siempre necesarios los corredores de la esperanza.

6. Pienso también en las regiones de África, donde tardan en apagarse preocupantes focos de guerra; en las Naciones de Asia, donde no se suavizan las peligrosas tensiones sociales; en los Países de Latinoamérica, empeñados a recorrer un azaroso y agotador camino hacia metas de mayor justicia y democracia. Ante los signos persistentes de la guerra, ante tantas y tan dolorosas derrotas de la vida, Cristo, vencedor del pecado y de la muerte, exhorta a no claudicar. ¡La paz es posible, la paz es apremiante, la paz es responsabilidad primordial de todos! Que el alba del tercer milenio vea el surgir de una nueva era en la que el respeto por cada hombre y la solidaridad fraterna entre los pueblos derroten, con la ayuda de Dios, la cultura del odio, de la violencia y de la muerte.

7. En este día la Iglesia, exhorta a la alegría en todo el orbe:
"Ha llegado hoy el gozoso día, esperado por todos nosotros. ¡En este día Cristo ha resucitado, Aleluya, Aleluya!"(Canción polaca del s. XVII).
"Haec est dies quam fecit Dominus:
exultemus et laetemur in ea".
"Este es el día en que actuó el Señor,
sea nuestra alegría y nuestro gozo"
Sí, hoy es día de gran gozo.
Se alegra María
tras haber sido asociada en el Calvario
a la cruz redentora del Hijo:
"Regina caeli, laetare".
Contigo, Madre del Resucitado,
toda la Iglesia da gracias a Dios
por la maravilla de una vida nueva
que la Pascua ofrece cada año
a Roma y al mundo entero, ¡Urbi et Orbi!
Cristo es la vida nueva:
¡Él, el Resucitado!


ZENIT, 4 de abril de 1999
Documentación viva de la Iglesia