CAPÍTULO III
« PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO »
El Rosario, camino de asimilación del misterio
26.
El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método
característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método
basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave Maria, que
se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta
repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y
aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el rosario, si se
toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse hacia a la persona
amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre
nuevas respecto al sentimiento que las inspira.
En
Cristo, Dios ha asumido verdaderamente un «corazón de carne». Cristo no
solamente tiene un corazón divino, rico en misericordia y perdón, sino también
un corazón humano, capaz de todas las expresiones de afecto. A este respecto,
si necesitáramos un testimonio evangélico, no sería difícil encontrarlo en
el conmovedor diálogo de Cristo con Pedro después de la Resurrección. «Simón,
hijo de Juan, ¿me quieres?» Tres veces se le hace la pregunta, tres veces
Pedro responde: «Señor, tú lo sabes que te quiero» (cf. Jn 21,
15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la
misión de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición,
en la cual la reiterada pregunta y la respuesta se expresan en términos bien
conocidos por la experiencia universal del amor humano. Para comprender el
Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor.
Una
cosa está clara: si la repetición del Ave Maria se dirige directamente
a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición
favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo,
verdadero 'programa' de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con
palabras ardientes: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp
1, 21). Y también: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga
2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la
santidad.
Un método válido...
27.
No debe extrañarnos que la relación con Cristo se sirva de la ayuda de un método.
Dios se comunica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos
vitales. Por esto la espiritualidad cristiana, incluso conociendo las formas más
sublimes del silencio místico, en el que todas las imágenes, palabras y gestos
son como superados por la intensidad de una unión inefable del hombre con Dios,
se caracteriza normalmente por la implicación de toda la persona, en su
compleja realidad psicofísica y relacional.
Esto
aparece de modo evidente en la Liturgia. Los Sacramentos y los
Sacramentales están estructurados con una serie de ritos relacionados con las
diversas dimensiones de la persona. También la oración no litúrgica expresa
la misma exigencia. Esto se confirma por el hecho de que, en Oriente, la oración
más característica de la meditación cristológica, la que está centrada en
las palabras «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador»,34
está vinculada tradicionalmente con el ritmo de la respiración, que,
mientras favorece la perseverancia en la invocación, da como una consistencia física
al deseo de que Cristo se convierta en el aliento, el alma y el 'todo' de la
vida.
...
que, no obstante, se puede mejorar
28.
En la Carta apostólica Novo
millennio ineunte he recordado que en Occidente existe hoy también una
renovada exigencia de meditación, que encuentra a veces en otras religiones
modalidades bastante atractivas.35 Hay cristianos que, al conocer
poco la tradición contemplativa cristiana, se dejan atraer por tales
propuestas. Sin embargo, aunque éstas tengan elementos positivos y a veces
compaginables con la experiencia cristiana, a menudo esconden un fondo ideológico
inaceptable. En dichas experiencias abunda también una metodología que,
pretendiendo alcanzar una alta concentración espiritual, usa técnicas de tipo
psicofísico, repetitivas y simbólicas. El Rosario forma parte de este cuadro
universal de la fenomenología religiosa, pero tiene características propias,
que responden a las exigencias específicas de la vida cristiana.
En
efecto, el Rosario es un método para contemplar. Como método, debe ser
utilizado en relación al fin y no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco
debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia secular. La
experiencia de innumerables Santos aboga en su favor. Lo cual no impide que
pueda ser mejorado. Precisamente a esto se orienta la incorporación, en el
ciclo de los misterios, de la nueva serie de los mysteria lucis, junto
con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que propongo en esta Carta.
Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de esta oración,
quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos simbólicos, en sintonía
con las exigencias de la vida cotidiana. De otro modo, existe el riesgo de que
esta oración no sólo no produzca los efectos espirituales deseados, sino que
el rosario mismo con el que suele recitarse, acabe por considerarse como un
amuleto o un objeto mágico, con una radical distorsión de su sentido y su
cometido
El enunciado del misterio
29.
Enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar al mismo
tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un escenario en el
cual concentrar la atención. Las palabras conducen la imaginación y el espíritu
a aquel determinado episodio o momento de la vida de Cristo. En la
espiritualidad que se ha desarrollado en la Iglesia, tanto a través de la
veneración de imágenes que enriquecen muchas devociones con elementos
sensibles, como también del método propuesto por san Ignacio de Loyola en los
Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento visual e imaginativo (la compositio
loci) considerándolo de gran ayuda para favorecer la concentración del espíritu
en el misterio. Por lo demás, es una metodología que se corresponde con la
lógica misma de la Encarnación: Dios ha querido asumir, en Jesús, rasgos
humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su
misterio divino.
El
enunciado de los varios misterios del Rosario se corresponde también con esta
exigencia de concreción. Es cierto que no sustituyen al Evangelio ni tampoco se
refieren a todas sus páginas. El Rosario, por tanto, no reemplaza la lectio
divina, sino que, por el contrario, la supone y la promueve. Pero si los
misterios considerados en el Rosario, aun con el complemento de los mysteria
lucis, se limita a las líneas fundamentales de la vida de Cristo, a partir
de ellos la atención se puede extender fácilmente al resto del Evangelio,
sobre todo cuando el Rosario se recita en momentos especiales de prolongado
recogimiento.
La escucha de la Palabra de Dios
30.
Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que
al enunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico
correspondiente, que puede ser más o menos largo según las circunstancias.
En efecto, otras palabras nunca tienen la eficacia de la palabra inspirada. Ésta
debe ser escuchada con la certeza de que es Palabra de Dios, pronunciada para
hoy y «para mí».
Acogida
de este modo, la Palabra entra en la metodología de la repetición del Rosario
sin el aburrimiento que produciría la simple reiteración de una información
ya conocida. No, no se trata de recordar una información, sino de dejar
'hablar' a Dios. En alguna ocasión solemne y comunitaria, esta palabra se
puede ilustrar con algún breve comentario.
El silencio
31.
La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es conveniente
que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos
momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el
misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los
secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites
de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación
social es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la
Liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es
también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios,
concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio.
El «Padrenuestro»
32.
Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el misterio,
es natural que el ánimo se eleve hacia el Padre. Jesús, en cada uno de
sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual Él se dirige continuamente,
porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él nos quiere introducir en
la intimidad del Padre para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8,
15; Ga 4, 6). En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y
entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre.
El «Padrenuestro», puesto como fundamento de la meditación cristológico-mariana
que se desarrolla mediante la repetición del Ave Maria, hace que la
meditación del misterio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia
eclesial.
Las diez «Ave Maria»
33.
Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una
oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave Maria,
bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se
opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la
primera parte del Ave Maria, tomada de las palabras dirigidas a María
por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del
misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la
admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la
complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación del Hijo en
el seno virginal de María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis
(cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el que Dios, en el alba de la
creación, contempló la obra de sus manos».36 Repetir en el Rosario
el Ave Maria nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro,
reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento dela
profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada» (Lc1, 48).
El
centro del Ave Maria, casi como engarce entre la primera y la segunda
parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se
percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo
que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre
de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y
fructuosa del Rosario. Ya Pablo VI recordó en la Exhortación apostólica Marialis
cultus la costumbre, practicada en algunas regiones, de realzar el
nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está
meditando.37 Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública.
Expresa con intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de
la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al mismo tiempo, ayuda a
mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora,
innata en la repetición del Ave Maria, respecto al misterio de Cristo.
Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual podemos esperar la
salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y como
dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a
hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.
De
la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotòkos,
deriva, además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la
segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y
la hora de nuestra muerte.
El «Gloria»
34.
La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana. En efecto,
Cristo es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este
camino hasta el final, nos encontramos continuamente ante el misterio de las
tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agradecer. Es importante
que el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien resaltado en
el Rosario. En el rezo público podría ser cantado, para dar mayor énfasis a
esta perspectiva estructural y característica de toda plegaria cristiana.
En
la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta, profunda,
fortalecida –de Ave en Ave – por el amor a Cristo y a María,
la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a una rápida
conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar el espíritu
a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del
Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno es estarnos aquí» (Lc
9, 33).
La jaculatoria final
35.
Habitualmente, en el rezo del Rosario, después de la doxología trinitaria
sigue una jaculatoria, que varía según las costumbres. Sin quitar valor a
tales invocaciones, parece oportuno señalar que la contemplación de los
misterios puede expresar mejor toda su fecundidad si se procura que cada
misterio concluya con una oración dirigida a alcanzar los frutos específicos
de la meditación del misterio. De este modo, el Rosario puede expresar con
mayor eficacia su relación con la vida cristiana. Lo sugiere una bella oración
litúrgica, que nos invita a pedir que, meditando los misterios del Rosario,
lleguemos a «imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen».38
Como
ya se hace, dicha oración final puede expresarse en varias forma legítimas. El
Rosario adquiere así también una fisonomía más adecuada a las diversas
tradiciones espirituales y a las distintas comunidades cristianas. En esta
perspectiva, es de desear que se difundan, con el debido discernimiento
pastoral, las propuestas más significativas, experimentadas tal vez en centros
y santuarios marianos que cultivan particularmente la práctica del Rosario, de
modo que el Pueblo de Dios pueda acceder a toda auténtica riqueza espiritual,
encontrando así una ayuda para la propia contemplación.
El 'rosario'
36.
Instrumento tradicional para rezarlo es el rosario. En la práctica más
superficial, a menudo termina por ser un simple instrumento para contar la
sucesión de las Ave Maria. Pero sirve también para expresar un
simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación.
A
este propósito, lo primero que debe tenerse presente es que el rosario está
centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el proceso mismo de la oración.
En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte de Él,
todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en el Espíritu Santo, llega al
Padre.
En
cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración, el rosario evoca
el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato
Bartolomé Longo lo consideraba también como una 'cadena' que nos une a Dios.
Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la relación con Dios, que es
Padre. Cadena 'filial', que nos pone en sintonía con María, la «sierva del Señor»
(Lc 1, 38) y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios,
se hizo «siervo» por amor nuestro (Flp 2, 7).
Es
también hermoso ampliar el significado simbólico del rosario a nuestra relación
recíproca, recordando de ese modo el vínculo de comunión y fraternidad que
nos une a todos en Cristo.
Inicio y conclusión
37.
En la práctica corriente, hay varios modos de comenzar el Rosario, según los
diversos contextos eclesiales. En algunas regiones se suele iniciar con la
invocación del Salmo 69: «Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en
socorrerme», como para alimentar en el orante la humilde conciencia de su
propia indigencia; en otras, se comienza recitando el Credo, como
haciendo de la profesión de fe el fundamento del camino contemplativo que se
emprende. Éstos y otros modos similares, en la medida que disponen el ánimo
para la contemplación, son usos igualmente legítimos. La plegaria se concluye
rezando por las intenciones del Papa, para elevar la mirada de quien reza hacia
el vasto horizonte de las necesidades eclesiales. Precisamente para fomentar
esta proyección eclesial del Rosario, la Iglesia ha querido enriquecerlo con
santas indulgencias para quien lo recita con las debidas disposiciones.
En
efecto, si se hace así, el Rosario es realmente un itinerario espiritual en el
que María se hace madre, maestra, guía, y sostiene al fiel con su poderosa
intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final de esta oración en la cual
se ha experimentado íntimamente la maternidad de María, el espíritu siente
necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima Virgen, bien con la espléndida
oración de la Salve Regina, bien con las Letanías lauretanas? Es
como coronar un camino interior, que ha llevado al fiel al contacto vivo con el
misterio de Cristo y de su Madre Santísima.
La distribución en el tiempo
38.
El Rosario puede recitarse entero cada día, y hay quienes así lo hacen de
manera laudable. De ese modo, el Rosario impregna de oración los días de
muchos contemplativos, o sirve de compañía a enfermos y ancianos que tienen
mucho tiempo disponible. Pero es obvio –y eso vale, con mayor razón, si se añade
el nuevo ciclo de los mysteria lucis– que muchos no podrán recitar más
que una parte, según un determinado orden semanal. Esta distribución semanal
da a los días de la semana un cierto 'color' espiritual, análogamente a lo que
hace la Liturgia con las diversas fases del año litúrgico.
Según
la praxis corriente, el lunes y el jueves están dedicados a los «misterios
gozosos», el martes y el viernes a los «dolorosos», el miércoles, el sábado
y el domingo a los «gloriosos». ¿Dónde introducir los «misterios de la luz»?
Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el sábado y el
domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de marcado carácter
mariano, parece aconsejable trasladar al sábado la segunda meditación semanal
de los misterios gozosos, en los cuales la presencia de María es más
destacada. Queda así libre el jueves para la meditación de los misterios de la
luz.
No obstante, esta indicación no pretende limitar una conveniente libertad en la meditación personal y comunitaria, según las exigencias espirituales y pastorales y, sobre todo, las coincidencias litúrgicas que pueden sugerir oportunas adaptaciones. Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se experimente cada vez más como un itinerario contemplativo. Por medio de él, de manera complementaria a cuanto se realiza en la Liturgia, la semana del cristiano, centrada en el domingo, día de la resurrección, se convierte en un camino a través de los misterios de la vida de Cristo, y Él se consolida en la vida de sus discípulos como Señor del tiempo y de la historia.