Publicamos a continuación el mensaje que Juan Pablo II ha enviado al cardenal
Rodolfo Quezada Toruño, arzobispo de Guatemala, con motivo de la celebración del
II Congreso Americano Misionero en la capital guatemalteca del 25 al 30 de
noviembre.
* * *
Al Señor Cardenal Rodolfo Quezada Toruño
Arzobispo de Guatemala
Presidente del II Congreso Americano Misionero
1. El II Congreso Americano Misionero, que se celebra en la Ciudad de Guatemala
bajo el lema "Iglesia en América, tu vida es misión", me ofrece la oportunidad
de saludar con gran afecto a todos los presentes y evocar con viva gratitud
vuestra calurosa acogida recibida, como peregrino del amor y de la esperanza, en
mi último viaje a ese continente, durante el cual tuve el gozo de canonizar al
Hermano Pedro de San José de Betancurt.
La canonización de este extraordinario misionero fue, en cierto modo, como el
preludio del presente Congreso. Su poderosa intercesión y el testimonio de su
santidad os guiarán en esa Asamblea, de la cual la Iglesia universal aguarda con
expectación una abundante cosecha de fe, de santidad y de generosidad misionera.
Ante todo, deseo saludar al Señor Cardenal Rodolfo Quezada Toruño, Arzobispo de
Guatemala, y a los numerosos hermanos en el Episcopado que se encuentran en este
"Cenáculo" misionero continental. Dirijo también mi afectuoso saludo a cuantos
han colaborado en la preparación del Congreso y a cada uno de los participantes
en el mismo: sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles laicos, especialmente
jóvenes y niños. Mi Enviado Especial, el Señor Cardenal Crescenzio Sepe,
Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, lleva el
testimonio de mi cercanía espiritual y de mi interés por este importante evento.
Pienso de manera particular en vosotros que habéis recibido el llamado del Señor
a anunciarlo ad gentes, vocación de entrega y de santidad que os lleva a servir
a todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra. "¡Qué hermosos son sobre
los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas,
que anuncia salvación, que dice a Sión: «ya reina tu Dios»!" (Is 52,7).
2. La historia de la Evangelización del continente americano, queridos hermanos
y hermanas, muestra la íntima relación entre santidad y misión. Considerando
desde una perspectiva histórica dicha obra misionera, es realmente grato
comprobar el gran impacto del Evangelio y la vivencia cristiana de las primeras
comunidades, así como el testimonio de los numerosos misioneros santos que de
ellas surgieron.
Desde el inicio de la evangelización y a lo largo de su interesante historia, el
Espíritu del Señor ha suscitado en esas benditas tierras hermosos frutos de
santidad en hombres y mujeres que, fieles al mandato misionero del Señor, han
entregado su propia vida al anuncio del mensaje cristiano, incluso en
circunstancias y condiciones heroicas. En la base de este maravilloso dinamismo
misionero estaba, sin duda, su santidad personal y también la de sus
comunidades. Un renovado impulso de la misión ad gentes, en América y desde
América, exige también hoy misioneros santos y comunidades eclesiales santas.
El llamado a la misión está unido a la vocación a la santidad, la cual es "un
presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión
salvífica de la Iglesia" (Redemptoris missio, 90). Ante dicho llamado universal,
debemos tomar conciencia de nuestra propia responsabilidad en la difusión del
Evangelio. A este respecto, la cooperación en la misión ad gentes ha de ser
signo de una fe madura y de una vida cristiana capaz de producir frutos, de modo
que las Iglesias particulares más necesitadas reciban un impulso humano y
espiritual que las ayude a caminar con sus Pastores.
Para ello "no basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar
mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos
bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo «anhelo de
santidad» entre aquellos que son los colaboradores más íntimos de los
misioneros" (ibíd).
3 Después de mis viajes pastorales a diferentes naciones -donde el Evangelio en
algunas de ellas apenas ha sido anunciado-, he llegado a la íntima convicción de
que la humanidad aguarda, cada vez con mayor anhelo, "la plena manifestación de
los hijos de Dios" (Rm 8,19). En efecto, tantas personas desean encontrar el
misterio de santidad y de comunión que es fundamental en la Iglesia y es también
epifanía de "aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama
en nosotros a través del espíritu que Jesús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de
todos nosotros «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32)" (Novo millennio
ineunte, 42).
Millones de hombres y mujeres que no conocen a Cristo, o tan sólo lo conocen
superficialmente, viven a la espera -a veces no consciente- de descubrir la
verdad sobre el hombre y sobre Dios, sobre la vía que lleva a la liberación del
pecado y de la muerte. Para esta humanidad que anhela o que siente nostalgia de
la belleza de Cristo, de su luz clara y serena que resplandece sobre la faz de
la tierra, el anuncio de la Buena Noticia es una tarea vital e inderogable.
Este Congreso está orientado hacia dicha tarea. Responded, pues, con prontitud
al llamado del Señor. ¡Manifestad el deseo de ser testigos gozosos y apóstoles
entusiastas del Evangelio hasta los últimos confines de la tierra, mediante el
testimonio de una vida santa!
4. Después de la gozosa experiencia del Gran Jubileo del año 2000, he indicado
la vía de la santidad como fundamento sobre el cual debería basarse la
programación pastoral de cada Iglesia particular. Se trata de "proponer de nuevo
a todos con convicción este «alto grado» de la vida cristiana ordinaria" (Novo
millennio ineunte, 31). Esto, queridos hermanos y hermanas, exige una adecuada y
paciente pedagogía pastoral -una pedagogía de la santidad- que debe distinguirse
por la primacía que se ha de dar a la persona de Jesucristo, a la escucha y
anuncio de su Palabra, a la participación plena y activa en los sacramentos, y
al cultivo de la oración como encuentro personal con el Señor.
Toda actividad pastoral debe centrarse en la iniciación cristiana y en la
formación que, ayudando a madurar y reforzar la fe de quienes ya se acercaron a
ella y atrayendo a los que todavía están alejados, representan la mayor garantía
para que las Iglesias particulares de América desarrollen una eficaz obra de
cooperación y animación misionera. Ésta debe ser, en efecto, el "elemento
primordial de su pastoral ordinaria" (Redemptoris missio, 83).
5. Alentado por el Espíritu Santo y por el testimonio del creciente número de
misioneros ad gentes procedentes de vuestros Países, deseo renovar ante esa gran
Asamblea -signo de unidad de todos los pueblos del continente- lo que ya decía
en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America, dirigiéndome a
vuestras comunidades cristianas: "Las Iglesias particulares del continente están
llamadas a extender su impulso evangelizador más allá de sus fronteras
continentales. No pueden guardar para sí las inmensas riquezas de su patrimonio
cristiano. Han de llevarlo al mundo entero y comunicarlo a aquéllos que todavía
lo desconocen. Se trata de muchos millones de hombres y mujeres que, sin la fe,
padecen la más grave de las pobrezas. Ante esta pobreza sería erróneo no
favorecer una actividad evangelizadora fuera del Continente con el pretexto de
que todavía queda mucho por hacer en América o en la espera de llegar antes a
una situación, en el fondo utópica, de plena realización de la Iglesia en
América" (n. 74)
Grande es la responsabilidad de vuestras Iglesias particulares en la obra de
evangelización del mundo contemporáneo. Grande es el fruto que ellas podrán dar
en esta nueva primavera misionera "si todos los cristianos y, en particular, los
misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las
solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (Redemptoris missio, 92).
Amadísimos hermanos y hermanas, es para mí motivo de profunda alegría saber que
vuestro Congreso, para el cual os habéis preparado comunitariamente durante el
Año Santo Misionero, acogerá dicho llamado y sabrá dar respuestas concretas y
eficaces al mandato evangélico de la misión, que es vida para la Iglesia en
América.
Como en los anteriores Congresos Misioneros, pido al Señor que os conceda vivir
una intensa experiencia de comunión y que la Virgen María de Guadalupe, Madre y
evangelizadora de América, "ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario
que estén animados todos aquéllos que, en la misión apostólica de la Iglesia,
cooperan a la regeneración de los hombres" (ibíd. 92), os acompañe con su
ternura y os proteja con su poderosa intercesión.
Al alentaros a todos y cada uno de vosotros a vivir en la propia Iglesia
particular en espíritu de comunión y servicio, os renuevo mi invitación a llevar
a cabo el mandato misionero en el mundo de hoy, a la vez que os imparto de
corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano, 25 de octubre de 2003.
IOANNES PAULUS II
[Texto distribuido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede]
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