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Creo, pero aumenta mi fe

 

Nos cuenta el evangelio de un padre cuyo hijo estaba atormentado por un mal espíritu que le empujaba a la autodestrucción (Mc 5,14-29). Lo tiraba al suelo, al agua, al fuego. Lo dejaba mudo y rígido hasta echar espumarajos por la boca. Hoy explicamos estos síntomas de manera distinta. No lo achacamos a los malos espíritus, pero ¡cuántos padres hay que sufren horriblemente porque sus hijos son víctima de procesos autodestructivos que terminan acabando con ellos! Pensemos en procesos de drogadicción que terminan en la delincuencia, en las cárceles, los psiquiátricos, el sida. De un modo alegórico podríamos encontrar en ellos fácilmente los mismos síntomas que describe el evangelio a propósito de los males de aquel chico.

El padre llevó a su hijo al grupo de discípulos mientras Jesús había subido al monte Tabor a orar en compañía de Pedro, Juan y Santiago. En su ausencia, el resto de los discípulos intentaron hacer sus pinitos y probar su suerte como aprendices de exorcista. Sólo cosecharon un tremendo fracaso pastoral. El padre se quedó más desesperado todavía.

Al bajar Jesús del monte después de haber orado, se encontró con aquella escena tragicómica. Los discípulos fracasados estaban enzarzados en una discusión pastoral con los letrados fariseos a propósito de los exorcismos. ¡Qué entretenido es un buen debate sobre teorías y métodos pastorales! Pero dice un proverbio que "reunión de pastores, oveja muerta".

Aquel tipo de "demonios" solo podía salir con la oración, pero la oración era el único método pastoral que los discípulos no habían intentado. Jesús, en cambio, bajaba del monte donde había tenido un profundo encuentro con Dios. Todavía quedaba algo en su rostro del brillo de la transfiguración. Como el exorcista de la famosa película, Jesús no entra en la discusión, ni se enzarza en los argumentos de unos y otros. Va directamente al grano, con autoridad.

Descubre que el requisito que les falta a todos es la fe. La ineficacia de la oración está causada por la falta de fe. Jesús no se cansa de repetir que no es él quien cura, sino la fe de los que oran. A la mujer a quien curó de su flujo de sangre le dijo: "Tu fe te ha curado" (Mc 5,34), y al centurión que tenía un criado enfermo le dijo: "Que te suceda como has creído" (Mt 10,11).

Nos dice el evangelio que Jesús daba mucha importancia al nivel de fe que descubría en las personas. Se admiró de la fe del centurión y la ponderó delante de todos: "No he encontrado tanta fe en Israel" (Mt 10,9). Pero en cambio se extrañaba mucho de la falta de fe de mucha gente y se lo reprochaba llamándoles: "Hombres de poca fe" (Mt 8,26). "¿Dónde vais por la vida con tan poca fe?

El papel de Jesús se reduce a suscitar esa fe que mueve montañas. Él es el catalizador de una fe que llegue a arrancar higueras y plantarlas en el mar. "Todo es posible para el que cree". "Si tenéis fe y no titubeáis, todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo obtendréis". "Cree y verás la gloria de Dios" (Jn 11,40). En esta escuela bíblica de oración, debes preguntarte una y otra vez cómo es tu fe y qué sentimiento despierta en Jesús. ¿Le causa admiración o extrañeza?

En realidad Jesús no pide mucha fe. Basta el tamaño de un granito de mostaza (Mt 17,20). No dice un granito de arena, sino un granito de mostaza, que es algo muy distinto. La diferencia entre un grano y otro no es el tamaño, sino el dinamismo interior. El grano de arena es inerte. En cambio el grano de mostaza puede germinar y crecer. Lo importante es una fe germinal, dotada de un dinamismo interior. El padre de aquel niño, tenía una fe muy pequeña, pero era una fe germinal. "Creo, ayuda mi poca fe" (Mc 9,24). La fe creció y el niño se curó.

La fe germinal va creciendo en nosotros. El que no tiene fe, nunca ve ningún resultado en su oración y por eso cada vez va creyendo menos. El que tiene una fe germinal comprueba que cuando ora empiezan a suceder cosas. Entonces a medida que va creciendo su fe, va viendo más cosas y va creyendo más, y así sucesivamente.

Porque esa clase de fe no fomenta nuestra pasividad sino que nos lleva a poner toda la carne en el asador. Cuentan de uno que le pedía a Dios insistentemente que le tocara la lotería, porque se encontraba en gran necesidad. Después de mucho tiempo de pedirlo en vano, escuchó un día la voz de Dios que le decía: "¡Cómprate, por lo menos, un décimo!" Pensamos a veces que la fe consiste en esperarlo todo de Dios milagrosamente, cuando en realidad la fe nos impulsa a hacer todo lo que está de nuestra parte, a no dejar ni una piedra sin remover. Atribuyen a San Ignacio la frase: "Cree como si todo dependiera solo de Dios, y al mismo tiempo muévete como si solo dependiera de ti".

La fe mueve montañas (1 Cor 13,2), pero sobre todo la montaña más inconmovible, que es la de nuestra indolencia y nuestra pasividad. La fe moviliza todos nuestros recursos. Cuando realmente creo que algo puede suceder se despierta mi creatividad; intento una y otra vez sin darme nunca por vencido. La fe lejos de paralizarme, saca lo mejor que hay en mí, me lleva a superar timideces, vergüenzas, cansancios, apocamientos, rutinas. El que no tiene fe no tiene constancia en su oración. Ora sin apasionamiento y enseguida se cansa o se olvida de seguir orando. Por eso, antes que pedir nada en concreto, lo primero de todo es pedir al Señor, como el padre de aquel niño: "Creo, Señor, pero ayuda mi poca fe".

Lo importante es el primer paso, el ponerse en camino. Dice el hermano Roger Schutz: "Vive lo poco que hayas comprendido del evangelio". Algunos esperan a tenerlo todo claro antes de dar el primer paso. Nunca se moverán. El padre de aquel niño no espero a tener una fe perfecta. Dio el primer paso confesando la inmadurez de su fe y pidiendo ser robustecido en ella.

Desde el principio estaba ejercitando de hecho su fe incipiente. Había ido en busca del Maestro. No se desanimó ante los fracasos de los discípulos. Insistió de nuevo delante de Jesús. No se abatió ante la primera regañina que Jesús le hizo. Aceptó entrar en la dinámica de fe que Jesús le proponía, y repitió su ruego humilde con un gemido. La montaña se movió y la higuera se plantó en medio del mar y el niño quedó liberado de su opresión.