Mensaje del Papa al Patriarca
ortodoxo de Moscú en la entrega del Icono de Kazan
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 29 agosto 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos a continuación el mensaje –difundido el pasado día 28 por la Santa
Sede-- que Juan Pablo II envió a Alejo II, Patriarca ortodoxo de Moscú y de
todas las Rusias, con ocasión del regreso a Rusia del Icono de la Madre de Dios
de Kazan. Una delegación vaticana entregó el sábado la imagen al patriarca
ortodoxo en la catedral de la Dormición –en el Kremlin--.
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A Su Santidad Alejo II
Patriarca de Moscú y de todas las Rusias
Tras un largo período de pruebas y sufrimientos soportados por la Iglesia
ortodoxa rusa y por el pueblo ruso en el siglo pasado, el Señor de la historia,
que dispone todas las cosas de acuerdo con su voluntad, nos otorga hoy un gozo y
una esperanza común con el regreso del Icono de la Madre de Dios de Kazan a su
tierra natal.
En la alegría y en los sentimientos de comunión que siempre he tenido, junto a
mis Predecesores que siempre se preocuparon por el pueblo ruso, me alegro de que
Su Santidad reciba hoy a la delegación que le he enviado. Encabezada por los
cardenales Walter Kasper y Theodore Edgar McCarrick, se ha encargado a la
delegación entregarle a usted este sagrado icono, tan estrechamente unido a la
fe y a la historia de los cristianos en Rusia.
Por un misterioso proyecto de la Divina Providencia, durante los largos años de
su peregrinación la Madre de Dios en su sagrado Icono conocido como «Kazanskaya»
ha reunido en torno a Ella a los fieles ortodoxos y a sus hermanos católicos de
otras partes del mundo, quienes fervientemente han orado por la Iglesia y el
pueblo que Ella ha protegido a lo largo de los siglos. Más recientemente, la
Divina Providencia ha hecho posible que el pueblo y la Iglesia en Rusia
recuperara su libertad y que el muro que separaba Europa del Este de Europa
occidental cayera. A pesar de la división que tristemente persiste aún entre
cristianos, este sagrado incono aparece como un símbolo de la unidad de los
seguidores del unigénito Hijo de Dios, el Único al que Ella misma nos conduce.
El obispo de Roma ha orado ante este sagrado Icono pidiendo que llegue el día en
que todos nosotros estemos unidos y seamos capaces de proclamar al mundo, con
una sola voz y en visible comunión, la salvación de nuestro único Señor y su
triunfo sobre el mal y las fuerzas impías que buscan dañar nuestra fe y nuestro
testimonio de unidad.
Hoy me uno a usted en oración, querido hermano, junto a los obispos de la
Iglesia ortodoxa rusa, a los sacerdotes, monjes y monjas y al pueblo de Dios en
la tierra de Rusia. Unidos en esta oración están todos los hijos e hijas de la
Iglesia católica en su profunda devoción y veneración a la Santa Madre de Dios.
Que esta venerable imagen nos conduzca en el camino del Evangelio tras las
huellas de Cristo, protegiendo al pueblo al que ahora Ella regresa y a toda la
humanidad. Que la Santa Madre de Dios vuelva su mirada materna hacia los hombres
y las mujeres de nuestro tiempo; que Ella ayude a los creyentes a no apartarse
del camino que Dios ha puesto ante ellos: la proclamación de Jesucristo, «el
Camino, la Verdad y la Vida», y un valiente testimonio de su fe ante la sociedad
y ante todas las naciones. Hoy oramos con confianza a la Santísima Virgen,
sabiendo que Ella implora para nosotros y para todas las naciones el don de la
paz.
Con estos sentimientos de caridad, en el gozo del acontecimiento que hoy
celebramos, y con los ojos elevados a la Santa Madre de Dios, intercambio con Su
Santidad un beso fraterno en nuestro Señor.
Desde el Vaticano, 25 de agosto de 2004
JUAN PABLO II